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La isla que cultiva telescopios

La Palma lucha por rentabilizar su ventaja como referente mundial de astronomía implicando a la población

Hace décadas, desde Puntagorda se exportaban almendras a Inglaterra para rellenar las tabletas de chocolate Cadbury. Dentro de unos años, desde el municipio palmero se podrían exportar hacia las universidades de todo el mundo las claves para resolver los mayores misterios del cosmos. Ese gigantesco salto ilustra lo que ha vivido La Palma (Canarias) en las últimas tres décadas, desde que se comenzara a mirar el cielo en el Observatorio del Roque de los Muchachos. Allí se ubica una docena de telescopios, algunos de los aparatos más potentes y sofisticados para entender el universo.

Y en unos meses sabremos si llega hasta Puntagorda el titánico TMT (siglas en inglés de telescopio de treinta metros), después del rechazo social y el varapalo judicial que sufrió el plan original de levantarlo en una montaña sagrada de Hawái. «Nos lo estamos creyendo muchísimo», reconoce Vicente Rodríguez, alcalde de la localidad del noroeste de la isla. Según explica, Puntagorda fue el último municipio de la isla al que llegó la carretera, por culpa de la misma cumbre que mañana puede convertirlos en La Meca de la investigación astronómica.

Los paralelismos entre las montañas de Hawái y las de Canarias son muchos: lejanía del continente, vulcanismo, archipiélagos de cumbres altas y unas magníficas condiciones para mirar al espacio. Y por eso han visto crecer sus observatorios con nuevos y mayores instrumentos científicos. Sin embargo, algunos polinesios alcanzaron la gota que colmó el vaso del recelo después de décadas de astronomía en sus montes.

En La Palma todos reconocen orgullo por la ciencia que se hace allí, pero no se esconde cierta sensación de ocasión perdida después de muchos años en los que la vida en la isla y en el observatorio caminaron en paralelo, casi sin cruzarse. Pero la posible llegada del TMT y la nueva dirección científica en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y el Gran Telescopio de Canarias (GTC) pretenden cambiar esa situación, haciendo que la tecnología puntera colocada en lo más alto eche raíces en la sociedad de la isla y filtre sus beneficios a toda la población.

«La gente no ha percibido de manera directa el beneficio, podemos tener un concepto mucho mejor del que se tiene ahora mismo», reconoce el alcalde de Puntagorda, municipio de dos millares de habitantes que ya ha puesto todas las facilidades legales y urbanísticas para que aterrice el TMT. «Los tiempos han cambiado, estamos expectantes porque sabemos que la repercusión no va a ser la misma que hasta ahora», asegura.

Con ese «hasta ahora» se refiere a los 30 años en los que todos los telescopios del observatorio estaban enclavados en el municipio vecino, Garafía. «Los americanos», como todo el mundo los llama, han elegido para su TMT una loma a 400 metros del GTC, justo al otro lado de un pequeño barranco que se eleva por encima de las nubes y que marca la frontera entre los dos pueblos. En Garafía está el GTC, el mayor telescopio óptico del mundo; se construyó Liverpool, el telescopio robótico más grande del momento; se instalarán los potentes Cherenkov; o se levantaron los espectaculares espejos de los MAGIC, que detectan rayos gamma de 7 mil millones de años.

Y a pesar de todo, Garafía es el pueblo más pobre de Canarias y su población no ha dejado de reducirse y envejecerse. Allí sí que han sentido «desapego hacia la importancia y el beneficio» de los telescopios, según cuenta su primer teniente de alcalde, Yeray Rodríguez. A pesar de eso, el pueblo se vende en su web como «Municipio de las estrellas» para tratar de sacar rendimiento a la palabra de moda: el astroturismo, que se quiere potenciar en toda la isla gracias a los titulares que reciben los cielos de La Palma. Al preguntarle si tiene la sensación de que les ha pasado como en Bienvenido, míster Marshall, Rodríguez va más allá: «Peor, hemos sido como el tonto del pueblo al que esconden para que los americanos no lo vean».

Todo el que se ve en la tesitura de contar avances científicos sabe que siempre el primer comentario es negativo, criticando que los científicos despilfarren dinero mientras hay problemas mayores en el mundo. No ha calado del todo la idea de que, al margen del conocimiento y los Nobel que puedan llegar, la astronomía genera tecnologías que más tarde llegan a la medicina o a los móviles. En La Palma el reto es doble, porque algunos pueblos se vacían mientras unos cientos de metros más arriba se hacen inversiones extraordinarias en sistemas punteros. «Ellos tienen fibra óptica que les hace viajar en autopistas de 30 carriles mientras el resto vamos por caminos de tierra», pone como ejemplo Anselmo Pestana, presidente del Cabildo de La Palma, máxima administración insular.

Trabajos, Nobel y talento joven

Pero se atisban cambios. Este año se ha hecho con las riendas del GTC un milanés, Romano Corradi, que lleva en Canarias desde que llegara en 1994 en el primer programa de intercambio de jóvenes científicos europeos. «Mi hijo es palmero y quiero lo mejor para él», resume este astrofísico extraordinariamente entusiasta ante ese reto de que el telescopio deje huella en la isla —con forma de corazón— de la que está enamorado. Corradi quiere que todos, trabajadores y ciudadanos, comprendan que el GTC es «un organismo público, sin ánimo de lucro y que sirve para conocer dónde estamos en el universo». «Los que trabajamos aquí somos los embajadores de la curiosidad humana», propone.

A partir de ahí, detalla todas las cosas que este telescopio ya ha hecho por los palmeros. De los 48 trabajadores que el GTC tiene en la isla, 27 son oriundos; dos de los cuatro jefes de grupo y dos de los ocho astrónomos. Pretende reforzar la comunicación con las empresas de la isla, aunque ya son 106 las que han trabajado con ellos, con un peso de 170 mil euros anuales. Pero Corradi quiere desatar un «efecto dominó» en la capacitación de los jóvenes: «Hay que darle una oportunidad al talento de aquí, cuidarlo». Alumnos de informática contratados, estudiantes en prácticas, divulgación en las escuelas, oportunidades para licenciados… Hasta ha negociado un acuerdo con la Escuela de Arte Manolo Blahnik, llamada así por el ilustre palmero creador de los manolos: los jóvenes diseñadores buscarán sinergias con el telescopio, para mejorar su imagen en todos los aspectos (web, iconografía, fotos, etc.).

Y si llega el TMT, una infraestructura de 1.300 millones, los provechos se multiplicarán: «Se habla de 200 millones de euros en obra civil. De un movimiento económico ligado al telescopio de entre 25 y 40 millones», asegura el presidente del Cabildo. Y el Gobierno de España ya ha garantizado un millón para mejorar la sinuosa carretera de acceso al Roque: los instrumentos tendrán que subir despiezados entre el famoso bosque de laurisilva palmero y montarse arriba, al contrario que en el plan para Hawái. «Y son 120 trabajadores con buenos sueldos que se instalarán aquí», recuerda el director del IAC, Rafael Rebolo, cuyo esfuerzo ha puesto a La Palma en el camino del TMT.

Recelos, leyenda urbana y retrasos

El alcalde de Puntagorda tiene la percepción de que «los americanos» (también hay japoneses, chinos, canadienses e indios) quieren entrar con buen pie en la isla. Según Rodríguez, quieren invertir en servicios y desarrollos para los vecinos del municipio. Y ser transparentes: el gigantesco telescopio, como un edificio de 18 plantas, cuenta con un itinerario que permite a los visitantes recorrer la instalación sin interferir en la investigación. Esa es otra de las cosas que Corradi quiere mejorar en el GTC, que solo recibe 8.000 visitantes al año de los 100.000 turistas que suben al Roque. Ahora mismo se está construyendo, con una inversión de 3,5 millones, el Centro de Visitantes del Observatorio, una instalación para incentivar el turismo que llega tres décadas tarde.

En La Palma no hay dioses ni montañas sagradas, pero los prejuicios negativos también arraigan cuando no se siembran prejuicios positivos. El recelo surgió por culpa de los vertidos de aguas residuales, ya que al principio el saneamiento no llegaba hasta los 2.400 metros de altura del observatorio. En aquel momento su administradora era Mary Barreto, ingeniera y palmera, que ahora es responsable del desarrollo de los sofisticados instrumentos del IAC: «En aquellos tiempos, no había depuradoras de aguas negras, eso generó leyenda urbana y rechazo». Más tarde, se instaló una red de depuradoras en las instalaciones.

«Cuando yo entré a trabajar allí, para mí, palmera, el Observatorio, era un misterio», bromea Barreto, que dormía allí con un rebaño de cabras bajo su ventana. Durante su gestión, entre 1986 y 1995, se comenzó con las jornadas de visitas y de confraternización con los garafianos, y de ahí surgieron algunas vocaciones científicas que ahora podrían multiplicarse. «Mi carrera profesional no existiría si no es por el Roque», asegura, como ejemplo del impacto que puede tener en los estudiantes. Y recalca: «Pongámonos las pilas como isla. Todos. Si hacemos las cosas bien, la llegada del TMT puede ser el gran impulso».

Fuente: elpais.com