Cuatro nuevas especies del ‘Cara de niño’ buscan un nombre
Investigadores del Instituto de Biología de la UNAM subastarán los nombres de cuatro especímenes descubiertos del llamado “cara de niño” (Stenopelmatidae). El dinero recaudado será utilizado para investigar a fondo estos insectos
Los “cara de niño” no son fáciles de olvidar. Estos insectos de cuerpos rojizos tienen mandíbulas prominentes que los hacen notorios y algo aterradores. Lo que ha pasado casi inadvertido es la existencia de más especies de este insecto en México. Pero esa no es la noticia: quienes los han encontrado optaron por no usar los rasgos de los especímenes o los nombres de las localidades de origen para clasificarlos científicamente, como es usual en la ciencia biológica. En esta ocasión se ha decidido subastar su nomenclatura.
Alejandro Zaldívar Riverón es biólogo y trabaja desde hace 14 años en el Instituto de Biología (IB) de la UNAM, está especializado en sistemática y evolución de insectos. Estudia al grupo de avispas parasitoides de la familia Braconidae, perteneciente al orden Hymenoptera. Y desde hace unos años también trabaja con Orthoptera, el orden al que pertenecen los “cara de niño”, grupo en el cual se encuentran clasificados saltamontes, chapulines y grillos. En su brazo derecho tiene tatuada una especie de Hymenoptera y en el izquierdo a un “cara de niño”.
El investigador señala que es la primera vez que se subastan nombres de insectos en México y que lo hacen para financiar nuevos estudios. “Como investigadores tenemos que buscar recursos de donde nos sea posible. Sobre todo en ciencia básica estos recursos son limitados”. Situación a la que deben responder con creatividad.
Además de convertir la búsqueda de nombres en una fuente de recursos para hacer ciencia, esperan que hablar de esta peculiar subasta sirva para combatir la mala reputación que tienen los “cara de niño”, pues muchas personas los consideran peligrosos y los matan en cuanto los ven asomarse en sus patios y jardines. En el camino, esperan que al subastar los nombres se logre crear, en palabras de Zaldívar, “un trampolín para generar conciencia, sobre todo en quienes toman decisiones en el país, así como en las empresas, que son las que pueden influir bastante, y finalmente tener un efecto directo en la conservación de la biodiversidad”.
Lo que subastarán al mejor postor serán los nombres de cuatro especies de cara de niño identificadas por el grupo de investigación de Alejandro Zaldívar, compuesto tanto por miembros postdoctorales como por alumnos de licenciatura y posgrado del Instituto de Biología. Entre los especímenes se encuentra un insecto presente en Ciudad de México, otro que está distribuido en Tlaxcala y el Estado de México, uno endémico de Michoacán, cerca de Morelia, y otro más que habita en Querétaro.
Quienes ganen la subasta dejarán un legado peculiar y permanente, por eso entre las reglas de venta destaca el no usar nombres ofensivos para la sociedad o para los valores de la universidad. La puja se realizará a mediados de agosto en el Pabellón de la Biodiversidad de la UNAM con fecha por definir.
Los recursos llegarán a la universidad en forma de donativos, por eso son deducibles de impuestos. De reunirse suficiente dinero, se organizarán salidas de campo exclusivas para colectar estos organismos en nuevos sitios del centro de México. También harán estudios a nivel genómico para conocer la historia evolutiva de los insectos.
Zaldívar dirigió al grupo que llevó al descubrimiento de los nuevos “cara de niño”, y considera que no hay chilango, como lo es él, que no conozca o haya escuchado hablar de estos organismos al que las personas suelen temer. Zaldívar cree que se debe a su aspecto: es robusto, espinoso, de color rojizo con negro, de mandíbula grande. Todo lo cual, dice comprensivo, les hace tener mala fama.
Pese a sus grandes mandíbulas que saben propinar buenas mordidas —que si no se lavan pueden causar infección, como otras heridas— en realidad son inofensivos. Sus colores rojizos le dan a su piel una apariencia brillosa de alerta, pero nada de veneno ni agujón. Eso sí, el investigador dice que son muy comelones, se alimentan de raíces e insectos.
Zaldívar se interesó por los animales nativos de la Ciudad de México desde niño. Ahora, como entomólogo es testigo de la desaparición de insectos de la región. El declive no es solo en las ciudades; en todo el mundo medios de comunicación y científicos señalan con mayor frecuencia que hay un “apocalipsis de insectos”.
Esto es en parte porque muchas especies son muy susceptibles a los cambios de humedad y temperatura del cambio climático. Por otra parte, se ha visto que para algunas especies el calentamiento global supone convertirse en plagas forestales, agrícolas y de enfermedades de vectores, como los mosquitos, que ahora se distribuyen en nuevos sitios.
El archivo del mundo
Zaldívar explica que la taxonomía, campo en el que trabaja, es “la disciplina en biología que se encarga de descubrir, describir y clasificar la biodiversidad”. Como entomólogo, clasifica insectos. Esto se logra, detalla, investigando las relaciones evolutivas entre las especies, principalmente empleando información genética.
Los nombres científicos siguen un sistema de clasificación binomial. Uno genérico y otro específico. Los nombres de las especies deben ser latinizados, por ejemplo, “guayaba” es Psidium guajava, el de las vacas es Bos taurus y una especie de “cara de niño” en México es Stenopelmatus talpa.
Esta forma de nombrar permite una nomenclatura de uso común para quienes hacen ciencia en todo el mundo. Pero también sirve para que los países tengan inventarios de lo que habita su territorio. El biólogo cuenta que en casos como México —que está entre los cinco países con mayor biodiversidad en el mundo— el reconocimiento y descripción de nuevas especies es muy importante. Esto se debe no solo porque identificar especies es el primer paso de muchos estudios en biología, sino también porque para conservar la biodiversidad primero debemos conocerla.
El taxónomo puntualiza que hay casos en que se considera que algunos grupos pertenecen a una única especie y se toma la decisión de proteger una parte del territorio en el que esta habita. Pero, en ocasiones, descubren que no es una sino varias especies, y si no se ajustan las medidas a la nueva información, dejan sin protección a muchas de ellas.
Explica que hay dos formas principales de descubrir especies: ir al campo o visitar colecciones científicas. El investigador es curador de la Colección Nacional de Insectos del IB, uno de los repositorios más grandes de América Latina y cuenta con ejemplares de todos los estados de la República, e incluso de otros países. El biólogo dice que “la importancia de las colecciones científicas es que [ahí] se encuentran depositados organismos, que muchas veces que fueron recolectados hace décadas. Como taxónomos tenemos acceso a esas colecciones, entonces estudiando a los grupos de interés es que podemos encontrar diferencias morfológicas o genéticas”. Aclara que la información morfológica es importante, pero en muchas ocasiones no suficiente, y que actualmente la información a escala genómica es cada vez más relevante para el reconocimiento de especies.
Un asunto que para el caso de los insectos no es banal, pues se considera que se han nombrado alrededor de un millón y medio de especies de insectos, que hay cerca de 900 mil clases de especies vivas y que representan, según el especialista, entre 50 y 70 por ciento de organismos descritos en todo el mundo. No obstante, “se calcula que existen en realidad de 6 a 70 millones de especies de insectos, lo cual indica que la mayoría se encuentran sin ser reconocidas por la ciencia”.
Descubrir nuevos “niños de tierra”
A los “cara de niño” también se les conoce como “niños de tierra” por su habilidad para cavar túneles. Estos animales eran un hobbie que el investigador tenía, pero se interesó más en ellos desde hace cuatro años, cuando leyó la literatura taxonómica que había de estos y notó que en México se habían descrito especies de “cara de niño” hace más de 100 años.
El grupo del instituto se hizo de varios especímenes, algunos donados por las personas y otros encontrados durante salidas de campo en localidades del Valle de México, Michoacán, Puebla, Hidalgo y Veracruz. Las especies de Stenopelmatus, género al que pertenecen los cara de niño, son difíciles de ver porque son de hábitos nocturnos; pasan la mayor parte de su vida escondidos en túneles bajo tierra o debajo de troncos y rocas.
Con el interés asentado, arrancaron un proyecto financiado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA) de la UNAM. El proyecto les permitió hacer salidas a campo dedicadas a buscar “caras de niño” y estudiar su información genética. Publicaron los resultados en dos artículos en los que demostraron que la diversidad de la especie conocida en el centro de México era mucho mayor a la que se pensaban.
En el primer estudio evaluaron las diferentes especies de insectos en el centro y sureste de México. Usaron distintos enfoques basados en secuencias de ADN para ver los límites entre ellas. Por ejemplo, realizaron un análisis de reloj molecular para ver la historia biogeográfica de los insectos, una herramienta que sirve para estimar el tiempo transcurrido desde que dos organismos tuvieron un ancestro común.
Encontraron la existencia de 34 especies de Stenopelmatus —varias de las cuales no están descritas— y propusieron la existencia de cuatro grupos de especies dentro del género: faulkneri, talpa, Centroamérica y piceiventris.
En el otro artículo, publicado este año en la Revista Mexicana de Biodiversidad, caracterizaron el genoma mitocondrial de 14 ejemplares de Stenopelmatus talpa, y con esta información investigaron el número de especies presentes en las muestras analizadas. Como resultado, los investigadores reportaron nueve especímenes distintos dentro del grupo.
Con esa evidencia lograda, lo que seguía era una revisión morfológica de los animales para encontrar rasgos diferentes entre ellos. Ese trabajo lo realizó el maestrante, Miguel Suastes Jiménez. Entre los resultados más destacados encontró “que la morfología de las especies examinadas es muy conservada, por lo que que es difícil distinguir una de otra. Por esta razón se pensó por muchos años que todo cara de niño distribuido en el centro de México pertenecía a la especie Stenopelmatus talpa”, puntualizó.
No había rasgos a plena vista, pero los biólogos sabían que en Orthoptera se suele usar la información de genitales como una fuente de características confiable para describir especies. Entonces comenzaron a revisarlos, en particular a los machos adultos y ahí dieron con las diferencias que buscaban. Luego describieron las especies en un artículo que ya fue enviado a la Revista Mexicana de Biodiversidad que será publicado hasta que tengan los nuevos nombres.
Algunos insectos suelen causar emociones negativas en algunas personas, pero no es imposible cambiar esa percepción. Pensemos en las abejas. Su aguijón pone en alerta, pero si se conoce su importancia ecológica difícilmente les haremos daño. En general, puntualiza Zaldívar, las comunidades de insectos juegan un papel fundamental en todos los ecosistemas. Algunos son polarizadores, otros sirven de alimento a una gran cantidad de animales, “sin los insectos muchos vertebrados no existirían, también ayudan al control de otros insectos”. Muchos otros descomponen la materia orgánica, con lo cual ordenan el mundo natural.
Fuente: wired.com