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La caída de Elon Musk, el gurú de la tecnología que salvaría al mundo

Empresario, visionario, tecnólogo. Y también un cabeza loca. Cada vez que interviene públicamente Elon Musk (Pretoria, 1971) no es que suba el pan, es que pone a prueba la fortaleza de sus empresas y la paciencia de sus inversores. Su inapropiada actitud, muy distinta a lo que se esperaría de un empresario más ortodoxo, ha derivado en numerosos altibajos bursátiles.

Personaliza una esencia repleta de claroscuros. De su mente han surgido ideas brillantes. Es cierto. Algunas, como el proyecto de Hyperloop, un tren de súper alta velocidad que discurre a través de un tubo hermético, han abierto nuevas sendas para experimentar con el transporte. Otras, en cambio, han inaugurado una nueva era de la exploración espacial privada, como es el caso de SpaceX. Ni que decir tiene destacar los logros alcanzados en los nuevos modelos energéticos para el futuro de la Humanidad gracias a baterías, sistemas de autopilotaje y coches eléctricos. Tesla, sin apenas capacidad de producción, se ha convertido en una de las empresas de automóviles que marca el futuro del sector, superando incluso a General Motors en valoración bursátil.

Pero todos esos proyectos pueden caer en saco roto por su actitud benévola, arrogante y fuera de lugar. El empresario sudafricano, que debería ser el mejor embajador de sus compañías, suele salirse de los cánones establecidos. Ni su elevado magnetismo le ha salvado para ser blanco de las críticas. Y la lista es demasiado larga: ha llamado “violador” y “pedófilo” a uno de los rescatadores de los niños del equipo de fútbol que se quedaron atrapados en Tailandia. Ha tenido enfrentamientos dialécticos en Twitter con muchas personas. Ha especulado con sacar a Tesla de Wall Street. Su última falta de seriedad: fumar marihuana y beber whisky cuando era entrevistado en un podcast para hablar de aviones eléctricos.

Personalidad extravagante

Tal vez haya implantado una nueva forma de marketing, convertirse en un ser peculiar que atrae a los focos, pero esa conducta le puede conducir a quedarse atrapado por su propia parodia. Y eso que se le había señalado como el gurú de la tecnología que nos debía llevar hacia un futuro mejor. Un mesías. Pero los genios, es posible, han sido también personas muy extravagantes. En una de sus biografías, Ashlee Vance le describe como una “amalgama de inventores legendarios” al nivel de figuras como Thomas Edison, Henry Ford, Howard Hughes o Steve Jobs.

Bañado en una inmensa fortuna de 21 mil millones de dólares, Musk ha ido adentrándose poco a poco en un lado oscuro que le ha llevado a trabajar hasta 17 horas diarias, a tomar somníferos para poder dormir, a tener problemas de salud y a tuitear a horas intempestivas, como confesó en una hilarante entrevista en “The New York Times” en la que reconoció que su vida es un “infierno”.

Su extraño comportamiento hace sospechar que no está capacitado para dirigir estos faraónicos proyectos. Está obsesionado. Una caída en desgracia que ha derivado incluso en tensiones con los consejos de dirección que preside, que han empezado a mover ficha para intentar apartarle. Una solución drástica para mantener la viabilidad de los proyectos. Tesla, por ejemplo, se encuentra asfixiada en pérdidas millonarias, pero en su galopada de egocentrismo se ha dedicado este año a proyectos más surrealistas como la construcción de túneles subterráneos en Los Ángeles, a desarrollar un sistema para conectar el cerebro a una máquina o, incluso, a diseñar un lanzallamas de uso doméstico que se agotó a las pocas horas de estar a la venta.

De casta le viene al galgo

Musk es un as en los negocios al que le han aparecido sus fantasmas internos. Ha convertido la cordura en una goma elástica que corre el riesgo de romperse. Cuanto más se estira más inestable se vuelve. Es una persona -como le califican sus allegados- que necesita tener ocupada la mente continuamente. No se da un respiro. Todo lo cuestiona. Es audaz pero caprichoso. Arrogante y narcisista. Quizá le deba esa actitud a que en plena pubertad, con 12 o 14 años, entró en una profunda crisis existencial influenciada por Nietzsche o Schopenhauer. Fue un corto periodo en el que intentó encontrar una vía de escape. La delicada y en ocasiones violenta relación con su padre trastornó los sueños de un adolescente que aspiraba más a cambiar el mundo que a disfrutar de las banalidades.

La consecuencia de este contexto familiar algo ajetreado estaba cantada: sus padres se divorciaron, lo que le llevó a vivir con su madre en Canadá a finales de los ochenta. Desde entonces todo parecía estar rodado como una película de lo cotidiano. Un joven sin dinero que logra estudiar Administración de Empresas y Física en la Universidad de Pensilvania gracias a una beca. Un hombre hecho a sí mismo que gana dinero con sus ideas. El “sueño americano” en su más pura esencia. La vida se Musk ha estado rodeada siempre de cacharros tecnológicos. Desde una edad muy temprana ya mostraba aptitudes: con solo 10 años empezó a estudiar programación por su propia cuenta con su primer ordenador, un Commodore VIC-20. Tan solo años después ya había vendido su primer videojuego -llamado Blastar-. Fueron los primeros 200 dólares de un gran imperio que, ahora, empieza a tambalearse si continúa por ese perturbador camino.

Fuente: abc.es