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Una pareja entregada a su nido, la carta de salvación de los cóndores andinos

Una pareja de cóndores, generalmente, tiene un pichón cada dos o tres años

En un risco de Ecuador, una pareja de cóndores anida la esperanza de salvación para su especie. Su inusual ritmo de reproducción, una cría por año, asombra a los biólogos que espían a estos amantes silvestres hace siete años.

Viven en libertad, no tienen nombre y su lecho está en el peñón del Isco, en dominios del volcán Antisana (50 km al sureste de Quito).

“Esta pareja de cóndores es la más impresionante y la más exitosa que se conoce para la especie”, la Vultur gryphus, que habita desde el Caribe colombiano hasta Tierra del Fuego, además de Venezuela, dice a la AFP el biólogo Sebastián Kohn.

“Desde el 2013 que estamos estudiándola, ya ha tenido siete pichones”, añade el director de la Fundación Cóndor Andino, la cual es parte de un grupo encabezado por el Ministerio del Ambiente para la conservación del animal.

Una pareja de cóndores, generalmente, tiene un pichón cada dos o tres años.

Instalado en un mirador frente al Isco, en la reserva natural de Chakana, el investigador y su equipo vigilan a la pareja con binoculares y cámaras de fotografía.

Creen que detrás de su éxito reproductivo puede estar el acceso a comida (carroña de animales) y la sensación de seguridad que les ofrece la reserva natural.

Kohn cree que aun así Ecuador debería elevar, de peligro a peligro crítico, el nivel de riesgo del ave insignia de los Andes.

Con 3,5 metros de envergadura y hasta 15 kg de peso, el cóndor es una de las aves voladoras más grandes del mundo.

A nivel global, la especie figura como “casi amenazada” en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que registra una población decreciente de 6.700 individuos adultos.

A pesar de la expectativa por el ritmo de reproducción en el Isco, Kohn advierte que una pareja no va “a poder hacer” el milagro de la conservación de su especie.

Y entonces viene al contraste la imagen de Diego, una tortuga gigante del archipiélago ecuatoriano de Galápagos.

Estando en cautiverio salvó de la extinción a su variedad, Chelonoidis hoodensis, al alcanzar el 40% de las 1.800 crías con las que se repobló una isla de la que casi había desaparecido.

Diego es la antítesis de George, el último ejemplar de la Chelonoidis abigdoni que murió en 2012 tras negarse a aparearse en cautiverio.

Cerca del Isco está el peñón del Cóndor, también en Chakana, el principal dormidero en Ecuador en el cual se han contado una cuarentena de ejemplares de esta especie monógama.

En lo alto del risco que toma el nombre del ave, a unos 4.100 metros de altura y con fuertes y gélidos vientos, asoman varios individuos.

Dan un salto al vacío antes de desplegar su plumaje blanco y negro y sobrevolar su hábitat, que en otras partes va en retroceso por la agricultura, la ganadería y la minería.

Un censo de 2018 estableció que en Ecuador había 150 cóndores.

En los dos últimos años “hemos perdido entre 15 y 20 individuos, más que nada por eventos de envenenamientos (al consumir carroña contaminada destinada a depredadores de ganado), pero también por cacería”, anota Kohn.

En setiembre fue encontrado muerto Iguiñaro, un cóndor liberado en mayo en la reserva de Chakana, que se extiende por las faldas del nevado Antisana, después de curarle las heridas de munición de caza que tenía.

“Hace un siglo se avistaban hasta 100 cóndores. Hoy en día, si tienes suerte, ves diez”, se lamenta Kohn.

Fuente: AFP