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A la caza de la pitón birmana, la especie invasora que amenaza Florida

EN FLORIDA han intentado de todo para acabar con la plaga de serpientes pitón birmanas que amenaza con devorar las especies autóctonas de los Everglades, uno de los humedales más valiosos del mundo. Han adiestrado perros para olfatearlas, las han atraído con feromonas, les han implantado radiotransmisores para localizar sus escondrijos, han puesto trampas. Pero después de varios años de experimentos, el mejor método que han encontrado es el más rudimentario. “Con dos manos y unas pelotas de acero”, resume el cazador Greg Morris en la primera de dos jornadas de batida en las que acompañamos a su cuadrilla.

“La situación es crítica”, alerta el biólogo Mike Kirkland, director del programa de captura de pitones del Distrito de Gestión de Aguas del Sur de Florida. La pitón birmana, una de las cinco especies de serpiente más grandes, llegó desde el sureste asiático en los setenta como mascota y hoy se arrastra a sus anchas por los Everglades, un ecosistema subtropical similar al suyo de origen, deglutiendo todo bicho que encuentra a su paso. “En algunas áreas hemos registrado reducciones del 99% de animales con pelo”, detalla Kirkland, que estima que en los 3.800 kilómetros cuadrados de los Everglades hay “decenas o cientos de miles” de pitones.

Sin veneno, pero con un tamaño descomunal, se han convertido en el mayor depredador del lugar. Se comen hasta caimanes. No se ha registrado ningún ataque grave a humanos en Florida, pero incluso existe ese riesgo, afirma el biólogo. “Por desgracia, puede que sea cuestión de tiempo que haya un accidente. Son capaces de doblegar a un niño o un adulto menudo”. La más grande que han encontrado medía 5,7 metros. Pueden superar los 6 metros y más de 100 kilos de peso. Matan por constricción, asfixiando a la presa. Luego la engullen con un sistema digestivo formidable que los científicos llevan años estudiando por su capacidad para dilatarse y disolver cuerpos hasta que solo quedan restos de pelo. Además, son capaces de reptar y nadar decenas de kilómetros y se han internado en áreas urbanas. El 12 de enero, unos golfistas se encontraron con una pitón enrollada a un caimán junto al hoyo 10 de un club de golf de la ciudad de Naples, en la costa oeste de la península. El día anterior, un policía había capturado otra en medio de una autopista en el área metropolitana de Miami, en cuya bahía un tipo a bordo de un kayak se topó con una enroscada a un tubo. Los expertos no descartan que las pitones se lleguen a extender hacia otros Estados al norte de Florida. Pero eso aún es fauna-ficción. La guerra al invasor se libra en los Everglades y la encabezan los 25 valientes que se enrolaron hace un año en el programa de Kirkland y tras un cursillo se lanzaron a cazar monstruos en el pantano. Cobran el salario mínimo estatal (8,25 dólares por hora de búsqueda), 50 dólares por cada pitón de más de 1,20 metros y un extra de 25 por cada 30 centímetros más de largo. Si la serpiente estaba resguardando un nido con huevos, una recompensa de 200 dólares.

Greg Morris es uno de ellos y hace dupla con Dusty Crum, la figura más célebre del mundillo de los cazapitones. Crum se hace llamar The Wildman (El Salvaje). Lleva al cuello un colgante con un colmillo de jabalí y un par de dientes de caimán. Melenudo, con perilla y aspecto rudo, Crum es en realidad un hombre calmado que además de matar pitones tiene una tienda de orquídeas. Una suerte de combinación entre Cocodrilo Dundee y El gran Lebowski.

“Yo amo a los animales”, dice El Salvaje, que ha matado ya un ciento largo de estos enormes ofidios. “Nunca me había dedicado a cazar, pero capturar serpientes se me da bien, me divierte y, sobre todo, ayuda a nuestro ecosistema. Lo único que quiero es que se recupere nuestra vida salvaje autóctona, y para eso tenemos que acabar con las pitones, aunque sea un animal maravilloso que no tiene culpa de nada”. Su anhelo es protagonizar un programa de televisión sobre caza de pitones, y aparte ya ha empezado a explotar las serpientes haciendo productos de cuero con la piel. Tampoco descarta comercializar su carne. Un vecino camboyano le pide una de vez en cuando. “Creo que hace sopa”, comenta.

“La raíz del problema fue la negligencia humana”, explica Joe Wasilewski, un veterano biólogo de Florida especializado en combatir especies invasoras. Señala dos causas que define como una “tormenta perfecta”. Una, los numerosos irresponsables que se deshicieron de ellas soltándolas en zonas de campo al darse cuenta de que su exótica mascota había alcanzado unas dimensiones inasumibles. Otra, el demoledor huracán Andrew de 1992, que se llevó por delante un criadero de animales situado al borde del humedal, donde guardaban alrededor de 900 crías de pitón que “salieron volando directas hacia los Everglades”.

Wasilewski, que trabaja por su cuenta para distintos organismos y para la Universidad de Florida, también ha atrapado más de un centenar de pitones y hace un año trajo a dos cazadores de serpientes de una tribu de India para aprender de sus técnicas ancestrales. Masi Sadaiyan y Vladivel Gopal estuvieron dos meses en casa de Wasilewski. “Los llevamos a conocer el Walmart y a comer perritos calientes”, cuenta el biólogo, que se comunicaba con ambos gracias a dos traductores de lengua irula a inglés que viajaron con los maestros cazadores desde India. “Les gustaron los perritos, pero no tanto como buscar pitones”. El biólogo quiere que regresen cuanto antes para entrenar a fondo a las cuadrillas locales.

Los cazadores del programa de Kirkland han eliminado en un año más de 800 pitones. Nadie cree que sea posible exterminarlas. El reto actual es contener su población y esta estrategia ha sido la más exitosa. Los rastreadores tienen acceso a pistas de tierra que se adentran en zonas de los Everglades cerradas al público. Las recorren en coche al ralentí escrutando los bordes del camino en busca de pitones. Dusty Crum y sus colegas instalan sobre su vieja camioneta una escalera en horizontal con dos butacas. Es el puesto de observación para ir viendo a los lados. Pasan horas avanzando y mirando sin encontrar nada, pero no pierden la paciencia.

—¡Para el coche! —grita uno en la primera tarde de batida.

El Salvaje frena. Arriba viajan Enrique, un estudiante de teatro de 30 años; Joe Medina, de 35 y veterano de la guerra de Irak, y su fiel escudero Greg. Falsa alarma. Es un bebé caimán.

Las 10 horas de búsqueda de la primera jornada, en un área arbolada del pantano durante una noche cerrada sin apenas luz de luna, han sido estériles. La cuadrilla no ha atrapado ninguna pitón. Rebasada la medianoche, más cazadores circulan por la pista. El biólogo Patrick Campbell ha tenido suerte y ha cogido una de tres metros. El policía Erick Bramblet no ha encontrado nada. Cuenta que en una ocasión le dio un balazo en el cráneo a una y a partir de ahí aún tuvo que estar forcejeando con ella 20 minutos en el agua para que no escapase, hasta que murió. Era de noche. “Mi esposa nos alumbraba con la linterna”, precisa el agente con la pistola al cinto y excelente humor. Pese a venir a cazar serpientes en una ciénaga oscura habitada por toda clase de alimañas, luce pulcro y recién duchado, como para empezar una jornada de oficina.

El segundo día de batida, recorriendo otra zona, un bellísimo espadañal de horizontes infinitos, aparece una pitón con medio cuerpo oculto entre la vegetación del arcén y la cola sobre la pista. El Salvaje se baja aprisa de la camioneta y se le acerca sigiloso, con los pies descalzos. Le tira de la cola para sacarla a la vista y poder inmovilizarla por la cabeza. La pitón se revuelve como un rayo soltando una dentellada al aire. Dusty Crum da un veloz paso atrás y vuelve hacia ella en una cautelosa danza, hasta que se abalanza de súbito hacia la serpiente atrapándole la testa con una mano y con la otra el cuerpo, un puro músculo que se retuerce sin escapatoria.

—¡Wooooooo! —grita—. ¡Así cazamos pitones en los Everglades!

El Salvaje mete la serpiente en un saco, lo anuda y la arroja a la parte trasera de la camioneta. Más tarde la llevará a un lugar seguro, rezará “una breve oración por la serpiente”, sacará su rifle y la matará. “Es duro, pero alguien lo tiene que hacer”, dice. “Esta es mi misión y no pararé hasta acabar con la última pitón”.

Fuente: elpais.com