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La cultura Chupícuaro, localizada en el centro norte de México, destaca por su alfarería: Brigitte Faugère

Faugère trabaja en la región desde hace más de dos décadas con el apoyo de Francia y del INAH

La cultura Chupícuaro, asentada casi en los límites de los actuales estados de Guanajuato y Michoacán, ha sido fechada entre los años 600 y 400 a.C., lo que la convierte en una sociedad más antigua, incluso, que la civilización azteca, reveló la arqueóloga e historiadora Brigitte Faugère, de la Universidad de París 1 Panthéon-Sorbonne, durante la conferencia “La cultura Chupícuaro en el formativo mesoamericano”, perteneciente al ciclo La arqueología hoy, que coordina el colegiado Leonardo López Luján.

“Hoy en día tenemos aproximadamente 45 fechas radiocarbónicas que permiten amarrar la cronología. La fase Chupícuaro temprano se extiende de 600 a 400 a.C. y está caracterizada por cerámica café policroma y figurillas choker; sigue la fase Chupícuaro reciente, entre 400 y 100 a.C., caracterizada por la cerámica polícroma negro, y esta fase marca el auge de la cultura”, dijo.

“Lo que identificamos después de esta fase Chupícuaro reciente, es el lapso de un rato que dura, por lo menos, un siglo, y luego inicia la fase Mixtlán al inicio de nuestra era y cubre la parte del clásico temprano hasta 250-450 d.C”, agregó.

Chupícuaro, recordó la especialista, “antes de todo fue conocida por la calidad, la variedad y las características propias de su alfarería. Desde el inicio de los años 20 del siglo pasado, estas espectaculares producciones fueron conocidas por los coleccionistas y empezaron a circular en el mercado del arte a nivel nacional. Son, en particular, la cerámica pintada con sus formas espectaculares y las grandes figuras huecas, ricamente decoradas, las que fueron más codiciadas, generando desde los años 20 intensas actividades de saqueo”.

El mismo Diego Rivera reunió una colección que “se volvió rápidamente abundante, integrando piezas originales y numerosas falsificaciones o piezas modernas. La circulación de piezas Chupícuaro en el mercado del arte alertó la entonces Dirección de Arqueología”.

La región donde nació la cultura Chupícuaro “se encuentra en el centro norte de México, a media distancia entre el centro y el occidente de México. Se extiende en cuencas sucesivas que siguen el curso del río Lerma, en la frontera entre los estados de Guanajuato y Michoacán; sin embargo, la distribución de sus materiales abarca una zona más amplia”.

Asentada en una zona de cuencas ricas en agua, a finales de los años 20 del siglo pasado, “surge la idea de construir una presa sobre el río Lerma, con la meta de contener sus salidas durante la temporada de lluvias, que ponían en riesgo los asentamientos humanos y las tierras agrícolas; también se trataba de constituir reservas de agua para el riego durante la temporada seca. Después de años de estudio, los trabajos empezaron al inicio de los años 40 y el embalse se inundó en 1949, cubriendo de sus aguas unos 22 pueblos que estaban asentados en el fondo del valle”.

El pueblo de Chupícuaro “se encontraba en la zona donde confluía el río Tigre con el Lerma y era, de hecho, el pueblo más poblado de la región. Desde el siglo XVII, se le adjuntó a la iglesia dedicada a San Pedro un convento con unas 15 celdas y un cementerio, numerosas casas se distribuían a lo largo de las dos calles principales, y el pueblo alcanzaba más o menos 900 habitantes en el momento de la inundación”.

Tras diferentes excavaciones y trabajos durante la segunda mitad del siglo XX, Brigitte Faugère trabaja en la región desde hace más de dos décadas con el apoyo de Francia y del INAH. “Las metas del proyecto fueron conocer los modos de vida, la organización política, social y económica de la sociedad Chupícuaro y también entender mejor las dinámicas culturales con las demás sociedades del formativo en una perspectiva diacrónica”.

Así, se ha podido determinar que las codiciadas figurillas de Chupícuaro “son, en gran mayoría, representaciones tridimensionales de mujeres. Hay también representaciones de hombres, pero son más escasas, y lo interesante es que podemos ver con estas figurillas las diferentes etapas de la vida de las mujeres: vemos mujeres que se ven más jóvenes, otras con más años, y sobre todo con una focalización sobre el periodo de embarazo y de maternidad”.

“También las figurillas nos enseñan muchas cosas sobre la manera de adornarse, de peinarse, se nota una gran diversidad de peinados; cómo decoraban su cabello con aretes, quizás con flores, con bandas y también la variedad de sus adornos de cuerpo como orejeras y siempre collares. Muy importante para la época son las pinturas corporales, las poblaciones pintaban su cuerpo de distintas maneras y son códigos simbólicos que estamos tratando de descifrar”, señaló.

Además de deformación craneana, muchas figurillas ilustran la vida cotidiana: “una mujer moliendo maíz en el metate y unas llevando cosas, o bien una olla en la espalda o bien un mecapal atrás de la cabeza”.

Después de la última fase y el abandono de la ciudad, “hacia el 350 después de Cristo, sin embargo, este mismo sitio es reocupado y después de un complejo rito de clausura fundación, se construye una nueva estructura descansando sobre un espeso piso de estuco”.

“Concluimos que el sitio vuelve a ser ocupado por grupos afiliados a Teotihuacán, lo que parece corresponder a una prorrogación del movimiento iniciado al final de la fase Chupícuaro reciente, movimiento de acercamiento y quizás de fusión de las tradiciones de ambas regiones. Sin embargo, es muy notorio que esta presencia de materiales de tradición teotihuacana no se encuentra en muchos sitios de la zona, sino en sitios ubicados únicamente en las vías de comunicación”, destacó la investigadora.

Fuente: El Colegio Nacional

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