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Los extraños experimentos que demostraron que sólo una especie de mamífero no puede nadar

Está claro que algunos mamíferos son nadadores muy competentes. Las ballenas, focas y nutrias evolucionaron hasta lograr moverse por el agua sin esfuerzo.

Muchos mamíferos terrestres también son capaces de nadar; los perros, por supuesto, pero también otros animales domésticos, como las ovejas o las vacas.

Incluso los gatos pueden nadar, aunque no lo disfruten mucho.

Otras especies, sin embargo, tienen la reputación de ser no-nadadoras. Por ejemplo, los camellos.

De hecho, un estudio en el que consultaron a varios veterinarios y ganaderos determinó que a los cuadrúpedos jorobados de hecho les gusta meterse al agua, sobre todo una especie conocida como Karai, los «camellos nadadores» de Guyarat, India.

En cuanto a los cerdos, hay una leyenda que dice que no pueden nadar sin cortarse la garganta con sus propias pezuñas.

Pero eso no es cierto, tal y como te podría confirmar gustosamente el Ministerio de Turismo de Bahamas.

Allí, en el Cayo Big Mayor, vive una colonia de cerdos nadadores que se ha convertido en una famosa atracción turística y que le otorgó el título a ese lugar de «Isla de los Cerdos».

Pero ¿pueden nadar con todo ese peso encima?

Hubo un tiempo en que los científicos creían que los elefantes, los animales más pesados sobre la Tierra, eran incapaces de nadar.

Pero resultó que son buenos nadadores y que pueden llegar a recorrer distancias de hasta 50 kilómetros. Incluso se ha dicho que su trompa evolucionó en forma de tubo de snorkel.

Por otra parte, el armadillo, lejos de quedar sobrecargado por su cáscara, logra equilibrar el peso tragando aire para inflar su estómago e intestinos mientras rema en el agua, así que tampoco es.

No está nada mal para empezar. Pero hay 5,416 especies de mamíferos en el mundo.

Y para confirmar si pueden nadar habría que sumergir a muchas de ellas dentro del agua, contra su voluntad.

A ver si flota…

«Esos experimentos se han hecho», dice Frank Fish, un experto en locomoción acuática en la Universidad de West Chester, en Pensilvania, EE.UU.

No se ha llegado a evaluar a todos y cada uno de los mamíferos, pero hubo un tiempo en que no era inusual examinar la capacidad de nado de un animal dejándolo caer, sin más, sobre el agua.

Un trabajo de investigación de 1973 firmado por Anne Dagg y Doug Windsor incluyó colocar 27 especies terrestres, desde musarañas hasta mofetas, en un tanque de agua de tres metros de largo.

Afortunadamente, todos ellos pudieron nadar. Incluso el murciélago, que se movió «con un complejo golpe con sus alas que se asemejaba a una brazada al estilo mariposa humano».

Pero para los investigadores no fue suficiente averiguar si los animales podían nadar o no.

El artículo de Dagg y Windsor hace referencia a una serie de «experimentos inhumanos en los cuales una variedad de especies nadó hasta quedar exhaustas o hasta morir», que se llevaron cabo a finales de los años 50 y en los 60.

Por suerte, es poco probable que este tipo de experimentos se ejecuten hoy día.

Pero lo cierto es que esos estudios parecen confirmar la idea de que todos los mamíferos pueden nadar de manera instintiva, especialmente si no están acostumbrados a la vida acuática, como los murciélagos.

Si flotas, nadas

¿Y por qué nadar es algo tan generalizado en los mamíferos?

Fish cree que se trata de un efecto secundario de su anatomía.

«Los mamíferos tienen pulmones de gran tamaño que les pueden aportar algo de flotabilidad», explica.

«El pelaje también es importante, pero lo es menos cuanto mayor es su tamaño».

Todo esto, junto a la grasa que acumulan bajo la piel, les permite flotar.

«Los mamíferos tienden a flotar. Y si puedes flotar, puedes nadar», dice Fish.

Entonces, ¿podemos asumir que todos los mamíferos pueden nadar?

Incluso la jirafa

Parece haber un consenso en la literatura científica sobre que dos grupos de mamíferos no nadan: las jirafas y los grandes simios.

Desde luego, las jirafas no tienen pinta de ser nadadoras naturales.

Con una anatomía tan extrema, parece razonable que sean incapaces de flotar en el agua.

Nadie se atrevió a construir un tanque de agua del tamaño de una jirafa, pero gracias a un par de inquisitivos paleontólogos tal vez no tengan que hacerlo.

El escritor científico y paleontólogo Darren Naish decidió poner a prueba la hipótesis de que las jirafas no pueden nadar.

«Soy un escéptico en lo que respecta a ese tipo de afirmaciones», escribió en su blog.

Para llevar a cabo un experimento que fuera ético y no implicara meter al animal en el agua, Naish se puso en contacto con Donald Henderson, del Royal Tyrrell Museum de Paleontología, en Canadá.

Henderson es especialista en crear modelos informáticos de animales tanto extintos como existentes. Y ya tenía preparado el de la jirafa.

«Descubrimos que la jirafa podría flotar y que su cabeza quedaría cerca de la superficie, pero que tendría que luchar un poco para mantener sus fosas nasales despejadas», dice Henderson, explicando que sus largas extremidades le dificultarían la tarea.

«No es imposible que pudiera nadar, pero le resultaría agotador».

La excepción que confirma la regla

En cuanto a los simios, se pusieron a prueba sus habilidades nadadoras de una forma mucho menos humana.

El etólogo Robert Yerkes relató la de cómo William Hornaday, fundador del zoológico de Bronx (el más grande del mundo), en Nueva York, sumergió a un orangután domesticado en un arroyo.

«Lo puse en la superficie y lo dejé ir, muy en contra de su voluntad. ¿Nadó? Difícilmente. Se dio la vuelta al instante y su vieja cabeza cayó como si estuviese llena de plomo en lugar de cerebro».

Este cruel experimento es triste, pero no excepcional.

Yerkes describe cómo se han lanzado chimpancés al agua para ver si se ahogaban o si podían nadar.

«Sin excepción, se esforzaban enérgicamente y, rápidamente, se hundían», escribe.

Es evidente que hay algo que hace que los grandes simios no puedan nadar de manera coordinada.

«No se trata de flotar, sino de tener el patrón de natación adecuado», dice Renato Bender, un investigador de la Universidad del Instituto Witwatersrand para la Evolución Humana en Sudáfrica.

Bender sostiene que la mayoría de los mamíferos nadan instintivamente porque usan el mismo modo de andar que el que emplean sobre la tierra.

«Si eres un cuadrúpedo, usas un patrón de movimiento ya establecido y lo aplicas al agua», dice Fish. Por eso los cuadrúpedos que nadan lo hacen al «estilo perrito».

George Wilson, de la Universidad Nacional Australiana, descubrió que cuando los canguros rojos entran en una piscina, comienzan a nadar al estilo perrito.

Incluso en las criaturas mejor adaptadas, el patrón es más o menos el mismo.

«Un delfín, básicamente, galopa bajo el agua, pero sin piernas», dice Fish.

Pero los simios también son cuadrúpedos. ¿Por qué esta lógica no se aplica a ellos?

En 2013, Bender y su esposa Nicole —una investigadora médica de la Universidad de Bern, en Suiza— desafiaron la sabiduría popular al filmar a un chimpancé y a un orangután nadando en una piscina.

Fue la primera prueba documental de grandes simios nadando.

Aunque pueda parecer contradictorio, los investigadores creen que ese comportamiento explica por qué los simios carecen de la capacidad innata de nadar.

Aquellos simios no nacieron con esas habilidades; tuvieron que aprenderlas.

Pecho, la brazada evolutiva

Bender, quien fue profesor de natación, percibió una diferencia clave en la forma en que se movían: menos estilo perrito y más brazada de pecho.

Y cree que ese cambio de estilo no es accidental y que, además, indica una profunda historia evolutiva.

Los ancestros de los simios se adaptaron a la vida en los árboles, no sólo porque no ya tenían necesidad de adentrarse en el agua, sino porque sus sistemas neuromotores y su anatomía se modificó para ello.

Esos cambios tuvieron como resultado simios que no sólo perdieron el deseo sino también la habilidad de nadar al estilo perrito.

Por tanto, la capacidad de nadar no es sólo un efecto de la flotabilidad y del hecho de tener cuatro extremidades, sino que una cuestión de selección natural.

Pero ¿y los humanos?

Hipótesis del simio acuático

Existe una idea generalizada de que los bebés poseen una capacidad innata para nadar. Pero, aunque aguantan la respiración cuando entran en el agua, eso no significa que puedan nadar.

Al igual que los simios, para hacerlo tenemos que aprender. Y somos capaces de hacerlo bastante bien.

Nuestra afinidad con el agua, en comparación con la de otros simios, es una de las cosas que fomentó lo que se conoce como la «hipótesis del simio acuático».

Esa idea sostiene que muchas de las características que nos definen (falta de pelaje, bipedalismo, grandes cerebros, etc) son resultado de un periodo de nuestra historia evolutiva en el cual tuvimos un estilo de vida semiacuático.

Es una teoría que no tiene apoyo científico, pero sí muchos seguidores.

Y Bender cree que su popularidad está echando por tierra investigaciones serias sobre el tema.

Estas cosas deben estudiarse en profundidad, señala.

«Hay muchas pruebas de chimpancés y orangutanes jugando en el agua durante horas. El agua es muy interesante; los animales inteligentes, como nosotros, la encuentran fascinante», asegura.

Fuente: bbc.com