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Las futuras patatas de Marte se cultivan en Arizona

A primera vista parecen tres rampas de tierra. Estructuras de más de 30 metros de largo sostenidas por pilares de hierro en las que poder practicar skate o por las que deslizarse con cualquier cosa que lleve ruedas. Y las tres encerradas bajo un inmenso esqueleto de metal y cristal a través del cual se filtra el calor árido de Arizona y convierte el espacio en un invernadero mastodóntico. Sus responsables lo llaman LEO (Observatorio para la Evolución del Paisaje) y es el proyecto más importante, el Santo Grial, del centro de investigación Biosfera 2.

A 40 kilómetros de la ciudad de Tucson, en Oracle, Biosfera 2 parece un fotograma de una película de ciencia ficción. Una enorme burbuja de hierro y cristal en pleno desierto. Empezó a construirse en 1987 y durante los 90 fue el escenario de un proyecto científico que pretendía aislar durante meses a una decena de científicos y probar su capacidad de ser autosostenibles. Pero el experimento terminó, literalmente, convertido en un Gran Hermano con rencillas y habitantes de la burbuja que se escapaban para irse al McDonald’s.

Tras aquella experiencia fallida la Universidad de Columbia se hizo con el control de las instalaciones. Biosfera 2 es, literalmente, el planeta encerrado en una cápsula. Dentro no solo alberga esas tres rampas, sino que reproduce los ecosistemas de la Tierra: selva, sabana, desierto, manglares… Hasta un océano tropical, con mareas y barrera de coral, que hoy están transformando en un mar de clima más desértico. Desde hace una década, es la Universidad de Arizona la que gestiona este inmenso laboratorio de hábitats simulados, abierto al público y cuyo lema, como se puede leer a la entrada, es un sugerente “¿Y si pudieras ver el mañana?”.

Eso es lo que se proponen aquí y para lo que sirven las rampas de LEO. Medio millar de toneladas de suelo volcánico, similar al de la superficie de Marte, con 1.800 sensores diferentes con los que se miden la incidencia del sol, su intensidad, el calor, los gases y el viento sobre la superficie y su alteración según se le añade agua.

El objetivo final es convertir una tierra yerma, muerta, en tierra fértil. Como explica John Adams, subdirector del centro, “entender cómo se transforma el suelo volcánico en suelo útil. Si consigues eso puedes tener una tierra en la que plantar”. Y eso supondría, como objetivo más ambicioso, ser capaces, literalmente, de plantar patatas en Marte. Alcanzar lo que se conoce como terraformación, alterar otro planeta para dotarlo de características similares a la Tierra que permitan la vida. Un proceso fundamental para ese proyecto aún de ciencia ficción que es la conquista espacial.

Biosfera 2 reproduce ecosistemas variados: desierto, selva, mar tropical…

“Los científicos trabajaban en laboratorio con proyectos a pequeña escala”, explica Adams. “Pero sabemos que esas escalas no son lineales. Aquí no solo disponemos de un modelo a gran escala, sino que además permite un trabajo interdisciplinar: lo que sucede en la atmósfera afecta al suelo y viceversa. Está todo conectado y es fundamental ver cómo afecta al cambio de factores y si vamos a otro planeta qué necesitaremos añadir al suelo y durante cuánto tiempo para poder producir”.

Como aclara el científico, no se tratará de duplicar esta estructura en el espacio, sino de poder utilizar sus resultados en espacios más reducidos. Aunque, como también apunta, un huerto marciano no es la única aplicación que puede tener. “Resulta fascinante hablar de otros planetas, pero es poco probable que nosotros o nuestros nietos vayamos a ir a ellos. Así que lo importante ahora es entender la Tierra, cómo funciona y cómo nos podemos adaptar a ella para sobrevivir. Es decir, cómo podemos usar los resultados en zonas áridas o volcánicas. Porque al final estamos hablando de alimentar gente”, afirma.

Sus resultados, sin embargo, aún tardarán en llegar. Una veintena de científicos y otra de colaboradores, entre biólogos, geólogos, ecologistas e hidrólogos entre ellos, trabajan en Biosfera 2, pero LEO empezó a desarrollarse hace sólo cuatro años y es ahora cuando alcanza su potencial experimental. Además en Biosfera 2, en esos ecosistemas a pequeña escala que encierra bajo sus cúpulas, se han propuesto responder también a una pregunta que casi parece un verso: ¿A dónde va la lluvia?

Saber qué sucede exactamente con el agua, “hilo conductor de la biología”. Entender sus “presencias y ausencias” en cada lugar. “Optimizar”, como dicen, el proceso hidrológico. “Comprender, por ejemplo, cuando llueve en una montaña saber cuánta de esa agua útil para nosotros nos llegará. Y también cómo afectará el cambio climático a esos escenarios. Queremos saber si podremos alterar la realidad de esos lugares en los que será más complicado tener suelo productivo”, cuenta Adams.

Mientras los resultados llegan, en esta pequeña Tierra encapsulada sus nuevos habitantes pelean al mismo tiempo por otras cuestiones más prosaicas. La primera, conseguir la financiación que necesitan: 10 millones de euros anuales, el doble de lo que hoy disponen. Y la segunda, seguir, 20 años después, sufriendo la fisura en la credibilidad del centro que dejó aquel experimento fallido, cuando una odisea científica millonaria se convirtió en un reality show.

Fuente: elmundo.es