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Ciencia y sociedad

Cristina Puga

La relación entre ciencia y sociedad es complicada y contradictoria. Productora de nuevo conocimiento cuyos usos pueden ser diversos, la ciencia ha sido vista con cierta dosis de precaución. En tiempos recientes, la desconfianza ha dado lugar a absurdos como el regreso, por el rechazo a las vacunas, de enfermedades que parecían totalmente controladas como el sarampión o la poliomielitis. Hay quienes, fundados en la religión, se oponen a las teorías de la evolución de las especies de Darwin o proclaman que la tierra es plana. Ciertamente, grandes descubrimientos como la fisión nuclear o la manipulación genética han sido causantes del aumento de riesgo sobre nuestras vidas cotidianas, pero por lo mismo, hay que subrayar que la ciencia es responsable de innumerables aportes en favor del bienestar y la calidad de vida de las sociedades modernas y que el conocimiento es una palanca de desarrollo y fortalecimiento social.

No, sin razón, las familias mexicanas apuestan el futuro a la educación de sus hijos y anuncian con orgullo cuando ingresan a la universidad o, aún más, cuando obtienen el título profesional. Dado el monto de los salarios profesionales frente a lo que gana un futbolista, una artista de telenovelas o un youtuber el orgullo no está relacionado exclusivamente con el aumento del ingreso familiar, sino con la sensación de que el hijo se ha convertido en un ciudadano útil que aportará, con su conocimiento experto, un sustancial grano de arena al desarrollo del país.

Sin embargo, al parecer, para la autoridad científica en el país, el Conacyt, la producción de conocimiento y la formación de nuevas generaciones ya no es suficiente. Desde el gobierno se pide que el conocimiento sea útil, que genere cambios importantes en la vida de las comunidades, que aporte elementos para la solución de la desigualdad y la pobreza, que se justifique ante el pueblo. En momentos de estrechez económica, cuando los recursos aportados a la ciencia y a la educación superior son cada vez menores, el financiamiento a nueva investigación se hace depender de la evaluación de ese compromiso, mientras que indirectamente se califica a la ciencia básica de presuntuosa sino es que francamente inútil.

Y, empero, desde y, hace décadas, la ciencia mexicana busca canales para ser mejor aprovechada. No es que no se haga conocimiento útil: es que los resultados de la investigación, por falta de interés, de recursos o de atención eficaz por parte de los gobiernos, se quedan guardados. Lo mismo si se refieren a la violencia y sus causas, a nuevas enfermedades, a las afectaciones al clima y al medio ambiente o si son avances técnicos para mejorar procesos productivos, los resultados tardan un tiempo considerable en ser aprovechados por empresas o agencias gubernamentales. En Yucatán, sin ir más lejos, el CICY ha trabajado consistentemente en el mejoramiento de especies agrícolas, mientras que la UADY ha colaborado en la protección de comunidades y en el cultivo de las abejas meliponas. Hay seria investigación antropológica sobre las comunidades mayas, las transformaciones en el idioma, las formas de cultivo. Los resultados, no obstante, difícilmente trascienden los límites de las regiones en donde se producen.

Por otro lado, hay mucha ciencia que aún no está directamente relacionada con un problema, pero lo puede estar más tarde. Los resultados de la matemática o la física teórica pueden dar soluciones dentro de años o décadas. A su vez, el conocimiento filosófico, astronómico, literario (por ejemplo, sobre autores de otros siglos o países) contribuye a la expansión de la percepción social del mundo.

La investigación y la vida académica tienen diversas formas de manifestarse. Habrá quien se incline por encontrar soluciones y quien tienda a descubrir nuevos problemas que den origen a investigaciones más profundas. Habrá quien quiera salir al campo, trabajar con la gente y conocer de primera mano, la vida económica o comunitaria. Puede haber quien prefiera la soledad del laboratorio o de la biblioteca para nutrir ideas y muchos que necesiten del intercambio entre colegas -a veces dentro del país y otras en el extranjero – para incorporar los avances que se dan en otras latitudes. Todas son formas de trabajo que requieren financiamiento: para hacer experimentos, guardar especímenes en invernaderos, criaderos o acuarios, comprar equipo, transportarse por el país, asistir a congresos en donde se discutan nuevas perspectivas, hacer videos, organizar reuniones, publicar informes y libros.

El gasto en la ciencia y en la educación es siempre una apuesta al futuro y no puede condicionarse a cumplir con requisitos burocráticos o ideológicos. En cambio, hay que asegurar mediaciones sociales para que el nuevo conocimiento se incorpore a las decisiones de política pública y a los procesos productivos. Un país se engrandece cuando sus niños y jóvenes aprenden y, sin duda, la preparación de las nuevas generaciones es la aportación más generosa que la investigación científica hace en beneficio de la sociedad, pero una utilización oportuna e inteligente de sus descubrimientos y propuestas por parte de gobiernos locales, del gobierno nacional y de las empresas privadas, puede ayudar a reforzar su contribución.

Fuente: lajornadamaya.mx