¿Por qué los refuerzos anuales de las vacunas contra la COVID-19 podrían convertirse en lo habitual?
Para mantener al coronavirus controlado y anticiparse a nuevas variantes, puede que se necesiten dosis anuales de las vacunas, como ya ocurre con la gripe
Mientras alrededor del mundo decenas de millones de personas vacunadas suspiran aliviadas de forma colectiva tras recibir una vacuna anticovídica, de una o dos dosis, hay quienes se preguntan si basta con una ronda de vacunas o si se necesitará otra… y otra…
Los expertos aún no saben cuánto tiempo durará la protección de la actual cohorte de vacunas anti COVID-19. Desde el descubrimiento de la cepa original a finales de 2019, el virus ha seguido mutando, produciendo variantes, que son versiones similares pero diferentes del virus que podrían ser más infecciosas, mortales o eludir las protecciones de los anticuerpos estimulados por las vacunas anticovídicas existentes. Para adelantarnos a la evolución del virus, algunos fabricantes ya están diseñando vacunas nuevas para combatir las variantes al mismo tiempo que tratan de determinar cuánto tiempo dura la inmunidad otorgada por las dosis actuales.
Y la “nueva normalidad”, según algunos expertos, podría significar vacunaciones sistemáticas, o dosis de refuerzo, contra la COVID-19.
¿Qué es una dosis de refuerzo?
Una dosis de refuerzo es “una dosis repetida de la vacuna que ya has recibido para, literalmente, reforzar la inmunidad”, explica Susan R. Bailey, alergóloga e inmunóloga clínica y presidenta de la Asociación Médica Estadounidense. El sistema inmunitario crea una memoria para combatir virus a partir de la exposición repetida. Es habitual que un segundo o tercer encuentro con un antígeno, una molécula que estimula la producción de anticuerpos, cree una respuesta inmunitaria “mayor y más duradera”, dice Bailey.
La vacuna contra el zóster (culebrilla), por ejemplo, recomendada en todos los adultos sanos de más de 50 años, tiene una pauta de dos dosis; la de refuerzo se administra seis meses después para garantizar su eficacia del 90 por ciento en la prevención de la infección y sus efectos secundarios.
Las vacunas anticovídicas de Pfizer-BioNTech y Moderna, que son vacunas de ARNm, incluyen una dosis inicial y una segunda dosis tres o cuatro semanas después, respectivamente. Actualmente, Johnson & Johnson, que ha producido otra vacuna anticovídica con una pauta de una sola dosis, está probando la eficacia de una segunda dosis de refuerzo. En febrero, Pfizer-BioNTech pusieron en marcha un estudio de una tercera dosis en su pauta actual de dos dosis. Y el jueves pasado, el consejero delegado de Pfizer, Albert Bourla, contó a la cadena CNBC que era “probable” que se necesitara una tercera dosis 12 meses después de la inicial.
Cada una de estas vacunas ofrece una eficacia impresionante contra la COVID-19 en sus dosis recomendadas. Sin embargo, la cuestión es cuánto durará esa inmunidad y si se necesitarán dosis adicionales en el futuro próximo (o no tan próximo) para mantener ese nivel de protección elevado.
Las vacunas anticovídicas son nuevas, lo que significa que los científicos todavía no saben cuánto tiempo serán eficaces sin intervenciones adicionales. Los investigadores han supervisado la eficacia de las vacunas en personas inoculadas y los estudios demuestran que siguen siendo muy eficaces durante al menos seis meses.
“Por desgracia, mucha gente ha malentendido que eso significa que solo dura seis meses”, dice Bailey, cuando “toda esa información quiere decir que sabemos que dura seis meses y prevemos que durará más”. Para saber exactamente cuánto dura la protección, “habrá que esperar”.
Pero “no es evidente que todos los tipos de vacunaciones requieren una dosis de refuerzo”, afirma Amesh Adalja, médico de enfermedades infecciosas e investigador del Centro Johns Hopkins para la Seguridad de la Salud. Por ejemplo, la vacuna contra la fiebre amarilla protege de por vida tras una sola dosis. Y aunque la vacuna antitetánica ha requerido desde hace tiempo una dosis de refuerzo cada 10 años para mantener su eficacia, los investigadores han cuestionado recientemente si se necesitan dosis adicionales.
Es más, una dosis de refuerzo es diferente de lo que están probando algunos científicos: nuevas vacunas centradas en una variante específica.
Existen al menos cinco “variantes preocupantes” conocidas del SARS-CoV-2 original, el virus que causa la COVID-19; la B.1.1.7, identificada en el Reino Unido; la B.1.351, descubierta en Sudáfrica; la P.1, que surgió en Brasil; y la B.1.427 y la B.1.429, detectadas en California. Moderna ha modificado su vacuna y actualmente está probando si es eficaz contra la B.1.351, y un portavoz de Pfizer contó a National Geographic que la empresa está debatiendo la posibilidad de llevar a cabo más ensayos de vacunas contra las variantes que circulan actualmente.
Por ahora, las vacunas existentes protegen contra estas variantes. “No creo que nos encontremos en un momento en el que tengamos que cambiar algo debido a las variantes”, dice Adalja. Pero no todos los expertos en enfermedades infecciosas están de acuerdo con esa afirmación.
La nueva normalidad
Daniel Lucey, especialista en enfermedades infecciosas en el Centro Médico de la Universidad de Georgetown, dice que las dosis adicionales para reforzar la inmunidad o combatir variantes actuales o futuras “probablemente serán una nueva realidad” para algunas personas. El virus intentará mutar “para beneficiar su propia supervivencia”, dice, y podría eludir la protección de las vacunas actuales.
Lucey añade que “es una serie constante de batallas y una guerra de varios años contra el SARS-CoV-2, sus variantes y nuestras vacunas, que son de 2019. Vamos atrasados. El virus no duerme, nosotros sí”.
Matthew B. Frieman, profesor adjunto de microbiología e inmunología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland que ha trabajado con Novavax en el desarrollo de su vacuna anti-COVID-19, que aún no está disponible, está de acuerdo. “Es muy probable” que “en el futuro se necesite” una dosis de refuerzo o vacunas nuevas para combatir las variantes del SARS-CoV-2, señala Frieman. “Lo que no sabemos es con qué frecuencia las necesitaremos ni si son necesarias en todo el mundo o en poblaciones específicas”.
Las vacunas de ARNm de Pfizer-BioNTech y Moderna son eficaces contra la variante B.1.1.7, que surgió en el Reino Unido, pero ahora es la cepa dominante en Estados Unidos. Con todo, un estudio inicial demuestra que la B.1.351, la variante de Sudáfrica, puede sortear al menos la vacuna de Pfizer-BioNTech. Sin embargo, ese estudio no ha sido sometido a una revisión científica externa —es decir, que no ha sido examinado por un grupo de expertos— y el tamaño muestral de personas infectadas con la variante era pequeño.
A principios de este mes, Pfizer y BioNTech actualizaron la eficacia de su vacuna anticovídica, declarando en un comunicado de prensa del 1 de abril que tenía una eficacia del 91 por ciento en total y “una eficacia del 100 por 100 en la prevención de casos de COVID-19 en Sudáfrica, donde es prevalente el linaje B.1.351”.
Adalja dice que si la eficacia de las vacunas se desplomara al 50 por ciento, entonces es posible que fuera necesaria una dosis de refuerzo o una vacuna nueva. La Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos ha declarado que espera que cualquier vacuna anticovídica prevenga la enfermedad o disminuya la gravedad en al menos el 50 por ciento de las personas vacunadas. A la hora de plantearse dosis de refuerzo, “creo que ese es un buen umbral que tener en mente”, afirma Adalja.
Y si vacunan a suficientes personas en todo el mundo, “se puede bloquear la propagación de estas variantes”, afirma Frieman, lo que repercutiría en la necesidad de dosis futuras. Sin embargo, si se necesitaran dosis de refuerzo o vacunas nuevas, se aplicaría lo mismo: habrá que fabricarlas en masa para que sean eficaces.
Las cuestiones éticas de las dosis de refuerzo
Teneille Brown, profesora de derecho y profesora adjunta de medicina interna en la Universidad de Utah, dice que “pedir o exigir que las personas se pongan una dosis de refuerzo podría ser difícil de aceptar para algunas”, porque “refleja una obligación constante y no algo único”. Un ejemplo es la vacuna antigripal, recomendada para casi todas las personas: solo el 45 por ciento de los adultos estadounidenses se pusieron su vacuna anual en la temporada de 2017-2018; en la temporada de 2019-2020 se la puso el 48 por ciento.
Aunque el gobierno estadounidense no ha hecho obligatorias las vacunas anticovídicas, este tipo de órdenes ya están adquiriendo forma: los denominados “pasaportes inmunitarios”, por ejemplo, podrían acabar siendo obligatorios para viajar en avión o entrar en países extranjeros. Algunas universidades exigen que los estudiantes que estén en el campus se vacunen. Y los empresarios (depende el país) pueden exigir que los empleados se pongan vacunas anticovídicas, aunque no está claro cuántos lo harán.
Si se necesitan más vacunas, es concebible que sean obligatorios de esta forma o de formas similares. La obligación de probar las vacunas plantea algunas preocupaciones éticas, indica Faith E. Fletcher, ética de salud pública en el Centro de Ética Médica y Política Sanitaria del Baylor College of Medicine, y podría incluso exacerbar las desigualdades sociales y sanitarias existentes.
Por ejemplo, en Estados Unidos los trabajadores esenciales y las personas negras e hispanas han tenido más dificultades para recibir sus vacunas iniciales que sus homólogos blancos. Si no encontramos modos de “hacer que las vacunas estén disponibles y sean accesibles para poblaciones marginadas, veremos disparidades relacionadas con esta cuestión en el futuro”, dice Fletcher, incluyendo las futuras vacunas anticovídicas, obligatorias o no.
Brown y Fletcher están de acuerdo en que debería cubrirse el coste de las futuras dosis. “Tendría que haber algún requisito para que las dosis de refuerzo estén cubiertas por las aseguradoras, sin copagos, o no se distribuirán equitativamente y veremos graves desigualdades entre los que se ponen la dosis de refuerzo y los que no”, explica Brown. Incluso un copago de 20 dólares impediría que la gente se ponga la vacuna, dice.
Pero para aquellos que sencillamente no quieren seguir las órdenes de futuras dosis, “la ley no está de su lado”, dice Brown. Las leyes existentes en Estados Unidos permiten órdenes como estas siempre y cuando dispongan de exenciones por motivos médicos o religiosos; por ejemplo, tener una alergia.
Con todo, Brown compara esas órdenes con conducir.
“Si quieres conducir, necesitas un carnte, un seguro, etc.”, afirma Brown. “No es algo único. El privilegio de conducir crea obligaciones constantes, como registrar el coche, medir las emisiones y cumplir constantemente de las leyes de tráfico. Quizá no estés de acuerdo con estas leyes… pero eso no te da permiso para ignorarlas a placer”.
Brown dice que espera que cualquier medida para mantener a raya la COVID-19 se convierta en algo tan rutinario como obtener un carnet y registrar un coche. “La verdad es que creo que la constancia ayudará”, dice, porque “la resistencia se desgastará con el tiempo y [a medida que] las vacunas están menos politizadas”.
Fuente: nationalgeographicla.com