El asteroide dubner 9515 marcha tranquilo en su órbita alrededor del Sol. Necesita 1.279 días para completar una vuelta entera, algo así como 3 años y medio. Tiene apenas 17 kilómetros de diámetro, un tamaño insignificante para los números inabarcables que se manejan en el espacio exterior, hipnotizante e infinito, un misterio oscuro al que la humanidad viene intentando echar luz desde la primera vez que miró al cielo. Gloria Dubner es una de las personas que lo estudia. Doctora en astrofísica, su campo de investigación son las supernovas, las estrellas que se aprontan a morir y lo hacen de manera explosiva. Su aporte es reconocido mundialmente. Por eso, un grupo de colegas decidió homenajearla bautizando al asteroide 9515 con su apellido. Ella es uno de los más de cien argentinos que tienen un asteroide con su nombre, un reconocimiento por sus aportes a la ciencia. Viva reunió a un puñado de ellos para conocer sus historias y saber por qué se ganaron un pedacito de cielo.
Para Gloria, la fascinación por el espacio sirvió de escape en los años más sombríos del país. Recién licenciada en Física, la elección de un tema para su doctorado coincidió con la llegada de la última dictadura. “De repente, se volvió muy peligroso trabajar en algunos lugares y la astronomía me brindaba un escape, un separarme de la realidad.” En ese momento aparecieron las supernovas, un tema del que ya no se separaría. “Las supernovas son estrellas que explotan de manera catastrófica: imaginá millones de millones de bombas atómicas estallando en un mismo punto y en fracción de segundos. Esa energía es una Supernova”, explica.
Actualmente es directora del Instituto de Astronomía y Física del Espacio de la UBA e investigadora del Conicet, por lo que su día se divide entre tareas administrativas y observación. Utiliza telescopios situados en todo el mundo. Antes, ella y su equipo debían trasladarse a cada lugar para usar y procesar matemáticamente los datos. Esta última parte comenzó a facilitarse a partir de 2003, cuando pudieron comprar sus propios procesadores “por el apoyo a la ciencia durante la gestión Kirchner. Y eso ponelo en la nota”, remarca. Hoy, la mayoría de las observaciones se hacen de manera remota, incluso desde la propia casa con una notebook y buena internet. Por eso, suele insistir a las nuevas camadas que traten de vivir la experiencia de ir a los observatorios “aunque sea una vez”. “Que sientan cómo se te cae el cielo encima por la cantidad de estrellas que ves”, describe.
En 2008, un grupo de colegas propuso su nombre para el asteroide 9515, por sus aportes científicos y en igualdad de género, en un área que hace 40 años era predominantemente masculina y que hoy encuentra a la Argentina como el país con mayor cantidad de astrónomas.
El bautismo. Los asteroides son considerados planetas pequeños, de tamaño mayor al de un meteorito y con una órbita fija alrededor del Sol. La mayoría se encuentra en el cinturón entre Marte y Júpiter, aunque otros pasan más cerca de la Tierra, lo que hizo que la comunidad científica comenzase a dedicar más recursos a estudiarlos, catalogarlos y planear qué hacer el día que uno venga de frente contra nuestro planeta.
Bautizarlos es un proceso que puede llevar varias décadas de trabajo y observaciones. Luego del primer avistaje de un cuerpo celestial, el observador reporta sus coordenadas, fecha, hora y desplazamiento al Minor Planet Center, el ente de la Unión Astronómica Internacional (IAU) encargado de hacer el inventario de todos los asteroides que pasean por el Sistema Solar. Calculando las órbitas, se sabe si se trata de un objeto ya registrado o si es un descubrimiento. Sin embargo, antes de concederle un nombre y un “DNI”, el Minor Planet Center exige cuatro observaciones en distintos períodos de tiempo para calcular su trayectoria exacta, su tamaño, distancia y el tiempo que tarda en dar una vuelta al Sol. Esto puede demandar décadas. Una vez fijada la trayectoria, su descubridor tiene diez años para nombrarlo. Luego, la prioridad pasa a manos del instituto donde trabajaba o de un instituto del país originario. Tras cinco años más, es la UAI la que abre el juego para que se busque un nombre. En promedio, se descubren unos 140 nuevos asteroides por día y solamente un 4 por ciento tiene un nombre definitivo.
Familia estelar.
Juan Carlos Muzzio, regente del asteroide muzzio 6505 y descubridor de 7372 y 3666, fue uno de esos chicos que se armaban sus propios telescopios caseros para mirar los cráteres de la luna o pedía equipos de química para Navidad en vez de la clásica pelota N° 5. Hoy, ya jubilado, continúa trabajando como profesor emérito en la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Universidad Nacional de la Plata. También es uno de los más importantes astrónomos observacionales, área que usa la matemática para entender el movimiento de las estrellas dentro de las galaxias. En 1972, descubrió dos miniplanetas en una observación de rutina, reportó los datos y se olvidó del asunto por más de 35 años.
En el medio, se doctoró en Astronomía, trabajó en el Harvard Smithsonian de Estados Unidos, volvió a La Plata y consiguió con su equipo las primeras computadoras de tarjetas perforadas para calcular los movimientos planetarios. En 2008, el astrónomo Carlos Eduardo López (43722, ya hablaremos de él más adelante) le escribió para avisarle que, por su destacada labor, unos colegas lo habían elegido para bautizar un asteroide con su nombre.
Sorprendido, aceptó el celestial homenaje. En el ida y vuelta de mails también le comentaron que sus dos asteroides tenían órbita fijada, pero que a 3666 ya le había puesto nombre un tal Holman. Allí comenzó los trámites para ponerle a 7372 Emimar, una contracción de los nombres de sus dos hijas: María Emilia, geofísica, y Marina, antropóloga genética. “Es algo frecuente, pese que a los no astrónomos quizás les llame la atención. Mis dos hijas son científicas, así que se tomaron el honor con bastante calma. Pero sí, es un tema de conversación en la mesa familiar”, se ríe Juan Carlos. Desde la Tierra, son apenas dos puntitos casi imposibles de apreciar sin un muy buen telescopio. Pero ahí están los Muzzio, surcando los cielos.
Leoncito espacial. El paraje sanjuanino de El Leoncito ofrece 250 noches despejadas al año, oscuras y silenciosas, ideales para instalar uno de los observatorios de referencia del país, el Complejo Astronómico CASLEO. Allí pasa los días (o las noches) Ricardo Gil Hutton, astrónomo e investigador del Conicet dedicado al estudio de los sistemas planetarios. Nacido en Buenos Aires, se formó de chico en la Asociación Argentina Amigos de la Astronomía de Parque Centenario, un semillero de futuros profesionales del espacio exterior. Por cuestiones familiares, el destino lo llevó a San Juan. “El Leoncito”, como se apoda al CASLEO, cuenta con el telescopio de mayor diámetro del país y tiene pedidos de turno de observación de todo el mundo. Es que hoy prácticamente todos observan desde cualquier lugar del mundo con conexión, como si se tratase de una serie en Netflix. “Es mucho más tranquilo y sencillo, no hace falta ir al medio de una montaña para observar”, explica Ricardo. A la nostalgia que mencionaba Gloria, él antepone las temperaturas bajo cero de las montañas. “Sí, es lindo, pero fresco. Los nuevos estudiantes lo ven como si fuera de la época de los dinosaurios.” Ricardo nunca supo quién le puso gilhutton a 4878, aunque cree que fue un colega o un ex alumno. La IAU prefiere honrar el nombrado y mantiene el secreto sobre quiénes lo propusieron. “No me lo dijeron. Tengo una sospecha sobre quién fue, pero ya falleció, por lo que no será posible preguntarle”, dice.
La estrella de las cinco. En 1966, Antonio Cornejo trabajaba como guardián del tiempo. Desde el Observatorio del Instituto Geográfico Militar miraba las estrellas cada mañana y marcaba el momento en que pasaba “la estrella de las cinco” para dejar asentado oficialmente el horario que regiría en todo el país durante el resto del día. Por eso, y por ser del gremio, lo invitaron a un coloquio en el incipiente Planetario de Buenos Aires, un proyecto que estaba en marcha desde hacía unos años pero que aún estaba inconcluso. No tenía butacas, ni vidrios ni presupuesto ni nada. Una constelación de hechos fortuitos (de esos que pasan por estar en el lugar indicado a la hora indicada) derivaron en que, menos de un año más tarde, Cornejo fuese designado como el primer director del Planetario. Terminó el proyecto y dirigió las actividades de la cúpula futurista palermitana hasta su jubilación en 2000. Bajo su gestión, el Planetario se consolidó como una de las instituciones de divulgación científica más importantes del país y una de las fotos icónicas de la Capital. Por esa labor, el asteroide 8447 hoy lleva su nombre.
Sentado en un bar de San Cristóbal, al que llega metódicamente puntual, Cornejo cuenta algunas anécdotas interplanetarias, como la amistad que forjó con el escritor Ray Bradbury, autor de la célebre novela Crónicas marcianas, “Estuvimos casi tres años para lograr que viniera al país. Le mandé un pedazo de meteorito y él me mandó un libro dedicado, en el que me contaba que tocaba ‘esa piedrita’ cuando quería conectarse con la escritura espacial”, recuerda.
Viajes a la terraza. Juan Carlos Forte (8780), por su parte, describe como “atávica” la atracción que sentía por el cielo estrellado que veía en el techo de su casa en Almagro. Tanto era así que le daba un poco de miedo subir solo, por eso se colaba en los viajes que hacía su abuela a la terraza para colgar la ropa. Tenía cinco años y lo obsesionaban las estrellas. Hoy tiene 68 y lo siguen obsesionando. Su área de trabajo son los cúmulos globulares, los sistemas más viejos del Universo. Pero su especialidad es, como para muchos científicos argentinos, el rebusque. “Es una circunstancia que forma parte del gen científico argentino, porque hemos tenido muchos más años de crisis que años de relativa bonanza. La astronomía es una ciencia muy cara y siempre hemos dependido de los observatorios internacionales”, explica. En los ‘80, tras la guerra de Malvinas, el país quedó aislado de ciertos telescopios y la supervivencia pasó por arreglarse con la poca tecnología que había. “Allí experimentamos técnicas alternativas, y te diría que adquirimos una experiencia basada en la supervivencia y en la característica del ‘lo atamos con alambre’”, explica. Este instinto, sin embargo, es lo que les permitió mantenerse activo en esos años, e incluso innovar cuando de nuevo hubo acceso a los grandes telescopios. “No es que el científico argentino tenga una capacidad superior, pero descubre oportunidades en un mundo donde gente con más recursos no las ve.”
Historia argentina. La mayoría de estos homenajeados son hombres y mujeres de ciencia que trabajan con la tenacidad de una hormiga obrera en busca del bien colectivo, no individual. Lo sabe Carlos López que, desde su puesto en el observatorio Félix Aguilar (San Juan), ha observado y propuesto nombres para muchos de los asteroides argentinos. Y les ha dado la noticia a sus propietarios. “En todos los casos la reacción siempre fue: ‘¿Te parece? No lo merezco, es un honor muy grande’. Todos, sistemáticamente, me dijeron eso”, recuerda. Ex director del Félix Aguilar, participó del programa Yale San Juan, que en los ‘80 modernizó el trabajo de observación sumando algunas de las primeras computadoras capaces de procesar datos. Junto con su grupo de trabajo, han propuesto decenas de nombres al Minor Planet Center para poblar el Cosmos de historia argentina. “Tratamos de distinguir a personalidades de la astronomía argentina y de la historia. Están San Martín 2745, Belgrano 2808, Sarmiento 1920, pero también nombres geográficos como San Juan 2284.” Entre las historias que más recuerda está la de Jorge Sahade (2605) y Adela Ringuelet (5793), dos de los astrónomos argentinos más determinantes del Siglo XX, que además estaban casados, formando quizás la única pareja oficialmente unida en las estrellas. Y la de Virpi Niemela, una astrónoma finlandesa que hizo su carrera en la Argentina. Se destacó por sus estudios en estrellas masivas, su militancia de género, su vocación y su tenacidad: la última dictadura la cesanteó en la Universidad de La Plata y aun así continuó sus investigaciones. En 2006, el equipo del CASLEO propuso su nombre para bautizar un asteroide en un pedido de trámite exprés; Niemela venía peleando contra un cáncer de mama. Casi a fin de ese año, durante un seminario de Estrellas Masivas en Cariló, le regalaron el asteroide 5289. Apenas unos días después dejó este planeta. Navegando por el espacio también están René Favaloro (5077), Jorge Luis Borges (11510), las Madres de Plaza de Mayo (9479), una sucursal de Argentina (469) a 66 millones de kilómetros.
Eva Perón, la primera argentina en ser homenajeada, reúne una constelación: Evita (1569), Abanderada (1581), Fanática (1589), Descamisada (1588) y Mártir (1582). También aparece el curioso caso de Mr. Spock (2309), un asteroide descubierto en El Leoncito por un estadounidense que le puso ese nombre no por el personaje de Star Trek sino por su gato, bautizado igual que el inmortal vulcano.
Hoy, el Minor Planet Center se volvió más riguroso. Los nombres de mascotas están prohibidísimos, nominarse a uno mismo no es aceptable y para homenajear a alguien por su actividad política, deben transcurrir cien años desde su muerte. También se puso más estricto en ceñirse a la actividad científica. “¿Si podríamos tener un asteroide Lionel Messi? No creo que se acepte tan fácilmente. Salvo que realice una contribución o done un telescopio”, explica López. Parece que a Leo no le basta con ser un marciano en la cancha.
La actividad en el campo de los asteroides hizo que el Comité le diera uno al propio López y bautizara de oficio carloseduardo a 43722. Un gesto que, como al resto, lo sorprendió. “He tratado de servir a la astronomía de asteroides de la mejor manera. Y que haya uno con mi nombre es una palmadita en la espalda ¿Qué querés que te diga?”, se ríe López, y agrega: “Lo único que espero es que la AFIP no lo considere una propiedad y me lo cobre, que no lo tengo en la declaración jurada”. Un asteroide 100 por ciento argentino.
Fuente: clarin.com