Un filtro con nanofibras podría eliminar hasta 596 megatoneladas de CO₂ al año al aprovechar la ventilación de hogares y oficinas.
- CO₂ capturado dentro de los edificios.
- Filtros de ventilación convertidos en infraestructura climática.
- Nanofibras de carbono, sin nuevas obras ni suelo extra.
- Menor consumo energético en climatización.
- Captura distribuida, cotidiana, silenciosa.
Un filtro podría permitir que los sistemas de ventilación de los edificios eliminen carbono del aire
Un filtro de captura directa de carbono basado en nanofibras podría transformar los sistemas de ventilación de edificios ya existentes en pequeñas herramientas contra el exceso de CO₂ atmosférico. Sin grandes infraestructuras, sin plantas industriales visibles. Solo aprovechando algo que ya está ahí: el aire que circula cada día por viviendas, oficinas, colegios y hospitales.
Desarrollado por el equipo del profesor Po-Chun Hsu, en la Pritzker School of Molecular Engineering de la Universidad de Chicago, este filtro plantea una idea sencilla pero potente: si todos los edificios mueven aire constantemente, ¿por qué no capturar el carbono durante ese proceso?
Los resultados publicados en Science Advances apuntan alto. Incluso considerando todo su ciclo de vida —fabricación, transporte, uso, mantenimiento y final— el sistema alcanza una eficiencia de eliminación de CO₂ superior al 92 %. No es un detalle menor. En tecnologías climáticas, el balance total lo es todo.
Una captura distribuida, edificio a edificio
El enfoque rompe con el modelo dominante de captura directa de aire centralizada, basada en grandes instalaciones, alto consumo energético y fuerte inversión inicial. Aquí la lógica es otra. Más parecida a lo que ocurrió con la energía solar: de las macroplantas a los tejados.
Según el propio Hsu, el CO₂ atmosférico es relativamente uniforme, igual que la radiación solar. Eso permite pensar en una red distribuida de pequeños puntos de captura, integrados en la vida diaria, sin cambiar hábitos ni paisajes urbanos.
En el escenario más ambicioso, si este tipo de filtros sustituyera a los actuales en todos los edificios, la eliminación potencial alcanzaría hasta 596 millones de toneladas de CO₂ al año. Una cifra comparable a retirar 130 millones de coches de la circulación durante doce meses. Impactante, sí. Pero el verdadero valor está en la escalabilidad gradual, realista.
Menos CO₂, menos consumo energético
El beneficio no se limita al clima global. En el día a día, los edificios que incorporen estos filtros podrían reducir su consumo energético en climatización. Un estudio de 2024 ya estimaba ahorros de hasta el 21,6 %.
La razón es técnica, pero intuitiva. Normalmente, los sistemas de ventilación introducen aire exterior para mantener bajos los niveles de CO₂ interior. Ese aire hay que calentarlo o enfriarlo. Mucha energía ahí. Si el CO₂ se elimina dentro del propio edificio, la necesidad de aire exterior disminuye. Menos carga térmica. Menos gasto.
No es magia. Es eficiencia aplicada con cabeza.
Un filtro pensado para durar, no para desechar
El material desarrollado combina nanofibras de carbono con polietilenimina, creando un filtro reutilizable compatible con sistemas HVAC convencionales. Funciona como un HEPA en formato, pero no en destino. Mientras los HEPA suelen acabar en vertederos cada pocos meses, estos filtros están diseñados para regenerarse de forma periódica.
Aquí entra una idea interesante: integrar la gestión de estos filtros en los sistemas municipales de residuos. Recogida regular, envío a centros de regeneración y devolución al circuito. El CO₂ extraído puede concentrarse, almacenarse o incluso transformarse en productos químicos de valor o combustibles sintéticos. Economía circular, sin discursos grandilocuentes.
Regeneración con energía solar, sin trampas
Uno de los puntos críticos de la captura de carbono es la regeneración del material. Si para liberar el CO₂ capturado se quema gas, el balance se rompe. El equipo lo tenía claro desde el inicio.
Por eso el filtro presenta alta absorción solar, lo que permite regenerarlo mediante calor solar directo. En algunos casos, literalmente dejando el material al sol. Sin combustión. Sin emisiones ocultas. Un detalle técnico que marca la diferencia.
Además del clima, las personas
Reducir CO₂ interior no solo es una cuestión ambiental. También afecta a cómo se vive y se trabaja. En aulas, oficinas o espacios compartidos, niveles elevados de CO₂ están asociados a fatiga, menor concentración y peor rendimiento cognitivo.
Mantener concentraciones más bajas mejora la calidad del aire interior y, con ella, la salud y el bienestar. Un beneficio silencioso, pero muy tangible. De esos que se notan a media mañana.
Potencial
Este tipo de filtros abre la puerta a una descarbonización cotidiana, casi invisible. Edificios que no solo consumen menos, sino que corrigen parte del daño ambiental que generan. Sin pedir esfuerzos heroicos a los usuarios.
Integrados con políticas de eficiencia energética, rehabilitación de edificios y normativas de calidad del aire interior, podrían convertirse en un estándar urbano. No mañana, pero tampoco dentro de veinte años.
La idea es clara: si el problema del CO₂ está en todas partes, la solución también debería estarlo. Incluso en algo tan rutinario como un filtro de ventilación.
Fuente: ecoinventos.com


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