El nacimiento del volcán Paricutín, primero en ser documentado en tiempo real por la ciencia
Parangaricutirimícuaro, Mich. Hace 80 años (1943), que se cumplieron recientemente, la Tierra parió el volcán Paricutín; su nacimiento fue el primero documentado en tiempo real por la ciencia moderna. Su actividad inicial estuvo caracterizada por fumarolas y explosiones piroclásticas con bombas volcánicas y evidente abombamiento que se había formado seis meses antes. Las erupciones violentas comenzaron desde las 24 horas de aquel 20 de febrero y al comenzar el segundo día aparecieron los derrames de lava.
La actividad continuó con explosiones de bombas y depósitos piroclásticos hasta 1949 con una inactividad que fue interrumpida por una reactivación intensa que se extendió hasta marzo de 1952, cuando cesó su actividad repentinamente. Los flujos de lava cubrieron 18.5 kilómetros cuadrados, alcanzaron 424 metros de desnivel y los flujos de ceniza oscurecieron durante años el paisaje de la meseta purhépecha y viajaron a través de la atmósfera hasta la Ciudad de México. Actualmente, en lo alto de su cráter la tierra está todavía caliente y sale vapor de algunas rocas.
A su alrededor, la vista se pierde entre volcanes más antiguos ahora tapizados de pinos, huertas de aguacates y zonas de ceniza y de piedra negra entre los que sobresale la torre de una iglesia engullida por la lava de hace décadas.
Un centenar de geólogos, vulcanólogos y sismólogos de distintos países visitaron la semana pasada Michoacán para celebrar el aniversario del Paricutín e intercambiar experiencias que permitan estar mejor preparados ante futuros eventos.
Presenciar el origen de uno nuevo es raro. La mayoría de los volcanes nacen en el fondo del océano y pasan desapercibidos o apenas se ve su fumarola. Sin embargo, en el caso del Paricutín pudo observarse en detalle ese proceso geológico tan fascinante como aterrador.
“Piedra angular”
Su crecimiento, es decir, la erupción, duró nueve años y fue la “piedra angular” para empezar a estudiar los volcanes monogenéticos, que sólo hacen erupción una vez en su vida, pero “pueden salir de repente y afectar a la población”, explicó Stavros Meletlidis, del Instituto Geográfico Nacional de España.
Quienes han sido testigos hablan del ruido que produce. Un sonido profundo es lo que Meletlidis recuerda antes de ver la columna eruptiva –el chorro de gas– que anunció el surgimiento del de la isla de La Palma, España, en septiembre de 2021, el más reciente aparecido en una zona urbana.
El vulcanólogo griego sabía que lo que presenciaba era el “último suspiro” de un proceso que había comenzado en el centro de la Tierra hacía unos 10 mil años, el magma que por fin se abría paso hacia la superficie después de intentar salir sin éxito y provocar los llamados “enjambres sísmicos”.
Guadalupe Ruiz, de 92 años, recuerda el ruido del 20 de febrero de 1943, cuando después de semanas de sismos se sintió “como una creciente de agua bajo la tierra” y días más tarde “como trueno o patada de caballo” cuando “se iba haciendo el cerrito y alrededor caían piedras”.
La indígena purépecha, entonces de 12 años, y el resto de su pueblo, San Juan Parangaricutiro, creían que era el fin del mundo cuando un campesino llegó con el sombrero lleno de ceniza diciendo que su campo de maíz se había rajado.
Un equipo de geólogos del Departamento del Interior estadunidense y mexicanos visitaron el lugar casi de forma inmediata.
Según describe el documento, publicado una década después, tras 20 viajes de trabajo a la zona durante los primeros años de la erupción, el inicio del Paricutín fue “una pequeña columna de polvo y piedras calientes” que salían de una grieta entre maizales.
“Después de ocho horas de actividad, el nuevo volcán comenzó a rugir y a lanzar cantidad de bombas incandescentes con gran fuerza”, agrega el informe. En seis días, tenía una altura de 167 metros.
Los adultos lloraban, rememora Guadalupe Ruiz. Los más pequeños se acercaban curiosos “a ver caminar la lava, así, de a poquito”, cuenta Abel Aguilar, entonces de cinco años, dibujando lentas olas con su mano.
El paisaje en torno al “pequeño y hermoso monstruo volcánico” se convirtió en “un mundo solitario y acabado” de árboles que morían poco a poco y casas en las que penetraba obstinadamente la ceniza, describía el cronista José Revueltas, quien visitó el lugar 40 días después de la erupción para el diario El Popular. Por las calles, agregaba, sólo vagaban “sombras” con ojos “de un tristísimo color rojo… dicen que por la arena”.
Pequeño mar de lava
En el pequeño mar de lava que se iba formando, y sobre el que ahora pasean los turistas y científicos en busca de más respuestas; sólo había desolación y miedo hasta que llegaron los geólogos.
El Paricutín estuvo nueve años en erupción y la lava. Su lento avance evitó víctimas fatales y permitió que las familias de las comunidades afectadas pudieran salir e instalarse en tierras donadas por el gobierno. Las crónicas cuentan que algunos tuvieron tiempo hasta de sacar a sus muertos del cementerio.
A diferencia de otros fenómenos naturales, como los terremotos, los volcanes suelen dar más tiempo a la población para que reaccione y la acción coordinada de científicos, autoridades y población es clave para gestionar la crisis.
El equipo de Meletlidis ya había detectado que los enjambres sísmicos de esa isla española habían sido cada vez más recurrentes en los años anteriores a 2021. Una semana antes de la erupción se multiplicaron y comenzó a notarse deformación en el terreno, otra señal de que el magma estaba más cerca de romper la roca y salir a la superficie. Fue entonces cuando se activaron todas las alarmas.
La tercera señal que confirmó que la erupción se acercaba fue el olor a azufre en los manantiales de la zona.
Cuando, finalmente, comenzó, Meletlidis admite que sintió cierto alivio, porque acababa la espera y el miedo de muchos pobladores a que naciera el volcán bajo sus casas.
“La red científica funcionó bien, las autoridades supieron entender y la población fue muy disciplinada”, señala orgulloso.
En Michoacán, la parte más occidental del cinturón volcánico que atraviesa México, los enjambres han sido recurrentes. Los más recientes se registraron en 2022 y 2021.
Fuente: AP