Los planes de gobierno deben incluir el impulso a la electrificación
Jesús Antonio del Río Portilla
Sabemos que el cambio climático ha sido originado por el uso desmedido de los combustibles fósiles y que, en la actualidad, lo estamos padeciendo de diferentes formas toda la población humana y los otros seres vivos que nos acompañan en el planeta. Aunque el cambio es global, no quiere decir que en todas partes sus efectos sean iguales, ni que a todas las personas nos afecte equitativamente. Cada vez estamos más seguros de que los efectos son más intensos para las personas que menos tienen.
Hoy en día, la inmensa mayoría de la población humana usa directa o indirectamente combustibles fósiles durante su vida cotidiana; pero por supuesto que cada persona los usa de manera diferente y en algunos casos de manera racional y con mesura.
Consideremos algunos datos. Las emisiones en el año 2022 promedio de la población mexicana fue de 4 toneladas de CO2 por habitante, en cambio, una persona en Estados Unidos emitió en promedio 14.9, mientras que una persona en China emitió 8, en cambio, una persona en Colombia contribuyó con 1.9 toneladas [1].
Como vemos, nuestras emisiones varían grandemente en las diferentes partes del mundo y también localmente hay variaciones. Por ejemplo, no emite la misma cantidad de CO2 a la atmósfera una persona promedio que habite en San Pedro, Nuevo León, que una que viva en Cuernavaca, Morelos. También es importante mencionar que la emisión de gases de efecto invernadero no es proporcional a la cantidad de riqueza que las personas generan. Esta última afirmación va para quienes creían que al emitir menos CO2 la gente es menos productiva. Incluso restringiendo productividad en su carácter económico, no hay correlación entre la productividad y la emisión.
Para medir nuestra contribución en las emisiones de gases de efecto invernadero se han desarrollado diferentes algoritmos, como la huella de carbono [2] o la huella ecológica [3]. De hecho, ya hay calculadoras en la Internet que nos ayudan a verificar cuáles son las actividades que realizamos con mayor contribución al cambio climático [4] y [5]. Con ellas podemos analizar nuestras actividades con base en estos conceptos, que claramente nos ayuda a tener conciencia de lo que hacemos. La idea de estas calculadoras es ayudarnos a definir una serie de acciones que verdaderamente contribuyan a disminuir nuestros impactos negativos en el entorno ambiental tanto local como global. Pero surge la pregunta ¿podemos definir acciones individuales? Para responder a esta pregunta, quizá sea conveniente hacernos algunas otras preguntas que nos parecen más cercanos. Por ejemplo: ¿cuánto contribuye a las emisiones de gases de efecto invernadero mi forma de cocinar? ¿cuánto contribuye la forma en la que me traslado por la ciudad? ¿de qué manera contribuyen mis hábitos de consumo, de vestimenta, alimentación y esparcimiento?
Claramente estas preguntas se refieren a que analicemos las pequeñas actividades cotidianas, en síntesis, a que midamos lo que hacemos y que con ello calculemos nuestras contribuciones. Sin embargo, esto no es tan fácil y las calculadoras que mencioné anteriormente están diseñadas para otras latitudes que quizá correspondan más cercanamente al norte del país. Nos hace falta definir los aspectos importantes para nuestras regiones situadas en la zona intertropical. Esta tarea no es sencilla y requiere mayores esfuerzos por parte de la comunidad académica o de organizaciones civiles ocupadas por divulgar las ideas sobre las trayectorias hacia la sustentabilidad.
Por estas razones, considero muy importante impulsar los temas de educación ambiental en los niveles escolares elementales y medios para asegurar que la población, cuando sea adulta o tenga capacidad de decisión, pueda intuir los cambios que se requieren para disminuir las emisiones que hacemos por vivir en esta época.
Por ejemplo, en la primera mitad del siglo pasado el pasar de la estufa de petróleo a la de gas fue una mejora significativa para la salud y el entorno físico y ambiental [6]. Ahora el uso de la electricidad para cocinar puede no solo evitar los gases nocivos de la combustión en nuestros hogares, sino evitar la quema de gas en cada hogar, con la consecuente emisión de gases de efecto invernadero. También es importante considerar que es más fácil y menos costoso conducir electricidad por cables que transportar el gas en recipientes, camiones cisterna o pipas o por tuberías; además, mucho menos peligroso.
Con estos ejemplos y esta discusión, considero muy importante que las personas candidatas a ocupar puestos de autoridad o legislación incluyan en sus planes el impulso la electrificación de las diferentes actividades que realizamos cotidianamente. Quisiera ver en las campañas este punto, ya que con ello se indicaría que se está pensando a largo plazo y no solo con estrategias populistas.
Adicionalmente, este impulso puede ser también fomentado desde lo personal; sí, estoy convencido que, aunque nuestras emisiones no sean muy altas, podemos empezar por electrificar nuestras actividades (productivas, hogareñas, de esparcimiento, de educación, etc.) y con ello disminuir nuestras emisiones y contribuir a combatir el cambio climático.
El combate al cambio climático es una tarea gigantesca de dimensiones planetarias y por ello requiere el esfuerzo de toda la población.
[1] https://ourworldindata.org/grapher/co-emissions-per-capita
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Huella_de_carbono
[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Huella_ecol%C3%B3gica
[4] https://calculadora-ecologica.climatehero.org/
[5] https://www.greenpeace.org/mexico/blog/9386/huella-de-carbono/
[6] https://acmor.org/publicaciones/de-las-estufas-de-tractolina-a-las-de-inducci-n
Fuente: delrioantonio.blogspot.com