La prospección arqueológica ‘va más allá de la limitación de nuestra vista’: Luis Barba Pingarrón
El primer registro que se tiene del uso de un equipo que mide variaciones eléctricas en el terreno fue en 1938, en Virginia, Estados Unidos
Las exploraciones arqueológicas se han enriquecido no sólo con los avances históricos o, incluso, los arquitectónicos, sino también con los científicos, como se reflejó en la conferencia Prospección arqueológica o cómo usar la vista de rayos X en la arqueología, impartida de manera presencial por Luis Barba Pingarrón, del Laboratorio de Prospección Arqueológica del Instituto de Investigaciones Antropológicas-UNAM.
En la conferencia —que se realizó en el Aula Mayor de la institución y se transmitió en línea— que formó parte del ciclo La arqueología hoy, coordinado por Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional, se reflexionó en torno a una labor poco difundida, aunque fundamental dentro de los trabajos arqueológicos.
“Cuando tomé la rienda del proyecto Templo Mayor —explicó el colegiado—, el doctor Barba y yo nos asociamos para llevar a cabo una larguísima serie de estudios geofísicos y micro químicos en el corazón de la Ciudad de México, los cuales se han prolongado hasta nuestros los días. En sus inicios, nuestras actividades tuvieron dos escenarios distintos: el Templo Mayor y la Casa de las Águilas.
“Hace tres décadas, en 1992, realizamos nuestras primeras experiencias de geofísica aplicada a la arqueología, en el ángulo noreste del Templo Mayor, entre cuarta y su sexta fase constructiva, y gracias al uso del magnetómetro logramos decidir la compleja sucesión de pisos de Plaza que rodeaban a la pirámide principal de Tenochtitlán y detectamos la ofrenda 95, en la que se encontraba una máscara guerrerense de rasgos teotihuacanos”.
Durante su introducción, Leonardo López Luján se refirió a una serie de análisis químicos realizados a los pisos de estuco de la Casa de las Águilas, que tuvo como objetivo reconstruir algunas de las ceremonias más recurrentes que hubiesen tenido lugar en ese espacio ritual, a partir de un supuesto básico: que los pisos de estuco estaban químicamente limpios cuando fueron estrenados, en el siglo XV, y con el transcurso del tiempo se acumularon en su estructura porosa “los compuestos químicos producto de actividades rituales específicas”.
“Una misma actividad contamina los pisos con el mismo tipo de compuestos; por ejemplo, cenizas, aceites, grasas, resinas, almidones, azúcares o proteínas; establecido el plan de trabajo nos dimos a la tarea de trazar una retícula de 26 por 22 metros, la cual nos sirvió para recolectar muestras de piso de manera muy sistemática, para luego ubicar de manera espacial los valores químicos”.
Mediante el diseño de mapas coloreados, a decir del arqueólogo, se logró demostrar de manera muy clara que las concentraciones químicas no estaban regidas por el azar; por el contrario, los valores más elevados se registraron frente a los altares y entorno a braseros y esculturas de cerámica, además que se detectaron “desgastes en pisos por gran actividad ritual, debido al paso frecuente de los oficiantes, de los sacerdotes”.
Diálogo ciencia y arqueología
Pionero en el campo de estudios de los residuos químicos en pisos arqueológicos para inferir actividades humanas realizadas sobre las superficies ocupadas, aunque también en el estudio de residuos químicos en recipientes cerámicos para interpretar sus funciones más recientemente, Luis Barba Pingarrón dedicó su conferencia a hablar del uso de los Rayos X en las exploraciones arqueológicas.
Desde la perspectiva del especialista, la invención de los rayos X cambió la historia, se convirtió en un invento tan importante y tan trascendente que abrió “un montón de nuevas posibilidades”, aun cuando también hubo personas que tuvieron una reacción totalmente opuesta a sus posibilidades.
“Un periódico de la época decía que una de las consecuencias de los rayos X, más allá de ver los huesos de otra persona a simple vista, pero también atravesar con la mirada espesores de madera de varias pulgadas, ante lo que ‘no es necesario hablar de las inmoralidades a las que puede dar lugar’, lo que obligó a establecer las más severas prohibiciones legales, incluso al llamado de que todas las naciones civilizadas debían unirse para quemar el aparato”.
En su reflexión histórica, Barba Pingarrón recordó que, a partir de una noticia como esa, ya se vendían gemelos de teatro con vistas rayos X, comerciantes que anunciaban la venta de ropa interior para dama a prueba de rayos X, una desinformación que puede ser continúa, hasta la aparición de un personaje como Superman, porque tiene, entre muchos otros poderes, su vista de rayos X, por “lo que todavía nos pueden engañar, después de más de un siglo, con las supuestas posibilidades de los rayos X”.
“Todas estas anécdotas tienen que ver con esta necesidad que tenemos los humanos de ir un poquito más allá de nuestros sentidos y la prospección arqueológica hace algo así: va más allá de la limitación de nuestra vista; en la historia de la prospección arqueológica está ese primer intento, diría que la fotografía aérea durante la Primera Guerra Mundial fue una de las primeras aproximaciones desde el aire para reconocer la presencia de sitios arqueológicos”.
Así, por ejemplo, en 1928, un agrónomo estaba trabajando en el campo y encontró que donde había grandes cantidades de fragmentos de cerámica y otros restos arqueológicos en la superficie, también encontraba un incremento de fosfatos en el suelo, que analizaba como un indicador de la fertilidad de la tierra. Encontré esta asociación y por primera vez se volvió un indicador químico de la presencia humana pretérita en algún terreno”.
El primer registro que se tiene del uso de un equipo que mide variaciones eléctricas en el terreno fue en 1938, en Virginia, en Estados Unidos; en la actualidad se cuenta con equipos muy modernos, automatizados, que bajan directamente a la computadora, pero el más primitivo y el más moderno funcionan de la misma manera son equipos capaces de medir la resistencia que ofrece el terreno al paso de la corriente, cuando el terreno es homogéneo y la tierra no tiene mayor cambio, el equipo ofrece lecturas regulares promedio, sin variación, explicó Barba Pingarrón.
De acuerdo con el investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, si hay algo enterrado y si ese objeto o ese material no deja pasar la corriente eléctrica, se incrementan los valores de lo que se llama “la resistividad eléctrica”, eso es indicador de que hay algo ahí abajo que está impidiendo el paso de la corriente y “nos dice que pongamos atención, porque ese terreno vale la pena estudiarlo con detalle”.
Uno de los ejemplos presentados por el especialista se realizó en Coyoacán, lugar de pruebas piloto, bajo la hipótesis de que todas las elevaciones en sus vialidades y que se aprecian como pequeños desniveles en la superficie, son ocasionadas por restos arqueológicos que pueden estar debajo de las casas y debajo de los edificios.
“Para tratar de verificar esta hipótesis recorrimos la calle de Francisco Figuraco, donde hay un desnivel marcadísimo, tiene más de 1.50 de desnivel la calle en ese punto”, explicó Barba Pingarrón a través de unas imágenes, en cuya parte superior se registraba la topografía, en la parte intermedia las reflexiones del radar y en la de abajo los datos de resistencia eléctrica “y nos dimos cuenta de que había bastante correspondencia entre los datos geofísicos y el relieve que estábamos registrando en la superficie, con lo cual, la hipótesis que nos habíamos planteado parecía comprobarse”.
“Se confirmó la hipótesis que estamos planteando, pero yo diría que en términos generales tenemos datos suficientes para decir que, en alta probabilidad, los restos arqueológicos de lo que fue la ciudad prehispánica de Coyoacán están bajo el pavimento y bajo las casas que están actualmente en ese lugar”.
Esa exploración contribuyó a mostrar que las técnicas geofísicas, aun en condiciones urbanas, eran capaces de detectar la presencia de acomodo de piedras y, en alta probabilidad, partes de una estructura prehispánica muy destruida.
Una labor similar la desarrolló junto con todo su equipo en la ciudad de Mérida, Yucatán, tras hallar una serie de datos de un arquitecto que, en 1931, había recogido elevaciones y depresiones dentro de la ciudad, con la propuesta de que las elevaciones estarían reflejando los restos de estructuras prehispánicas, mientras las depresiones estarían siendo lugares en donde se extrajo el material para construirlas.
“En esas condiciones trabajamos y recorrimos cerca de 18 kilómetros de calles en el Centro Histórico de la ciudad de Mérida, la mayor parte de ellas lo hicimos en la noche, porque en el día no se podía trabajar por la circulación de autos: es un equipo que va recorriendo una calle y entonces va emitiendo ondas electromagnéticas y si encuentra algo refleja las ondas y se registran formando imágenes”, explicó Luis Barba Pingarrón, mismas que van mostrando lo que se puede encontrar en el subsuelo.
Fuente: El Colegio Nacional