Plantas que resisten: ciencia, salud y futuro desde México
Dr. Héctor Alejandro Cabrera-Fuentes
Profesor Investigador, Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.
Profesor Investigador, Tecnológico Nacional de México / Instituto Tecnológico de Oaxaca.
Profesor Investigador, Vice-Presidencia de Investigación y Desarrollo, Imam Abdulrahman bin Faisal University, Arabia Saudita.
México está sentado sobre un tesoro botánico que aún no hemos sabido transformar en salud pública, innovación tecnológica ni desarrollo económico. Me refiero a las plantas nativas que crecen en condiciones extremas: agaves, cactáceas, suculentas, arbustos con espinas y raíces profundas que han evolucionado durante millones de años bajo el calor, la sequía y la radiación solar intensa. Estas especies sobreviven gracias a una bioquímica tan sofisticada como subestimada, ellas tienen un conjunto de estrategias moleculares que las hace únicas en el mundo.
Estas plantas activan rutas metabólicas exclusivas para producir compuestos de defensa, muchos de ellos imposibles de sintetizar artificialmente en laboratorios, incluso con la tecnología más avanzada. Son moléculas con potencial antioxidante, antiinflamatorio, inmunorregulador y terapéutico, capaces de intervenir en procesos fisiopatológicos complejos que afectan la salud humana, como el estrés oxidativo, la inflamación crónica o la disfunción vascular. Lo extraordinario es que, a pesar de su importancia, estas propiedades permanecen mayormente inexploradas científicamente en México.
En este contexto, investigaciones recientes sobre el género Agave —una planta emblemática de México— han identificado flavonoides, fitoesteroles, saponinas y otros compuestos bioactivos con potencial para tratar enfermedades inflamatorias, autoinmunes y crónico-degenerativas, incluso a partir de residuos agroindustriales del tequila y el mezcal. Este hallazgo refuerza el valor estratégico de nuestras especies resilientes. Los mexicanos aún no hemos transformado nuestra riqueza botánica en una estrategia nacional de innovación científica y terapéutica, a pesar de compartir condiciones ambientales con regiones del mundo que ya lo han hecho con éxito.
La medicina del futuro podría, sin duda, brotar de nuestras propias raíces, de las plantas que han evolucionado para resistir en los ecosistemas más extremos de nuestro territorio. En México no tenemos un programa nacional coordinado, para estudiar sistemáticamente estas especies desde disciplinas fundamentales como la fitogenómica, la metabolómica, la biomedicina o la ingeniería farmacéutica. Tampoco se cuenta con un sistema articulado que integre laboratorios, centros clínicos, universidades, comunidades indígenas y empresas. Como resultado, seguimos dependiendo del conocimiento ajeno, ignorando el potencial científico, cultural y económico que crece silente en nuestro propio territorio.
Sin embargo, existen ejemplos que demuestran lo posible y lo deseable. El Jardín Etnobiológico de Oaxaca (JEBOax), impulsado por el maestro Francisco Toledo y consolidado por una visión científica y cultural, es un modelo ejemplar. En sus instalaciones se documentan saberes tradicionales, se conservan especies nativas, se educa a nuevas generaciones y se aplican tecnologías sostenibles que sirven como ejemplo vivo de integración entre biodiversidad, cultura y ciencia. El JEBOax no es solo un jardín; es un laboratorio vivo que conecta memoria, identidad y futuro.
Replicar este modelo a escala nacional fortalecería nuestra soberanía nacional. México necesita con urgencia una Red Nacional de Investigación en Plantas Nativas de Alta Resiliencia, impulsada por la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (SECIHTI) y articulada entre instituciones como la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), el Tecnológico Nacional de México, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) y aliados internacionales. Esta red debe trabajar con un enfoque traslacional que no solo permita descubrir nuevas moléculas bioactivas, sino también validarlas científicamente, transformarlas en productos útiles y proteger legal y éticamente los saberes de origen para evitar la biopiratería y asegurar que los beneficios regresen a las comunidades y regiones que las han conservado.
No se trata sólo de ciencia: se trata de soberanía. De generar salud con identidad propia. De innovar desde lo propio y ofrecer a las y los mexicanos soluciones terapéuticas, nutricionales y ambientales que nazcan de nuestras condiciones, y no solo de importaciones extranjeras.
Las plantas que resisten no sólo sobreviven; enseñan. Y en su bioquímica silenciosa puede estar la próxima respuesta a los desafíos más urgentes de México y del mundo.
Fuente: heraldodemexico.com.mx