Leonardo López Luján, arqueólogo: ‘Los mexicanos somos el resultado de nuestra herencia indígena y española’
El destacado investigador mexicano ha participado en un acto con motivo del 700 aniversario de la fundación de Tenochtitlan
Ciudad de México es un inmenso rompecabezas vertical. Bajo su fisonomía desordenada, se esconde un subsuelo inestable, que provoca que sus edificios estén sumidos en un naufragio permanente. En realidad, esta urbe fascinante y caótica son tres ciudades al mismo tiempo: la antigua Tenochtitlan de los mexicas —conocidos tradicionalmente como aztecas—, la que después fue el epicentro de la Nueva España y la actual capital de la República de México. Todas ellas, de alguna manera, conviven en un mismo espacio de estratos superpuestos.
Sin embargo es la primera, la capital del imperio mexica, la que sigue escondiendo los mayores enigmas para la historia y la arqueología. Construida en una isla en mitad de un lago, Tenochtitlan fue una de las ciudades más complejas y avanzadas de la antigüedad. Un centro de poder, cultura, comercio, ciencia y religión que vertebró Mesoamérica, hasta su caída a manos de Hernán Cortés al frente de un minúsculo ejército de soldados españoles y de una coalición de pueblos indígenas.
En 2025 se cumplen 700 años de su fundación, y para hablar de ella, la Casa de América ha organizado un acto que ha contado con Leonardo López Luján, destacado arqueólogo e historiador mexicano, quien desde hace más de tres décadas dirige las excavaciones del Proyecto Templo Mayor, en el corazón sagrado de la antigua Tenochtitlan.
PREGUNTA: Aseguras que los arqueólogos no sois Indiana Jones, que no buscáis únicamente tesoros, sino principalmente respuestas sobre el pasado…
R: Existe ese cliché, ese lugar común, que nos reduce a esa imagen cinematográfica, y en realidad estamos muy lejos de ella. Lo que buscamos es efectivamente respuestas sobre el pasado, lo que no quita que nos emocionemos mucho cuando encontramos un objeto que estéticamente es espectacular. La ciencia no solo tiene una dimensión racional, sino también emotiva.
P: ¿Qué respuestas se esconden bajo el suelo de Ciudad de México? ¿Quedan aún muchas por descubrir?
R: Muchísimas. Lo que conocemos es realmente una fracción ínfima de la vida cotidiana de los mexicas. Ellos tuvieron dos siglos de desarrollo, desde 1325, que es la supuesta fecha de fundación, hasta 1521; y es muy poco lo que sabemos. Donde nosotros excavamos es en el centro neurálgico, en el corazón de la antigua Tenochtitlan, es decir, en su recinto sagrado, por lo que conocemos mucho sobre su vida religiosa, pero allí no encontramos muchas respuestas sobre la vida citadina de cualquier persona promedio. Para eso tendríamos que excavar en otras zonas, por ejemplo en las habitacionales, en los famosos calpulli, que eran una suerte de barrios en los que vivía la gente que pertenecía a un mismo gremio.
De eso, sabemos muy poco, y tendríamos que excavar las calles, los canales, el juego de pelota, el tiradero de basura, el embarcadero… Es decir, los diferentes órganos que explican una fisiología completa, por decirlo de una manera anatómica. La visión que tenemos ahora no solo es fragmentaria, sino que es muy parcial.
P: Uno de los principales obstáculos para acceder a estas respuestas son los restos arqueológicos españoles superpuestos sobre los vestigios indígenas…
R: Sin duda, y esa es la paradoja de nuestro trabajo. Para recuperar nuestra herencia indígena, obviamente no vamos a destruir la otra mitad que es nuestra herencia europea. Los grupos indigenistas nos piden que demolamos todas estas joyas arquitectónicas de nuestro patrimonio artístico histórico para conocer la antigua Tenochtitlan, pero por supuesto que no podemos hacer eso, así que estamos supeditados a pequeñas ventanas al pasado que son trincheras y túneles que no hacemos nosotros, sino ingenieros y arquitectos que están haciendo una obra, como una línea de metro, un tendido de fibra óptica, o la recimentación de un edificio. Nosotros vamos a la zaga de ellos, y documentamos y rescatamos no lo que queremos sino lo que podemos. Todos los arqueólogos que trabajamos en ciudades modernas estamos supeditados a estas obras públicas y privadas, y casi siempre no somos nosotros los que decidimos dónde excavar.
P: ¿Es Ciudad de México el testimonio viviente de la grandeza de Tenochtitlan?
R: Exactamente. Hay una continuidad de 1.000 años, tal vez más, en su vida urbana. En realidad, son tres ciudades superpuestas, y la actual tiene 8,5 millones de habitantes, aunque con el área conurbada somos 21 millones de chilangos. Es fácil imaginar la vitalidad de esta ciudad y el caos. Lo que hay en la superficie es una combinación realmente apasionante.
Y lo mismo puedo decir de la ciudad que está inmediatamente debajo, entre 1 y 5 metros de profundidad, que fue la urbe europea más importante de ultramar, es decir, una capital española en el continente americano. La Ciudad de México tuvo la primera imprenta de América, la segunda universidad de América, los primeros periódicos, las primeras revistas científicas, el primer ballet, la primera academia de cirugía…
Si sigo excavando, entre 5 y 12 metros, voy a encontrar México Tenochtitlan, que es la capital de la Triple Alianza, un territorio también gigantesco que iba del Pacífico al Atlántico. La capital de la Nueva España tenía 170.000 habitantes en su máximo esplendor, y México Tenochtitlan, 200.000, es decir, más o menos de las mismas dimensiones. En pocas palabras, eso significa que durante todos estos siglos ha sido una megalópolis con una influencia en un territorio gigantesco, en tres momentos de globalización.
P: En 2021, coincidiendo con el quinto centenario de la conquista, López Obrador solicitó al rey Felipe VI que pidiese perdón en nombre de España, y recientemente, la presidenta Sheinbaum ha insistido en lo mismo. ¿Consideras que algo así es realmente necesario?
R: En mi caso personal, tengo muy definido mi mapa genético, y como la mayoría de los mexicanos soy un ejemplo del mestizaje. El 46% de mi sangre es española, de la península ibérica. Mi familia es de Chihuahua, en el norte de México, en la frontera con Estados Unidos, y aproximadamente otro 44% de mi sangre es indígena, específicamente apache, del norte. Este mestizaje no solo es a nivel genético, sino también cultural. En México todos hablamos castellano, y nuestra cultura es un híbrido, que es lo que hace el ser del mexicano algo apasionante, algo riquísimo.
Por eso yo no veo que tenga mucho sentido este asunto, sobre todo cuando la conquista sucedió hace ya más de 500 años. Siempre ha habido una relación estrechísima con España y lo que queremos es que eso se incremente, porque ha sido una relación beneficiosa, gestada en un momento dramático como fue la conquista, pero que tiene su lado virtuoso.
P: ¿Puede un mexicano mirar con orgullo a esa herencia española de más de tres siglos?
R: Totalmente, porque nosotros somos el resultado de la confluencia de esas dos herencias, de esos dos flujos constantes y vigorosos que son la tradición indígena y la europea. Yo vivo en el sur de la Ciudad de México pero trabajo en el centro histórico, y nos enorgullece ese espacio que está repleto de toda esta tradición europea colonial, arte barroco, arte neoclásico, edificios excelsos, conventos, iglesias… Y son nuestros. Es nuestra herencia, nuestro ser, que sin duda es el ser español.
P: Una de las imágenes más repetidas del imperio mexica es la de los sacrificios humanos, con degollamientos y extracción de corazones. ¿Crees que los españoles exageraron el número de estos sacrificios para justificar la conquista?
R: Como arqueólogo, yo estoy contra las posiciones maniqueas en México de los indigenistas y de los hispanistas, que son extremas. Como científico, a la conclusión a la que he llegado es al punto medio. Por un lado, no puedo negar científicamente que los mexicas hicieran sacrificios humanos. Ahora, ¿cuántas víctimas hemos encontrado hasta la actualidad, después de 47 años de excavaciones ininterrumpidas? Aproximadamente 1.500, lo cual es un número reducido si lo comparamos con el número de víctimas que han sido excavadas por ejemplo en otros lugares del mundo donde también se practicaba el sacrificio humano, como por ejemplo el norte de Perú, el centro de Estados Unidos, Sudán, China, Tahití… En muchos lugares del mundo antiguo se ha documentado esta práctica ritual, y todos los pueblos mesoamericanos la compartían: olmecas, mayas, zapotecas o purépechas.
Cuando revisas las fuentes históricas, tanto españolas como indígenas, los números de víctimas en una sola ceremonia están inflados. Los arqueólogos estamos persuadidos de que todos esos números fueron exagerados, en el caso de los españoles para justificar la conquista y la expoliación de los pueblos indígenas; y por el lado de los mexicas, como propaganda política, porque sacrificaban a sus enemigos, y les interesaba alardear de estos muertos como parte de sus proezas militares.
El problema es que los mexicas era el imperio que dominaba cuando llegaron los españoles, y quedaron cristalizados en la historia como salvajes sacacorazones, cuando todos los demás pueblos también realizaban esta práctica.
P: Algo que tal vez no haga justicia a la realidad de una sociedad riquísima en lo cultural, artístico, comercial, científico…
R: La civilización mexica es de una riqueza proverbial, gigantesca, y es muy triste que estos enfoques reduzcan a los mexicas a una práctica específica. Es una civilización que se dedica a la astronomía, a las matemáticas, al arte… Y eso a nadie le interesa. Solo interesa cómo sacaban corazones.
La conclusión a la que llega uno es que nosotros no somos nadie para hablar de la violencia del pasado, sobre todo en estos momentos tan brutales. La violencia actual en mi país, en México, es atroz, con decenas de miles de desaparecidos. ¿Cómo desde el presente vamos a regañar al pasado cuando la violencia que hay en la actualidad rompe todos los récords? Y no solo en México, sino también en Palestina, Ucrania, Sudán, República Democrática del Congo… Como científico, no puedo negar que los mexicas eran sumamente violentos, y practicaban el sacrificio humano, pero tampoco eran esos brutales sacrificadores como los que han pasado a la historia.
Fuente: rtve.es