Perder el juego de pelota significaría la desaparición de una de las tradiciones más antiguas de la humanidad: Manuel Aguilar-Moreno
Las canchas tenían varias funciones o significados, pero en especial se veía como un portal al inframundo, señaló el investigador
“Si el Ulama desaparece perderíamos la tradición de uno de los juegos de pelota más antiguos de la humanidad, con 3500 años de antigüedad”, aseguró Manuel Aguilar Moreno, director del Proyecto Ulama entre 2003 y 2018 en la California State University de Los Ángeles al dictar la conferencia “Ulama: continuidad y supervivencia del juego de pelota mesoamericano”, como parte del ciclo “La arqueología hoy” coordinada por Leonardo López Luján, integrante de El Colegio Nacional
El especialista añadió: “Se han encontrado alrededor de tres mil canchas arqueológicas solo en Mesoamérica; cuando empezamos el estudio del Ulama moderno, en 2003, se habían identificado mil 500 canchas arqueológicas: en un periodo de 20 años, esa cifra se ha duplicado, lo cual muestra el avance de la arqueología y descubrimiento de una actividad endémica de Mesoamérica”.
Del juego de pelota prehispánico, solo ha perdurado la forma de Ulama, que aún se practica en algunas comunidades de Sinaloa. Aunque existen diversos modelos de canchas la mayoría del periodo Clásico tienen una forma de I latina, mientras que en el Preclásico eran en forma de “palangana”, es decir, rectangulares y rodeadas de paredes. “Curiosamente, la cancha que utilizan los jugadores modernos se asemeja más esta última y no a la de I latina”, comentó Aguilar-Moreno.
“En gran medida esto se debe a que es una cancha fácil de montar y desmontar, pero resulta curioso que los jugadores de ahora, sin saberlo, están usando un modelo de cancha similar al que se utilizó en, los primeros años del juego. La mayoría de las canchas de este tipo se encuentran en México y en Guatemala, no hay muchas más en otros lugares”.
El modelo típico es el de la I latina mayúscula, con paredes en talud a los lados y un corredor que constituye la cancha propiamente dicha. Las canchas de la era Clásica generalmente no tienen anillos, aunque algunas contaban con marcadores, pequeñas estatuillas que se colocaban en la esquina como postes de gol, además de otra en la línea central. “En algunas canchas, los marcadores están sobre el talud, en otras hay solo cuatro, y en algunas no hay ninguno. Los anillos sirven como marcadores”, explicó el investigador.
“El marcador de pelota que está en Xochicalco, por ejemplo, tiene un agujero muy pequeño, lo que indica que existían pelotas de diferentes tamaños. Según el tamaño del juego, se jugaba con la cadera, con el antebrazo o incluso golpeando la pelota con pequeños mazos, como unos martillos especiales”, destalló Aguilar-Moreno.
El investigador añadió que las canchas tenían varios significados, pero principalmente se consideraban un portal al inframundo. En algunas canchas, los taludes tienen forma de cuña, creando una especie de hendidura que simboliza la entrada al inframundo desde el mundo de los vivos.
“La ubicación de los juegos de pelota en las ciudades también nos dicen mucho. Gran parte de las ciudades están en transición: las acrópolis están en lo alto, mientras que las plazas, accesibles para la gente, se encuentran en las partes bajas. Así entre la plaza, que representa el ámbito humano, y la acrópolis que simboliza las estructuras religiosas hacia el cielo, la cancha aparece en medio indicando que por ahí se puede acceder al otro espacio, el inframundo”.
Entre la variedad de canchas, hay algunas con taludes muy empinados; incluso, existen canchas con paredes completamente verticales, un diseño propio del Posclásica. “Aunque no es común encontrar canchas con paredes verticales, cuanto más empinado es el talud, más fácilmente la pelota regresa a la cancha”, explico el investigador. “Cuando la pelota sale del corredor y del talud, vuelve a la cancha en forma elevada, lo cual es fundamental para una de sus funciones: el juego de pelota es la plataforma para representar las batallas cósmicas entre los diferentes cuerpos celestes, las fuerzas de la naturaleza que se mueven por el universo”.
En algunas inscripciones halladas durante la investigación, se observa que en la antigüedad jugaban de tres contra tres, cinco contra cinco, e incluso de siete contra siete, dependiendo del tamaño de la cancha; sin embargo, también existían juegos de uno contra uno, especialmente en contextos, rituales religiosos donde se representaba temas específicos.
Los rituales religiosos
En el juego ordinario, los jugadores corrían de un lado a otro: “imaginen una cancha de fútbol, los jugadores empiezan en cada extremo y avanzan para a atacar al rival o defender la pelota. Para ganar un punto, la pelota debía cruzar una línea, o se perdía si el jugador que llevaba la pelota no cruzaba la mitad de la cancha, o analco”, señaló el investigador de la California State University de Los Ángeles.
“En las canchas antiguas, con pared y talud, la pelota siempre regresa al centro, haciendo el juego es mucho más intenso, ya que no se salía del campo. Creo que ese era el objetivo central del juego: la pelota representaba al sol y los jugadores eran agentes que impulsaban al sol en su movimiento por el cosmos. En este movimiento debía ser continuo, pues el día que el sol no se moviera, significaría el fin de la vida humana”.
Inicialmente, él era un juego ritual, no un deporte y pretendía simular la dinámica del universo. Esto es clave para entender lo que sucede después con el Ulama, cuya práctica muestra que el juego moderno es un derivado del juego antiguo, no algo reinventado o una réplica.
Según Manuel Aguilar-Moreno, al final el partido terminaba el equipo ganador recibía premios otorgados por los nobles y sacerdotes, mientras que los perdedores eran decapitados, un tipo de muerte típica del juego de pelota. En los juegos más modernos de la época prehispánica, donde había anillo, si la pelota lograba atravesarlo (algo extremadamente difícil, que podía no suceder en cientos de juegos), simbolizaba que la boca del jaguar que representante de la noche y a la tierra, se tragaba al sol, como decimos cuando ‘sol se mete’, aunque en realidad sabemos que seguirá su curso y volverá a aparecer al día siguiente.
“Los prehispánicos pensaban que el sol era devorado por la Tierra y que debía luchar en la noche contra todas las fuerzas del inframundo para salir victorioso al día siguiente, garantizando la continuidad de la vida. Los sacrificios eran esa acción recíproca del ser humano para poder devolver un poco de la energía que los dioses les habían dado a través de la sangre, alimentando a los dioses para fortalecerlos en su lucha diaria: esta dualidad es algo sumamente ligado al juego de pelota”, enfatizó el especialista.
Los hallazgos en el Templo Mayor
Antes de la conferencia de Manuel Aguilar-Moreno, Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional, relató la presencia del juego de pelota en Tenochtitlan. Leopoldo Batres fue el primero en excavar los edificios donde se hallaron canchas, aunque nunca reconoció existencia,
Sucedió en 1900, durante la construcción gran colector de aguas negras que atravesaba la pirámide principal de Tenochtitlan, a la altura del Templo de Huitzilopochtli y los edificios adyacentes. Batres se encargó de recuperar todas las ofrendas lo largo de la trinchera excavada y publicó esos hallazgos en un lujoso volumen que se publicó en 1902.
“Entre los descubrimientos, en particular uno de finales de noviembre de 1900, apareció una esfera tallada en basalto -hoy en la Sala Mexica del Templo Mayor. Batres, no pudo descifrar su significado, pero al observarla de cerca es claro que representa a una pelota, sólida, de hule, que está asentada sobre una base”.
La excavación del colector continuó y en diciembre de 1900 apareció una ofrenda suntuosa dedicada a una de las divinidades asociadas al juego de pelota, Xochipilli, con todos los objetos vinculados a él, como instrumentos musicales, ya que esta deidad no sólo era una deidad asociada al juego y a la apuesta, sino también a la música y a la danza”.
Fuente: El Colegio Nacional