La convivencia entre vivos y muertos fue una práctica de toda Mesoamérica: Javier Urcid
Las costumbres zapotecas demuestran que los espacios funerarios en Mesoamérica son lugares vivos, dijo el colegiado López Luján
La convivencia entre vivos y muertos fue un fenómeno presente en toda Mesoamérica. En la región zapoteca se utilizó la escritura para perpetuar registros genealógicos muy similares a los testamentos modernos, señaló el arqueólogo Javier Urcid, del Departamento de Antropología de la Universidad Brandeis.
Durante su participación en el ciclo ‘La arqueología hoy”, coordinado por el arqueólogo Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional, Urcid señaló que el proceso “dinámico” entre vivos y muertos “no es algo exclusivo de Oaxaca, este tipo de modelos sociales se puede aplicar desde las tumbas de tiro en el Occidente de Mesoamérica hasta la región maya, es un fenómeno panmesoaméricano”.
En el Aula Mayor de El Colegio Nacional, el investigador impartió la conferencia “Recordando a los ancestros: la escritura zapoteca en contextos funerarios”, donde repasó las características funerarias que existieron en los valles centrales del actual estado de Oaxaca.
“Lo que estoy sugiriendo, la interpretación que estoy proponiendo en este caso, en la que se conjuntan no sólo la evidencia de los restos óseos, su contexto en las tumbas y el uso de la escritura es fundamentalmente análogo a lo que en esta sociedad contemporánea vienen siendo los testamentos, estamos hablando de una sociedad literada que utilizó otra ruta equivalente a nuestra civilización también literada”, afirmó.
Entre los ejemplos que presentó Urcid destacó una lápida de piedra portátil zapoteca en la que se escrituraron nueve generaciones de línea filial a través de la línea paterna; esta situación, sin embargo, no siempre es la misma: “Tenemos ejemplos en Oaxaca, en escritura zapoteca, en donde la genealogía se traza a través de la línea materna, había esas dos opciones”.
“Sospecho que la decisión acerca de cuál de las dos opciones se elegía, estaba en relación con qué tan poderosos eran los grupos corporativos; si el grupo corporativo más poderoso en una alianza matrimonial resultaba ser el de la mujer, entonces la línea de descendencia se trazaba a través de la línea materna, si el grupo corporativo de mayor poder era el del marido, esa era la ruta para transferir todos los derechos, las propiedades”, explico.
En las casas de la elite zapoteca, al igual que en las del pueblo, era común construir las tumbas de los seres queridos bajo los cuartos que habitaron: “Las criptas se reusaron a través del tiempo para enterrar a las parejas mujer-hombre a la cabeza de cada generación”. De esta manera se manipulaban los restos para enterrar a la siguiente generación y depositar nuevas ofrendas; en algunos casos, incluso, se utilizaban fémures y quijadas para crear artefactos simbólicos.
Para el colegiado Leonardo López Luján, las costumbres zapotecas son una prueba de que en Mesoamérica los espacios de los muertos son lugares vivos. “En el mundo zapoteca, como en muchas áreas de Mesoamérica, la gente vive con sus antepasados, costumbre mesoamericana de los mayas, zapotecas, del centro de México, de inhumar a sus parientes en el mismo lugar donde uno vive, no existe la idea del camposanto, del cementerio, sino que uno entierra a sus seres más queridos abajo del piso en el cual habita, porque uno se alimenta constantemente de esa relación”.
Así, añadió, “los espacios de los muertos son espacios vivos porque se visitan y se revisitan y se vuelvan a visitar, son espacios donde uno inhuma a sus parientes, pero después visita uno con fines, por ejemplo, oraculares, o para enterrar a la siguiente generación y la siguiente generación, es decir son criptas vivas”.
En el caso zapoteco, “están disturbados los huesos, se empujan las ofrendas para enterrar al que sigue porque son criptas familiares, y no sólo eso, se introducen nuevos objetos, de varias temporalidades se van a cumulando, y no sólo eso, se extraen objetos como los fémures y las mandíbulas que se vuelven reliquias y se sacan de las tumbas, objetos de carácter sagrado, de carácter mágico que son fundamentales, ya no en el mundo de los muertos sino en el de los vivos”.
Sin evidencia escritural
Debido a que en el área mexica aún no han sido localizadas las tumbas reales de Tenochtitlan, hasta el momento no existen ejemplos de escritura funeraria como la que se utilizó en la región zapoteca, afirmó el arqueólogo Leonardo López Luján, previamente a la ponencia de Javier Urcid.
“Pero hay un caso que guarda ciertas similitudes que se encuentra en nuestro muy concurrido Bosque de Chapultepec, me refiero a los petroglifos que fueron esculpidos en los siglos XV y XVI, al pie del llamado Cerro del Chapulín, justo abajo de nuestro Museo Nacional de Historia, es decir, del Castillo, allí abundan los afloramientos de andesita, esta roca volcánica en la que fueron esculpidos los memoriales a los soberanos de Tenochtitlan”, dijo.
El colegiado recordó que fue el arqueólogo estadounidense H. B. Nicholson quien en 1951 publicó el estudio más extenso sobre los petroglifos “que fueron destruidos en diferentes momentos del periodo novohispano” por orden de las autoridades coloniales.
“Afortunadamente no sólo tenemos lo que queda de esos petroglifos, los vestigios de los petroglifos, sino también muchas fuentes históricas que nos hablan de ellos”.
De acuerdo con las fuentes, alrededor de 1456-57, Motecuzuma I “sintió cercana la muerte y ordenó que su efigie fuera esculpida precisamente en las peñas, en esos afloramientos de andesita, de Chapultepec”, además, pidió “que pusieran ahí la fecha 1-Conejo, que fue una fecha nefasta, de mala suerte, y que recordara esa terrible sequía que se había vivido aquí en la cuenca de México”.
Los emperadores siguientes, Axayácatl, Ahuízotl y Moctezuma II también habrían pedido ser esculpidos y sólo Tizoc, quien al parecer muerto envenenado no pidió ser perpetuado en piedra. “Se describe en las fuentes históricas, que Axayácatl y Ahuízotl, se hicieron retratar con los atuendos de un dios muy conocido, del famosísimo Xipe Tótec, nuestro señor el desollado. Era un atuendo muy complejo, la piel de una víctima sacrificial, de un ser humano, que él la vestía”.
Muy similar a lo que el arqueólogo Urcid expuso, “este conjunto tiene complejos glíficos que nos informan de momentos importantes de la vida de este soberano. Hasta arriba a la izquierda está la fecha 2-Caña, Ome Ácatl, es la fecha del Fuego Nuevo; cada 52 años concluía un ciclo y se prendía un nuevo fuego, y a Motecuzma Ilhuicamina le tocó esa ceremonia en el año de 1507”.
Este uso escritural, sin embargo, difiere mucho del expuesto por Javier Urcid, en el que “los grupos corporativos de élite usaron la escritura para inscribir en la memoria colectiva genealogías que registraban la descendencia de los miembros del linaje a partir de prestigiosos ancestros apicales, y esta estrategia pretendía desambiguar la membresía en los grupos y ayudó a perpetuar o pugnar la posición social de sus miembros”.
La práctica se llevó a cabo entre los siglos IV y VIII d.C. y consistía en que “los antepasados en Oaxaca eran invocados continuamente con fines oraculares, por lo que se les consideraba una importante fuente de conocimiento para afrontar todo tipo de crisis, para legitimar la transferencia transgeneracional de propiedades y derechos, el tener acceso directo a los restos óseos de los ancestros era la evidencia más contundente para litigar cualquier reclamo”.
Finalmente, expuso, “me atrevo a concluir que los reclamos de tierra, de trabajo, de cargos especializados, como sería la de los graniceros, es decir, los que llaman a la buena lluvia o que rechazan la mala lluvia, la de los líderes militares o la de los sacrificadores, siempre se enmarcaron en una ideología que enfatizaba una preocupación por la producción agrícola y la reproducción biológica de las casas reales y nobles”.
Fuente: El Colegio Nacional