“El arte rupestre es necesario si se quiere acceder al pensamiento y al modo de vida de nuestros antepasados”
De acuerdo con la especialista, el arte rupestre ha estado ligado a la inteligencia operativa o al propio desarrollo tecnológico de los seres humanos
“El arte rupestre es necesario si se quiere acceder al pensamiento y al modo de vida de nuestros antepasados”. La frase, dicha como una certeza, le pertenece a la investigadora María del Pilar Casado López, quien participó en la conferencia Caminando junto al arte rupestre: del primer arte de la humanidad a la gráfica rupestre en México, realizada como parte del ciclo La arqueología hoy, que coordina Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional.
En una sesión, transmitida en vivo el 24 de febrero a través de las plataformas digitales de la institución, la doctora en arqueología, con especialidad en prehistoria, por la Universidad de Zaragoza, en España, definió al arte rupestre como “una serie de imágenes en pintura, en grabado o en determinada técnica y con determinado significado”. Si bien, a su parecer, la pregunta más importante que se han planteado los especialistas es “¿a qué responde el arte rupestre?”.
“Pienso, no sólo yo, sino los neuroarqueólogos, que en ese largo tiempo de la evolución humana debió de haber alguna capacidad en la gente que estaba ahí y que necesitaba del tiempo –a veces un tiempo sosegado de la evolución, pero también un tiempo disruptivo en algunos momentos–, para alcanzar determinadas capacidades, como la capacidad de cognición, de simbolismo, de abstracción del lenguaje, de la memoria y de la creatividad.”
En ese proceso intervinieron factores culturales y naturales, como son el paisaje y la propia evolución humana, con lo que se consigue lo que la especialista señaló como “la plenitud de esto que llamamos el homo anatómicamente moderno”, porque en ese arte rupestre empezaron a manifestar la cosmovisión de los grupos que lo hicieron: “a veces es la expresión total y, en otras, es sólo un elemento. Como es el caso del arte rupestre de las sociedades más desarrolladas o hegemónicas”.
“El arte rupestre, por lo tanto, en este proceso ha estado ligado a la inteligencia operativa o al propio desarrollo tecnológico. El ser humano, por ejemplo, alcanzó un desarrollo de la industria lítica que le permitió hacer un cubil para hacer un grabado. El descubrimiento de los pigmentos, que afecta a la inteligencia y al propio desarrollo social, y aquí debió darse un apoyo social para realizar todo esto. Y me da igual si se trata de las cuevas de Altamira o de las de Baja California”, expuso María del Pilar Casado.
En la reflexión sobre la realización de las imágenes, la autora de libros como Retos y perspectivas en el estudio del arte rupestre en México, menciona que debieron existir estrategias específicas para construir andamiajes o para ver cómo se pintaban. “Creo que hubo un ‘alguien’ o un ‘algunos’ que decían dónde se pintaba, qué se pintaba y cuál era el fin de esas pinturas. Cuando hablo de pinturas me refiero a pinturas y grabados, y eso está muy ligado al conjunto del desarrollo simbólico, porque ahí se representa no sólo lo que la apreciación sensorial refleja. Vemos un venado, pero detrás de él puede haber una gran cantidad de cosas, como los mitos, los ancestros, los temores, los miedos, el devenir, el propio paisaje. Por lo tanto, conocer el arte rupestre es necesario si se quiere acceder al pensamiento y al modo de vida de nuestros antepasados.”
Una pasión que debe contagiarse
Consciente de que en una sesión resultaría prácticamente imposible hablar de todo lo que se sabe y se conoce sobre el arte rupestre, María del Pilar Casado ofreció un acercamiento hacia el conocimiento de esta manifestación, en especial a partir de uno de los escenarios más importantes en ese sentido: la cueva de Altamira.
De acuerdo con la investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH); a través de la cueva de Altamira se puede saber cuándo fue la primera vez que se habló de las primeras pinturas prehistóricas, no cuál es su antigüedad, sino cuándo la humanidad contemporánea reconoce que esas imágenes son antiguas.
En ese sentido, la cueva tiene varias vidas, una la geológica, otra la paleolítica, porque ahí hubo gente o grupos del paleolítico superior que vivieron, dejaron huellas, dejaron restos líticos o restos óseos, y otra hace 13 mil años cuando hubo un derrumbe, se cerró la cueva y no pasó nadie más.
“No hubo visita humana, hasta 1868, año en el que un lugareño, Modesto Cubillas, y Marcelino Sanz de Sautuola, el hombre interesado por la prehistoria, entraron a la cueva, hicieron algunas exploraciones y algunas pequeñas excavaciones, pero en 1879, en una de las visitas llevó a su hija María, quien después de alzar la vista dijo la famosa frase: ‘mira, papá, toros’.”
“Ahí es cuando empezamos a ver ese arte rupestre: de 1879 hasta el 2001 se visitó tanto, de una forma a veces abusiva, que la cueva lo resintió. La visitamos, me incluyo –es la pequeña culpa que cada uno tiene–, porque yo iba con mis alumnos de la Universidad de Zaragoza en Semana Santa o en verano a ver Altamira y entrábamos 20 o 25 personas no solo al salón de los bisontes, sino por las distintas galerías, lo que provocó tal grado de afectación que se tuvo que cerrar.”
Sin embargo, ese momento le sirvió a María del Pilar Casado para recordar un pasaje fundamental en el desarrollo de las investigaciones alrededor de las pinturas rupestres: Marcelino Sanz fue a varias reuniones científicas a exponer lo que había encontrado, no sólo los materiales arqueológicos o paleolíticos, aunque fue recibido con un gran desprecio, una gran desconfianza.
“Se le llegó a acusar de haber contratado a un pintor para pintar los bisontes, de un defraudador y esta es la escena que se puede ver en la película de Altamira: la comunidad científica francesa, progresista, creyente del evolucionismo dijo que no era antiguas. En esa España más rural y conservadora, parte de los académicos mencionaron que el hombre no tenía esas capacidades. Entonces el pobre de don Marcelino murió sin el reconocimiento.”
Ya a principios del siglo XX, uno de los personajes que más había hablado en contra de esas investigaciones, Émile Cartailhac, se retractó de sus dichos en un artículo “preciso y precioso”, donde se disculpa y acepta su equivocación. A partir de ahí, el mundo occidental contemporáneo se da cuenta de la existencia del arte rupestre, con la connotación temporal del Paleolítico.
Desde ese momento, se registra una gran cantidad de descubrimientos. “Toda la primera mitad del siglo XX está plagada de ellos: en 1940, unos chicos descubrieron la cueva de Lascaux, en el suroeste de Francia; en 1994, un año tan cercano se descubre Chauvet: es decir, las grandes cuevas se están descubriendo en esos momentos y, entonces, comienza el desarrollo de la investigación.”
Un esfuerzo que se ha incrementado en los últimos años, en palabras de la especialista, a quien le “faltaría mapa para poner todos los puntos donde hay arte rupestre”, lo cual significa que está en todo el mundo, a excepción de áreas que por razones medioambientales se encuentren cubiertas, pero “en todos los continentes tenemos arte rupestre”.
A mediados del siglo pasado se decía que el arte paleolítico más simple avanzaba hacia lo más complejo, pero hay cuevas que son mucho más antiguas, donde se encuentran imágenes más trabajadas. Asimismo, con el transcurrir de las investigaciones, se ha hecho a un lado otras ideas, como el que todas las pinturas rupestres debían estar en cuevas oscuras.
“En Siega Verde, Salamanca, por ejemplo, se encuentra un sitio con arte rupestre al aire libre, donde se observa un caballo en la ladera, en un río. Por lo tanto, no todas son en cuevas oscuras”, resaltó María del Pilar Casado.
Historias y ejemplos de un tema por el que siente un especial interés la investigadora, un amor y una pasión que le gustaría contagiar a todos, “porque en la medida en que lo conozcamos, que lo amemos más, lo vamos a conservar para las generaciones venideras”.
Fuente: El Colegio Nacional