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Todo lo que le falta al último libro de Bill Gates sobre cambio climático

Aunque es una lectura enriquecedora, ‘How to Avoid a Climate Disaster’ se centra en las soluciones tecnológicas y obvia aspectos clave de la emergencia climática, como las raíces del problema, los obstáculos políticos, el negacionismo y los riesgos de la geoingeniería. Le ofrecemos otros dos títulos para complementar al filántropo

En su nuevo libro, How to Avoid a Climate Disaster (Cómo evitar el desastre climático), Bill Gates adopta un enfoque tecnológico para comprender la emergencia climática. Comienza con el dato de las 51.000 millones de toneladas de gases de efecto invernadero que las personas producen cada año. Luego divide esta contaminación en sectores por el tamaño de sus huellas, abriéndose el camino desde la electricidad, la fabricación y la agricultura hasta el transporte y la construcción. Desde el principio hasta el fin, Gates es capaz de superar la complejidad del desafío climático, brindando al lector información útil para distinguir entre los problemas tecnológicos más grandes (cemento) y los más pequeños (aviación).

Durante las negociaciones de la Cumbre del Clima París (Francia) en 2015, Gates y varias decenas de personas adineradas lanzaron Breakthrough Energy, una iniciativa que conecta un fondo de capital de riesgo, un grupo de presión y un esfuerzo de investigación. El filántropo y sus colegas inversores argumentaron que tanto las inversiones del Gobierno federal de EE. UU. como del sector privado eran insuficientes para lograr una verdadera innovación energética.

Breakthrough tiene como objetivo llenar una parte de este vacío, financiando desde la tecnología nuclear de próxima generación hasta la carne artificial que sabe más a ternera. La primera ronda del fondo de riesgo de 1.000 millones de dólares ha tenido algunos éxitos iniciales, como Impossible Foods, el fabricante de hamburguesas a base de plantas. El fondo anunció una segunda ronda del mismo tamaño en enero.

Otro esfuerzo paralelo, el pacto internacional Mission Innovation, afirma haber persuadido a sus miembros (la rama ejecutiva de la Unión Europea junto con 24 países, incluidos China, EE. UU., India y Brasil) para destinar 4.600 millones de dólares anuales adicionales desde 2015 a la investigación y el desarrollo de las energías limpias.

Estos diversos esfuerzos son el hilo conductor del último libro de Gates, escrito desde la perspectiva de un tecno-optimista. En las primeras páginas escribe: «Todo lo que he aprendido sobre el clima y la tecnología me hace optimista… si actuamos lo suficientemente rápido, [podremos] evitar la catástrofe climática».

Como muchos otros han señalado, ya existe una buena parte de la tecnología necesaria; ahora mismo ya se puede hacer mucho. Aunque Gates no lo discute, su libro se centra en los desafíos tecnológicos que él cree que aún se deben superar para lograr una mayor descarbonización. Dedica menos tiempo a los obstáculos políticos y escribe que piensa «más como un ingeniero que como un politólogo». No obstante, la política, en toda su complejidad, es la barrera clave para avanzar en la emergencia climática. Y los ingenieros deben comprender cómo los sistemas complejos pueden tener ciclos de retroalimentación que salen mal.

Sí, señor ministro

Kim Stanley Robinson sí piensa como un politólogo. El inicio de su última novela, The Ministry for the Future (El Ministerio del Futuro), está ambientado en 2025, cuando una enorme ola de calor impacta a la India y se cobra millones de vidas. La protagonista del libro, Mary Murphy, dirige una agencia de la ONU encargada de representar los intereses de las futuras generaciones y tratar de alinear a los gobiernos del mundo sobre una solución climática. Desde el principio hasta el fin, el libro se centra en la equidad intergeneracional y diversas formas de política distributiva.

El libro de Robinson le resultará familiar a cualquiera que alguna vez haya visto los distintos pronósticos para el futuro del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Su relato explora las políticas necesarias para resolver la crisis climática, y el autor ha hecho mucha investigación. Aunque es un libro de ficción, hay momentos en los que la novela parece más un seminario de posgrado de ciencias sociales que una obra de ficción escapista. Los refugiados climáticos, que son fundamentales en esta historia, ilustran cómo las consecuencias de la contaminación afectan más a los pobres de todo el mundo, a pesar de que las personas ricas emiten mucho más carbono.

Leer a Gates y a Robinson destaca el vínculo inextricable entre la desigualdad y el cambio climático. Los esfuerzos de Gates sobre el clima son encomiables. Pero cuando afirma que la riqueza conjunta de las personas que respaldan su fondo de riesgo asciende a 170.000 millones de dólares (141.151 millones de euros), puede resultar desconcertante que solo hayan dedicado 2.000 millones de dólares (1.660 millones de euros) a las soluciones climáticas, es decir menos del 2 % de sus activos. Solo este hecho es un argumento a favor de los impuestos sobre el patrimonio: la crisis climática exige la acción de los Gobiernos. No se puede dejar a los antojos de los multimillonarios.

En lo que respecta a los multimillonarios, posiblemente Gates es uno de los buenos, ya que relata cómo usa su riqueza para ayudar a los pobres y al planeta. La ironía de que haya escrito un libro sobre el cambio climático cuando vuela en un jet privado y es dueño de una mansión de más de 6.000 metros cuadrados no se le escapa al lector, ni a Gates, quien se refiere a sí mismo como un «mensajero imperfecto sobre el cambio climático». Aun así, es sin duda un aliado del movimiento climático.

Pero, al centrarse en la innovación tecnológica, Gates subestima los intereses materiales de los combustibles fósiles que obstruyen el progreso. El negacionismo climático extrañamente no se menciona en el libro. Al no comentar la polarización política, Gates no establece el vínculo con sus compañeros multimillonarios Charles y David Koch, quienes hicieron su fortuna en la industria petroquímica y han tenido un papel clave en la construcción del discurso negacionista.

Por ejemplo, Gates se sorprende por que, para la gran mayoría de los estadounidenses, los calentadores eléctricos resultan en realidad más baratos que seguir utilizando el gas fósil. Le resulta misterio que las personas no adopten estas opciones que ahorran costes y respetan el medio ambiente. Pero no hay ningún misterio ahí. Como han informado los periodistas Rebecca Leber y Sammy Roth de Mother Jones y Los Angeles Times, la industria del gas financia grupos de presión y campañas publicitarias para oponerse a la electrificación y mantener a la gente enganchada a los combustibles fósiles.

Estas fuerzas de oposición se ven más claramente en la novela de Robinson que en la obra de Gates, que no es de ficción. Gates pudo haberse apoyado en el trabajo que Naomi Oreskes, Eric Conway y Geoffrey Supran, entre otros, llevaron a cabo para documentar los persistentes esfuerzos de las empresas de combustibles fósiles para sembrar dudas públicas sobre la ciencia climática. (También abordé este tema en mi propio libro, Short Circuiting Policy, que explica cómo las empresas de combustibles fósiles y los servicios eléctricos se han resistido a las leyes de energía limpia en varios estados de EE. UU.).

Pero, una cosa que Gates y Robinson tienen en común es la opinión de que la geoingeniería (intervenciones a gran escala para remediar los síntomas en vez de las causas del cambio climático) podría ser inevitable. En El Ministerio para el Futuro, se utiliza la geoingeniería solar, o la pulverización de partículas finas en la atmósfera para reflejar más el calor solar hacia el espacio, después de la ola de calor mortal con la que comienza la novela. Y más tarde, algunos científicos se van a los polos e idean métodos elaborados para eliminar el agua derretida de debajo de los glaciares para evitar que fluya hacia el mar. A pesar de algunos contratiempos, consiguen frenar varios metros del aumento del nivel del mar. Podríamos imaginar a Gates apareciendo en la novela como uno de los primeros patrocinadores financieros de estos esfuerzos. Como Gates señala en su propio libro, él lleva años financiando la investigación de geoingeniería solar.

Atacar a la raíz del problema

El título del nuevo libro de Elizabeth Kolbert, Under a White Sky (Bajo un cielo blanco), es una referencia a esta tecnología emergente, ya que su implementación a gran escala podría teñir de blando el cielo de azul.

Kolbert señala que el primer informe sobre el cambio climático llegó a las manos del presidente Lyndon Johnson en 1965. Aquel texto no argumentaba que deberíamos reducir las emisiones de carbono alejándonos de los combustibles fósiles, en lugar de eso abogada por manipular el clima a través de la geoingeniería solar, aunque ese término aún no se había inventado. Resulta preocupante que algunos se apresuren a adoptar soluciones tan arriesgadas en vez de abordar las causas fundamentales del cambio climático.

Al leer Bajo un cielo blanco, la autora nos recuerda las formas en las que las intervenciones como esta podrían salir mal. Por ejemplo, la científica y escritora Rachel Carson defendió la importación de especies no nativas como alternativa al uso de pesticidas. Un año después de la publicación de su libro Silent Spring (Primavera Silenciosa) de 1962, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE. UU. trajo por primera vez la carpa asiática a Estados Unidos para controlar las malezas acuáticas. El enfoque resolvió un problema pero creó otro nuevo: la propagación de esta especie invasora amenazó a las locales y causó daños ambientales.

Según Kolbert, su libro trata sobre las «personas que intentan resolver los problemas creados por otras personas que intentan resolver otros problemas». Sus informes mencionan varios ejemplos, como los infortunados esfuerzos para detener la propagación de la carpa asiática, las estaciones de bombeo en Nueva Orleans (EE. UU.) que aceleran el hundimiento de esa ciudad e intentos de criar coral de manera selectiva para que pueda soportar temperaturas más altas y la acidificación del océano. Kolbert es muy consciente de las consecuencias no deseadas y tiene sentido de humor. Nos hará reír mientras arde Roma.

Por el contrario, aunque Gates es consciente de los posibles peligros de las soluciones tecnológicas, todavía elogia los plásticos y los fertilizantes como invenciones que dan vida, pero no es así para las tortugas marinas que tragan residuos plásticos ni para las floraciones de algas impulsadas por fertilizantes que están destruyendo el ecosistema en el Golfo de México.

Con los niveles peligrosos de dióxido de carbono en la atmósfera, la geoingeniería podría resultar necesaria, pero no deberíamos ser ingenuos sobre sus riesgos. El libro de Gates tiene muchas buenas ideas y vale la pena leerlo. Pero, para obtener una imagen más completa de la crisis con la que nos enfrentamos, habrá que leer también a Robinson y a Kolbert.

Fuente: technologycreview.es