Los gemelos Kelly siguen siendo idénticos tras pasar Scott un año en el espacio
Hace ahora cuatro años y dos semanas, Scott Kelly (Orange, Nueva Jersey, 1964) se subió a una nave espacial dispuesto a pasar un año entero en la Estación Espacial Internacional (ISS) y a convertirse de paso en el astronauta de EEUU que más tiempo seguido pasaba fuera de la Tierra. Le acompañaría durante esos casi 12 meses el ruso Mikhail Kornienko (Syzran,1960) que también participó en este estudio para conocer mejor cómo el hostil entorno espacial afecta al cuerpo humano y preparar así futuras misiones de larga duración, como un viaje a Marte. La mayor parte de los astronautas que van a la ISS en misiones de larga duración se quedan seis meses.
Pero por suerte para la NASA, Scott Kelly, que ya había acumulado en anteriores viajes espaciales 180 días en órbita, tenía un gemelo, el también astronauta Mark Kelly que, aunque ya estaba retirado -decidió abandonar la agencia para cuidar a su esposa, la congresista Gabrielle Gifford, que estuvo a punto de morir tras ser tiroteada en 2011 en Tucson (Arizona)-, se prestó a participar en esta investigación desde la Tierra. Al ser gemelos idénticos, durante los 340 días que duraría la misión la NASA compararía la evolución del organismo de Scott en el espacio con el estado de salud de Mark, que sería sometido en la Tierra a las mismas pruebas y análisis que su hermano. Así que de manera imprevista, la misión subió de nivel y además de estudiar los efectos de la ingravidez y el entorno espacial en Scott Kelly y Mikhail Kornienko, se enriqueció con los datos aportados por Mark.
A lo largo de estos años se han adelantado algunos resultados aunque el estudio siguió recogiendo datos y es este jueves cuando la revista Science publica el mayor trabajo hasta ahora sobre la salud de los gemelos Kelly.
En línea con los últimos análisis, publicados el pasado mes de abril, las conclusiones de la investigación confirman que Scott y Mark Kelly siguen siendo gemelos. El ADN del primero no ha cambiado en lo esencial, aunque sí se han apreciado diferencias atribuibles al viaje espacial en la expresión de sus genes, la longitud de sus telómeros, la composición de su microbioma o las dimensiones de algunos de sus vasos sanguíneos, entre otras.
La mayoría de estas alteraciones, subrayan en la revista científica los investigadores, liderados por Francine E. Garrett-Bakelman, volvieron a la normalidad poco después de la vuelta de Scott a la Tierra, por lo que todo indica que la salud humana no se ve especialmente afectada tras un viaje espacial de aproximadamente un año de duración.
En una rueda de prensa, los científicos se apresuraron a subrayar que estos datos -obtenidos de sólo dos individuos- «proporcionan la base para futuros estudios» que determinen con mayor fiabilidad los riesgos a los que se enfrentan quienes pasen largas temporadas fuera de nuestro planeta.
Pero lo cierto es que el que acaba de presentarse es el trabajo más completo y pormenorizado sobre el tema realizado hasta ahora, en el que han participado diferentes equipos especializados y en el que se han recogido, durante más de dos años, datos fisiológicos, epigenéticos, proteómicos, cardiovasculares, cognitivos o microbiómicos de los hermanos Kelly.
Como explicó Mark Kelly a este diario durante una entrevista, su contribución a la misión consistió en viajar en varias ocasiones al centro Johnson de la NASA en Houston para someterse a análisis de sangre, cuyas muestras fueron distribuidas por diferentes centros y universidades de EEUU y otros países. También le realizaron todo tipo de pruebas cardiovasculares y cerebrales hasta completar exhaustivos chequeos.
Tras regresar de la ISS, Scott también se jubiló como astronauta, comenzó a escribir libros, a impartir conferencias y participar en actos divulgativos y siguió colaborando con este estudio, sometiéndose a nuevas revisiones para evaluar cómo su cuerpo volvía a la normalidad, qué efectos de la ingravidez se revertían al regresar o cuáles permanecían. Narró su año espacial en un libro que tituló Resistencia (editorial Debate) y en el que, por ejemplo, contaba lo débil y enfermo que se sintió cuando regresó a la Tierra en marzo de 2016. En una entrevista con EL MUNDO.es aseguró que poco a poco fue sintiéndose mejor hasta que los efectos que experimentó remitieron. Y los resultados presentados ahora coinciden con su percepción.
Desde que los primeros humanos viajaron al espacio se sabe que la falta de gravedad atrofia los músculos y provoca pérdida de masa ósea. Para evitarlo en la medida de los posible, todos los astronautas dedican una o dos horas al día a hacer ejercicio cuando están en una misión. También son frecuentes los trastornos de sueño, por lo que muchos tienen que tomar pastillas para dormir, y molestias digestivas. Algunos experimentan ciertos problemas de visión, que en general suelen remitir cuando regresan a la Tierra, y también se ha detectado en algunas personas un aumento de la presión intracraneal o alteraciones del sistema cardiovascular. Pero qué le ocurre al cuerpo humano cuando pasa años en un entorno sin gravedad y sometido a la dañina radiación espacial es todavía una incógnita. ¿Aumenta el riesgo de sufrir cáncer una larga misión? ¿Envejece más rápido un cuerpo en el espacio? ¿Cómo afecta a la salud mental de una persona pasar años en una nave espacial, rodeado de las mismas personas y lejos de la Tierra?
Los datos obtenidos aún no permiten responder a todas estas respuestas, aunque sí dan pistas importantes para seguir trabajando. Por ejemplo, los investigadores observaron alteraciones en las dimensiones de la arteria carótida de Scott durante el viaje, un marcador que podría asociarse con un mayor riesgo de problemas cerebrovasculares. Asimismo, y aunque ambos cambios se revirtieron al regreso, también detectaron ciertas anormalidades en la vasculatura de la retina, un trastorno que podría relacionarse con futuros problemas de visión.
En ese sentido, los investigadores subrayan que sus indicios deben ser tenidos en cuenta a la hora de programar viajes espaciales más ambiciosos. «Está previsto que se ponga en marcha misiones de larga duración que lleven a personas a Marte y más allá a lo largo de las décadas de 2020 y 2030», expone Garrett-Bakelman en Science. «Los cambios descritos en nuestro trabajo ponen de manifiesto que hay mecanismos que pueden ser vulnerables a los vuelos en el espacio», añade para, a continuación, recomendar que las investigaciones sigan avanzando.
De cualquier forma, Jenn Fogarty, responsable científica del Programa de Investigación Humana de la NASA, ha subrayado en un comunicado que una de las principales lecciones que pueden extraerse de este estudio «es la resiliencia y la fuerza con la que el cuerpo humano se adapta al entorno de un vuelo espacial».
Entre los cambios detectados, una de las alteraciones que más han llamado la atención de los investigaciones, junto con los cambios en la expresión de algunos genes -sobre todo relacionados con el sistema inmunitario-, es lo sucedido con los telómeros en el organismo de Scott.
Estas secuencias de ADN situadas al final de los cromosomas -y cuya longitud se asocia con el envejecimiento- experimentaron, para sorpresa de los investigadores, un alargamiento durante su estancia en el espacio, para, tras su llegada a la Tierra sufrir «un rápido decrecimiento» que persistió en el tiempo.
Queda mucho por saber, reconocieron los investigadores en la rueda de prensa, quienes reclamaron nuevos estudios que ayuden a comprender «qué aspectos deben mitigarse para asegurar la seguridad de los viajes a lo largo del universo».
Pero el primer paso está dado. Y todo gracias a Scott, que fue quien puso sobre la mesa la idea de comparar el impacto de su viaje al espacio con el organismo de su hermano, que le esperaba en la Tierra.
Fuente: mundo.es