Jaime Torres Bodet es un hombre imprescindible para México: Javier Garciadiego
Garciadiego lamentó que la figura de Torres Bodet fue desdeñada en el 50 aniversario de su partida
Jaime Torres Bodet, un intelectual multifacético que destacó como escritor, poeta, prosista, diplomático y, sobre todo, educador, es considerado “un hombre imprescindible para el siglo XX mexicano y para el futuro, para el siglo XXI”, según el historiador Javier Garciadiego, miembro de El Colegio Nacional.
Durante la conferencia-homenaje “Jaime Torres Bodet: escritor, diplomático y educador”, el colegiado lamentó el desdén hacia el intelectual a 50 años de su partida. “Yo siento que Jaime Torres Bodet no recibió el reconocimiento que debió haber recibido este año, a 50 años de su fallecimiento”, expresó.
En el panel, organizado en honor del ex integrante de El Colegio Nacional, Javier Garciadiego estuvo acompañado por el historiador Marcio Orozco Pozos, el profesor investigador Rafael Olea Franco y el historiador Rodrigo Martínez Baracs.
Javier Garciadiego recordó a Torres Bodet como un impulsor de los libros de texto, pero destacó que “no se quedó en eso, sino que también impulsó el Museo de Antropología. Los libros de texto se elaboran en el 1959 y empiezan a distribuirse en 1960. Luego, asume la tarea del Museo de Antropología en 1962 y lo inauguran en septiembre de 1964. Vean la deuda que tenemos con este hombre: el libro de texto gratuito y el Museo de Antropología”.
El colegiado afirmó que pocos mexicanos han aportado tanto como Torres Bodet: “Si acaso el doctor Chávez en materia hospitalaria, pero estamos hablando de gigantes. Él no se frustró por ser funcionario, sabía, sí, que esto le restó mucha producción a su obra, pero tuvo equilibrio y madurez para entender que ser funcionario era muy importante”.
Tras terminar su gestión como secretario de Educación durante el gobierno de López Mateos, “Díaz Ordaz ya no lo invitó, y entonces Torres Bodet decidió retirarse, pero no se amargó”. Garciadiego citó una anécdota de Alfonso Caso, quien le preguntó qué haría ahora que ya no tenía cargos. Torres Bodet respondió: “Buscaré la compañía de un amigo de juventud a quien no veo desde hace tiempo”. Al preguntar Caso quién era ese amigo, Torres Bodet contestó: “Recuerdo muy bien su nombre, se llama Jaime Torres Bodet”. Era, en sus palabras, un reencuentro consigo mismo”.
Aunque a Jaime Torres Bodet poco le importó, señaló en su momento Rafael Olea Franco que “los juicios que se han emitido sobre él demuestran con claridad que, para algunos críticos, ha sido imposible separar las facetas del hombre público que fue Torres Bodet de las realizaciones del escritor”.
El investigador mencionó un texto de José Joaquín Blanco que se titula, irónicamente, Cómo escribir un poema de Torres Bodet en seis rápidas lecciones, en el cual se cuestiona la calidad del autor como poeta por su condición de funcionario público. “Cuando leo una crítica como ésta, siempre me pregunto si quien la hace de veras entiende la poesía”, dijo.
Olea Franco recordó que Torres Bodet nació en 1902, y que, para 1918, ya había publicado su primer poemario titulado Fervor, el cual contaba con un prólogo del gran poeta de la época, la figura más notable: Enrique González Martínez. Este prólogo fue logrado gracias a que Torres Bodet era compañero del hijo de González Martínez, también poeta, Enrique González Rojo”.
“Hacia 1930, con la publicación en Madrid de su poemario Destierro, Torres Bodet transita hacia una poesía más meditativa y profunda, con una gravedad de tono nunca conocida, la cual comenzó a percibirse también en los tétricos títulos de sus dos poemarios de ese periodo, Destierro y Cripta. En estos, abandonó su previa visión apacible y satisfecha de la vida y, además, dio un giro formal, pues en su poesía comenzaron a aparecer versos asimétricos y sin rima”.
En 1929, Torres Bodet ya había iniciado su carrera diplomática, lo que implicó dejar lo que estaba haciendo, entre ellos la codirección de la revista Contemporáneos, que compartía con Bernardo Ortiz de Montellano. En ese entonces, residía en Madrid, en circunstancias vitales que motivaron “un estado de ánimo relativamente depresivo”.
Con 12 años, recordó Olea Franco, Torres Bodet “descubrió su inclinación inquebrantable por las letras. Así, el 13 de mayo de 1974, cumplidos los que consideró todos sus deberes inaplazables, se lanzó al vacío y la oscuridad de la muerte en un acto de valentía serena que, para algunos, acaso resulta difícil de aceptar, sobre todo desde una fe religiosa”. Torres Bodet decidió terminar con su vida.
No obstante, su trayectoria concluyó con “la imagen del escritor Jaime Torres Bodet, que estuvo contaminada casi desde el principio de su labor cultural por la figura del encumbrado hombre público que fue. A 50 años de su muerte y desvanecidos los fantasmas que concitaba su presencia física, su obra literaria, en su conjunto, bien merece ser rescatada del silencio y del olvido”.
La silla y el escritorio de torres Bodet
Jaime Torres Bodet, compartió el historiador Rodrigo Martínez Baracs, heredó a su padre, José Luis Martínez “el escritorio y el silloncito en los que se dio la muerte, pero también en donde trabajó y escribió durante décadas”.
“Mi padre los puso en el bello cuarto de las revistas de su biblioteca, en su casa de Rousseau 53, colonia Anzures, donde estaban las valiosas colecciones de revistas literarias de los siglos XIX y XX. Allí trabajé con frecuencia, y varios jóvenes investigadores consultaron diversos materiales, mientras nuestra cocinera Imelda les ofrecía una jarra de fresca agua de limón”.
“Tras la muerte de mi padre, el 20 de marzo de 2007, me tocó heredar el escritorio y la silla de don Jaime, en los que trabajo desde hace ya más de 10 años en mi estudio y donde escribo estas líneas que les leo”, dijo.
Martínez Baracs se refirió a la amistad que el homenajeado sostuvo con su padre, José Luis Martínez. “De regreso de Bruselas a México, en 1940, Jaime Torres Bodet fue subsecretario de Relaciones Exteriores hasta diciembre de 1943, cuando el presidente Manuel Ávila Camacho, a la mitad de su sexenio, lo designó secretario de Educación Pública”.
“Don Jaime designó entonces a su antiguo alumno y ahora destacado crítico literario, José Luis Martínez, para que fuera su secretario particular, tal como él mismo lo había sido de Vasconcelos. Mi padre tuvo que alejarse un poco de la vida literaria, pero sus años de trabajo con Jaime Torres Bodet, desde 1944 a 1946, dice mi padre, ‘fueron un aprendizaje fundamental’. Así lo recordaba en 1959, en una conferencia sobre su trato con escritores”.
Una máquina humana, precisa y de mayor potencia para el trabajo intelectual, así describió Martínez a Torres Bodet: “Después de despachar los acuerdos y atender la audiencia pública durante nueve o diez horas, hallaba tiempo y fuerzas para escribir un discurso durante la noche, y el descanso dominical le permitía elaborar un reglamento o esbozar un programa”.
El historiador recordó que en mayo de 1974 “don Jaime supo que la enfermedad que padecía era incurable, y decidió quitarse la vida la noche del 13 de mayo, con una pistola, en su escritorio de trabajo de dos cajones madera oscura con un vidrio biselado, acompañado de su sillón rotativo con ruedas”.
“Tuvo la atención de redactar una carta, una despedida final que, por su inteligencia, lucidez estoica y valentía, es una de las cumbres de nuestras letras y de nuestro pensamiento. Esta carta es la reflexión sobre la muerte, que José Luis Martínez incluyó en la tercera edición del Ensayo mexicano moderno.
El homenaje dedicado a Jaime Torres Bodet terminó con un repaso biográfico de su vida cargo de Marcio Orozco Pozos. Inscrito en la Escuela Nacional de Jurisprudencia “abandona la carrera porque quiere ser poeta; descubre su vocación en la adolescencia e interrumpe sus estudios después de haber obtenido las más altas calificaciones”.
Torres Bodet quería convertirse en un hombre de letras, pero su proyecto se trunca cuando Ezequiel Chávez lo invita a ser secretario de la escuela de la que había egresado hace unos 2 o 3 años. Así, con 18 o 19 años aproximadamente, se encuentra dirigiendo la Escuela Nacional Preparatoria. Al poco tiempo, un año después, José Vasconcelos lo invita a ser su secretario particular y, a los pocos meses, lo llama a acompañarlo en la rectoría de la Universidad Nacional de México. A los pocos meses, lo invita a unirse a la recién fundada Secretaría de Educación Pública.
Fuente: El Colegio Nacional