Todo lo que oculta el alegato de Zuckerberg a favor de la privacidad
Cuando Facebook salió a bolsa en 2012, Mark Zuckerberg publicó una carta en la que defendía que la misión de la red social era hacer del mundo un lugar “más abierto y conectado”. Las empresas serían más auténticas, las relaciones humanas más fuertes y los gobiernos más responsables. “Un mundo más abierto es un mundo mejor”, escribió por aquel entonces.
Pero ahora, el CEO de Facebook afirma que ha cambiado de opinión y mucho.
En Una visión de la privacidad para las redes sociales, un texto de 3.200 palabras que Zuckerberg publicó en Facebook la semana pasada, afirma que quiere “construir una plataforma más simple y centrada en la privacidad”. Aparentemente sorprendido, añade: “Las personas también quieren conectarse de forma privada cada vez más en una especie de la sala de estar digital”.
El texto de Zuckerberg es un claro intento de obtener más poder disfrazado de arrepentimiento. Si lo leen detenidamente verán que es imposible no llegar a la conclusión de que si se trata de proteger la privacidad de una forma significativa, Facebook se debería dividir.
Facebook creció tan rápido, que ahora es un producto difícil de definir. Es como un periódico. Es una oficina de correos y una central telefónica. Es un foro para el debate político, y es una emisora deportiva. Es un servicio de recordatorio de cumpleaños y un álbum colectivo de fotos. Es todo esto y mucho más, por lo que realmente no es nada.
Aunque Zuckerberg lo describe como la plaza del pueblo, no lo es. Facebook es una empresa privada que el año pasado generó más de 49.000 millones de euros en ingresos a base de la publicidad, con un margen de beneficio del 45 %. Esto la convierte en una de las compañías más rentables de la historia de la humanidad. Y se debe considerar como tal.
Facebook ha ganado tanto dinero porque ha descubierto cómo convertir la privacidad en mercancía a una escala nunca vista antes. Su producto principal son los datos personales. Zuckerberg se hizo rico realizando una especie de arbitraje entre la cantidad de privacidad a la que sus 2.000 millones de usuarios de Facebook creen que están renunciando y la cantidad que ha podido vender a los anunciantes. En su largo texto, el CEO no dice nada sobre cómo pretende mantener la rentabilidad de su empresa en esta supuesta nueva etapa. Esta es una de las razones que obligan a abordar con escepticismo su aparente de estrategia.
Zuckerberg escribe: “Francamente, en la actualidad no tenemos una reputación sólida para crear servicios de protección de la privacidad”. Pero la reputación de Facebook no es el problema, su problema reside en su modelo de negocio. Si Facebook implementara una sólida protección de la privacidad general, no le tendría mucho que vender a los anunciantes aparte de su enorme público. Es posible que Facebook siguiera ganando mucho dinero, pero sería mucho menos.
Por eso, la propuesta de Zuckerberg es mentira. Lo que realmente está proponiendo es, básicamente, una versión reforzada de WhatsApp. Incorporar algunas mejoras en su servicio de mensajería podría ser adecuado. De hecho, un cifrado más fuerte puede ser útil, y el compromiso de no construir centros de datos en los países represivos es loable. Otros principios que Zuckerberg plantea concentrarían aún más su poder de monopolio. Las nuevas “plataformas para compartir en privado” no sustituyen a la oferta actual de Facebook: son algo adicional. “Las redes sociales públicas seguirán siendo muy importantes en la vida de la gente”, escribe, una afirmación que no cuadra con la vaga pretensión de que “interactuar con los amigos y familiares a través de la red de Facebook se convertirá en una experiencia más privada”.
Al interpretar la privacidad como algo que sólo tiene que ver con el cifrado de extremo a extremo que impediría que un posible curioso intercepte las comunicaciones, evitar tener que pensar en las debilidades y errores de Facebook. Pero la privacidad no se limita a saber guardar secretos. También se trata de cómo los flujos de información nos cambian como individuos y como sociedad. Lo que decimos, a quién y por qué depende del contexto. Las redes sociales cambian ese contexto, y al hacerlo, modifican la naturaleza de la privacidad, en formas que son tanto buenas como malas.
Los propagandistas rusos utilizaron Facebook para influir en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, quizás de manera decisiva. Los líderes militares de Birmania usaron Facebook para incitar un genocidio contra la minoría rohinyá. Estas son las consecuencias de la reducción de privacidad de Facebook. No son el resultado de los errores en la codificación.
“La privacidad da a las personas la libertad de ser ellas mismas”, escribe Zuckerberg. Esto es cierto, pero también incompleto. El yo evoluciona con el tiempo. La privacidad es importante no solo porque nos permite ser lo que somos, sino porque nos da el espacio para convertirnos en lo que seremos. Como escribió la profesora de derecho de la Universidad de Georgetown (EE. UU.), Julie Cohen: “La reducción de la privacidad también afecta a la capacidad para innovar… La innovación requiere espacio para experimentar y, por lo tanto, prospera más en un entorno que valora y preserva esos espacios para ello”. Si Facebook sigue enviándonos sus notificaciones constantemente, disminuye nuestro el espacio mental disponible para experimentar y crear nuestras propias ideas. Si Facebook bombardea a los inocentes con información falsa, así también invade la privacidad. Lo que le ha pasado a la privacidad en las últimas dos décadas y cómo valorarla adecuadamente son cuestiones que aparentemente están más allá del alcance de Zuckerberg.
Dice que Facebook se ha “comprometido a consultar con expertos y analizar la mejor manera de avanzar”, y que tomará decisiones “de la manera más abierta y colaborativa posible” porque “muchos de estos problemas afectan a diferentes partes de la sociedad”. Pero lo que falla aquí es el proceso centralizado de la toma de decisiones. Aunque Zuckerberg reciba los mejores consejos que pueda comprar con sus miles de millones, el resultado sigue siendo profundamente preocupante. Si su plan tiene éxito, la comunicación privada entre dos individuos solo será posible cuando Mark Zuckerberg decida que debe serlo, e imposible cuando él decida que no.
Si eso le parece alarmista, veamos los principios que Zuckerberg estableció para el nuevo enfoque de la privacidad de Facebook. El más problemático de ellos reside en cómo analiza la “interoperabilidad”. Zuckerberg permite que las personas elijan entre distintos servicios de mensajería: algunos quieren usar Facebook Messenger, otros prefieren WhatsApp y a otros les gusta más Instagram. Para el CEO, usarlos todos es un lío, así que se deberían poder enviar mensajes de uno a otro.
Pero considera peligroso permitir comunicaciones ajenas al control de Facebook. Zuckerberg considera un riesgo dejar que los usuarios envíen mensajes que no estén sujetos a vigilancia por parte de los “sistemas de seguridad” de Facebook. Es decir, debemos tener la libertad de utilizar cualquier servicio de mensajería que nos guste, siempre y cuando esté controlado por Facebook. Zuckerberg aboga por una integración cada vez más estrecha de las diversas propiedades de Facebook.
El poder del monopolio resulta problemático incluso para las compañías que ganan mucho dinero vendiendo aplicaciones: les permite influir indebidamente en los reguladores y estafar a los consumidores. Pero esto es especialmente preocupante en el caso de Facebook, cuyo producto es la información.
Esta es la razón por la que es necesario dividir la red social, aunque esto no solucione los problemas más difíciles que plantea la existencia de Facebook. No es fácil descubrir cómo proteger la libertad de expresión y, al mismo tiempo, limitar el discurso del odio y las campañas deliberadas de desinformación, por ejemplo. Pero, dividir Facebook dejaría espacio para encontrar las soluciones útiles para la sociedad en general, y no para Zuckerberg y el resto de accionistas de Facebook.
El primer paso (y tal vez el más necesario) debería ser desvincular WhatsApp e Instagram de Facebook. Así, la empresa sería más pequeña y, por lo tanto, menos poderosa a la hora de negociar con otras compañías y con los reguladores. Los monopolios, como señaló el juez Louis Brandeis hace un siglo, y como han destacado más recientemente el profesor de derecho de la Universidad de Columbia Tim Wu y el periodista Franklin Foer, entre otros otros, simplemente acumulan demasiado poder político y económico, e impiden que el proceso democrático encuentre un equilibrio en la forma de abordar temas como la privacidad.
Está claro que el poder de Zuckerberg ha crecido tanto que él no siente la necesidad de ocultar sus ambiciones. El CEO también dice: “Podemos crear plataformas para el intercambio privado que podrían ser incluso más importantes para la gente que las plataformas que ya hemos creado para ayudar a las personas a compartir y conectarse de manera más abierta”. Pero eso solo sucederá si nosotros le dejamos.
Fuente: technologyreview.es