El complejo lenguaje emocional de los gatos
Si eres uno de esos adictos a las redes sociales habrás comprobado el interés que despiertan los gatos y lo afectivos que parecen. No hay semana que un vídeo de esta especie se convierta en viral.
El aprecio hacia ellos se ha incrementado en los últimos tiempos, dado el aumento de personas que poseen un gato como mascota. Solo en España, hay más de 1.5 millones de individuos de esta especie según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente.
Pero en el pasado, prejuicios irracionales, como supersticiones absurdas e interpretaciones erróneas sobre su conducta han perjudicado su fama y deseo de conocimiento desde que comenzó nuestra convivencia con ellos hace 6 mil años aproximadamente.
Por ejemplo, las sociedades han considerado a los gatos como menos interesados en los humanos. La causa es que al tratarse de una especie que en condiciones normales vive solo, siempre se pensó que disfrutan poco de la compañía humana. Recientes investigaciones demuestran que, una vez más, estábamos equivocados.
A nuestros gatos les importamos y saben cuándo estamos contentos. Son sensibles, sienten celos, alegría, ansiedad y se preocupan por nosotros, aunque lo demuestran de otra manera. El problema reside en que a diferencia de los perros, fáciles de entrenar, con los gatos es más complejo. Esa es otra de las causas por la que las investigaciones sobre su mundo emocional son menores que las realizadas con otros animales.
Como mamíferos que son, los gatos tienen en su cerebro todo lo necesario para sentirlas. Todos los mecanismos, estructuras cerebrales y neurotransmisores requeridos para experimentar emociones similares a las nuestras. No serán idénticas pero eso no significa que no existan.
La prueba más evidente de que los gatos sienten emociones se evidencia en el contexto de la maternidad. El comportamiento de una gata hacia sus pequeños durante este periodo está cargado de evidencias de empatía, los cuales solo pueden estar motivados por sentimientos afectivos y de preocupación por su descendencia, respuestas imposibles sin la existencia de emociones.
En lo que se refiere a su interacción con los humanos, el periodo de socialización crítico de los gatitos sucede entre las semanas 2 y 7 aproximadamente. Si son estimulados socialmente, al final de esta fase ya son capaces de establecer lazos con humanos y reconocerlos. Es decir, te aceptan como su compañero. Una idea que no ha calado en la sociedad pero que derriba el mito de que viven con nosotros por interés, como demostraron Eileen Karsh y Dennis Turner en una serie de estudios en los años 80.
Cuanto más interaccionamos con ellos en las primeras semanas de vida, mayor será su deseo de relacionarse con humanos en el futuro, y más posibilidades de que nos acepten. Aunque con intervalos más grandes, dado nuestro lento desarrollo, esta lógica se puede aplicar a los bebés humanos también.
Cuando se crea este lazo están pendientes de nosotros. El investigador húngaro Ádám Miklós, descubrió que, al igual que los perros, los gatos entienden señales humanas, como dónde señalamos o qué miramos. Simplemente lo demuestran menos, tienen su propia manera de hacer las cosas y son más independientes. Pero esto no afecta en absoluto a su capacidad para sentir y querernos.
Las señales afectivas las expresan a través de otras conductas. Por ejemplo, frotarse contra tus piernas e incluso la cabeza si es que estás acostado en la cama o en tu sofá. También usan los lamidos y aún más curioso: los pestañeos. El tacto es muy importante pero el gran secreto está en sus hermosas colas. Un gato con la cola en alto es muy probable que a continuación frote o » acaricie » a su amigo humano.
Además, los gatos son muy sensibles a cualquier cambio de la casa, ya sea un nuevo elemento o un mueble que cambias de sitio. Estos felinos, como la mayoría de los mamíferos, necesitan conocer cómo se comportan los elementos que les rodean para sentirse bien. Algo nuevo siempre es inquietante si tenemos en cuenta el entorno impredecible de la era convulsa de la que provenimos todos los mamíferos.
También parecen sentir confusión o frustración que les puede llevar a perder el apetito.
Según los resultados extraídos de la investigación llevada a cabo por Moriah Galvan y Jennifer Vonk, los gatos también leen las caras de sus amigos humanos y extraen información observándonos. Los gatos detectaban las emociones pues se acercaban más sus amigos cuando se mostraban felices que cuando fingían estar enfadados. Es decir, reaccionaban solo si eran caras familiares. Probablemente hubieran respondido de manera más intensa en sus casas, teniendo en cuenta lo sensibles que son a los cambios de ambiente repentinos.
El etólogo Warren Eckstein cree que los gatos puede que no reaccionen de la manera que esperamos que se comporte alguien que siente amor o tristeza, pero es seguro que compartimos muchas emociones que nosotros mismos sentimos. Muchos problemas provienen de esta incapacidad de algunas personas para darse cuenta cuándo su gato está deprimido, alegre o con ansiedad, emociones que Eckstein cree que son las más comunes en gatos.
El etólogo John Bradshaw, cree que los malentendidos entre los gatos y los humanos suceden porque esperamos que se comporten como perros. La gente cree que se relaciona con un ser completamente domesticados. Asumen que le gusta compartir su espacio o » territorio «, que les manoseen o digan cosas con voz dulce. Y para algunos sí es placentero, pero a otros les estresa o frustra.
Esos gestos y detalles no tienen que gustarles necesariamente ni hacerles más felices. A algunos les encanta y a otros no. Los gatos están a medio camino de lo que consideramos una domesticación. Eso implica que hay más diversidad en cómo se comportan con los humanos, al contrario de lo que ocurre con los perros, que son más previsibles porque ya eran sociables y vivían en grupos antes de que lo hicieran con nosotros.
Así que los problemas no son ellos sino nosotros. El problema es nuestra ignorancia e incapacidad para entenderlos pues los gatos también pueden llegar a ser los mejores amigos del hombre.
Fuente: elmundo.es