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Cuántos años vive un cardón o la pregunta sin respuesta

Pedro P. Garcillán

Es doctor en ciencias e investigador en el Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste, en La Paz, Baja California Sur, donde estudia la dinámica espacial y temporal de la vegetación en regiones áridas.

Si uno parte de la ciudad de Tijuana, en la esquina noroccidental de la península de Baja California, allí donde comienza la patria, y toma la carretera federal número 1 hacia el sur, va a disfrutar de unas espléndidas vistas costeras por casi trescientos kilómetros. De pronto, la carretera se niega a seguir costeando y después de un último roce a la playa, como despidiéndose del mar, gira bruscamente hacia el interior de la península. Pocos kilómetros después, el viajero percibe que no fue un simple cambio de dirección, sino que la ruta se interna en uno de los espacios naturales más singulares del país. Entramos al Valle de los Cirios. Embozados entre grandes rocas graníticas, a pocos metros de la carretera o desde la lejana cima de los cerros, una multitud de gigantes centenarios observan indiferentes nuestro paso. Con la misma indiferencia debieron observar, los más viejos entre ellos, las andanzas de los últimos cazadores – recolectores de la región, los afanes misioneros de los padres jesuitas o el paso cansino de la expedición de fray Junípero Serra en su camino al norte, donde acabaría fundando la Alta California.

Estos gigantes impasibles, centenarios guardianes de cerros y valles, son los cardones (Pachycereus pringlei), enormes cactus columnares que pueden alcanzar hasta quince metros de altura. En la fiel compañía de sus escuderos, los cirios (Fouquieria columnaris) – esa extraña planta de varios metros de tamaño, sin apenas ramas y grueso tronco en forma de zanahoria invertida –, los cardones escoltarán nuestro viaje hacia el sur a través del Valle de los Cirios por casi doscientos kilómetros. Al cruzar el mítico paralelo 28, que marca la entrada a Baja California Sur, los cirios se quedan atrás y será sólo el cardón quien nos acompañe durante los más de seiscientos kilómetros de camino que aún nos quedan hasta llegar a la ciudad de La Paz, en el extremo sur de la península.

Cuando en un descanso en el camino, el viajero deambula entre los cardones y mide su propia altura con uno de estos gigantes, le surge la pregunta inevitable, cuánto tiempo le habrá llevado a esta planta alcanzar semejante tamaño en un ambiente tan árido como este desierto. Esta pregunta se la hace el viajero y también el naturalista, porque, más allá de la genuina curiosidad, conocer la edad de los individuos es clave para explorar la dinámica de sus poblaciones. Es decir, nos permite anticipar su futuro, si aumentará o disminuirá su número, y a qué ritmo ocurrirán estos cambios. Es la misma función que cumplen las pirámides de población en los estudios de demografía humana. Pero, desafortunadamente, no tenemos registro de nacimiento de los cardones, ni estas plantas forman anillos de crecimiento como la mayoría de los árboles. Entonces, cómo podemos saber la edad de los cardones o de otros cactus gigantes. La respuesta ha sido abordada a través de varios métodos indirectos que establecen la relación entre la altura de los cardones y su edad. Por ejemplo, se ha calculado midiendo el crecimiento de individuos de distintos tamaños a lo largo de varios años(1) o analizando los cambios de tamaño y número de los cactus observados en fotografías tomadas en el mismo lugar en dos fechas distintas(2). Sin embargo, se ha descubierto un método directo de estimación de la edad de los grandes cactus(3): la datación de sus espinas mediante análisis de carbono 14. Una vez formadas, las espinas se convierten en tejido inerte y, por tanto, pueden ser utilizadas para estimar, mediante análisis de carbono 14, la fecha en que se generaron. Si cada espina conserva en su composición la señal de carbono del momento en que se formó, entonces la línea de espinas a lo largo del tronco de un cactus columnar puede interpretarse como una escala de tiempo que abarca su periodo de vida. Así, las espinas inferiores, formadas al inicio de su crecimiento, nos permiten estimar su edad.

En un estudio reciente(4) aplicamos este novedoso procedimiento para estimar, por primera vez de forma directa, la edad y la tasa de crecimiento en poblaciones de cactus columnares, específicamente de cardones a lo largo de los 1,000 km de su distribución en la península de Baja California. Descubrimos, por ejemplo, que un cardón de 2 metros tenía una edad de 30 años, otro de 4 metros, 58 años o un tercero de 8 metros alcanzaba los 77 años. Sin embargo, también observamos que individuos de edad similar podían tener alturas muy diferentes. Esto sugiere que los cardones nacidos en un mismo año pueden crecer a ritmos muy diferentes y mantener esas diferencias a lo largo del tiempo.

Este no es un detalle menor. Los cardones alcanzan la madurez y empiezan a producir flores cuando llegan aproximadamente a los tres metros de altura. Esto significa que pueden llegar a la madurez a edades muy variadas. Y este rasgo podría ser de utilidad para una especie que, como otras plantas del desierto, no incorpora nuevas generaciones anualmente, sino sólo en aquellos años en que las condiciones ambientales son favorables. Así, dentro de la población, los individuos alcanzan la madurez de forma escalonada, aunque su nacimiento haya ocurrido en pulsos discontinuos en los años propicios.

Comprender estos procesos nos permite vislumbrar parte de la historia de vida de los cardones, pero aún quedan preguntas sin respuesta. Una de ellas, quizá la más intrigante, es cuántos años puede llegar a vivir un cardón. Estrictamente hablando, aún no lo sabemos. De hecho, puede que nunca logremos responderla con certeza. Sin embargo, con esta nueva herramienta, hemos conseguido desentrañar algunos de sus secretos, estimar su edad de manera más precisa y, quizá lo más importante, abrir la puerta a nuevas preguntas.

Fuente: oem.com.mx