Innovación

Colombiano destacado en la NASA vuelve a su país a difundir conocimiento

Recuerda César Ocampo que las imágenes de la misión Apolo XVII, que llevaba en su tripulación a Gene Cernan, el último ser humano que pisó la luna, cuando tenía 5 años, le revelaron qué quería hacer en su vida: conocer el universo, hacer parte del descubrimiento de planetas, cometas y estrellas.

Ese niño se convirtió en el creador de Copérnico, denominado así en honor al astrónomo renacentista que puso al sol en el centro de nuestro sistema solar, un software que calcula las rutas y órbitas de cualquier misión espacial, asteroide o satélite. Rompió un paradigma de la navegación espacial y de paso, luego de 20 años de trabajar para la NASA decidió regresar a Colombia a poner un granito de arena y hacer del país un lugar más equitativo.

César nació en 1967 y estuvo solo hasta los dos años en Colombia, hasta que su familia, en la búsqueda de un mejor porvenir migró a Estados Unidos. En 1978 regresaron por un año a La Tebaida a tratar de recuperar sus raíces y César que ya tenía alredor de 20 descubrió de manera cruda cómo era la cultura de sus ancestros: “En diciembre (de ese año en Colombia) viví mi primer entierro, la forma en que mataban a un marranito y todo ese tipo de cosas que en Nueva York se blindan más. Eso me ayudó, pues me formó una conciencia social como científico y un enfoque muy humanitario en mi forma de hacer y pensar las cosas”. Pero tanto tiempo en el exterior había cumplido su efecto. La Tebaida no colmaba las expectativas que la familia Ocampo tenía así que regresaron al país del norte.

Un colombiano que rompió paradigmas

“A los 12 años, yo jugaba un juego de Atari, de los pocos que eran diferentes a los de destrucción. Este se trataba de aterrizar en la Luna y costaba 25 centavos”, un módulo lunar en el que debía simular el empuje del motor, el impacto de la gravedad, la rotación de los vectores, todo para aterrizar en el satélite. Un simple juego que le generó una inquietud, ¿cuál es la capacidad de un computador para simular un sistema con múltiples opciones como ese?

Esa pregunta se convirtió en un gusano que le carcomió el cerebro durante su juventud. Inició sus estudios en la Universidad de Kansas en ingeniería aeroespacial, y en 1988 César comenzó la construcción de sus primeras herramientas para simular los movimientos de satélites y planetas.

Aprendió prácticamente solo, “dibujé una esfera en tres dimensiones, luego le puse un satélite alrededor y eso tardó mucho, amaneciendo, aprendiendo de libros y todo esto y allí empieza mi fascinación con la programación”. Por este trabajo autodidacta obtuvo un premio en 1990 gracias a un artículo científico sobre visualización gráfica para simular sistemas astrodinámicos.

Lo contrataron en un centro de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. ¿Su tarea?, simular estrategias de guerra. Pero después de un tiempo tuvo que escoger entre seguir programando en un centro de guerra o buscar nuevas opciones. Finalmente obtuvo una beca del departamento de Educación de Estados Unidos para cursar una maestría en astrodinámica en la Universidad de Colorado. Por su producción científica entró a laborar en el Jet Propulsion Center (JPL) en 1991.

Allí elaboró un concepto novedoso para su tiempo, la órbita solar. Uno de los objetivos al lanzar un telescopio por ejemplo, es que se aleje de la Tierra lentamente pero sin interferir en el campo visual de los interesados. Ocampo construyó una estrategia que utiliza la gravedad que hay entre la Luna, el Sol y la Tierra para impulsar estos viajeros espaciales.

La insaciable sed de conocimiento de César Ocampo continúo, empezó su doctorado en astrodinámica también en la Universidad de Colorado y se vinculó a Hughes Space and Communications Group, empresa dedicada a poner en órbita satélites comerciales, allí tenía la responsabilidad de diseñar sus órbitas.

Por allá en 1998 el satélite geoestacionario AsiaSat no entró a la órbita adecuada. Para solucionar el impase, César Ocampo y un grupo de científicos utilizaron el combustible que le quedaba al satélite para que llegara hasta la Luna, una estrategia conocida como trayectoria de retorno libre. Después de dos vueltas lunares y de utilizar la energía del campo de gravedad, el satélite entró a la órbita deseada alrededor de la Tierra. Primera vez que se hacía algo así.

Cuando se vinculó a la Universidad de Texas pensó: “basta ya con diseñar un programa para cada problema, diseñemos uno que resuelva todos esos problemas”. Ahí nació Copérnico y desde ese momento cada viaje interplanetario, satélite, órbita de asteroide o clase de astrodinámica o del cosmos, tienen que ver con la creación de este quindiano.

Una estrella que regresa a casa

César tenía una vida tranquila en Estados Unidos, profesor en la Universidad de Texas e investigador en diferentes proyectos de la NASA, el sueño de miles de científicos, pero tomó una compleja decisión, dar un paso al costado y regresar a su natal Colombia para aplicar su experiencia a la resolución de los problemas que aquejan a los más vulnerables. “Regresé al país con un sentido de conciencia social, tal vez para hacer proselitismo científico y hacerle frente a quienes ofrecen proselitismo de otras formas, porque veo un nivel de analfabetismo científico en nuestro país muy grande,” explicó el científico.

En uno de sus periplos a Colombia en los que se iba con telescopio en mano a mostrarle las constelaciones y los planetas a transeúntes, niños de escasos recursos, adultos mayores y cualquiera que mostrara un poco de interés en el cielo, apoyó la construcción del primer satélite colombiano con la Universidad Sergio Arboleda por allá en el 2007, el “Libertad 1”. Ocampo es hoy decano de la Escuela de Ciencias Exactas e Ingeniería de esa universidad.

Ahora está trabajando en sacar adelante una planta de potabilización de aguas que funciona con energía solar para el Chocó, el aprovechamiento de la basura para generar biomasa y convertirla en energía eléctrica, entre muchas otras iniciativas.

Ese es Ocampo, un ingeniero que se impresiona ante la creación de la vida, un científico ateo que usa el método científico y el escepticismo como herramienta ante cualquier fenómeno. Pero también un científico humanista que cree en el amor y que piensa que el significado de existir del ser humano es ser feliz y entregarla a los demás, minimizando el sufrimiento.

César Ocampo no vino a salvar el país, pero que quiere aportar. Un apasionado por su labor que ahora pretende trabajar con una constelación de personas vulnerables antes que hacer parte de las misiones tripuladas o robóticas para descubrir más del sistema solar. Su objetivo hoy no es llegar a Europa, luna de Júpiter o a Marte, sino traer estos cuerpos celestes a las personas, entre otras cosas, para que se eduquen y construyan un país sostenible.

Fuente: semana.com