Los primeros granjeros también tuvieron que adaptarse al cambio climático hace 8,000 años
Si algo caracteriza al hombre es su capacidad de adaptación, desde los primeros pasos evolutivos hacia el humano moderno -como el bipedismo que comenzó hace unos cuatro millones de años- hasta los avances creados con nuestras propias manos, de las herramientas de hueso a los smartphones. Sin embargo, la gran revolución que transformó por completo la forma de vivir de los Homo sapiens fue la agricultura, que apareció tras el aumento de la temperatura global durante el Holoceno o período posglacial.
Fue entonces cuando una precoz agricultura surgió en la ciudad neolítica y calcolítica de Çatalhöyük (que existió entre los años 7.500 y 5.700 a.C.), situada al sur de Anatolia (Turquía). Gracias a un canal del río Çaramba, que fluía antiguamente entre los dos montículos de arcilla que forman el yacimiento, la tierra sobre la que se establecía la ciudad era fértil para el cultivo.
Durante esta época templada de bonanza ocurrió un evento que pilló desprevenidos a estos primeros granjeros. Hace aproximadamente 8.200 años, un enorme glaciar situado al norte de Canadá se fusionó con el mar, vertiendo una enorme cantidad de agua dulce y fría al Atlántico Norte. Este evento desencadenó un cambio en la dinámica de las corrientes oceánicas, cuyo resultado fue un descenso generalizado de las temperaturas que duró alrededor de 160 años.
De este acontecimiento hay vestigios en los anillos de crecimiento de los árboles y en algunos depósitos minerales, pero se desconocía cómo afectó a los primeros agricultores y ganaderos, hasta ahora. En un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), un equipo de diez arqueólogos y arquezoólogos de la Universidad de Bristol, Reino Unido, han centrado sus investigaciones en la ciudad de Çatalhöyük. Los pobladores de este asentamiento tuvieron que cambiar su dieta para adaptarse a este cambio climático repentino.
No sólo descendieron las temperaturas en el momento en el que estos primeros granjeros estaban dispersándose desde Anatolia hacia Europa, Egipto y Oriente Medio. Los investigadores hallaron pruebas de un descenso extremo de las precipitaciones, gracias al análisis de la grasa de los animales que formaban parte de la dieta de los pobladores de la ciudad, presente en las cazuelas de cerámica. “Los pastores de la ciudad cambiaron el ganado vacuno por ovejas y cabras, animales más resistentes a la sequía”, explica Mélanie Roffet-Salque, directora del estudio.
Grasa conservada en cerámica
Los investigadores analizaron el ratio de isótopos de hidrógeno atrapados en las moléculas de grasa extraídas de la cerámica. La proporción entre el deuterio y el hidrógeno muestra un cambio repentino en el nivel de precipitaciones en la ciudad Çatalhöyük durante el período analizado. Normalmente, los cambios en los patrones de precipitaciones se obtienen de sedimentos en lagos y océanos, siendo “esta es la primera vez que se extrae de recipientes para cocinar”, explica Roffet-Salque.
“Los granjeros tuvieron que adaptarse a temperaturas más frías y veranos más secos que tuvieron un impacto en la agricultura”, explican los investigadores. Estos no sólo cambiaron su alimentación, también transformaron sus hogares, pasando de viviendas comunales a casas familiares. En total, los 13.000 restos de cerámica encontrados, junto a varias herramientas y huesos, convierten a este asentamiento en un tesoro del Neolítico y de la Edad del Cobre. Y justo, en los huesos hallados, aún se aprecian las marcas realizadas por los pobladores de la ciudad, ayudando a reconstruir la increíble capacidad de adaptación del ser humano desde la prehistoria.
Fuente: elmundo.es