La invisibilidad es un anhelo de los líderes del crimen: Claudio Lomnitz
Los grandes líderes del narco se mueven entre una imagen soberana –el rey, el señor feudal o de director de una gran corporación– y la imagen de un trickster, como una figura de héroe popular que consigue siempre engañar al Estado: Lomnitz
En la primera sesión de Nuevo Estado, nuevas soberanías, Claudio Lomnitz, miembro de El Colegio Nacional, reflexionó en torno al surgimiento del canibalismo, sobre todo dentro de la delincuencia organizada; en la segunda de sus conferencias, el antropólogo social se refirió al significado de la invisibilidad, como una metáfora de la “soberanía fantasmal en el crimen organizado”.
Durante su cátedra, celebrada de forma presencial en el Aula Mayor de la institución, ubicada en Donceles 104, Centro Histórico, la tarde de este martes 14 de junio, el también historiador recordó la manera en que la trama de los conocidos como narcosatánicos, en especial de su líder, Adolfo de Jesús Constanzo, impulsó el surgimiento de un culto que tuvo a la invisibilidad como un elemento fundamental, bajo el convencimiento de que “el sacrificio humano y comer carne humana les confería este atributo”.
“Necesitabas ponerte como amuleto un hueso de algunos de los que se entregaban como ‘víctimas de reconciliación’ en el sacrificio y ya no te hacías visible a los ojos de tus enemigos: ‘yo pasé varias veces a Estados Unidos con mi camioneta, sin que me detectaran’, contó uno de sus mayores seguidores, quien aseguró que la fama de Constanzo se extendió específicamente por desarrollar trabajos de protección y de invisibilidad a las balas”.
Fue esa fama la que lo llevó a vincularse con personajes muy poderosos, en especial de la frontera tamaulipeca, quienes lo buscaban para hacer trabajos de protección para ellos y para que su gente trabajará mejor. Álvaro Valdez (El Duby), uno de sus seguidores, aseguraba que Constanzo les había enseñado a ser invisibles antes los enemigos y a que las balas rebotaran en el cuerpo, “puede uno estar muerto por un rato y después revivir, si cumples cabalmente con los ritos de adoración al diablo”.
“La prensa había hablado, no sin algo de sorna, sobre lo que consideraba el delirio de los miembros del grupo de Constanzo, burlándose incluso de la incapacidad de Adolfo y su gente de evadir los balazos de la policía, cuando finalmente los pescaron en la Ciudad de México, el 9 de marzo de 1989. La prensa se regodeaba en el hecho de que a Constanzo y su gente los habían acribillado, haciendo con eso trizas cualquier ilusión de que tuvieran el poder de la invisibilidad”, en palabras del colegiado.
La invisibilidad en el cruce
En su conferencia, Claudio Lomnitz destacó la importancia de la idea de invisibilidad no sólo para la red de clientes de los narcosatánicos en Matamoros, sino de la economía ilícita en los cruces fronterizos de la que ellos eran protagonistas, por ello no se podía considerar como una casualidad que Adolfo Constanzo hubiese escogido un cruce fronterizo para demostrar su poder.
“El contrabando por la frontera era un punto que le interesaba especialmente a los grandes clientes de Constanzo en Matamoros. Recordemos que El Duby, que trabajaba como chofer y narcotraficante en su rancho, dijo haber pasado varias veces a Estados Unidos con su camioneta, sin que lo detectaran en la aduana, sólo con el amuleto, es decir, con el hueso tomado de un sacrificio humano”.
En las ciudades fronterizas del norte de México, el paso legal por la frontera internacional marca la diferencia entre quienes están reconocidos y autorizados por el gobierno de los Estados Unidos y los que no lo están; en Tijuana, por ejemplo, la distinción entre la clase media y el pueblo se construye precisamente en torno de esta diferencia.
En la frontera, la identidad ciudadana que va asociada a la clase media está ligada al cruce legal de la frontera, así como al acceso al consumo en los Estados Unidos y a los estudios y trabajos que sólo ellos autorizan. El cruce entre Tijuana y San Diego “sirve para refrendar el estatus de la clase media, pues quienes pasan por allí son, salvo casos excepcionales, justamente los que están autorizados”.
“Para aquellos que viven del narcotráfico, como era el caso de los clientes de los narcosatánicos, el problema de la invisibilidad está relacionado de manera indirecta con la distinción entre la clase media y el pueblo en el libre cruce fronterizo. Normalmente, los traficantes tienen permiso para cruzar y eso los asimilaría a la clase media, orgullosamente ciudadana, sólo que ellos deben mezclar su apariencia de ser ‘legales’ con su participación en un tráfico proscrito”.
Adolfo de Jesús Constanzo era ciudadano estadounidense, podía cruzar la frontera libremente; de hecho, explicó Claudio Lomnitz, si la migra lo hubiera detenido en su cruce “invisible” de la frontera no le hubiera pasado gran cosa. Como integrante de la clase media matamorense, Sara Aldrete también cruzaba la frontera prácticamente a diario, “hasta estaba estudiando su colegio en Brownsville”.
“Juan García Ábrego, el jefe del Cártel del Golfo, también había nacido en los Estados Unidos. La invisibilidad que le importa conseguir al narco matamorense no es precisamente la misma que desea para si el inmigrante indocumentado y como habitante fronterizo que tiene, además, suficiente dinero en el banco, tiene forma de cruzar la frontera legalmente. El reto es pasar su producto, poder venderlo en los Estados Unidos y conseguir mover su dinero de un lado al otro”.
En ese sentido, la pócima de la invisibilidad ingerida en un ritual con sacrificio humano, o bien el amuleto hecho con un hueso extraído de la columna vertebral de una persona sacrificada, serviría para todo eso: “se trataba de una forma de protección espiritual, de armar a la gente con la convicción y presencia mental necesarias para poder hacer todo lo que fuera necesario para ganarse la vida con el tráfico de drogas”.
“Lo que Constanzo le ofrecía al Cártel del Golfo era entonces un suplemento, una adecuación subjetiva, una formación ritual que los ayudara a desempeñar toda la variedad de mañas que servirían justamente para conseguir la invisibilidad”.
En Tamaulipas se refieren al crimen organizado como “la maña” y, desde la perspectiva de Claudio Lomnitz, hubo mucha maña, ingenio y recursos para conseguir la invisibilidad; así, durante los años en que estaban los narcosatánicos en Matamoros, el Cártel del Golfo transportó toneladas de cocaína a los Estados Unidos escondidos en autobuses del servicio migratorio estadounidense.
“El Chapo Guzmán se hizo famoso por una red de ‘narcotúneles’ para cruzar drogas por la frontera de San Diego y los Zetas transformaron la cárcel de Piedras Negras, que ellos controlaban, en un taller para arreglar coches, camionetas y camiones, dotándolos de compartimentos secretos para transportar drogas”.
“Mañas no han faltado, pero los obstáculos que presentan tanto los gobiernos como la sociedad son tan notables como cualquier catálogo de mañas y, por eso, actuar sin ser detectado es una preocupación continua, al grado de que han tenido que depender de empresarios independientes para distribuir drogas en ciertas ciudades o de miembros de pandillas, también independientes, para mandar matar a un competidor o para cobrar alguna deuda”.
La construcción de una identidad
A principios del siglo XX y en el ámbito de la antropología, se hizo famosa una palabra: “trickster”, la cual viene de “trick”, cuyo significado en español es truco. En el mundo del crimen organizado, un “trickster” puede o no ser una figura divina, un Dios, pero se trata “siempre y en todos los casos de un personaje dotado de un intelecto sobresaliente, que tiene conocimientos secretos y que usa su inteligencia para desobedecer convenciones y reglas, para engañar a sus semejantes”, explicó el colegiado.
“Ante todo para salirse con la suya: se puede constatar empíricamente que los grandes líderes del narco se mueven entre una imagen soberana, el rey, el señor feudal o de director de una gran corporación y la imagen de un trickster, como una figura de héroe popular que consigue siempre engañar al Estado, burlar sus reglas y salirse con la suya”.
De esa forma, personajes como el Chapo Guzmán tienen, al mismo tiempo, la reputación de ser señores implacables; una imagen medio feudal, de grandes señores y de haberse escapado de la ley con sus trucos una infinidad de veces.
Y si bien el jefe de una corporación pública está obligado a presidir, es decir a ocupar siempre el centro, el “trickster” aprovecha siempre los márgenes: como las figuras del narco no consiguen institucionalizar su soberanía, oscilan entre la construcción de sus personas como grandes señores y como “tricksters”, es decir, como héroes populares que se burlan de la autoridad.
“Por eso, desde el punto de vista espiritual las bases de su poder también basculan entre rituales solemnes cuasi religioso de la soberanía, liturgias en las que los grandes señores puedan conseguir algunas semblanzas de trascendencia, no necesariamente para alzarse como autoridad trascendente, sino para alcanzar objetivos mundanos y egoístas”.
Fuente: El Colegio Nacional