Arqueólogos mexicanos desentierran un poblado teotihuacano en el corazón de Ciudad de México
El poblado fue identificado en los años 60 por el arqueólogo Francisco González Rul, pero las excavaciones recientes han sacado a la luz elementos arquitectónicos, tres sepulturas con ofrendas fúnebres y cientos de trozos de cerámica
Arqueólogos mexicanos ha descubierto, en el corazón de Ciudad de México, nuevos restos de un poblado teotihuacano sepultado durante siglos. Un equipo de investigación de la Dirección de Salvamento Arqueológico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) llevaron a cabo excavaciones en las cercanías del Eje 1 Norte y Ricardo Flores Magón, que revelaron vestigios significativos de una aldea de ocupación teotihuacana, la cual había sido mencionada previamente por el arqueólogo Francisco González Rul entre 1960 y 1964, durante la construcción de emblemáticos edificios de arquitectura moderna en el Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco.
Este poblado se desarrolló, según los hallazgos y la evidencia cerámica realizada por arqueólogos mexicanos, entre los años 450 y 650 d.C., en la segunda mitad del periodo clásico, en el que Teotihuacán y otras ciudades alcanzaron su máximo esplendor. Los arqueólogos señalan que tenía relaciones de intercambio y dependencia con poblados del lago Texcoco, un ecosistema lagunar que existió hasta mediados del siglo XX.
Aunque en permanente conflicto con Tenochtitlan, Tlatelolco se erigió como el último bastión de la heroica resistencia mexica contra los conquistadores españoles. El renombrado gran mercado de Tlatelolco se destacó por su meticulosa organización en variados sectores, donde abundaban los intercambios de diversos productos: desde cerámica, mantas y cestería, hasta alimentos y animales. Varias son las fuentes históricas que relatan que hacia 1337 un grupo inconforme decide trasladarse a un islote al norte de la recién fundada Tenochtitlan. El lugar escogido se conoce como Xaltelolco, “lugar del montículo redondo de arena”, donde fundarán la ciudad de Tlatelolco, “montículo redondo”.
El asentamiento antiguo se pudo identificar gracias al descubrimiento de diversos elementos constructivos: canales, pisos, estructuras apisonadas, alineamientos de piedra, huellas de postes y un pozo artesiano. Además, se encontraron tres entierros humanos acompañados por cajetes pulidos de base anular con características teotihuacanas.
Los líderes de esta investigación, los arqueólogos Juan Carlos Campos Varela y Mara Abigail Becerra Amezcua, respaldados por un equipo de especialistas técnicos, subrayaron la importancia de estos descubrimientos para consolidar y demostrar de manera concluyente la existencia de esta aldea de ocupación teotihuacana en el área de Tlatelolco. Este hallazgo brinda una ventana única hacia el pasado, conectando la historia antigua con el presente y enriqueciendo nuestro entendimiento de la rica y compleja herencia cultural de la Ciudad de México.
“Con estos nuevos hallazgos se ha consolidado y demostrado la existencia de una aldea de ocupación teotihuacana en el área de Tlatelolco”, explica el arqueólogo Juan Carlos Campos Varela y la arqueóloga Mara Abigail Becerra Amezcua, quienes dirigen la investigación, apoyados por una decena de técnicos especializados.
En su obra La cerámica en Tlatelolco (1988), el arqueólogo Francisco González Rul propuso que pudo existir un tlatel, poblado, desde épocas anteriores a la fundación de Tlatelolco sobre un islote natural que ocupó territorialmente gran parte de los barrios tlatelolcas en Iztatla y Tolquechiuca, distribuidos en el territorio que hoy ocupan las calles de Privada Marte, Marte y Héroes, al oriente; Estrella, al sur; Eje 1 Norte Guerrero, al poniente; cerrando al norte dentro de la Unidad Nonoalco-Tlatelolco.
Basado principalmente en el estudio de la cerámica teotihuacana hallada entonces, González Rul planteó que se trataba de una aldea de pescadores–recolectores que tenían como base de subsistencia el autoconsumo y el aprovechamiento de los recursos lacustres del lago de Texcoco, durante el periodo Clásico.
“La complejidad de las evidencias recuperadas en 2023 permiten considerar que la economía de esta aldea no debió ser solo de autosubsistencia y recolección, sino de producción mixta, con un aprovechamiento lacustre excedente, quizás basado en la caza junto con una producción artesanal de cerámica o lítica, posiblemente especializada, ya que se encontraron varios fragmentos de figurillas modeladas sólidas y articuladas, objetos de piedra verde, concha, ofrendas funerarias y variadas puntas de proyectil de obsidiana y pedernal”, explican los especialistas.
Aunque su ubicación puede ser considerada dentro de un entorno rural, se presume que esta aldea mantuvo estrechos vínculos de intercambio y dependencia con centros teotihuacanos de importancia en las cercanías, como los ubicados en Azcapotzalco y Tenayuca, situados en la ribera occidental del lago de Texcoco. De acuerdo con los investigadores Campos Varela y Becerra Amezcua, esta aldea teotihuacana, cuyos rastros se han encontrado en un área de aproximadamente 400 metros cuadrados, representa la fase más temprana de ocupación en este sitio.
Adicionalmente, durante estas excavaciones se han recuperado valiosos objetos que datan del ocaso del periodo azteca, específicamente entre los siglos XV y XVI. Entre estos tesoros, destaca el fragmentado cráneo de un hombre que pertenece a esta misma época. Dado que no se han encontrado otros restos óseos junto a él, los especialistas sostienen la hipótesis de que podría tratarse de un prisionero de guerra, víctima de un sacrificio ritual que culminó en su decapitación.
Sin embargo, la perspectiva de investigaciones posteriores plantea la emocionante posibilidad de arrojar más luz sobre este enigmático hallazgo y, en consecuencia, completar la narrativa de este poblado en el contexto del dominio mexica, añadiendo capas adicionales a su historia profunda y compleja. Además de los análisis realizados mediante sondeos y excavaciones extensivas, se ha logrado identificar la presencia de una ocupación mexica, así como cuatro estratos históricos adicionales: uno del siglo XVIII, otro del XIX y dos del siglo XX. Estos descubrimientos, en conjunto, pintan una urbe superpuesta a otra. Un cuadro de seis etapas culturales superpuestas.
Fuente: es.wired.com