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Hacia una sociedad ejemplarmente punitiva

Mehdi Mesmoudi

Es Profesor-investigador en el Departamento Académico de Humanidades de la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS).

Somos una sociedad justiciera. La sangre nos distrae, nos atrae, nos corroe. Sedientos de rectitud y firmeza, clamamos el resarcimiento de los daños y siglos de violencia. Y cuando el malvado está ya postrado en la humillación, brota de nuestro pecho un ser indeleblemente misericordioso, pleno de grandeza y dispuesto a ofrecer el perdón. ¿Qué es lo que sucede en nuestro interior para que nuestro espíritu atraviese de extremo a otro la región más inconfesable del horror y la condición humana? ¿Qué despierta en nosotros el apetito tanático para volverse luego un ímpetu de piedad, acaso una brizna de consuelo? Probablemente nunca lo sepamos, o tal vez el psicoanálisis revele algo de este enigma social y cultural. Lo que sí es cierto es que el ser humano, en sí mismo, es una criatura profundamente misteriosa, fascinada por la obscuridad y las sombras, más obsesionado que los animales por la destrucción de su misma especie.

Alejandro Nava Tovar es profesor-investigador en el Instituto Nacional de Ciencias Penales, doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, exbecario del Departamento de Intercambio Académico de Alemania y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. En Populismo punitivo. Crítica del discurso penal moderno (2021), el autor traza una minuciosa explicación del fenómeno sociocultural y político a través de la combinación de varios campos de estudio como la filosofía política, el derecho penal, la criminología y la sociología. El libro contempla un lúcido prólogo de Ángel Octavio Álvarez Solís, quien es profesor del Instituto de Estética en la Pontificia Universidad Católica de Chile y afirma que: “Nuestra época está en un momento de crisis porque es tiempo para la crítica” (2021, p. XI). Además, el libro se compone de seis capítulos y una variada bibliografía bastante actualizada sobre el tema en cuestión.

En 1829, Víctor Hugo ya nos había advertido, en medio del espectáculo de las ejecuciones durante la Revolución Francesa, cómo la sociedad parisina se agolpaba, enfebrecida por la caída de los enemigos de la revolución; criminales, ladrones, sujetos de la baja calaña social, deshecho de un tiempo memorable. La turba furiosa se reunía en los balcones, asfixiaba la plaza, recibía entre vituperios y risas enloquecidas el vehículo que transportaba al sentenciado a muerte. La guillotina debía ser un procedimiento eficaz que agilizara el acto en sí, pero intensificaba el ritual previo que aumentaba el delirio y la angustia de la espera en el acusado. La guillotina debió ser una pesadilla en la mente de los individuos desviados. Pero el personaje sin nombre –nos narra Hugo– sólo se acuerda, en medio del griterío, de su hija:

¡Pobre hija mía! Seis horas más y estaré muerto. […] lo que van a hacer con tu padre estos hombres. Ninguno de ellos me odia; todos me compadecen y todos podrían salvarme. Pero van a matarme. ¿Lo entiendes, Marie? Matarme a sangre fría, en una ceremonia, por el bien de la cosa (Hugo, 2004, p. 153).

¿Acaso somos una sociedad diferente a la de hace dos siglos? ¿Qué diferencias observamos entre la sociedad de Víctor Hugo y la nuestra? Sin duda, la degradación del ser humano y el envilecimiento de su condición nos han llevado a pensar que la vida de una persona vale más o menos que otra. Alejandro Nava Tovar nos advierte que el sentido justiciero envuelto en una nostalgia de pureza y con una base nebulosa de odio, rencor y venganza se ha instalado en el discurso político que, últimamente, ha cobrado importancia y tiene una exponencial presencia debido a las nuevas tecnologías y las redes sociales, mientras que arrastra a nuestras sociedades a legitimar la brutalidad policiaca, el absolutismo jurídico y la sinrazón popular. Eso que llamamos “opinión pública” –que antes había sido alimento civil de las revoluciones decimonónicas frente al Antiguo Régimen– hoy se apodera del imaginario social colectivo y avasalla la escena política de una nación.

El populismo punitivo es un espectro social, político y cultural que devela la naturaleza de las conductas individuales, institucionales y corporativas, puesto que nos permite extraer una radiografía de hasta qué punto la dignidad humana se encuentra hoy en un abismo sin precedentes. El autor nos advierte que dicho fenómeno desafía cualquier sistema penal, tradición de ley o moral, puesto que se apoya en la representatividad democrática y sus instituciones, al postularse como respuesta a una crisis extrema, erigiéndose en una ideología carente de valores, se exalta a un líder que expresa la soberanía de un pueblo. Estos ingredientes constitutivos permiten al populismo punitivo ir más allá del discurso penal y explorar dimensiones sociales, políticas y culturales; es decir, de qué manera la exigencia desproporcionada de castigos y privación de la libertad contribuye al fomento de políticas viscerales que alimentan la sed de justicia social y, al mismo tiempo, llevan en alza a los carismáticos a la cima del poder para imponer –al igual que en los tiempos de Maximilien Robespierre– un reino del terror y el miedo.

La incógnita que siempre permanece en nuestra consciencia es si los verdugos que trafican con nuestra tranquilidad merecen una consideración alternativa al castigo y la prisión porque, en el fondo, pensamos que una pena ejemplar conduce irremediablemente a la mejora de la sociedad. Por ello, cabe preguntarnos de nuevo: ¿qué tan diferentes somos de aquella sociedad inquietantemente descrita por Victor Hugo en 1829? En este ánimo de cuestionarnos, el autor del libro se pregunta:

¿Pero cómo es que el populismo punitivo, que siempre tiene una carga semántica negativa o peyorativa y una cuestionable validez normativa, logra penetrar todas las capas sociales y políticas de las sociedades modernas? ¿Cómo se insemina en el imaginario social y termina por dictar sentencias? ¿Cómo termina por promover una sociedad del encierro? (Nava Tovar, 2021, p. 22)

El autor nos recuerda que los medios de comunicación han permitido una escenificación espectacular de este fenómeno al establecerse perfiles bien definidos de los actores que participan en esta trama del ámbito penal: “los delincuentes vistos como demonios populares, las víctimas con o sin voz en la esfera pública, las agencias policíacas corruptas y/o ineficaces ante el crimen y los vengadores anónimos como representantes de la justicia verdadera” (p. 40). ¿No seremos, ocultos tras un perfil de una red social, la tentativa de asumir una máscara justiciera y resarcir los daños que han causado en nuestra familia?

Más que una revisión minuciosa de cada capítulo del libro, este texto es una invitación a reflexionar sobre nuestros valores más arraigados a través de los cuales emitimos nuestros juicios cotidianos en relación a ciertos acontecimientos de nuestra vida. No nos será ajeno el espectáculo atroz en El Salvador, donde se recluyen a miles y miles de prisioneros acusados de crimen organizado. Posiblemente, por un momento, ese paisaje cruel y obscuramente esperanzador nos tranquilice, pero ¿acaso no existen otras formas de enfrentar una problemática que nos tiene amenazados? Sin duda, “[n]uestra época está en un momento de crisis porque es tiempo para la crítica”. Y este libro de Alejandro Nava Tovar es una fuerte sacudida que nos exige no rendirnos ante este peligro que asedia nuestra vida en sociedad.

Referencias

Hugo, V. (2004). El último día de un condenado a muerte (ed. y trad. de Martín García González), Madrid: Akal

Nava Tovar, A. (2021). Populismo punitivo. Crítica del discurso penal moderno, México: Instituto Nacional de Ciencias Penales & ZELA, 186p.

Nota

Este texto ha sido inicialmente publicado en Panorama. Revista de la Universidad Autónoma de Baja California Sur, no. 67, correspondiente al mes de abril de 2023. Recuperado de: https://www.uabcs.mx/documentos/revistaPanorama/Panorama%20digital%20revista%20No%209.pdf

Fuente: elsoldemexico.com.mx