China, acuciada por la sobreexplotación de sus caladeros de pesca, produce ya un 72% del pescado y el marisco en cautividad para alimentar a sus 1.357 millones de habitantes. De no ser por esto, tendríamos un problema, ya que en el país asiático se consume el 60% del producto de piscifactoría del planeta. Es un hecho, dependemos de los acuíferos para alimentar a un mundo que sigue llenándose de gente.
Esto explica que los científicos se preocupen cada vez más por este tipo de peces, cuya vida transcurre en un tanque. Por un lado, hay que producir alimento cada vez más rápido y en más cantidad, por otro lado, demasiada presión sobre las especies acaba pasándoles factura.
La mortalidad en las granjas de pescado oscila -dependiendo de la especie y según varios estudios- entre el 10 y el 30%. En Europa, algunas patologías que afectan a los peces, como la Enfermedad Amebiana de Gill o diversas afecciones al páncreas, se llevan tratando desde hace años con antibióticos o fármacos específicos. Sin embargo, otros problemas, como el estrés o la agresividad característica de los ejemplares en cautividad, siguen sin resolverse adecuadamente.
Ahora, un estudio realizado por investigadores de la universidad canadiense de British Columbia, publicado esta semana en PLOS, sugiere que un pequeño cambio podría mejorar drásticamente la calidad de vida de los peces de acuicultura.
“Comparado con el estándar de la industria, azul claro, los peces preferían y eran sustancialmente menos agresivos en tanques más oscuros”, dice Marina von Keyserlingk, coautora del trabajo, “por tanto, hemos hallado una modificación ambiental relativamente simple y con mucho potencial para mejorar el bienestar animal”.
Aunque en humanos la cromoterapia es considerada una pseudociencia en términos de potencial terapéutico, sí que se ha evidenciado que la luz y el color son capaces de modificar el comportamiento de los peces y afectar a su crecimiento.
Para este estudio, von Keyserlingk y sus compañeros tomaron 100 salmones y los dividieron en diez tanques de agua de distintos colores, cada uno con dos tonalidades diferentes. La selección iba del blanco, el más claro, al negro, el más oscuro y entre medias incluía el color azul piscina de referencia. Con esto, pretendían ver no sólo hacia qué color se dirigían los salmones sino también cómo se comportaban en cada área del tanque.
Los resultados arrojaron que estos cien salmones eran hasta cuatro veces menos agresivos en un tanque negro que en uno azul claro. A los autores también les impactó que disponer de una pequeña esquina oscura en el tanque, aunque éste fuera predominantemente claro, reducía los niveles de agresividad general.
En este experimento, los científicos introdujeron 14 kilos de pescado por metro cúbico de agua, frente a los 80 que suele haber en una piscifactoría comercial. “Una posibilidad es que el color del tanque podría tener un impacto aún mayor en los niveles de agresión en recintos más grandes y densamente poblados”, añade la investigadora.
La otra posibilidad, que no conviene descartar, es que, con tanto individuo dentro de un tanque comercial, un salmón ni siquiera fuera capaz de percibir el color de las paredes.
Fuente: elespanol.com