El ADN obtenido de la sangre de Adolf Hitler en el búnker cierra viejas leyendas, pero ¿es válido vincular la maldad con predisposiciones biológicas?
En un ejercicio que navega entre la rigurosidad histórica, el sensacionalismo inevitable y un profundo debate ético, el documental Hitler’s DNA: Blueprint of a Dictator (El ADN de Hitler: arquetipo de un dictador), emitido por la cadena británica Channel 4, pretende desentrañar los secretos del hombre que simboliza la maldad en el siglo XX a partir de su código genético.
El programa, que ha contado con científicos de prestigio, pone fin a falsedades históricas dañinas, pero también se adentra en un terreno pantanoso al especular sobre la salud mental y la biografía íntima del dictador, generando una polémica que divide a la comunidad científica.
Sangre en el sofá del búnker
La piedra angular de esta investigación forense-histórica es una muestra de sangre recuperada del sofá donde Adolf Hitler se suicidó de un disparo en la cabeza el 30 de abril de 1945, en su búnker de Berlín. Según se relata, el coronel estadounidense Roswell P. Rosengren accedió al refugio y recortó un trozo de la tapicería manchada, una pieza que hoy se exhibe en el Museo de Historia de Gettysburg.
La validez de esta muestra crucial ha sido respaldada por el reconocido biólogo forense británico Mark Benecke. En declaraciones a la agencia dpa, Benecke confirmó que la sangre analizada en el documental proviene efectivamente de ese sofá, del cual él mismo pudo examinar una parte –el reposabrazos– en los Archivos Estatales de Moscú. La autenticidad del ADN de Hitler se confirmó mediante su comparación con el cromosoma Y de un varón con ancestros paternos comunes, cuya muestra fue obtenida hace una década durante la investigación sobre un supuesto hijo ilegítimo del dictador. El cotejo fue una «perfecta identificación».
Aplastan un mito nocivo y confirman una canción bélica
Uno de los hallazgos más contundentes y, para muchos, positivos, es el descarte definitivo de la leyenda sobre una supuesta ascendencia judía de Hitler. Esta falsedad, propagada durante décadas por negacionistas del Holocausto y que incluso fue esgrimido recientemente por el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, queda así refutado con pruebas genéticas.
Sin embargo, el descubrimiento que ha capturado la atención del público y evoca una vieja sátira es la evidencia genética que sugiere que Hitler padecía el síndrome de Kallmann. Este desorden genético, causado por la ausencia de una letra en el gen PROK2, afecta al desarrollo puberal y puede derivar en criptorquidia (la falta de descenso de un testículo) y un desarrollo genital reducido. El hallazgo parece dar la razón a la canción que coreaban los soldados británicos durante la Segunda Guerra Mundial: «Hitler Has Only Got One Ball» (Hitler tiene solo un huevo).
Esta condición, según explica el historiador Alex Kay en el documental, conlleva una baja libido y escasa producción de testosterona, lo que «nos ayuda a entender mucho sobre su vida privada. O más bien, sobre su falta de vida privada». Kay sugiere que esta predisposición biológica pudo haber impulsado a Hitler a volcarse en la política con una energía inusual.
Un abismo ético: ¿se puede explicar el mal con genes?
Es en este punto donde el documental da un salto que ha generado las críticas más severas. A través de un test poligénico, que evalúa la predisposición a desarrollar enfermedades complejas, los investigadores concluyen que Hitler mostraba una propensión genética a padecer condiciones como el autismo, la esquizofrenia, el trastorno bipolar o el TDAH.
Aunque los autores se esfuerzan en aclarar que una predisposición no significa que desarrollara ninguna de estas condiciones, la mera vinculación ha causado indignación. Organizaciones como la Sociedad Nacional del Autismo del Reino Unido han calificado el programa de «truco publicitario barato», argumentando que estigmatiza a las personas neurodivergentes al establecer, aunque sea indirectamente, una conexión con la figura histórica del mal.
El debate científico, ¿rigor o reduccionismo?
La comunidad científica se muestra dividida. Por un lado, el documental cuenta con la participación de figuras respetadas como la genetista Turi King, quien identificó los restos de Ricardo III. King admitió haber tenido un «debate agónico» antes de participar, pero decidió hacerlo para asegurar que la investigación se llevara a cabo con las cautelas necesarias.
Por otro lado, muchos colegas consideran que el ejercicio peca de un reduccionismo excesivo. Denise Syndercombe Court, profesora de Genética Forense del King’s College de Londres, señaló a la BBC que los autores fueron “demasiado lejos en sus conclusiones» y que, en lo que respecta al carácter o la personalidad de Hitler, el análisis genético ha sido inútil.
Frente a las críticas, Channel 4 y la productora Blink Films han defendido su trabajo citando a expertos como Simon Baron-Cohen, del Centro de Investigación del Autismo de la Universidad de Cambridge, quien participa en el documental. Baron-Cohen afirma que «el comportamiento de una persona es el producto de muchos factores, no solo de la genética, sino también del entorno, su infancia, las experiencias vitales…».
Conclusión: más preguntas que respuestas
Hitler’s DNA: Blueprint of a Dictator logra su objetivo de provocar un debate profundo, pero deja un regusto ambiguo. Si bien cierra con firmeza capítulos de especulación dañina, como el de los orígenes judíos, abre otros nuevos y potencialmente peligrosos al intentar buscar una explicación biológica a la maldad.
El documental demuestra el poder de la genética para responder preguntas históricas concretas, pero también sirve como una advertencia sobre los límites de la ciencia para capturar la complejidad abismal de la naturaleza humana y los factores sociales, políticos e históricos que convergen en una figura como Adolf Hitler. Al final, el ADN puede explicar predisposiciones, pero no absuelve responsabilidades.
Fuente: reportarsinmiedo.org


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