5 alternativas para un planeta sin plástico
Cada año se producen en el mundo unos 300 millones de toneladas de plástico, y se vierten a los océanos 8 millones de toneladas. La producción mundial de plástico se ha incrementado un 500% desde 1980, y estos materiales representan entre el 80 y el 90% de la polución oceánica. Pero la mayor parte se queda en tierra, y es en los países en desarrollo, con peores sistemas de saneamiento y reciclaje, donde el problema de la polución plástica cobra una especial trascendencia. De hecho, son los países en desarrollo y emergentes los principales responsables de la polución plástica: de los 20 países más contaminantes solo el vigésimo es una nación occidental desarrollada, Estados Unidos.
¿Es posible concebir un futuro sin plástico? Algunos auguran que el futuro agotamiento de los combustibles fósiles obligará a ello, por lo que será necesario desarrollar materiales sustitutivos. Pero incluso en este caso, el fin del plástico no supondría su desaparición de la Tierra, debido a la lentísima degradación de estos polímeros, por lo que sería necesario también abordar medidas de descontaminación. Este es el panorama de los esfuerzos hacia el objetivo de lograr un planeta sin plástico.
Vivir sin plástico
Algunas campañas mediáticas y blogs, como MyPlasticFreeLife.com o LifeWithoutPlastic.com, o libros como Living Without Plastic de Brigette Allen y Christine Wong (Artisan, 2020), ofrecen pistas y consejos para reducir al máximo el consumo de estos materiales y llevar un seguimiento de la huella personal de plástico. Los intentos de vivir sin plástico se basan mayoritariamente en elegir opciones de compra que se ciñen al uso de materiales tradicionales, como el cristal, el papel, el metal, la cerámica o la piedra y comprar alimentos a granel en lugar de envasados.
Pero no es sencillo; las resinas sintéticas están presentes, de un modo u otro, en la mayor parte de lo que compramos, consumimos y descartamos. La razón es que el petróleo permite obtener polímeros con una enorme versatilidad y propiedades muy diversas, y hacer el viaje inverso hacia los materiales de origen natural no parece una solución universal. Vigilar y reducir el uso de plásticos es la misión de organizaciones como Plastic Disclosure Project . Esta basa sus objetivos en su lema de las cuatro “R”: rehusar, reducir, reutilizar y reciclar..
¿Prohibir el plástico?
Más allá de las iniciativas personales o no gubernamentales, las autoridades de numerosos países han decidido tomar medidas legales para recortar el consumo de plásticos. En 1990, la isla de Nantucket se convirtió en el primer lugar de EE.UU. en prohibir las bolsas de un solo uso. Otras ciudades y condados se adhirieron después al veto. Bangladés fue el primer país en instaurar esta prohibición en 2002, y en agosto de 2014 California fue el primer estado de EEUU en aprobar una legislación similar. En China, la decisión de que los comercios cobraran a los consumidores por las bolsas desechables, introducida en 2008, consiguió reducir la cantidad de este tipo de plástico en un 50%; el país asiático ahora se encuentra en proceso de eliminarlas. Algunos países en desarrollo han ilegalizado las bolsas de plástico, aunque la ejecución de estas medidas a veces resulta problemática. Al menos 90 países ya han impuesto prohibiciones a los plásticos de un solo uso, y un total de 170 países se han comprometido a reducir significativamente el uso de plásticos para 2030.
La Unión Europea aún no ha implantado una prohibición general, pero en 2015 acordó imponer a los estados miembros la obligación de reducir en un 80% el uso de las bolsas más ligeras en el siguiente decenio –pasar de las más de 170 bolsas que utilizaba cada europeo al año a solo 40 en 2025– o bien gravar su uso desde 2018. Algunos países se adelantaron: Italia fue pionera en eliminar las bolsas no biodegradables en 2011, mientras que Francia prohibió las bolsas de un solo uso en 2016. Desde julio de 2021, la UE elimina ciertos plásticos de un solo uso, como cubiertos, platos, vasos, envases de comida, bastoncillos, pajitas de bebida o palos de globos.
Plásticos biodegradables y bioplásticos
El primer paso en el intento de reducir la huella de plástico del ser humano es producir polímeros biodegradables mediante el uso de aditivos. Sin embargo, esto no logra resolver el problema de su origen petroquímico, lo que sigue implicando el uso de una fuente no renovable. Por tanto, el siguiente paso es obtener materiales sustitutivos que no dependan del petróleo.
Se están logrando avances notables en la fabricación de bioplásticos a base de materiales como el almidón o la celulosa. Un ejemplo es el ácido poliláctico, un bioplástico parecido al poliestireno producido a partir del mismo compuesto que provoca las caries dentales. Pero es preciso señalar que no todos los bioplásticos son biodegradables. El polietileno, el plástico de las bolsas, tiene una versión biológica obtenida a partir de cultivos fermentados, pero al igual que el derivado del petróleo, no es biodegradable.
Entre los nuevos plásticos de base biológica y fácil degradación, los científicos trabajan en la producción de plásticos a partir de residuos vegetales comestibles, como el perejil, los tallos de espinacas y las cáscaras de arroz o cacao. La ventaja del método es que permite obtener una amplia gama de bioplásticos de celulosa, desde los más rígidos hasta los blandos y extensibles.
Pese a todo, numerosos expertos advierten de que los bioplásticos no son la panacea: la producción de materiales de un solo uso continúa exigiendo un consumo intensivo de recursos, agua y tierras, además de que la degradación de estos materiales no es tan sencilla ni inmediata como podría creerse, por lo que gran parte de él acaba en los vertederos o los océanos. Lo deseable, insisten, es cambiar nuestros hábitos y abandonar la práctica de utilizar materiales de usar y tirar.
Microbios y orugas que comen plástico
Incluso en una situación ideal, con los plásticos petroquímicos limitados a los usos en los que no existe otra opción y siempre en aplicaciones duraderas; con todos los usos desechables reducidos al mínimo y cubiertos por bioplásticos biodegradables; y con un reciclaje extensivo… Aun así quedarían millones de toneladas de basura plástica que eliminar. Preocupa especialmente cómo estos materiales van fragmentándose con el tiempo hasta producir microplásticos que contaminan prácticamente todos los hábitats terrestres.
¿Qué hacer con esta basura plástica? Casi todos los ojos están puestos en la biotecnología, el uso de microorganismos capaces de degradar plásticos. Existen bacterias, como los microbios del suelo del género Pseudomonas, e incluso hongos como los que crecen en la madera, que pueden digerir plásticos de forma natural. El inconveniente es que la biodegradación de plásticos por este medio suele requerir condiciones especiales, como temperaturas altas o luz ultravioleta.
En los últimos años se han descubierto nuevos microbios degradadores de plástico: en una planta de reciclaje de botellas, científicos japoneses hallaron una bacteria a la que llamaron Ideonella sakaiensis y que consume PET, el material más común en estos recipientes. En el Mediterráneo, investigadores griegos han hallado microbios naturales que consumen polietileno y poliestireno en las aguas marinas con eficacia similar a otros modificados genéticamente. En otros lugares se han encontrado también distintos microorganismos devoradores de plásticos, y la ingeniería genética avanza para potenciar estas capacidades naturales de los microbios.
No solo los microorganismos pueden ayudarnos en la tarea de destruir la basura plástica. En 2014 investigadores chinos observaron que la oruga de un tipo particular de polilla suele alimentarse de envases de comida. Al examinar su tubo digestivo, hallaron allí dos clases de bacterias que degradan el polietileno sin necesidad de otros tratamientos. Otros científicos han descrito capacidades semejantes en otras orugas. Sin embargo, algunos expertos cuestionan que el uso de organismos ofrezca una solución práctica y en un plazo razonable a la contaminación plástica.
Reciclaje químico
En los países desarrollados, los esfuerzos se centran en aumentar las tasas de reciclaje de los plásticos. Sin embargo, los expertos advierten que el reciclaje no es necesariamente una solución final: al contrario de lo que sucede con los envases de cristal, los de plástico no se emplean para fabricar otros similares, sino objetos muy diferentes que pueden acabar en los vertederos. Incluso los usos permanentes, como la construcción de carreteras con residuos plásticos, pueden también generar microplásticos contaminantes.
Una corriente en auge explota una alternativa interesante: dado que el plástico se produce a partir del petróleo, ¿por qué no convertirlo de vuelta en combustible? A diferencia del reciclaje mecánico que ya conocemos, consistente en separar los tipos de plástico, molerlos y fundirlos para crear nuevos productos, el llamado reciclaje químico se basa en romper las largas cadenas de los polímeros en unidades más pequeñas. Los dos métodos más utilizados son la gasificación, que produce un gas del que puede obtenerse diésel o queroseno, y la pirólisis, que genera una mezcla similar al petróleo crudo. Las investigaciones actuales se centran en optimizar los procesos para obtener el máximo de combustible minimizando el consumo de recursos, la energía necesaria y el coste. Sin embargo y aunque se trata de una opción interesante de cara a la economía circular, aún se discute cuál será el impacto de estas soluciones en términos de huella de carbono.
Fuente: bbvaopenmind.com