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La ciencia, la oportunidad que México ha dejado pasar

Cristóbal García desarrolló un acelerador de partículas a los 17 años. Yair Piña se convirtió a los 20 en el investigador más joven que ha reclutado la NASA. Olga Medrano Lady Matemáticas, de 17, conquistó las redes sociales al ganar en Rumanía la olimpiada europea femenil de matemáticas. En México no hace falta el talento. Sus científicos están a la altura de los mejores del mundo. Pero el país lastra desde hace décadas la falta de recursos en ciencia, tecnología e innovación.

El dinero simplemente no alcanza. No hay fondos suficientes para la investigación. No hay inversión suficiente de las empresas. No hay nuevas plazas en la academia ni muchas oportunidades fuera de ella. Y, a pesar de que se anunció que se destinará en 2018 un presupuesto mayor que el de este año, el avance se verá borrado por la inflación. México, además, está lejos de la meta (por ley) de invertir el 1% del PIB en el sector y está cada vez más rezagado de los países líderes del mundo, que gastan en promedio casi cinco veces más en ciencia y tecnología, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

“Esta es mi más íntima convicción: que los jóvenes mexicanos, creativos y emprendedores, desarrollen sus aptitudes, conocimientos y capacidad innovadora para competir con éxito en el mundo moderno”. Con estas palabras Enrique Peña Nieto prometió en su discurso de toma de protesta en 2012 un impulso sin precedentes para la comunidad científica del país.

La ambiciosa apuesta del presidente había quedado plasmada en el plan nacional de desarrollo de su sexenio y en un programa especializado (el Peciti), en el que, incluso, se detallaba un incremento anual del 0,11% del gasto en investigación y desarrollo (GIDE) para llegar al 1% del PIB en 2018. La promesa de Peña Nieto venía precedida por un consenso inédito de los científicos mexicanos, que le entregaron una agenda detallada a los actores más importantes de los tres poderes de Gobierno y el inicio fue alentador.

La inversión se incrementó un 40% en términos reales en los primeros tres años de mandato, pero se estancó en 2016 y sufrió un recorte dramático en 2017. De acuerdo con el plan definido por el propio Gobierno, México debía estar gastando este año el 0,89% del PIB, pero apenas llegó al 0,54%, según estimados oficiales. “Es una oportunidad desperdiciada, el financiamiento para el sector en el actual sexenio ha sido motivo de un gran desencanto”, lamenta Juan Pedro Laclette, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

2017 fue un año pavoroso para la ciencia en México. El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), la principal institución en la materia en el país, perdió alrededor de una cuarta parte de su presupuesto en tan solo un año. Si los montos se convierten en dólares, el Conacyt ejerció este año 1.000 millones menos que en 2014. “Ningún político negaría la importancia del conocimiento para el desarrollo del país, es incontrovertible”, apunta Laclette. “En el discurso todos se dicen convencidos, luego la realidad es otra”, agrega el expresidente de la Asociación Mexicana de Ciencias. En 2018, el Conacyt tendrá un presupuesto similar al de 2017, según lo que aprobó el Congreso el pasado 9 de noviembre. “Al Gobierno simplemente no le interesa”, sentencia Guadalupe Ortega Pierres, investigadora del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), y remata: “Estamos mal, en estado crítico y seguimos empeorando”.

Ortega Pierres argumenta que el Cinvestav, uno de los institutos de élite del país, es otro ejemplo de la crisis de fondos que azota a la comunidad científica. El centro, que funciona en 11 sedes, tendrá menos presupuesto el próximo año: pasó de 3.106 millones de pesos (164 millones de dólares) a 2.960 millones de pesos (156 millones de dólares), según datos oficiales. El Cinvestav, de hecho, no pudo destinar un solo peso a nuevas investigaciones en 2014 y 2016, el grueso de sus ingresos se fue a gasto corriente y deudas.

Una de las consecuencias de la falta de recursos es que no se abren nuevos puestos en la academia. Ortega Pierres comenta que el Departamento de Genética y Biología Molecular del Cinvestav no ha abierto una plaza en 17 años. Los jóvenes investigadores han tenido que buscar otras opciones y el país pierde talento. “Pasas la licenciatura, la maestría, el doctorado y el posdoctorado, 11 años después terminas de estudiar y de repente no tienes trabajo, obviamente te desanimas”, admite Manuel, que investiga sobre cáncer endometrial en Reino Unido.

Para Tonatiuh Anzures, especialista en migración calificada, la diferencia entre la fuga de cerebros y la historia del posdoctor que regresa a su tierra a formar a las siguientes generaciones está en una política pública que aproveche los conocimientos que adquieren en el extranjero y los incentive a aplicarlos en México. “El gran problema es que esa política no existe y el Gobierno prácticamente no tiene información sobre esos emigrantes, que están en las sombras”, señala el doctorante del University College of London.

Enrique Cabrero, director del Conacyt, confía en que las inversiones en infraestructura, equipos y laboratorios durante la primera mitad del sexenio puedan soportar el bache presupuestario de los últimos dos años y defiende que la prioridad debe ser la formación de capital humano, aunque repercuta en menos convocatorias y apoyos a la investigación. “El balance de este Gobierno es positivo, pero aún estamos lejos de donde deberíamos estar (…) nos tomará todavía unos años llegar al 1% del PIB”, calibra Cabrero.

El director del Conacyt acepta que no se ha avanzado al ritmo que se necesita, pero afirma que el Gobierno no puede asumir toda la responsabilidad en la inversión. “El talón de Aquiles está en que todo el peso recaiga en el Gobierno federal y que sigamos siendo un país manufacturero, que ofrece mano de obra barata y no exporta ideas innovadoras”, coincide José Franco, director del Foro Consultivo en Ciencia y Tecnología.

Existen incentivos fiscales y la experiencia ha probado que hay un efecto multiplicador: cada peso invertido en ciencia, tecnología e innovación se traduce hasta en siete y ocho pesos en ventas, en un cálculo conservador. Pero México no tiene un Samsung, como Corea del Sur, o un Nokia, como Finlandia, porque no tiene una estrategia transexenal que dé certidumbre a largo plazo para los inversores, expone Cabrero. El Gobierno aporta siete de cada 10 pesos del GIDE, en comparación con países como Alemania, que tiene una participación pública del 28,8% o de Estados Unidos, que da el 24%, según la OCDE.

Al no existir ese nexo entre la industria y la academia tampoco hay puestos de trabajo de calidad para los científicos en los sectores productivos. “Eso produce un inmenso problema de saturación en la academia”, expone Franco. Así, el modelo económico de la maquila da lugar a casos de posdoctores y doctores que terminan como vendedores sobrecualificados. “Si México no logra ser una potencia media en ciencia, tecnología e innovación en 25 años, ya no vamos a poder agarrar ese tren”, advierte Cabrero.

“Seis de las ocho personas más ricas del mundo pertenecen a las grandes corporaciones tecnológicas, ellos son los que están ganando”, dijo la bióloga y secretaria de la CEPAL Alicia Bárcena en un discurso pronunciado en la UNAM. “Tenemos que convencernos de convertirnos en una sociedad del conocimiento”, añade Franco, quien impulsa la Agenda Ciudadana de Ciencia y Tecnología, una consulta democrática para definir las prioridades frente a los grandes retos de desarrollo que enfrenta el país en el horizonte 2030.

“El conocimiento es como un avión que está en la pista: si se le inyecta suficiente combustible, el aparato puede acelerar lo suficiente para despegar y cuando está volando, podemos decidir adónde vamos”, ilustra Laclette. “Pero si no tiene combustible no puede demostrar las bondades que tiene y se convierte en un coche torpe”, concluye el biólogo. La oportunidad de despegue para México sigue ahí, pero tendrá que esperar al próximo presidente.

Fuente: El País