Astrónoma argentina controla la hora del mundo
Felicitas Arias, una astrónoma egresada de la Universidad de La Plata, dirige el organismo mundial que coordina datos de 80 relojes atómicos y regula la hora mundial.
Mirar la hora es hoy un reflejo casi tan automático como respirar. Podemos verla en el celular, en la TV, en una computadora o en el reloj pulsera. No somos conscientes de que un ejército de técnicos y científicos, en distintos países, trabaja para que veamos algo fiel y coordinado para todos por igual. Tanto para un granjero de Tailandia como para un corredor de bolsa en México.
El organismo encargado de regular la hora mundial (centralizando datos provenientes de relojes atómicos en los principales laboratorios de tiempo, diseminados en distintos países) es el Departamento de Tiempo de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas (BIPM, por sus siglas en francés). Y su directora es la argentina Elisa Felicitas Arias, una astrónoma que se graduó en la Universidad Nacional de La Plata. “Pero todo el mundo me conoce sólo por Felicitas”, comenta desde su casa en las afueras de París, apenas empieza la entrevista. El camino para llegar a ese importante cargo (“el más sobresaliente en la especialidad”, dice sin falsa modestia) se construyó en base a una sólida formación académica. En 1990 recibió su doctorado en el Observatorio de París; un año más tarde se hizo cargo de la dirección científica del Observatorio Naval Buenos Aires. “Una parte de mis responsabilidades era el mantenimiento del servicio nacional de la hora”, comenta. Hasta que, en 1999, ganó el concurso de directora del departamento de tiempo en el BIPM, un puesto a su medida. Y se mudó a París, aunque siempre que puede vuelve a La Plata, especialmente para las fiestas de fin de año. “Puede parecer extraño, pero cada vez que estoy allá, me encanta tomar la diagonal 74 hasta el fondo y darme una vuelta por Punta Lara para ver el río”, cuenta.
Madrugadas de estrellas. Su vocación científica nació cuando era chica, de la mano de un tío aficionado a la observación astronómica. “Era un personaje conspicuo, inteligente, dotado para la matemática, observador del Cosmos sin telescopio, intelectual y escritor. Me enseñó a identificar constelaciones, estrellas, a entender los eclipses, a levantarme a la madrugada en busca del cometa anunciado…” Cuando ya se había convertido en astrónoma, el próximo paso fue consolidar una familia. No le gusta dar muchos detalles sobre su vida personal: prefiere hablar más sobre su trabajo, “que es apasionante”. Sólo cuenta que se casó en 1995 y que desde entonces su carrera cobró impulso. “Mi marido fue un apoyo extraordinario. Aceptó en 1999 emigrar conmigo a Francia, priorizando mi proyecto. Creo que hemos basado nuestra vida familiar en el principio de la cooperación; no hubiera podido asumir todas las responsabilidades de mi trabajo sin un esposo tan presente, en particular durante la infancia de nuestra hija, a la que trajimos a Francia cuando apenas tenía dos años. La vida familiar, que considero fundamental para el desarrollo personal, es una fuente de alegría y satisfacciones.” En su día a día laboral hay dos conceptos clave: la sincronía y la regularidad. Sincronía para que todos en el planeta tengamos una misma relación horaria, de forma coordinada. Y regularidad para mantener esa sincronía de manera permanente. Se entusiasma cuando habla de su trabajo. Y explica en detalle en qué consiste: “Mi función principal es dirigir las actividades de un equipo de profesionales y técnicos para proveer la referencia horaria internacional, que se conoce como tiempo universal coordinado (UTC). Ese trabajo consiste, por una parte, en una fuerte dosis de coordinación con 80 institutos distribuidos en el mundo, que operan relojes atómicos y que envían datos al BIPM para hacer el cálculo del UTC. Por otra parte, una vez reunidos esos datos, hay que realizar los cómputos para obtener las escalas de tiempo y determinar con qué aproximación y con qué incertidumbre los relojes nacionales representan el UTC. Estos cálculos se hacen casi permanentemente. Dentro del equipo, además de ejercer mi rol de líder, también comparto con mis colegas las tareas de cálculo. No concibo dirigir sin poner las manos en la masa, emulando de alguna manera lo que oí tantas veces decir a mi abuela:
‘Para llegar a ser director hay que saber hacer’”.
En pleno siglo XXI, naturalmente, Felicitas rechaza la cuestión de género como relevante a la tarea académica, y considera que uno vale por sus capacidades. “Creo que los valores no tienen sexo y que, lamentablemente, muchas mujeres se han amparado en el caparazón de la debilidad femenina por comodidad. El individuo, hombre o mujer, se destaca por su capacidad; en el mundo de la ciencia hay muchas mujeres descollantes, hombres y mujeres se confunden en una única masa donde solamente la capacidad impone categorías. No creo en leyes que tratan de equiparar el número de mujeres en puestos de responsabilidad al número de hombres (o lo que es peor, a un porcentaje), me parece discriminatorio, reduce al rol de la mujer a cumplir con un mínimo numérico, como desmereciendo su capacidad”, sentencia.
Lo importante es la medida. Nuestro mundo sería inconcebible si no existieran las medidas de peso, longitud, tiempo. Arias, que en su vida personal no les da tanta importancia a los horarios, profundiza el concepto: “Para mí, es la base de todo. Incluso, en la vida cotidiana, todas las acciones del ser humano están relacionadas con la medida y con el control de la medida. Cuando se hacen las compras y se paga un producto por el peso, tenemos confianza en que la balanza está dando el peso correcto. Y eso es porque hay una cadena de trazabilidad metrológica que empieza donde yo estoy trabajando, en el BIPM, que continúa en un instituto nacional de metrología, como el INTI (en Argentina), y ese instituto establece su cadena de verificación para controlar que todas las balanzas que existen en el país pesen correctamente”.
¿Es necesaria tanta exactitud? Hoy los relojes atómicos, fundamentales para la medición del tiempo, se manejan con una precisión casi inconcebible. Los relojes de cesio más avanzados alcanzan una exactitud tal que logran un desfasaje de apenas un segundo en 300 millones de años. Y, recientemente, el Instituto Nacional de Estándares y Tecnología, de los Estados Unidos, creó un reloj atómico basado en un material que se llama estroncio, que lleva ese mínimo retraso a 15.000 millones de años. La pregunta inevitable es: ¿Se necesita tanta exactitud? Felicitas responde: “En la vida de hoy tenemos una gran cantidad de cosas que no podríamos disfrutar si no existiera un mantenimiento del tiempo tan preciso como el que permiten los relojes atómicos. Ejemplo: el GPS. El sistema de satélites funciona porque hay una muy buena sincronización del sistema a través de relojes que están en los satélites. Si hoy podemos tener telefonía celular, posicionamiento cuando viajamos, todo eso es gracias a los sistemas de navegación por GPS, que se obtienen con una muy buena sincronización de hora. La comunicación por Internet también depende de la sincronización, igual que todo lo que es red de comunicación. Y después, otra cantidad de actividades que van más allá de la vida de todos los días. Como las misiones espaciales, que cada vez están mejor diseñadas y cada vez van a lugares más remotos. Justamente, eso se pude hacer porque hay una datación, un mantenimiento de la hora”.
La otra pregunta que aparece de inmediato, teniendo en cuenta la extraordinaria exactitud de los relojes atómicos, es: ¿para qué se necesitan los datos de decenas de relojes? ¿No alcanzaría con usar uno solo? La respuesta de Felicitas Arias es contundente. “Tener un solo reloj para dar la hora mundial es muy arriesgado. Porque la primera premisa que uno tiene es la confiabilidad. Es un sistema que tiene que ser perenne. Existir permanentemente. Un solo reloj es poco confiable. Si el reloj, digamos ‘mundial’, tiene algún problema, entonces no tendríamos más coordinación de hora mundial. Hay que tener una red de relojes porque la hora es útil solamente si se puede difundir. ¿Para qué serviría, por ejemplo, que un país mantuviera la hora, si no la difundiera? Para nada. La diseminación de la hora es esencial. Casi todos los países desarrollados tienen relojes atómicos que mantienen la hora en su país. Un solo reloj sería complicado, catastrófico inclusive.”
Cuando la Tierra atrasa. El planeta gira más o menos como un trompo. Hay ínfimos vaivenes en su rotación, producto de no ser una esfera perfecta, de poseer una densidad variable en todo su volumen y de estar sujeto a diversas fuerzas celestes. Así las cosas, la Tierra rota sobre su eje de manera irregular, y no todos los días suman exactamente 24 horas. De hecho, esa inestabilidad es lo que promovió la búsqueda de un patrón más regular, y por eso en 1967 se inauguró la era del tiempo atómico con el uso de un reloj atómico. De todos modos, existe un inevitable desfasaje, que hace necesario que se agregue un segundo a la hora cada año y medio, aproximadamente. Esto se hizo 27 veces desde que se inició el sistema de tiempo universal coordinado, en 1972, y la última vez fue hace unos meses, a fines de 2016.
La obligación de acompasarse al ritmo de rotación terrestre (mediante el agregado de un segundo intercalar, como se lo llama) acarrea problemas en la tecnología. Según Felicitas, “es muy negativo y genera una cantidad de inconvenientes para todos los sistemas que se basan en la sincronización de la hora, como el GPS. En Internet, los servicios que se denominan de sellado de hora (los que validan la hora en los documentos digitales) usualmente presentan problemas cuando está el segundo intercalar, porque ese agregado confunde al sistema”. La propuesta de Arias es eliminar directamente ese segundo extra, y olvidarse de coordinar el tiempo con el movimiento terrestre.
“En el fondo, para la vida civil, tener un segundo agregado cada uno, dos o tres años, simplemente es imperceptible: acumularía una hora en 7.200 años. Eso no provocaría problemas para la vida de todos los días, pero el segundo intercalar sí está provocando inconvenientes para ciertas aplicaciones que requieren un tiempo uniforme”.
El hombre es un animal de costumbres, se dice, y parece que la propuesta que apoya Arias se ve drástica. Después de todo, la humanidad estuvo midiendo el tiempo según el movimiento de nuestro planeta desde que la primera persona clavó un palo en la tierra y creó el gnomon (un primitivo reloj de sol). La polémica continúa y no parece que vaya a resolverse en un breve plazo.
A fines de este año, Felicitas se jubila. No deja de ser algo irónico que la guardiana del tiempo precisamente no disponga de tiempo para realizar algunas de sus actividades preferidas: estudiar idiomas, leer, actuar, cocinar (“la pierna de cordero me sale extraordinaria”). Tareas recreativas que piensa retomar luego de dejar el cargo que ocupa desde hace casi dos décadas. “Yo creo que la vida después de que uno termina la actividad laboral está llena de cosas que nos esperan y que nos ocupan casi, diría, el mismo tiempo que nos ocupa el trabajo. Pero con otra perspectiva”, dice.
Fuente: clarín.com