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Xoloitzcuintle, el perro mexicano asociado a la muerte

Ilse Valencia / Erik Hubbard / Nycol Herrera

El xoloitzcuintle es una raza surgida hace dos milenios en el occidente de México a la que se le asocia con tradiciones funerarias prehispánicas

En el México prehispánico los perros eran considerados compañeros de los difuntos en su camino de la vida hacia la muerte y, en el imaginario popular, el xoloitzcuintle es la raza a la que se le ha atribuido esta acción.

Raúl Valadez Azúa, investigador en el Laboratorio de Paleozoología del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM, ha estudiado esta raza desde hace 30 años, lo que le permite explicar su origen y asociación a diferentes tradiciones, entre ellas las relacionadas a la muerte. “Los hallazgos más antiguos son del siglo VII de nuestra era. Ahí los perros pelones, junto con otras razas, se asocian a contextos funerarios o como guardianes de espacios considerados sagrados”.

Pero más allá de representar un papel como acompañantes o guías de los humanos en su viaje al inframundo, también tenían un valor simbólico que Raúl Valadez plantea con base en sus investigaciones.

El xoloitzcuintle, un perro milenario

Maya y Lucio son los nombres de dos xoloitzcuintles que forman parte de la vida de Aarón Cadena, fotógrafo y amante de los xolos. “Para mí tienen un significado como parte del rescate de una de las razas nacionales. He tenido muchos perros, pero me enamora saber que ellos convivieron con nuestros antepasados y que aún los tenemos aquí”.

Maya, una hembra de nueve años, y Lucio, un macho de dos, son ejemplares de esta raza milenaria de la que el profesor Valadez tiene un vasto conocimiento por los estudios arqueozoológicos que ha realizado.

“Los perros pelones mexicanos son una raza genuinamente mexicana. A lo largo de los años hemos podido reconstruir toda su historia. Los datos más antiguos de huesos descubiertos datan de hace unos mil 500 años”.

Esto, sumado a las piezas de cerámica halladas, hacen pensar que la raza se originó hace dos milenios en alguna parte del occidente de México y que, hace mil 500 años, se dispersó. “Por un lado siguieron una ruta hacia el sur que los llevó a Sudamérica; todos los perros pelones de esa zona son de origen mexicano. La otra corriente fue hacia el centro ocupando Tula, Teotihuacán y, hace unos mil años, la zona maya”.

Como su nombre lo dice, estos mamíferos se caracterizan y diferencian de otras razas por su ausencia de pelo, lo que se debe a una mutación. Esto provoca que el crecimiento y desarrollo de la capa llamada ectodermo, en el estado embrionario, de la que derivan los dientes, tejido nervioso, piel, huesos y otras partes, no se desarrolle bien.

Para propósitos de las investigaciones del profesor Valadez y su equipo, el punto de partida para reconocer a estos canes, en el contexto arqueológico, es que en la etapa adulta carecen de premolares.

Los perros en la época prehispánica
El doctor en Ciencias Biológicas afirma que el perro aparece por doquier en la arqueología mexicana, desde en lo utilitario hasta en lo sagrado. En tiempos prehispánicos las distintas razas eran usadas con fines distintos: en la agricultura porque sus ciclos reproductivos se empalman con el ciclo agrícola y, en los rituales asociados a templos, como sacrificios.

“Se dice que en Tlaxcala, durante el siglo XVI, cuando faltaba lluvia, los sacerdotes movilizaban a las comunidades diciéndoles que se llevaran perros pelones hasta un templo llamado xoloteupan, donde eran sacrificados. Después se cocía la carne y se compartía entre la población en una especie de acto de comunión para pedir ayuda a los dioses”.

Los xoloitzcuintles también han aparecido como animales sacrificados en ceremonias masivas, junto con otros perros, para celebrar el inicio del año nuevo, a mediados de julio. Además, está el empleo en tradiciones funerarias. “Una cosa es acompañar a un difunto, lo que podía ocurrir por la propia condición del can como compañero del humano, y otra es ser símbolo de la muerte con el dios Mictlantecuhtli, señor del inframundo y dios patrono de este animal”.

Con base en estudios arqueozoológicos, análisis e interpretación del perro y su vinculación a la muerte, Raúl Valadez explica que, en los códices mesoamericanos, como el Borgia o el Vaticano 2, este mamífero, junto con Mictlantecuhtli, era un elemento valioso e indispensable en el ciclo de la vida y la muerte por sus hábitos carroñeros.

“Estos animales eran ligados al inframundo porque de alguna manera lo que comían en el mundo terrenal lo convertían en materias fecales, desechos orgánicos que se incorporaban a la tierra para pasar al inframundo y, posteriormente, se devolvían a la tierra como abono, que nutría las plantas y, por tanto, a la vida”, expone.

El perro era visto como un elemento que formaba parte de ese ciclo de la naturaleza, de cómo lo vivo pasaba a ser lo muerto. Él intervenía en el proceso de destrucción de la materia en putrefacción, favoreciendo su paso hacia el inframundo y de ahí se devolvía como materia orgánica para ser aprovechada por lo vivo. Esa participación sería lo que las personas consideraban valioso para asociarlo con la muerte y, sumado a la conexión perro-humano que se generaba entre estos, lo hacían ideal para formar parte de ritos funerarios, apunta el académico.

Pero si en general los canes eran considerados de dicha forma, ¿por qué el xoloitzcuintle es la raza que en el imaginario popular se relaciona con estas tradiciones prehispánicas? En el siglo XVI, cuando el territorio mesoamericano se convierte en Nueva España, los cronistas, exploradores y frailes, entre otros, describían el entorno del mundo indígena. Los perros pelones les interesaron porque eran los más llamativos y hacían comentarios sobre que eran animales sin pelo que no ladraban, propios de la tierra y usados como alimento.

Ya en el siglo XX empiezan a estudiar, sobre todo los historiadores, los textos coloniales, de los que recuperan las descripciones sobre los xoloitzcuintles, pues la presencia de perros sin pelo les atrae porque en ese tiempo eran un fenómeno único en el mundo canófilo.

“En los años 30 toma auge el movimiento nacionalista mexicano que encumbra a los perros pelones como un símbolo nacional. Toda esa fuerza por parte de artistas y pensadores, ligada a los intereses del gobierno de encausar a la sociedad bajo un espíritu patrio, hizo que estos canes alcanzaran la categoría de animales divinos, como el único tipo que existía y que la gente usaba de mil formas”.

Esto se mantuvo hasta que en el Laboratorio de Paleozoología del IIA tuvieron lugar los diferentes proyectos de investigación alrededor del tema de los perros, a finales de los 80. El descubrimiento de perros pelones en los contextos arqueológicos permitió que se fueran resolviendo incógnitas alrededor de esta raza, como que no era el único que existió en la época prehispánica y que dentro de las formas de uso que se les daban a todas las razas, estaba el xoloitzcuintle.

El xolo en la actualidad

Además del peculiar xoloitzcuintle sin pelo y con ausencia de premolares, existe otra variedad de esta raza que sí tiene pelo y dentición completa. Esto se debe a que al cruzar una pareja de perros pelones la mitad de la carga genética, que tiene que ver con el desarrollo del individuo, es normal, y la otra está incompleta, tiene la mutación.

“Hay la posibilidad de que 25 por ciento de los ejemplares de una camada nazcan con pelo, completamente normales, el otro 50 por ciento lo hagan como los conocemos, pelones, y el 25 restante nunca se alcanza a formar”. A eso se agrega que con el paso de las décadas surgieran diferentes tallas: miniatura, media y estándar.

Contar con el recuento de la historia sobre los xoloitzcuintles para conocer su origen y forma de vida se debe al trabajo que el profesor Valadez y su equipo han realizado. “En la actualidad la UNAM tiene la colección de perros pelones más importante del mundo. No puedo decir que sea la única porque puede haber en otros lugares, pero sin duda tenemos la más grande y eso ha sido a través del trabajo de todos los miembros que han estado en el laboratorio desde 1989”.

En aquellos años Alicia Blanco, del salvamento arqueológico del INAH, y Raúl Valadez propusieron crear una base de datos y una metodología para tener los medios que permitieran reconocer con detalle las características que aparecían en contexto arqueológico y así determinar: raza, edad, dimensiones y usos. A este proyecto se sumó, en 1999, otro miembro del IIA, el profesor Bernardo Rodríguez.

“La profundidad de los estudios es equivalente al estudio de los restos humanos y nos permite conocer a detalle cada ejemplar que aparece en la arqueología”. La colección de perros pelones cuenta con unos 30 ejemplares registrados oficialmente y esto se debe a que el referente principal para saber si los restos óseos corresponden a un xoloitzcuintle es la ausencia de piezas dentales, por lo que, si hay un esqueleto completo, pero sin cabeza, no se puede establecer si es un xolo.

“Sin embargo, el hecho de que en este momento tengamos una colección de esa magnitud y que desde el principio de los 90 dispongamos de las herramientas necesarias para reconocerlos, estudiarlos y darles la relevancia que se requiere ha sido un avance enorme si consideramos que, antes de esas fechas, no había nada al respecto”.

Los estudios sugieren que el origen de los perros pelones del Perú, también símbolo nacional, está en el occidente de México. “Todos los que existen en el mundo, incluso los de cresta chinos, son descendientes de los mexicanos que se formaron hace dos milenios”.

Xoloitzcuintles, más allá de asociarlos a la muerte

Además de llevar consigo un legado cultural e histórico importante para el país, el perro pelón mexicano ha sido un fiel compañero de vida para el humano. Así lo puede constatar Aarón: “Son perritos muy cercanos y apegados a sus dueños”.

Contrario a la creencia de que necesitan cuidados especiales y de que son caros, los xoloitzcuintles pueden vivir en espacios urbanos y no son difíciles de tratar. A ello se agrega algo de lo que pocas veces se habla: su acción terapéutica. Todas las razas tienen una temperatura corporal superior a la humana que normalmente no se percibe, pero en los xolos la piel está desnuda, por lo que puede sentirse su calor al tacto.

“Desde tiempos prehispánicos hay comentarios sobre el uso terapéutico de estos perros para aliviar los reumas, dolores musculares y para ayudar a los convalecientes a ir recuperando la salud”.

Raúl Valadez concluye remarcando la importancia de que las y los mexicanos recuperen el conocimiento sobre el acervo cultural y el conocimiento respecto a animales oriundos, como los perros pelones. Por su parte, Aarón, que durante toda su vida ha tenido diversos canes como compañía, asevera que el xoloitzcuintle es un ser “histórico vivo que te puede contar muchísimo de lo que fue México, es un superviviente”.

Fuente: unamglobal.unam.mx