Julia Shaw, psicóloga criminalista: «Nuestras mentes están diseñadas para poder disfrutar del sufrimiento de los demás»
Cuando se habla de asesinos con frecuencia se recurre a las palabras «monstruos» o «perversos» para calificarlos, como si fueran seres de otra especie aparte, absolutamente diferentes a nosotros. Sin embargo, todos somos capaces de matar.
Eso asegura Julia Shaw, una psicóloga criminalista nacida en Alemania pero afincada en Londres que lleva años explorando los rincones más oscuros de la mente humana.
Doctora en Psicología por la Universidad de British Columbia, en Canadá, y en la actualidad investigadora en la Universidad London College, Shaw ha publicado recientemente un libro titulado «Hacer el mal» (editorial Temas de Hoy) que supone un estudio pormenorizado sobre nuestra infinita capacidad para hacer daño y que demuestra como también tú eres peor de lo que crees…
A los seres humanos nos gusta matar. De hecho, somos superdepredadores, matamos a más animales y en mayor número que ninguna otra especie. ¿Estamos programados para matar?
Los humanos siempre hemos tenido que matar para sobrevivir: nuestros cuerpos matan bacterias que amenazan nuestras vidas, siempre hemos matado plantas y animales para comerlos y, ciertamente, desde tiempos ancestrales nos matamos los unos a los otros cuando nos sentimos amenazados o tenemos algo que ganar.
Por raro que pueda sonar, matar es esencial para la condición humana.
¿Tenemos todas las personas un asesino dentro? ¿Somos todos capaces de matar en un determinado momento? ¿Vivimos rodeados de un montón de asesinos potenciales?
A todos solo nos separa una mala decisión de dañar de manera trágica a los otros. Un momento de locura en nuestros coches, un cuchillo que se desliza, un empujón…
Eso no significa que sea probable que todos actuemos igualmente de manera horrible, pero significa que todos debemos asumir que somos capaces de causar un gran daño a los demás.
Y cuando comencemos a comprender lo que nos puede conducir por caminos oscuros, podemos comenzar a entender por qué otros los han elegido. Podemos comenzar a descomponer el «mal» en sus componentes, recoger cada pieza y estudiarla.
En mi libro «Hacer el Mal» hablo de varios estudios al respecto. En uno de esos estudios la mayoría de los participantes (tanto hombres como mujeres) confesaron que habían tenido fantasías sobre el asesinato: fantaseaban con matar a personas como sus colegas o sus seres queridos.
Estos pensamientos son normales, por suerte llevarlos a la realidad no lo es. De hecho, jugar con estas cosas podría ayudarnos a tomar mejores decisiones porque, una vez que hemos jugado con el horror en nuestras mentes, es probable que decidamos que en realidad no queramos esas terribles consecuencias.
Vemos a menudo que aquellos que terminan cometiendo asesinatos no fantasearon con eso, como lo hacen los malos de las películas; en cambio, con frecuencia es el resultado de una pelea que va demasiado lejos o de los celos.
La mayoría de las veces, el asesinato no es el resultado de la planificación meticulosa de un sádico o psicópata, es mucho más probable que sea una mala decisión de la que la persona se arrepiente inmediatamente y que la persigue para el resto de sus vidas.
Si nos gusta matar, si matar está en nuestra naturaleza, ¿por qué consideramos el asesinato de un ser humano a manos de otro como algo terrible, monstruoso y contrario a la naturaleza?
No lo veríamos así si fuéramos honestos con nosotros mismos y si simplemente rascáramos ligeramente bajo la superficie. No vemos todos los asesinatos como malignos.
Cuando alguien mata en defensa propia, cuando nuestros soldados matan a las tropas ‘enemigas’, cuando combatientes se enfrentan al fascismo no vemos a esas personas como malignas. Puede que incluso las llamemos héroes.
Lo que la gente está de acuerdo en calificar como maligno es el asesinato de personas consideradas «inocentes», y en particular cuando ese acto parece motivado por el sadismo. Pero este tipo de asesinato es muy raro, tan raro que vive casi exclusivamente en nuestra imaginación y en las películas de asesinos.
En su libro usted revela de hecho que muchos asesinos son «personas normales», personas como nosotros, personas que incluso tienen un aspecto agradable…
Tenemos la fuerte suposición de que las personas con mal aspecto son malas, se trata de un efecto conocido como ‘el efecto diablo’. Necesitamos aprender a confiar menos en nuestras vísceras y a usar nuestros cerebros más para evaluar si hay evidencia de que una persona en particular sea realmente peligrosa para nosotros.
Eso puede ayudarnos a combatir problemas como la xenofobia y ayudarnos a detener la estigmatización de personas con discapacidades mentales o físicas.
Un estudio revela que tenemos todo tipo de suposiciones acerca del aspecto de aquellos a los que etiquetamos como «malvados». En mi libro, por ejemplo, dedico un capítulo entero a lo espeluznante. Y lo que las investigaciones muestran es que cosas como los dedos largos, las risas extrañas, hablar demasiado sobre ciertos temas o estar demasiado próximo a menudo se perciben como «espeluznantes».
El problema es que estas suposiciones intuitivas conducen al sesgo. Los estudios revelan que aquellos a los que percibimos que tienen enfermedades mentales, o cicatrices en la cara o discapacidades visibles -o que son de otra parte diferente del mundo y tienen costumbres diferentes o un aspecto diferente del nuestro- tienen más probabilidades de disparar nuestros radares espeluznantes, aunque en realidad no sean una amenaza para nosotros.
¿Subestimamos nuestra propia capacidad de hacer daño a los demás?
Pensamos en nosotros mismos como «buenos», y eso hace muy difícil que nos demos cuenta de nuestra propia capacidad de hacer daño. Necesitamos urgentemente conocernos mejor a nosotros mismos.
¿Bien y mal son categorías absolutas? ¿Hay maldad y bondad dentro de todos nosotros?
Yo creo que el mal solo existe en nuestros miedos. Considero que no deberíamos usar el término «malvado» para describir a seres humanos o sus actos, porque eso hace que parezca que nunca se pueden entender, que son casi sobrenaturales.
El mal también es una etiqueta que usamos casi universalmente para deshumanizar a los demás y cuando lo hacemos, podemos convertirnos fácilmente en los monstruos que tememos.
En lugar de llamar a las personas o a los actos malvados, ¿por qué no describir el acto, las consecuencias del mismo e idealmente tratar de entender por qué sucedió? Solo si trabajamos para comprender por qué las personas causan un gran daño podemos comenzar a prevenirlo.
¿Incluso el peor de los asesinos tiene un atisbo de bondad en su interior?
Hay una cita maravillosa en la que llevo tiempo pensando de Aleksandr Solzhenitsyn, un escritor que sobrevivió a las horrendas condiciones del gulag soviético, sobre los guardias de la prisión que trabajaban en los campos.
«La línea que divide el bien y el mal atraviesa el corazón de cada ser humano. ¿Y quién está dispuesto a destruir un pedazo de su propio corazón?».
Con frecuencia calificamos a los asesinos de personas sin empatía. Pero, por otro lado, nosotros no sentimos ninguna empatía hacia los asesinos… ¿Quizás para tratar de dejar muy claro que somos absolutamente diferentes de ellos?
Sí, es algo bastante hipócrita. Pero, ¡los humanos somos geniales en ser hipócritas! Ciertamente, la mayoría de las personas que asesinan tienen empatía; es posible que no la tengan con sus víctimas.
Y teniendo poca empatía, o incluso deshumanizando, otros hacen que sea mucho más fácil hacer daño a las personas. Creo que necesitamos urgentemente encontrar nuestra empatía «malvada».
Generalmente podemos empatizar más fácilmente con las víctimas que con los perpetradores, lo que nos facilita la construcción de diferencias artificiales entre nosotros, «la gente buena», y ellos, «la gente mala».
Y no nos gusta pensar que «nosotros» podemos llegar a ser como las personas que tememos u odiamos. Quizás tengamos miedo de nosotros mismos.
Sin embargo, como científica, creo que ese lado oscuro es fascinante. Y creo que la popularidad de las películas y libros de crímenes de ficción o reales muestra que muchas personas también están intrigadas por las personas que hacen cosas terribles.
Hay varios estudios que muestran como casi todos nosotros podemos ser sádicos, y en su libro usted cita algunos de ellos. ¿Es normal ser sádico?
En lo que algunos científicos llaman «sadismo de todos los días», a los participantes en un experimento se les pidió que hicieran daño a otras personas a través de varios métodos, como administrando ruidos muy fuertes, matando insectos o haciendo otras cosas dañinas.
La investigación reveló que si bien muchos de nosotros estaríamos dispuestos a hacer daño a una víctima inocente, solo aquellos que obtienen una puntuación más alta en sadismo lo hacen cuando se dan cuenta de que la otra persona no se defiende.
Todas nuestras mentes están diseñadas para poder disfrutar del sufrimiento de los demás, como cuando experimentamos júbilo cuando un colega al que odiamos falla en algo importante, pero afortunadamente sólo lo hacemos de vez en cuando.
En su libro usted cita algunos comportamientos considerados como agresiones pasivas (como no devolver la llamada de teléfono a una persona, no responder a sus mensajes o no hablarle) que, sin embargo, la mayoría de las personas llevamos a cabo en mayor o menor medida. ¿Por qué hacemos esas cosas? ¿Somos naturalmente agresivos?
Creo que uno de los tipos de agresión más interesantes, y ciertamente el más común, implica lastimar a alguien al no responderle: la agresión pasiva.
Con los amigos podemos ignorar intencionadamente un mensaje de texto de disculpa, con los padres podemos llegar tarde para frustrarlos y con los amantes podemos negarnos a mantener relaciones sexuales para castigarlos por el mal comportamiento que percibimos que han tenido. ¿Por qué hacemos esas cosas?
Una razón podría ser que este tipo de comportamiento es fácil de negar. Si te descubren y te acusan de comportarte de manera pasivo agresiva en una discusión, siempre puedes decir: «¿¿¿Qué??? Si yo no he hecho nada». Podemos decirnos a nosotros mismos que, como se trata de agresión por inacción en lugar de acción, no tenemos culpa.
Sin embargo, en realidad, la agresión pasiva puede ser tan perjudicial para las relaciones y el bienestar psicológico de los demás como los otros tipos de agresión.
La agresión es un comportamiento humano normal: solo debemos ser cuidadosos para controlar la ira o la frustración que generalmente subyace, para que podamos minimizar el daño tanto como sea posible.
Varias investigaciones muestran cómo los asesinos tienen cerebros diferentes. En su libro menciona el caso de James Fallon, que me ha parecido muy interesante. ¿Podría explicárnoslo?
Hay algunas investigaciones fascinantes a través de neuroimágenes en los cerebros de personas que han asesinado y de personas que son psicópatas. Los estudios muestran de manera reiterativa que es probable que haya algunas diferencias fiables entre los cerebros de esas personas y los de aquellas que no hacen daño a los demás.
Pero a menudo no está claro qué fue primero, si el cerebro o el mal comportamiento, y es aún más complicado porque incluso aquellos con el cerebro de psicópata pueden no tener jamás un mal comportamiento.
Un ejemplo de investigación fascinante es el Dr. Fallon, que estudia los cerebros de los asesinos psicópatas. Después de escanear los cerebros de muchos de los participantes en sus estudios, sostuvo en sus manos la imagen de un cerebro claramente patológico. Y al final resultó que ese cerebro era suyo.
Fallon se calificó a si mismo de «psicópata pro social», alguien que tiene dificultades para sentir empatía pero que se comporta de manera socialmente aceptable. Resulta que no todos los psicópatas son iguales, y ciertamente no todos los psicópatas son criminales.
Incluso alguien nacido con el cerebro de un asesino podría no matar nunca a nadie, aunque es más probable que lo haga.
La mayoría de los asesinos solo matan una vez. ¿Es justo llamarlos asesinos para el resto de sus vidas?
Creo que debemos ser increíblemente cuidadosos al juzgar a los humanos y hacerlo basándonos en toda su complejidad, no solo en lo peor que hayan hecho.
Si alguien le hiciera eso a usted, pensaría que es terriblemente injusto. Sin embargo, hacemos eso a los demás todo el tiempo. Debemos tener mucho cuidado cuando usamos términos como «asesino» para que con ello no nos olvidemos de la humanidad de las personas.
Finalmente, creo que la razón por la que necesitamos hablar de una manera mucho más estructurada es que, a menos que lo hagamos, nunca podremos evitar que sucedan cosas terribles.
Fuente: BBC