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El caldero mitológico del Rey Arturo: ritos, nacionalismo y propaganda

La factoría de superproducciones de épicas medievales no descansa ni un instante: después de El Señor de los Anillos y Juego de Tronos, de su cadena de montaje llega la enésima puesta en escena de las proezas de los caballeros de la Mesa Redonda: El Rey Arturo y la leyenda de Excalibur.

A diferencia de las primeras realizaciones, creaciones genuinamente contemporáneas, la película de Guy Ritchie retoma una añeja mezcla de fantasías modelada a lo largo de un milenio, como el mito del Rey Pescador, las leyendas artúricas, el Santo Grial y la espada mágica.

El Rey Pescador, del cual el titular de Camelot sería un avatar, procede de las Tríadas Galesas, recopilaciones medievales de mitología celta. Dicho monarca sufre de impotencia; un mal que se contagia a todo su reino (los cultivos se marchitan, las vacas no dan leche…). Para restablecer la salud del rey y de la naturaleza, un joven héroe debe ir en busca de un objeto sanador.

En algunas versiones del mito dicho objeto es un caldero mágico; en otras, una lanza. Se lo ha relacionado con las sagas nórdicas, pero lo más probable es que tenga un origen lejano en los ritos de fertilidad de las sociedades neolíticas, muy dependientes de los ciclos naturales.

El caldero sería, para algunos estudiosos, el antecedente del Santo Grial mentado por primera vez en las novelas del francés Chretien de Troyes, en 1175, con la forma de un bandeja prodigiosa. Es Robert de Boron (ca. 1.200), en sintonía con el espíritu de las Cruzadas, quien lo asocia al cáliz que recogió la sangre de Cristo, el símbolo ultraterrenal de todo anhelo humano. En contra del origen celta, el historiador Joseph Goering postula una matriz cristiana de la trama, y esgrime como prueba los frescos aragoneses de laVirgen María sosteniendo cálices o cuencos.

Y en cuanto a Excalibur, ya explicamos, a propósito del anillo de Tolkien, el surgimiento en la Edad de Bronce de la ilusión en el don mágico de espadas, lanzas, hachas u otros instrumentos metálicos. Fetiches de poderío, estas armas condensan en sí las cualidades fabulosas atribuidas a los metales y a su poseedora, la clase emergente de los guerreros. Con aquella conecta la visión de la herrería como un saber arcano ligado a las energías telúricas; una idea bien capturada en la escena de la forja de la espada en otro largometraje de fantasía heroica, Conan el Bárbaro.

Esos elementos se entretejen con un dato histórico: la resistencia interpuesta a los sajones por los britanos, el pueblo celta que habitaba la Britania romana. La retirada de las legiones imperiales en el siglo V creó un vacío que aquellos intentaron colmar mientras repelían a los sajones. En la batalla de Mons Badon lograron retrasar su invasión, finalmente consumada en el siglo VI. En el siglo XII, un clérigo galés, Godofredo de Mounmouth, evocaría la contienda y adjudicaría la victoria a un guerrero ficticio, Arturo, armado de su espada Caliburn, aunque los historiadores barruntan que el vencedor fue un general celto-romano, Aurelius Ambrosius.

Mounmouth idealizó los hechos en su crónica de la guerra entre el capitán britano y Mordred, el usurpador apoyado por los sajones. Y recuperó del folklore al profeta Merlín, y lo fusionó al general romano, creando un nuevo personaje: Merlín Ambrosius, el mago asesor de Arturo.

Ese material narrativo no dejaría de servir a los fines más variados. De Troyes, Boron y Von Eschenbach lo utilizarían para exaltar el ethos de la nobleza feudal. Más tarde, Richard Wagner proyecta en él su mirada romántica, cristiana y fatalista en las óperas Parsifal, Lohengrin y Tristán e Isolda. En Un yanki de Connecticut en la corte del Rey Arturo (1889), Mark Twain se burla de la aristocracia sudista a través del prisma de un Medievo supersticioso, sucio y brutal; y en la Inglaterra victoriana, la literatura infantil lo recupera para fomentar la identidad nacional.

En el siglo XX, Hal Foster sienta a la Mesa Redonda un personaje de cómic, el príncipe Valiente, cuyas aventuras aluden a la amenaza nazi reflejada en los invasores sajones, vikingos y hunos, y a la dictadura de Mussolini en la figura de Valentiniano, el emperador romano que muere a manos de los suyos. Y por razones de espacio dejamos en el tintero las sugerentes variaciones sobre el tema de dos filmes de los años ‘80 y ‘90, Excalibur y El Rey Pescador respectivamente.

La película de Ritchie, cuya originalidad se limita a dar a Arturo un toque populista-insurreccional a tono con la indignación colectiva y a sustituir a Merlín por una hechicera en línea con el empoderamiento femenino de rigor en Hollywwod, es la última cuenta de un rosario de fantasías medievalistas. ¿Por qué son tan populares? Quizás por su ductilidad para atender distintas sensibilidades; quien reniegue de la civilización moderna se identificará con la vida pastoral y aldeana defendida por Tolkien contra el fascismo industrial de las fuerzas del mal; quien sienta una mezcla de horror y fascinación por la globalización, se sentirá cautivado por la violencia sexual, codicia, estrategia geopolítica y luchas de poderosos y oprimidos que animan Juego de Tronos.

Decía Levi Strauss que los mitos no mueren, se transforman, siendo sus componentes reciclados en nuevos mitos. Este principio rige también fuera de la mitología; la remix culture de la aldea global es la reciente manifestación de una dinámica cultural básica que desde la noche de los tiempos viene cogiendo tradiciones y creencias diversas, moliéndolas y ensamblando nuevas narraciones con sus retales, como prueba la incesante reelaboración del relato del Rey Arturo.

Fuente: SINC