Los Investigadores escribenPolítica cyti

La víbora con patas

Martínez Dedicado a Darlene Sofía

María Guadalupe Garza

En una noche con luna en el desierto, mientras los coyotes aullaban y una lechuza cantaba desde una rama en lo alto de un mezquite, nació una víbora muy extraña, que no se parecía a ninguna otra que viviera en ningún desierto en el mundo.

Un grupo de víboras se había reunido para festejar el nuevo nacimiento y la nueva víbora fue llevada a su presencia. Se miraron todas entre sí y se dijeron:

—¿Qué clase de bicho es este?

—¿Bicho? —exclamó la madre—, pero sí es una víbora igual que todas nosotras.

—¿Igual que todas nosotras? Pero, ¿acaso no has visto que tiene patas? Las víboras no tenemos patas, nos arrastramos en el suelo con gran sigilo, por lo tanto, nos rehusamos a darle el nombre de víbora a ese… ese extraño ser de la naturaleza y nos oponemos a que viva entre nosotras. Por lo tanto, deberá irse inmediatamente.

La decisión estaba tomada y nadie podía reclamar. La pequeña viborita fue llevada por su madre hacia una nopalera, donde la dejó abandonada. Cuando se alejó, dejó un rastro húmedo debido a sus lágrimas. Pero estaba tranquila, porque las espinas de los nopales la protegerían de otros animales. Allí podría crecer hasta que pudiera defenderse y valerse por sí misma.

Y así, después de pasar el calor del verano, el frío del invierno y la humedad de la temporada de lluvias, la víbora con patas salió un día de la nopalera, siendo ya un animalito fuerte que quería recorrer el mundo y conocer otros animales.

Caminaba por el matorral cuando encontró a otro animal con orejas largas.

—¡Hola amigo! —dijo la víbora con patas—. Estoy recorriendo el mundo, dime, ¿quién eres?

—Casi me asustas, —dijo el otro animal— creí que me ibas a comer, pero veo que no, que eres amigo. Pues mira, soy una liebre.

—¡Qué interesante!, ¿sabes?, eres la primera liebre que conozco. Dime cómo vives o qué es lo que haces.

—Pues verás, yo me alimento de hierbas, soy muy veloz para escapar de otros animales, de los que tú también te debes cuidar, me persiguen para comerme. De día me escondo entre las plantas para protegerme del sol, pero por la tarde, cuando ya cayó el sol, y por la noche, salgo a buscar comida y a reunirme con otras liebres. Bueno, ahora ya me conoces…

—Y tú, ¿qué clase de animal eres?

—Ya te dije, soy una víbora.

—No me quieras engañar, tienes escamas como las víboras, sacas la lengua como las víboras, eres larga como las víboras, pero tienes patas y las víboras no tienen patas.

—Pues lo único que yo sé es que soy una víbora.

—Pues no te creo, y mejor me voy, porque eres una mentirosa.

La víbora con patas no le dio importancia a lo dicho por la liebre y continuó su camino. Caminando por un mezquital, se encontró con otro animal.

—Hola amigo, ¿cómo estás?

El otro animal dio un brinco por el susto y caminó alrededor de la víbora, pero a cierta distancia. Se le fue acercando poco a poco, con mucha cautela, la olfateó por todos lados y le preguntó:

—Oye tú, ¿qué clase de animal eres?

—Pues, ¿qué no me ves? Soy una víbora.

El otro animal dio dos pasos atrás, pero de nuevo se acercó olfateando al extraño.

—Dime, peludo amigo, ¿qué clase de animal eres?, ¿qué te gusta comer?

—Pues soy un coyote —le dijo mientras movía lentamente su larga cola de un lado a otro—. Me alimento de muchas clases de animales, de insectos y de frutos. No es por presumir, pero soy muy listo y en las noches me gusta aullar.

Y dime, —preguntó temblorosa la víbora con patas— ¿comes víboras?

—¡Claro!, yo como de todo, pero no temas, no te voy a comer, pues ya me comí unas deliciosas codornices y tengo la panza llena. Pero dime, nunca había visto a un animal como tú, ¿qué eres?

—Ya te lo dije, ¡soy una víbora!

El coyote rio revolcándose en la tierra. Se paró amenazador frente a la víbora con patas, mostrándole sus colmillos.

—Da gracias a que me gusta saber qué es lo que como, pero en cuanto me entere de la clase de animal que eres, en cuanto te vuelva a ver, te comeré.

El coyote se retiró riendo y diciendo —¡una víbora!, pero si las víboras no tienen patas, ¡ja,ja,ja!

La víbora con patas se puso triste, no entendía por qué los otros animales no le creían. Como estaba cansada de tanto caminar, se metió entre hierbas, magueyes y rocas para descansar, quedándose profundamente dormida.

Cuando despertó, se vio rodeada por muchos animales más pequeños que ella, pero muy parecidos también, pues eran largos y con muchas patas.

—Hola, amigos, —dijo la víbora con patas— ¿qué clase de animales son ustedes?

—Nosotros somos gusanos como tú, y somos tus fieles servidores. Tú eres nuestra reina, eres el gusano más grande que existe. ¡¡Viva nuestra reina!! —gritaron todos los gusanos.

—Esperen, esperen, yo no soy un gusano, ¡soy una víbora!

Todos los gusanos rieron y no le hicieron caso. De inmediato se dedicaron a atenderla para que se sintiera confortable. La víbora se sintió halagada y ya no dijo nada y se dedicó a ser su reina.

Apenas había pasado un día y la víbora con patas pidió que le dieran algo de comer. Sus súbditos le llevaron deliciosos platillos de hojas de plantas.

—Oigan, a mí no me gusta comer hojas.

—Pero, ¡los gusanos comemos hojas! —Le dijeron.

—Pero yo no, así que quisiera que me trajeran de comer… mmmh… un ratón.

—¡¿Un ratón?! —gritaron todos los gusanos— Los gusanos no comemos ratones, así que ¡tú no eres un gusano!

—Ya se los había dicho, soy una víbora.

—No nos quieras engañar, las víboras no tienen patas, así que mejor vete, ya no serás nuestra reina.

De nuevo, la víbora se encontraba sola, había sido rechazada otra vez y no le creían que era una víbora. Se alejó triste, dejando tras de sí un rastro de lágrimas.

Se alejó cuanto pudo y, después de caminar y caminar, se detuvo para descansar y para apreciar lo bonita que se veía la luna. Le llamó la atención un animal que revoloteaba; al verla, se le acercó.

—¿Eres acaso un gusano? —le preguntó.

—No —respondió con voz tenue.

—Y ¿qué clase de animal eres?

—No lo sé.

—Pero, ¿no eres un gusano?

—No, no lo soy.

—Bueno, pues mejor me voy, porque yo me alimento de insectos y de gusanos.

—Antes de que te vayas, dime, ¿quién eres tú?

—Soy un murciélago. Mira, te voy a dar un consejo, si quieres saber qué clase de animal eres, pregúntale al búho, es el animal más sabio del desierto.

—Gracias, amigo… ¿Dónde lo encuentro?

El murciélago no escuchó a la víbora con patas porque se alejó muy rápido para buscar su comida.

La víbora siguió admirando la brillantez de la luna y las miles de estrellas que iluminaban la noche. Cuando vio volando a otro animal que se le acercaba, era más grande que el murciélago y estaba lleno de plumas. Se acercó y se posó sobre la rama de un huizache.

—Hola, amigo, —le dijo la víbora— ¿quién eres tú?

—Soy un búho.

—¡Qué bueno que me encuentro contigo!, ¿tú podrías ayudarme a saber quién soy? Por ahí supe que eres un animal sabio, así que podrías decirme si soy o no una víbora.

El búho le respondió:

—Si tú crees que eres una víbora, si te sientes como una víbora, si comes lo que comen las víboras, es que eres una víbora.

—Pero los otros animales no creen que sea una víbora.

—Dime, ¿qué es más importante?, ¿lo que los demás piensen de ti, o lo que tú pienses de ti mismo?

—Pero es que dicen que las víboras ¡no tienen patas como yo!

—Porque no están acostumbrados a ver a alguien diferente. Les parece extraño y no están dispuestos a aceptarlo, pero no porque no lo acepten, tú no vas a aceptar lo que tú eres. Quizá diferente a los demás, pero no dejas de ser una víbora.

—Gracias por tus palabras, búho… Muchas gracias.

Dicho esto, el búho levantó el vuelo agitando sus alas sin hacer ruido.

La víbora se sentía mejor, sus preocupaciones habían pasado, se sentía en paz, se enrolló en su propio cuerpo y se dispuso a descansar.

Cuando despertó, regresó a la nopalera donde había crecido y de ahí fue a buscar a las otras víboras y reencontrarse con su madre. Al encontrarla, le dijo cuánto la extrañaba y se integró a la vida viboril. Comió lo mismo que las demás víboras y compartió sus aventuras. Ya no se sentía un animal raro. A pesar de tener patas, se comportaba con tal naturalidad, que fue aceptada por todas las víboras. Era una más de ellas, aunque fuera diferente.

*Texto seleccionado del libro:

La Serpiente Emplumada

Compilación de cuentos para niños

Editores:

Dr. Gustavo Alberto Arnaud Franco, Lic. Cinthya Castro Iglesias, Lic. Adriana Landa Blanco

Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste; S.C.

“Publicación de divulgación del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste, S.C.”

Fuente: oem.com.mx

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *