El misterio de las bombas nucleares que se perdieron sin dejar rastro durante la Guerra Fría
La posibilidad que las potencias mundiales hayan extraviado por descuido unas bombas atómicas y que estas puedan caer en manos de algún villano u organización malvada con intenciones de dominación global suena como la trama de una novela o película de espionaje.
Es absurdo pensar que un gobierno avanzado pudiese extraviar un arma nuclear y, más crucial, nunca encontrarla otra vez.
Sin embargo, en los primeros años de la carrera nuclear, la nueva tecnología exigía que se condujeran múltiple pruebas en las que, por fallas técnicas o error humano, se le perdió el rastro a algunos de sus dispositivos.
Fuentes oficiales han dado varias explicaciones para «desactivar» los temores y riesgos de estas metidas de pata, pero no han sido del todo satisfactorias.
Pero, ¿cuántos casos existen de armas nucleares extraviadas?
Flecha rota
Según el historiador naval y analista en asuntos de defensa Eric Grove, Estados Unidos ha perdido unas siete bombas, la mayoría en los años 50, al inicio de la Guerra Fría.
«Tan pronto comenzaron a emplazar armamento nuclear, ocurrieron accidentes. Los aviones se accidentaron o se les cayeron las bombas por error», dijo Grove a la BBC.
Durante la Guerra Fría la acumulación de armas nucleares era inmensa. Estaban por todas partes. Los estadounidense tenían aviones sobrevolando permanentemente, cargados de armas termonucleares. De vez en cuando las cosas salían mal.
«La razón por las que las bombas no se han recuperado es porque las condiciones para llegar hasta ellas son tan difíciles. Es difícil sumergirse a 6.000 metros de profundidad», explicó el profesor Grove.
Los accidentes durante el manejo de un arma nuclear o sus componentes sin que haya una detonación o se arriesgue un conflicto atómico se conocen en la jerga militar de EE.UU. como «flecha rota».
Uno de los casos más intrigantes -o perturbadores, según el punto de vista- de una flecha rota se dio cerca de la localidad de Savannah Georgia, Estados Unidos, en 1958.
Una aeronave militar B-47 de la fuerza aérea estadounidense con una bomba de hidrógeno a bordo regresaba de realizar ejercicios conjuntos con otros aviones de lanzamiento e interceptación de ataques nucleares.
Era la medianoche, con una luna llena, cuando ocurrió un error con graves consecuencias.
«Hubo una colisión a gran altura. El piloto del otro avión logró saltar en paracaídas pero el piloto bombardero le dijo a su tripulación que no abandonara la nave pues se planeaba un aterrizaje de emergencia inmediato en el aeropuerto de Savannah», relató a la BBC el teniente coronel retirado de la fuerza aérea de EE.UU., Derek Duke.
Pero el aterrizaje de emergencia no salió como estaba planeado. Esa noche, dio la casualidad que la pista del aeropuerto estaba bajo construcción.
«Hubo mucha tensión a bordo y en tierra. El piloto decidió que era mucho mejor deshacerse de un arma nuclear de 6.500 kg y ordenó al navegador a desechar la carga».
Así se hizo, frente a las costas de Georgia, sin que se registraran llamas o explosión alguna, dijo el teniente coronel Duke. «Cuando aterrizaron después, besaron la tierra, felices de estar con vida»… hasta que recordaron que lo que habían botado era un dispositivo nuclear.
Se organizó un operativo de búsqueda con barcos de guerra, aeronaves y buzos, pero la bomba había caído en la pantanosa marisma y no se volvió a saber de esta.
El gobierno de EE.UU. asegura que la bomba de hidrógeno no estaba equipada con su detonante de plutonio, pero Derek Duke no está tan confiado de eso.
El oficial retirado hace referencia a una carta fechada en abril de 1966 en el que el entonces asistente del secretario de Defensa, WJ Howard, describe la bomba como un «arma completa».
Los funcionarios del gobierno han dicho desde entonces que Howard se equivocó, aunque Duke se mantiene escéptico.
«El hombre que estaba allí esa noche, un experto en la tecnología nuclear, dijo que él nunca había recibido ni despachado una bomba en esa época que no tuviera el plutonio», reiteró.
En 2004, Duke estuvo encargado de una misión para dar con la bomba perdida pero él tampoco la pudo encontrar. El pesado y sofisticado instrumento de guerra simplemente había desaparecido.
Y no fue el único en esfumarse.
En algún sitio frente al puerto de Tampa, Florida, hay otra bomba atómica. Los restos de otra se encuentran en el fondo de un pantano en Carolina del Norte.
Después, en 1965, un avión cargado con una de estas bombas se cayó al mar al intentar aterrizar en un portaviones anclado cerca de Filipinas. También se informa de una que se extravió en Groenlandia.
Y esas son solo las de Estados Unidos. La entonces Unión Soviética tuvo su racha de pérdidas, muchas en submarinos hundidos aunque, típicamente, no lo anunciaban con frecuencia.
Pero las dos grandes potencias nucleares no fueron las únicas que estaban construyendo y poniendo a prueba armas atómicas en los 50 y 60.
Danubio Azul
Reino Unido vio con preocupación el desarrollo de la carrera nuclear y decidió armarse igualmente.
Reg Milne, un piloto durante la Segunda Guerra Mundial que luego trabajó para el Ministerio de Defensa, recibió la comisión de trabajar en la construcción de la primera bomba nuclear británica. Su nombre clasificado: Danubio Azul.
«Medía metro y medio de diámetro y siete y medio de largo. Tenía 32 detonadores hermosamente acoplados y equivalentes a 20.000 toneladas de TNT», describió Milne.
En un vuelo de rutina el arma iba a bordo de un avión que despegó del centro aeronáutico de Farnborough, cerca de Londres.
Tras diez minutos en el aire, la tripulación recibió la alerta que la bomba se había soltado y quedado atascada en el compartimento. El avión no podría aterrizar así.
«Decidieron volar sobre la desembocadura del río Támesis y abrir las compuertas. Lo hicieron y la bomba cayó», relató Milne a la BBC.
Fue el momento histórico en el que el Danubio Azul se encontró con el Támesis.
Pero no pasó a mayores porque, indica Reg Milne, la bomba no explotó porque no iba cargada. Era un simulacro sin componentes nucleares.
No fue el mismo caso con la verdadera bomba Danubio Azul que Reino Unido detonó en Maralinga, una remota región del sur de Australia, en 1956. Reg Milne también estuvo ahí.
«Estaba a unos 12 km de distancia. Teníamos que pararnos de espaldas a la explosión, pero se sintió como un horno de acero derretido. Aún con los ojos cerrados todos se veía blanco», recordó.
Bueno, se sabe que esa sí explotó. Pero, con tantas bombas sumergidas en el mar ¿qué tan factible es que un villano como los de las películas se apodere de una de ellas para ejecutar sus planes malvados?
Para encontrar una bomba atómica se puede usar un detector de radiación, aunque no es así de fácil. El problema es que el agua es un muy buen aislante de la radiactividad.
Aún con un potente detector, la radiación de una bomba en el fondo del mar se dispersaría o quedaría contenida y no se registraría nada.
Así el villano pudiera encontrar la bomba cargada con plutonio, detonarla es un proceso muy complicado, señala el experto en defensa, Eric Grove.
«Los detonantes tienen que actuar en una forma muy coordinada y, aún cuando los explosivos actúen, pueda que no se dé una reacción nuclear».
También está el problema de dirigir el arma nuclear al objetivo deseado. Esa es toda una tecnología diferente y muy compleja, como lo demuestran los fallidos o limitados lanzamientos de misiles de Corea del Norte.
Con esa información esta amenaza queda disipada, aunque no podemos sentirnos totalmente a salvo.
Maletín bomba
El famoso escritor británico de novelas de espionaje, Frederick Forsyth, detalló en su libro «El Cuarto Protocolo» una perturbadora posibilidad.
La trama se desenvuelve en los años 80, y encuentra a los espías soviéticos diseñando una estrategia para introducir en una base militar estadounidense en Reino Unido una bomba nuclear compacta en un maletín.
El plan se llamaba «Proyecto Aurora».
Sí, es ficción, pero Forsyth trabajó brevemente para los servicios de seguridad británicos. ¿De dónde habrá sacado el argumento de su novela?
«En los 80 me pregunté por qué estábamos gastando millones en desarrollar misiles intercontinentales capaces de cargar una bomba nuclear y si no sería más económico diseñar una bomba pequeña que se pudiera llevar en una valija e introducirla a Rusia», contó el autor a la BBC.
«Encontré a un ingeniero nuclear que me confirmó que era factible y a eso le mezclé el aspecto político».
Aunque fue una novela, el libro llamó la atención de algunos, en lo que podría ser un caso de la vida imitando el arte.
«Me informaron que la KGB había leído el libro y que el entonces líder soviético Yuri Andropov comisionó 60 copias y que se fabricaron (las bombas) en Rusia», indicó Forsyth.
Los rumores son que Rusia, entonces Unión Soviética, produjo unas 250 bombas portátiles y que 100 de ellas se extraviaron.
Los rusos aseguran que todas fueron destruidas pero Forsyth cita fuentes que dicen que fueron escondidas en Moldavia y que ahora están a disposición del presidente Vladimir Putin.
No hay confirmación completamente fidedigna de que esto sea un hecho. En estos asuntos es imposible estar 100% seguros.
No obstante, en los años 90, un comité militar del Congreso de EE.UU. decidió indagar el tema. Entre los testigos que llamaron a rendir testimonio estuvo Alexei Yablokov, un científico exmiembro del Consejo Nacional de Seguridad de Rusia y asesor del entonces presidente Boris Yeltsin.
Otro testigo fue el general Alexander Lebed, secretario del mismo Consejo de Seguridad. Ambos confirmaron la existencia de pequeños dispositivos nucleares portátiles y que las autoridades no daban cuenta de todos ellos.
Para añadir al misterio, Lebed murió en un accidente de helicóptero en circunstancias sospechosas.
Pero Nikolai Sokov, un exfuncionario del Ministerio de Exteriores de Rusia que ahora es profesor del Centro de Estudios de No Proliferación en California, tiene otra versión.
«Las valijas nucleares no son un mito, sí existían», le confirmó a la BBC, «pero eran pesadas y estaban metidas en grandes mochilas».
Dijo, sin embargo, que había muchas leyendas en torno a éstas. Fueron un poco más de 100 y ninguna andaba suelta por ahí.
«Cuando estuve en el gobierno lancé un proceso de verificación y todas las valijas nucleares fueron localizadas», afirmó.
Sokov expresó que la noticia de la localización de las valijas no se reportó ampliamente y por eso el mito continúa. No pudo confirmar que los artefactos se hubieran destruido, pero aseguró que los dispositivos nucleares necesitarían ser refaccionados para ser utilizados y no forman parte del arsenal nuclear activo.
Dado que Nikolai Sokov es considerado un alarmista cuando se trata de temas nucleares y el gobierno ruso, el que haya reafirmado en conversación con la BBC su opinión de que todas las valijas nucleares han sido desmanteladas o están destinadas a serlocobra peso.
¿Puedes ya respirar con más tranquilidad?
Fuente: BBC