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¿Por qué no todos padecemos obesidad?

Laurence Mercier (Cibnor) y Ornella Malagrino (Médica Fidepaz)

La doctora Laurence Mercier es investigadora del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (Cibnor) y la licenciada Ornella Malagrino Maza es nutrióloga de Médica Fidepaz. Correos de contacto: lmercier04@cibnor.mx e infonutriologa@gmail.com, respectivamente.

La obesidad es una enfermedad que afecta, aproximadamente, al 15% de la población mundial adulta y se estima que más del 40% de la misma presenta sobrepeso. En México el problema es mayor: 35.7% de los adultos tienen exceso de peso y 36.7% padecen obesidad; además, estas cifras van en aumento. El entorno moderno ha contribuido a la triplicación de esta enfermedad en poco más de 45 años; sin embargo, los cambios que hemos realizado en nuestro estilo de vida no explican, por sí solos, las altas cifras de prevalencia de obesidad que se registran actualmente.

¿Por qué no todos padecemos obesidad?

La respuesta se encuentra en nuestros genes. Algunas personas están “protegidas” genéticamente contra esta enfermedad, mientras que otras son vulnerables a la misma. El desarrollo de la obesidad es el resultado de una interacción entre nuestros genes y factores ambientales/conductuales.

Los genes son segmentos de ácido desoxirribonucleico (ADN) que se encuentran en nuestros cromosomas y contienen información, tanto para la determinación de nuestros rasgos físicos como para el funcionamiento de nuestras células. Por ejemplo, los genes regulan nuestro apetito y el gasto energético de nuestro cuerpo, por lo que influyen en nuestro peso; en otras palabras, nuestros genes pueden predisponernos a la obesidad y el entorno es un cómplice.

Entre los factores que pueden desencadenar la aparición de obesidad se encuentran la ingesta excesiva de calorías, el sedentarismo, ciertas condiciones durante el desarrollo prenatal, algunos fármacos, el entorno socioeconómico y, posiblemente, nuevos factores como son la falta de sueño, el estrés, la presencia de disruptores hormonales en los productos alimentarios y cosméticos, así como la presencia de algunos microorganismos de nuestro tracto gastrointestinal.

Aproximadamente, el 95% de la población con obesidad tiene una forma poligénica, es decir, causada por la interacción de varios genes con los factores ambientales/conductuales mencionados anteriormente; solo una pequeña proporción (el 5% restante) tiene una forma monogénica; en este caso, una mutación en un solo gen o una anomalía cromosómica es suficiente para causar la enfermedad

Mutaciones en diez diferentes genes que participan en la vía de la leptina/melanocortina ya fueron identificadas. Estas dos hormonas controlan nuestro apetito y el gasto energético de nuestro cuerpo. La melanocortina está relacionada con la hiperfagia, que es el deseo de seguir comiendo, mientras que la leptina se encarga de regular la balanza energética, provocando saciedad. Las personas que tienen una mutación genética que altera esta vía no tienen sensación de saciedad; como resultado, es extremadamente difícil para ellas regular su consumo de alimentos.

El factor hereditario tiene un papel clave en el desarrollo de la obesidad y es importante mencionar que no somos todos iguales frente a esta enfermedad: algunas personas tienen una mayor predisposición genética que otras.

Estudios han mostrado que la heredabilidad del índice de masa corporal (IMC) [peso en kilogramos / talla en metros al cuadrado] varía entre un 40 y 70%. Otras investigaciones evidenciaron que tener padres obesos triplica el riesgo de ser obeso en la edad adulta. La genética ha sido muy útil para entender y tratar la obesidad. Los estudios genéticos realizados tanto en animales como en humanos durante los últimos 30 años han revolucionado nuestro conocimiento sobre esta enfermedad y abren posibles vías hacia una medicina personalizada y nuevos tratamientos preventivos.

Los hábitos que adquirimos desde la niñez pueden favorecer el desarrollo de la obesidad.

Los jóvenes adoptan patrones y estilos de vida a partir de lo que viven en el seno familiar y lo que perciben a su alrededor. Algunas formas de vida aprendidas en la infancia pueden desencadenar la ganancia de peso, por lo que es muy relevante como padres de familia siempre fomentar hábitos alimentarios y prácticas de vida saludables, ya que con ellos podemos contrarrestar el problema de obesidad.

Aunque el problema de obesidad es multifactorial, hay mucho que podemos hacer para prevenirla y controlarla; debemos recordar que es una enfermedad y que la mayoría de las veces la tenemos que tratar de forma interdisciplinaria; esto quiere decir que tenemos que hacer equipo entre médicos, nutriólogos, psicólogos y entrenadores físicos para ayudar a combatirla.

Los genes son un factor importante, pero tener buenos hábitos en nuestro estilo de vida son necesarios para disminuir el riesgo de obesidad; hay que inculcar prácticas saludables en los niños, pero también saber que nunca es tarde para empezar a cambiar y que toda modificación que favorezca adecuadas costumbres ayudará a prevenir mayores complicaciones.

A continuación, compartimos algunas recomendaciones que pueden útiles:

  • Aprenda a identificar qué alimentos son los más saludables para usted y su familia.
  • Planifique sus menús con tiempo, para poder prepararlos adecuadamente; recuerde incluir todos los grupos de alimentos.
  • Dé variedad a frutas y verduras; prefiera las de temporada.
  • Manténgase bien hidratado durante todo el día.
  • Realice al menos tres comidas diarias (desayuno, comida y cena); establezca sus horarios de comida y respételos.
  • Hay que disminuir la cantidad y frecuencia del consumo de alimentos altos en grasas, azúcares, harinas refinadas, sal y bebidas azucaradas. Se pueden dejar para consumirlos únicamente en reuniones especiales.
  • Evite comer frente a la televisión o las pantallas.
  • Aprenda a distinguir entre las sensaciones de ansiedad y hambre.
  • A la hora de la comida, no ponga en la mesa los utensilios (cazuelas, ollas, etcétera) en los que prepara los alimentos o, bien, retírelos inmediatamente después de servir.
  • Si se siente lleno, deje comida en el plato; no consuma “lo que sobra” por compromiso.
  • Levántese de la mesa en el momento en que se ha terminado de comer o retire los platos de alimentos sobrantes.
  • En momentos de ansiedad, cambie de actividad dentro o fuera de casa, como salir al patio a caminar un poco, escuchar música, realizar ejercicios de relajación.
  • Trate de estar tranquilo para evitar tensiones que crean primero ansiedad y conducen luego a comer de más.
  • Practique alguna actividad física con regularidad.
  • Para llevar un mejor control, realice al menos un monitoreo de su peso al mes y también la medida de su cintura.
  • Acuda con su médico una vez al año para que le haga una valoración general.
  • Convierta su hogar en un proyecto familiar de salud y bienestar en el cual pueden participar desde los más pequeños hasta los más grandes.

Bibliografía consultada

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Fuente: elsoldemexico.com.mx