Relatar el siglo XXI: lecciones de historia con Yuval Noah Harari
Karina Rubio Mendoza
Es maestra en Historia (Estudios Históricos Interdisciplinarios) por la Universidad de Guanajuato. Actualmente, colabora en el Comité de Redacción de la revista Panorama y participa en el proyecto de rescate del archivo histórico de la Universidad Autónoma de Baja California Sur.
El ser humano concibe el mundo a través de la narración de relatos. Las historias que fabrica no son fortuitas, no son verdades universales, ni mucho menos son panaceas para los problemas que hereda, enfrenta, provoca y delega para sus sucesores. La realidad en la que se sitúa no es, ni siquiera, estéril; todo lo contrario, es dinámica, es compleja; podría parecerse a todo menos a un reflejo claro, impasible. Para darle aunque sea un sentido mínimo y elemental que le permita sobrellevar el peso de su existencia, al ser humano le ha bastado con poner un poco de orden: un principio, un desarrollo y ¿un final?
Frente a lo anterior, el historiador israelí Yuval Noah Harari empieza su propia narración sobre narraciones, indicando que “el final de la historia se ha pospuesto” y que en plena vía hacia la mitad del siglo XXI, la capacidad para crear relatos no ha disminuido en lo absoluto, sino que es el terreno tan inseguro para crearlos lo que ha aumentado, porque a mayor aceleración del ritmo de vida, la multiplicación de horizontes posibles también ha sido exponencial y su aumento constante no ha hecho más que modificar, de modo aparentemente imperceptible, la visión del futuro; aquella expectativa del progreso civilizatorio que la narrativa de la modernidad nos inculcó y que hoy en día ya solo forma parte de los libros de historia. El final nunca se había visto tan difuso.
Parecería que en un presente tan desordenado, la alternativa más viable debería ser el encauce de todo esfuerzo institucional y colectivo en la resolución de los grandes problemas del presente, con proyección a un futuro nutrido de ideales utópicos cumplidos, pero ¿hay manera de hacerlo sin mirar hacia atrás?, ¿es preciso continuar en la misma vía sin cuestionar las implicaciones éticas que las decisiones en distintos ámbitos pueden llegar a tener durante esta época y más allá de ella? Al fin y al cabo, la razón de ser de toda historia tiene que ver con la formulación de un panorama que introduzca nuevas formas de entender y manejar el presente, pero también de realizar un intento de prognosis; una propuesta orientadora. En 21 lecciones para el siglo XXI, Yuval Noah Harari nos anticipa su visión desde la estructura de su ensayo: su propuesta para comprender el presente parte de conceptos clave de la historia social, es decir, desde aquellas palabras que, a lo largo del estudio en la disciplina histórica, nos han permitido delinear las fronteras entre cada esfera de acción humana y llevar nuestro análisis hacia nuevos esquemas de reflexión y, por lo tanto, hacia nuevas alternativas de movilización social.
Para ello, el autor divide su obra en cinco capítulos, cada uno nombrado en función de cinco grandes retos: “Desafío tecnológico”, “Desafío político”, “Desesperación y esperanza”, “Verdad” y, al final, “Resiliencia”. En cada sección nos adentramos en asuntos diversos y emblemáticos de los años hasta ahora transcurridos del presente siglo; temas polémicos que Harari, con su conocida actitud provocadora, introduce con conceptos si bien generalizados, no por ello menos convenientes en el marco de un análisis histórico-global como el que aquí emprende. De la mano de subtítulos como “Libertad”, “Igualdad”, “Civilización”, “Religión”, “Guerra” y “Posverdad”, cada fragmento del libro destaca por una intención bastante ambiciosa: enmarcar tales conceptos en el análisis de un contexto entrecruzado por distintos dilemas morales, políticos y sociales, en el que las preguntas e inquietudes del autor, observador acucioso, no están dirigidas hacia la resolución de conflictos concretos y locales, como sí lo están hacia la interpretación de un mundo al que es preciso interrogar desde una mirada deductiva y no al revés.
Con lo anterior Harari no desestima la importancia del análisis de lo local; no obstante, sugiere que este vaya acompañado de preguntas alrededor de la humanidad en sí misma y de su inserción en un panorama cada vez más condicionado por las relaciones de globalidad, así como del impacto ecológico, político, económico y tecnológico que la actual organización de las sociedades humanas impone en los contextos locales e incluso en el plano más íntimo de nuestra vida personal. Dado que en este espacio no es posible abundar en los numerosos episodios, anécdotas y posibilidades expuestas por el autor, vale la pena mencionar solo algunos casos ilustrativos, que acaso puedan ser los más sugerentes.
Como se aprecia desde el inicio de su ensayo, una de las inquietudes constantes de Harari —y con justa razón— es la ponderación de los límites y alcances de la Inteligencia Artificial en su aplicación para el mejoramiento de los servicios de salud, así como en su uso a través de dispositivos y máquinas puestas al servicio de resoluciones de problemas cotidianos del ser humano. En un ejercicio de prognosis, nos advierte de la posibilidad latente de una transformación (si no es que una revolución) de las condiciones laborales del futuro próximo, así como del riesgo de que la humanidad se concentre demasiado en el avance tecnológico sin atender el avance paralelo en las condiciones de vida de los sectores poblacionales más vulnerables, de quienes nos recuerda su condición histórica de marginalidad, presente incluso en los momentos de mayor auge de progreso científico a nivel mundial. La gran pregunta ética de la historia: ¿el desarrollo tecnológico (en verdad) nos ha hecho mejores humanos?
Este argumento da pauta a Harari para pensar lo que considera otra grave cuestión en el albor de un siglo XXI sin certezas: la (falta de) cooperación humana a escala global. En un planeta que actualmente alberga a ocho mil millones de personas, cada una adscrita a ideologías y religiones opuestas; inserta en economías desiguales y en confrontación permanente con la creciente ola migratoria, modelos educativos deficientes, en sistemas de gobierno en picada y poco preparados ante los próximos desafíos, ¿podremos llegar a nuevos y urgentes acuerdos civilizatorios?, ¿no será que para ello necesitamos crear, primeramente, nuevos relatos? La sugerencia está puesta sobre la mesa: “En la práctica, el poder de la cooperación humana depende de un equilibrio delicado entre verdad y ficción” (Harari, 2020, p. 264).
Harari, Yuval Noah (2020), 21 lecciones para el siglo XXI, México: Debate.
Fuente: elsoldemexico.com.mx