Las bacterias escondidas en el consultorio dental
La mayoría de la personas nos rehusamos a asistir regularmente al dentista. Las fobias a las agujas y a los sonidos de los escaladores ultrasónicos conectados a las unidades dentales son las principales causas de este rechazo.
Sin embargo, son pocas las personas que conocen los riesgos potenciales, no necesariamente fobias, de adquirir bacterias potencialmente patógenas del agua y de los equipos utilizados en los consultorios dentales.
Las jeringas de aire / agua y los escaladores ultrasónicos están conectados a las unidades dentales por una red de tubos de plástico de pequeño calibre a través de los cuales se propulsan el agua y el aire que son requeridos para los tratamientos dentales.
La mayoría de las unidades dentales están conectadas directamente a los sistemas de distribución de agua potable municipal, agua que obviamente no es estéril, y que contiene una microbiota, la cual termina adherida a las tuberías de las unidades dentales, generando agregados bacterianos también llamados biopelículas, las cuales una vez que se establecen son difíciles de eliminar 1.
El Dr. Jean Barbeau de la Universidad de Montreal reporta que el agua de las unidades dentales puede contener hasta doscientas mil bacterias por mililitro de agua 2. Además, reporta que en un estudio realizado en los Estados Unidos de América en 1993, se demostró la presencia de bacterias en el agua de ciento cincuenta unidades dentales en cincuenta y cuatro sitios en un área de tres estados.
En dicho análisis, se encontró un promedio de 49,700 bacterias por mililitro de las líneas de jeringas de aire / agua y 72,500 de las líneas de la pieza de mano. Aunque la mayoría de las bacterias presentes en agua potable no son de alto riesgo, existen reportes de la presencia de patógenos oportunistas (30% de la población bacteriana) de las cuales destacan Pseudomonas aeruginosa, Legionella pneumophila y Mycobacterium no tuberculoso.2
Es importante mencionar que las posibilidades de que un paciente experimente una infección asociada a un procedimiento dental es baja; sin embargo, existe una creciente preocupación y observancia al incremento de grupos bacterianos multirresistentes a los antibióticos que habitan las biopelículas.
Se cree que estas podrían ser un riesgo para la población en general, pero con mayor acentuación en poblaciones vulnerables (adultos mayores y niños) o con enfermedades crónico degenerativas (obesidad, diabetes, cáncer, etc.) que asisten a realizarse tratamientos dentales. Estas bacterias oportunistas pueden provocar infecciones respiratorias, septicemia e incluso, en casos graves, la muerte.3
¿Que hacer?
Se ha propuesto el uso de agua destilada o estéril en las unidad dentales; sin embargo, el personal que labora en los consultorios dentales debe tener presente que el sistema interno de la unidad dental pudo haberse colonizado con biopelículas bacterianas debido al uso previo con agua potable, por lo que el agua destilada o estéril se contaminará a medida que pasa a través de las líneas.
Es recomendable realizar un análisis de laboratorio para verificar la calidad microbiológica del agua que fluye por la unidad dental. Otra sugerencia es la implementación de sistemas de filtración por personal especializado en el tema.
También, al comienzo de cada día, se puede realizar una purga del sistema empleando para ello concentraciones adecuadas de desinfectantes (cloro y sus derivados y ozono, entre otros). Hacer fluir agua a alta presión en las unidades dentales puede ser otra opción para remover la presencia de biopelículas.
Finalmente, según las asociaciones dentales nacionales e internacionales, así como la Organización Mundial de la Salud, sugieren que se visite de manera regular al dentista (al menos cada seis meses) para tener una salud bucal adecuada.
Así que dejemos a un lado las fobias y démonos el tiempo para preguntarle al médico dentista cuáles son sus procedimientos de operación estándar de sanitación de las unidades dentales, que permitan asegurar una buena calidad microbiológica del agua.
Colaboración de Cristóbal Chaidez Quiroz, investigador del Ciad.
Fuene: Agencia Conacyt