Numerosos peces se frotan adrede contra los tiburones
Este peculiar comportamiento, todavía poco explorado, parece tener una función ecológica
Lacey Williams estaba siguiendo con un dron a un tiburón blanco en la bahía de Plettenberg, en Sudáfrica, cuando observó que un banco de palometones (Lichia amia) comenzaba a perseguir al gran escualo con la intención de restregar su cuerpo contra la cola de este, como si de una piedra pómez se tratara. «Nos quedamos boquiabiertos», confiesa esta estudiante de posgrado en biología marina de la Universidad de Miami.
Numerosos estudios anteriores habían confirmado que gran número de organismos marinos, incluidos los propios tiburones, se frotaban contra la arena y las rocas, presumiblemente para desembarazarse de molestos parásitos y bacterias. Pero a pesar de la existencia de relatos anecdóticos sobre la actividad que en este sentido mostraban otros peces con la áspera piel de los tiburones, nadie había emprendido un estudio formal acerca de este comportamiento.
Junto con su compañera Alexandra Anstett, otra estudiante de posgrado, William recopiló toda la documentación que pudieron descubrir: filmaciones desde drones, fotografías, videograbaciones de buceadores dando alimento a los peces y narraciones diversas. Contabilizaron 47 episodios en que 12 especies de peces óseos y una de tiburón usaban como rascador a ocho tipos de escualo (en este último caso, eran tiburones sedosos restregándose contra un gran tiburón ballena). Estos ejemplos abarcaban 13 lugares en tres mares, desde Massachusetts hasta México y las Galápagos. Los resultados, publicados en Ecology, muestran que el comportamiento está más extendido de lo que se pensaba. «Si es común en tantas especies, debe de tener alguna función ecológica», cree Williams.
La duración de los frotamientos va desde unos fugaces ocho segundos hasta más de cinco minutos. A veces se trata de un pez solitario, mientras que en otras participa un banco entero con un centenar de individuos o más. A muchos escualos no parece importarles servir como rascador viviente, aunque algunos tiburones blancos se agitaban y contorsionaban o se sumergían en espiral, supuestamente con la intención de zafarse de los molestos visitantes. Por sorprendente que pueda parecer, las investigadoras no presenciaron ningún ataque a los peces.
Jonathan Balcombe, etólogo independiente y autor del libro What a fish knows [«Lo que sabe un pez»], afirma que el comportamiento «está en consonancia con la percepción, la inteligencia y el oportunismo de los peces, unas facultades cognitivas y emocionales que un creciente volumen de datos está demostrando». Tal vez simplemente disfruten de la sensación que provoca el roce contra la piel rasposa del tiburón, añade Balcombe, ajeno al estudio. Existen «tanto datos científicos como no contrastados acerca de la función terapéutica antiestresante que el tacto desempeña en los peces y otros animales».
Las autoras reconocen que el estudio plantea más incógnitas que respuestas: una es si el tiburón obtiene algún provecho o sale perjudicado de todo esto y por qué los peces eligen a un escualo y no un objeto inerte y aparentemente mucho más seguro, como una piedra o la arena. Al fin y al cabo, «jamás se ha visto a ninguna presa restregarse contra un león», comenta Anstett.
Fuente: investigacionyciencia.es