Los mini-cerebros cultivados en Johns Hopkins prometen avances médicos, pero también plantean una pregunta inquietante: ¿cuándo deja un conjunto de neuronas de ser algo y pasa a ser alguien?
En los laboratorios de la Universidad Johns Hopkins, un grupo de neurocientíficos ha logrado un avance muy inquietante: han cultivado mini-cerebros humanos en el laboratorio capaces de mostrar conexiones neuronales funcionales y patrones eléctricos coordinados, similares a los de un cerebro en desarrollo.
Se trata de estructuras de apenas unos milímetros, creadas a partir de células madre, que se conocen como organoides cerebrales. Y aunque su finalidad es médica —estudiar enfermedades neurodegenerativas o probar tratamientos sin intervenir en cerebros reales—, su existencia está reabriendo un debate que trasciende la ciencia: ¿dónde empieza la mente humana?
Ya no son simples tejidos, sino sistemas capaces de aprendizaje rudimentario
Estos organoides no piensan ni sienten, pero su comportamiento empieza a ser sorprendentemente complejo. Los investigadores de Johns Hopkins han comprobado que distintas regiones de estas masas neuronales logran comunicarse entre sí, reproduciendo en miniatura las redes que, en un cerebro humano, sustentan la memoria, la emoción y el aprendizaje.
“No queremos crear algo que pueda sufrir”, advirtió el neurocientífico Hongjun Song, responsable del proyecto en el Instituto de Neurociencia de la universidad, en declaraciones recogidas por la propia institución. Y es que el hallazgo sitúa a la biología en una frontera difusa. Según Nature, estos modelos “ya no son simples tejidos, sino sistemas capaces de aprendizaje rudimentario”. Y esto quiere decir que, es posible que, en última instancia, desarrollen una forma de conciencia… aunque sea mínima.
La inquietud no es solo académica. Una encuesta publicada por Live Science mostró que uno de cada cuatro participantes considera injustificable continuar con estos experimentos si existe la mínima posibilidad de que los organoides puedan tener experiencias conscientes. “No veo un avance que valga las vidas literales de estos seres creados”, opinaba uno de los lectores. De nuevo, la ciencia se enfrenta a un dilema moral: ¿merece la pena avanzar sin medir las consecuencias?
Fuente: lavanguardia.com
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