Desafiar la narrativa de que el SARS-CoV-2 se originó de forma natural se ha convertido en un suicidio profesional. Pero varios expertos creen que no hay pruebas para descartar la hipótesis de que se escapó de una instalación científica y piden más investigaciones que ayuden a prevenir otra futura pandemia
Después de pasar el día esquiando, el inmunólogo Nikolai Petrovsky se puso a mirar sus redes sociales cuando algo llamó su atención: varias noticias describían unos misteriosos casos de tipo neumonía en Wuhan (China). Era principios de enero de 2020 y Petrovsky estaba en su escapada vacacional en Keystone (EE. UU.), donde suele viajar casi todos los años con su familia para huir de los veranos abrasadores en su casa en el sur de Australia.
Pronto se sorprendió por la extraña discrepancia en la descripción de los casos de neumonía. Las autoridades chinas y la Organización Mundial de la Salud (OMS) decían que no había nada de qué preocuparse, pero Petrovsky recuerda que los lugareños de esa área publicaban información sobre “cuerpos que se sacaban en camillas de las casas en Wuhan y la policía que precintaba las puertas de los apartamentos”.
Petrovksy es profesor en la Universidad Flinders, cerca de Adelaida (Australia), y también es fundador y presidente de la empresa Vaxine que desarrolla inmunizaciones para distintas enfermedades infecciosas, entre otras cosas. Desde 2005, ha recibido decenas de millones de dólares en fondos de los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU. para apoyar el desarrollo de las vacunas y de los denominados compuestos adyuvantes que potencian sus efectos.
Después de que los científicos chinos publicaran un borrador del genoma del nuevo coronavirus SARS-CoV-2, el culpable de la enfermedad que surgió en Wuhan, Petrovksy, quien en ese momento ya había dejado el esquí en un segundo plano para trabajar desde su oficina en su casa de EE. UU., dio instrucciones a sus colegas para llevar a cabo estudios de modelado informático de la secuencia viral, que era el primer paso hacia el diseño de una vacuna.
Se generó un resultado sorprendente: las proteínas de espiga encontradas en el SARS-CoV-2 se unían con más fuerza a su receptor en las células humanas, la proteína ACE2, que a los receptores en cualquier otra especie analizada. En otras palabras, el SARS-CoV-2 se adaptaba sorprendentemente bien a su presa humana, lo cual es inusual para un patógeno de reciente aparición. “Maldita sea, eso es realmente extraño”, recuerda haber pensado Petrovsky.
Mientras investigaba si el SARS-CoV-2 podría haber surgido de los cultivos de laboratorio de las células humanas o de las células diseñadas para expresar la proteína ACE2 humana, una carta firmada por 27 científicos apareció repentinamente el 19 de febrero en la prestigiosa revista médica The Lancet. Los autores insistían en que el SARS-CoV-2 tenía origen natural y condenaron cualquier hipótesis alternativa como teorías de conspiración que solo crean el “miedo, rumores y prejuicios”.
Petrovksy recuerda que la carta le pareció indignante y resalta que conspiranoicos era “lo último que éramos” y que la carta “parecía dirigida a las personas como nosotros”.
En febrero de 2021, un equipo internacional de científicos terminó su visita a Wuhan que duró un mes para investigar el origen del SARS-CoV-2. Los científicos, convocados por la OMS y controlados de cerca por las autoridades chinas, concluyeron que, en principio, una fuga de laboratorio era tan poco probable que no era necesario investigar más. Pero el director general de la OMS retiró esa declaración, y afirmó: “Todas las hipótesis permanecen abiertas y requieren más análisis y estudios”.
Otro grupo de 26 científicos sociales y comunicadores científicos, entre ellos Petrovksy, han firmado su propia carta en la que argumentan que los investigadores de la OMS no tenían la “competencia, la independencia ni los accesos necesarios” para determinar si el SARS-CoV-2 podría haber sido resultado de un incidente de laboratorio.
La investigación de la OMS ocurrió después de un año durante el cual los debates sobre los orígenes del SARS-CoV-2 se volvieron cada vez más enérgicos. Las autoridades chinas no estaban dispuestas, y siguen sin estarlo, a proporcionar información que pudiera resolver las preguntas persistentes sobre el origen del virus y, en ausencia de datos críticos, las opiniones de los expertos se consolidaron en torno a dos escenarios contrarios: uno que afirma que una fuga de algún laboratorio era creíble y necesitaba más investigación, y otro que asegura que el SARS-CoV-2 se ha creado en la naturaleza casi con toda la seguridad y que esas probabilidades de una fuga de un laboratorio son tan remotas que básicamente podrían descartarse.
Los que insisten en su origen natural aseguran que el virus carece de características genéticas que demuestren que ha sido diseñado deliberadamente. Pero también es posible que el SARS-CoV-2 evolucionara en la naturaleza antes de llegar a un laboratorio para su estudio y posteriormente escapar. El Instituto de Virología de Wuhan, que muchos consideran el sitio más probable de la fuga, alberga una de las mayores colecciones de coronavirus del mundo.
El microbiólogo de la Universidad de Stanford (EE. UU.) David Relman cree que una fuga de laboratorio nunca fue objeto de una “discusión justa y desapasionada de los hechos tal y como los conocemos”. En cambio, en cuanto los que pedían un análisis más detallado sobre el posible origen del virus en el laboratorio fueron descartados como conspiranoicos que difundían desinformación, las tensiones empezaron a crecer.
La política del año electoral en EE. UU. y los crecientes sentimientos sinófobos solo aumentaron esas tensiones. Los ataques contra los estadounidenses de origen asiático habían ido en aumento desde el inicio de la pandemia, y con el entonces presidente Donal Trump enfurecido por el “virus chino”, muchos científicos y periodistas se volvieron “cautelosos a la hora de decir algo que pudiera justificar la retórica de su administración”, explica el miembro principal del grupo de expertos en asuntos internacionales Atlantic Council, Jamie Metzl, con sede en Washington (EE. UU.).
Según Metzl, el hecho de que los científicos expresaran sus sospechas sobre un posible escape de un laboratorio podría haber sido un suicidio profesional, especialmente teniendo en cuenta que ya existía un largo historial de brotes de enfermedades virales que se propagaban desde la naturaleza. La becaria postdoctoral especializada en terapia génica e ingeniería celular en el Broad Institute en Cambridge (EE. UU.) Alina Chan coincide. En su opinión, el riesgo de desafiar la ortodoxia de que el SARS-CoV-2 tiene orígenes naturales (una hipótesis completamente viable, sostiene) es mayor para los científicos consolidados en enfermedades infecciosas con funciones de supervisión y con personal a su cargo. Ella misma pasó gran parte del año pasado pidiendo una mayor investigación sobre una posible fuga de laboratorio, afirmando que, siendo becaria postdoctoral, tenía menos que perder.
Relman considera que ese debate también complica la urgencia más amplia de descubrir el origen del virus, algo crucial para detener la próxima pandemia. Las amenazas tanto de los accidentes de laboratorios como de los contagios naturales crecen a la par por el hecho de que los humanos se trasladan constantemente a lugares salvajes y hay cada vez más nuevos laboratorios de bioseguridad en todo el mundo. “Por eso la cuestión del origen del virus resulta tan importante”, destaca Relman.
Y añade: “Necesitamos tener una idea mucho mejor sobre dónde dirigir nuestros recursos y esfuerzos”. Y si un escape de laboratorio parece creíble en el caso del SARS-CoV-2, opina que “entonces definitivamente merece mucha más atención”.
Si el SARS-CoV-2 pasó a los seres humanos desde la naturaleza, ¿cómo y dónde ocurrió? Un año después del inicio de la pandemia, siguen siendo preguntas abiertas. Los científicos todavía especulan sobre si el virus pasó directamente a las personas desde los murciélagos infectados (conocidos por tener cientos de coronavirus diferentes) o a través de una especie animal intermediaria.
Al principio se pensó que el mercado mayorista de marisco de Huanan en Wuhan fue el sitio de origen de un posible brote, ya que ahí es donde se detectó el primer grupo de COVID-19, la enfermedad causada por el virus. Pero pruebas más recientes sugieren que las infecciones en animales o en humanos podían haber estado circulando en otros lugares varios meses antes, y desde entonces el foco se ha ampliado a otros mercados de la ciudad, a las granjas de vida silvestre en el sur de China y a otros posibles escenarios, como el consumo de carne congelada contaminada con virus originaria de otras provincias.
Resulta importante destacar que los antepasados inmediatos del virus aún no se han identificado. El más cercano pariente conocido, el coronavirus denominado RaTG13, es genéticamente similar en un 96 % al SARS-CoV-2.
Por otro lado, si el virus se escapó del laboratorio habría sido introducido al mundo a través de un investigador o técnico infectado con el mismo. Este tipo de fugas de laboratorio han ocurrido antes, como los varios casos de transmisión comunitaria durante los brotes de SARS a principios de la década de 2000.
En 2017, el Instituto de Virología de Wuhan se convirtió en el primer laboratorio en China continental en recibir la designación de Nivel 4 de Bioseguridad (BSL-4), el estado de seguridad más alto para un espacio de investigación. Pero este organismo también tiene un historial de prácticas de seguridad cuestionables. Los científicos del laboratorio informaron de la falta de técnicos e investigadores debidamente capacitados en la instalación, lo que llevó a los científicos diplomáticos estadounidenses que lo visitaron en 2017 y 2018 a alertar el Departamento de Estado.
Al mismo tiempo, muchos científicos han señalado, particularmente a raíz de lo ocurrido recientemente, y debido a la investigación, para algunos polémica, sobre la hipótesis de la fuga del laboratorio en la revista New York Magazine, que los coronavirus se manejaban típicamente en BSL-2 o BSL- 3, que son los niveles de seguridad más bajos.
Dejando de lado esas advertencias, la teoría predominante entre los que creen la pandemia se originó por una fuga de laboratorio consiste en que el SARS-CoV-2 no fue llevado al laboratorio de Wuhan, sino que se diseñó allí, dado que muchos de sus científicos realizan investigaciones genéticas de forma rutinaria sobre los coronavirus y también podían haber “colaborado en las publicaciones y proyectos secretos con el ejército de China”, según una hoja informativa del Departamento de Estado de Estados Unidos publicada durante la última semana de la administración Trump. El 9 de marzo, un columnista del Washington Post, citando a un funcionario anónimo del Departamento de Estado de EE. UU., sugirió que, aunque la administración de Biden no llegó a respaldar ninguna teoría concreta sobre el origen del virus, tampoco cuestionó la mayoría de los puntos señalados en esa hoja informativa.
Aun así, los escépticos que dudan de la hipótesis de una fuga de laboratorio aseguran que el SARS-CoV-2 no se parece en nada a un virus diseñado. Las diferencias con RaTg13 se distribuyen aleatoriamente por todo el genoma viral, en vez de aparecer en algunas partes específicas, como se esperaría con un microbio modificado genéticamente. En un correo electrónico a la revista Undark, el profesor emérito de virología de la Universidad de Chicago (EE. UU.) Bernard Roizman escribió: “Estamos a muchos, muchos años de lograr una comprensión completa de las funciones y la regulación de los genes virales, que son los elementos críticos fundamentales para la creación de los virus letales”.
El virus sí que tiene una característica inexplicable: el llamado “sitio de escisión de la furina” en la proteína de espiga que ayuda al SARS-CoV-2 a abrirse camino en las células humanas. Aunque estos sitios están presentes en algunos coronavirus, no se han encontrado en ninguno de los parientes conocidos más cercanos del SARS-CoV-2. “No sabemos de dónde vino el sitio de la furina. Es un misterio”, admite la microbióloga que codirige el Centro Penn de Investigación sobre Coronavirus y Otros Patógenos Emergentes en la Facultad de Medicina Perelman de la Universidad de Pensilvania (EE. UU.), Susan Weiss. Aunque considera poco probable que el SARS-CoV-2 haya sido diseñado, añade que no se puede descartar la posibilidad de que se haya escapado de un laboratorio.
Relman opina que también es posible que los científicos que trabajan con otros coronavirus no revelados y aún más estrechamente relacionados (tal vez uno con el sitio de escisión de la furina y otro con la parte principal del gen del SARS-CoV-2) hayan caído en la tentación de crear un virus recombinante para poder estudiar sus propiedades. De hecho, los investigadores del Instituto de Virología de Wuhan al principio no revelaron que se habían detectado otros ocho coronavirus similares al SARS en las muestras recogidas de la misma cueva donde se encontró RaTG13. Los trabajadores que limpiaban las heces de los murciélagos en esa cueva, ubicada en la provincia de Yunnan, cerca de la frontera con Laos, desarrollaron una enfermedad respiratoria grave y al menos uno de ellos murió, o quizás más.
Petrovsky se inclina hacia otro posible escenario con la idea de que el SARS-CoV-2 pudo haber evolucionado de los coronavirus que se colaron en los cultivos de laboratorio. Explica que los virus relacionados en el mismo cultivo, como uno optimizado para la unión con ACE2 humana y otro no, pueden intercambiar su material genético para crear nuevas cepas. Y recuerda: “Hemos visto este tipo de cosas en nuestro propio laboratorio. Por ejemplo, estábamos cultivando la gripe, y de repente un día la secuenciamos y pensamos, ‘Dios santo, ¿de dónde salió este otro virus en nuestro cultivo?’ Los virus no paran de evolucionar y es fácil que un virus entre en nuestro cultivo sin darnos cuenta”.
Petrovsky y varios coautores especularon en un artículo publicado en mayo del año pasado como preprint no revisado por pares sobre si el virus era “completamente natural” o si se originó en “un incidente de recombinación que ocurrió accidental o intencionalmente en un laboratorio que manipula los coronavirus”. El equipo no “decía que fuera un virus de laboratorio”, enfatiza Petrovsky, y puntualiza: “Simplemente presentamos nuestros datos”.
Pero a finales de abril de 2020, cuando el grupo de Petrovsky pensaba dónde publicar su trabajo, “Trump soltó de repente” que tenía motivos para creer que el virus salió de un laboratorio chino, resalta Petrovsky. Y en ese momento, añade, gran parte de “los medios de comunicación de izquierda” decidieron que “iban a presentar todo el tema del laboratorio como una teoría de la conspiración para derrocar a Trump”.
Cuando Petrovsky contactó a los administradores del servidor de preprints bioRxiv, su artículo fue rechazado. Los editores respondieron que sería más apropiado publicarlo tras una revisión por pares. El investigador recuerda: “Nos sorprendió mucho. Pensábamos que el objetivo del preprint era sacar información importante más rápido”.
Su trabajo se publicó más tarde en otro servidor de preprints arXiv.org, con sede en la Universidad de Cornell (EE. UU.). Pronto empezaron a llamar los reporteros, pero la mayoría eran de medios de comunicación de derecha que representaban lo que Petrovsky denomina “la prensa de Murdoch”. Asegura que tuvo que estar pendiente para evitar que algunos periodistas tendenciosos distorsionaran los hallazgos de su artículo para sustentar la narrativa de que el SARS-CoV-2 se había fabricado de una forma indudable. Y al mismo tiempo, reconoce que otros medios intentaron “burlarse de toda la posibilidad de la hipótesis de la fuga del laboratorio”.
Petrovsky se describe a sí mismo como políticamente neutral y, según las fuentes, es muy reconocido en el mundo de las vacunas. La microbióloga del Baylor College of Medicine de Houston (EE. UU.) Maria Elena Bottazzi asegura que Petrovsky no hace afirmaciones científicas que no estén totalmente respaldadas por pruebas. Sin embargo, Petrovsky sugiere que el simple hecho de seguir haciendo ciencia se ha vuelto demasiado tenso políticamente. Afirma que estaban “lidiando con las fuerzas globales, que son mucho más poderosas que un científico que intenta contar una historia basada en la ciencia”.
Los hallazgos australianos también acabaron atrapados en una reacción de rechazo contra los artículos que afirmaban tener pruebas de que el virus se había originado en un laboratorio por parte de algunos científicos que habían saltado al terreno de manera oportunista. Muchos de estos científicos tenían poca experiencia relevante y no entendían “cómo funcionaba realmente la evolución molecular”, opina el biólogo evolutivo y experto en coronavirus de la Universidad de California en Berkeley (EE. UU.) Rasmus Nielsen.
Nielsen cita como ejemplo el artículo publicado el 31 de enero en bioRxiv por los investigadores del Instituto Indio de Tecnología en Nueva Delhi , que sugería que existía una “extraña similitud” entre el SARS-CoV-2 y el VIH. En respuesta a una avalancha de críticas, los autores retiraron el artículo solo unos días después de su publicación. Por ese artículo sobre el VIH y otros preprints de mala calidad, Nielsen cree que la idea de la fuga de un laboratorio “se asoció con este tipo de hipótesis descabelladas y con un trabajo científico muy, muy, muy deficiente”.
En un correo electrónico a la revista Undark, el cofundador de bioRxiv, John Inglis, reconoció que “una extensa red de sitios web no convencionales que trafican con las teorías sobre el origen artificial del coronavirus” había difundido el artículo sobre el VIH. Desde entonces, cualquier artículo que afirme que el SARS-CoV-2 tiene un origen relacionado con los humanos será rechazado, no por “las investigaciones o sus interpretaciones”, sino “porque este tipo de artículos requieren la revisión por pares que solo las revistas tienen el tiempo y recursos para llevar a cabo”.
A finales de la primavera de 2020, los científicos que defendían el origen natural del virus se impusieron. Solo unos pocos investigadores han analizado profundamente los orígenes del SARS-CoV-2 y, según Chan, la gran mayoría de los que no investigaron ese tema simplemente aceptaron lo que percibían como la opinión predominante. Metzl añade que, si los científicos no estaban dispuestos a desafiar la ortodoxia por temor a las consecuencias, entonces se “volvía aún más difícil para los periodistas escribir reportajes creíbles sobre el origen del virus, especialmente en ausencia de pruebas”.
Quizás nadie tuvo un papel más importante en impulsar las opiniones científicas en apoyo del origen natural del virus que el presidente de la organización sin ánimo de lucro de salud ambiental EcoHealth Alliance con sede en Nueva York (EE. UU.), Peter Daszak, quien es colaborador desde hace mucho tiempo del Instituto de Virología de Wuhan y también fue miembro del equipo dirigido por la OMS que visitó China a principios de este año (algo que muchas fuentes describieron como conflicto de intereses) y además, recibió subvenciones de los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU. para colaborar en la investigación del laboratorio chino. (La administración Trump cortó abruptamente esta financiación en abril de 2020, pero luego se restableció con nuevas restricciones).
Se supone que Daszak escribió el primer borrador de la declaración publicada en Lancet que tildaba de teorías de conspiración a las hipótesis que no asumían el origen natural del virus. Después de repetidas solicitudes de entrevista, EcoHealth Alliance y Daszak no quisieron hacer ningún comentario para este reportaje.
El microbiólogo y profesor de la Universidad de Iowa (EE. UU.) Stanley Perlman figura como coautor de la mencionada declaración. En un correo electrónico a la revista Undark, escribió que la idea de una fuga de laboratorio “tiene varios aspectos, que van desde la afirmación de que el virus fue diseñado en un laboratorio hasta los que creen que el virus se escapó de un laboratorio, pero no fue diseñado ahí”. Perlman explica que lo que se publicó en Lancet se centró más en la creación artificial del virus, que “presumiblemente sería por una razón maliciosa, pero afortunadamente es imposible según nuestros conocimientos actuales”. No obstante, el texto de la declaración publicada en Lancet nunca ha hecho esta distinción.
El profesor emérito del Departamento de Microbiología, Inmunología y Patología de la Universidad Estatal de Colorado (EE. UU.) Charles Calisher, quien también figura como coautor, cree que la frase sobre la teoría de la conspiración fue, en su opinión, exagerada y afirma: “Lamentablemente para mí, [Daszak] enumeró a todos en orden alfabético, y yo fui el primero”. Confiesa que su teléfono no para de sonar, pero que su respuesta a la gente es que no puede decir mucho hasta que haya más información disponible.
Relman está de acuerdo en que, en ausencia de pruebas concluyentes, el mensaje sobre el origen debería ser: “No lo sabemos”. Después de la declaración publicada en Lancet y otro artículo posterior sobre el origen del SARS-CoV-2 escrito por científicos que concluyen: “No creemos que ningún tipo de escenario basado en laboratorio sea creíble”, Relman se ve cada vez más desanimado por aquellos que, según él, se habían aprovechado de un escenario colateral, a pesar de “una asombrosa ausencia de datos”.
Admite que le pareció que tenía que retroceder. Así que escribió un artículo de opinión ampliamente difundido y publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, en el que afirmaba que el origen del virus en un laboratorio se encontraba entre varias posibles hipótesis; que los conflictos de intereses en todos los lados de este asunto deberían ser revelados y abordados; y que descubrir los verdaderos orígenes del SARS-CoV-2 era esencial para prevenir otra pandemia. Los esfuerzos para investigar el origen del virus, escribió:, “se han atascado en la política, en las suposiciones y en las afirmaciones mal fundamentadas e información incompleta”.
Recuerda que una de las primeras llamadas por parte de los medios después de la publicación de su artículo de opinión fue la de Laura Ingraham de Fox News y aclara que no aceptó esa entrevista.
A la pregunta de por qué pensaba que Daszak y otros presionaban con tanta fuerza contra la posibilidad de una fuga de laboratorio, responde que es posible que hayan querido desviar las ideas de que su trabajo pone en peligro a la humanidad. Con los llamados experimentos de “estudio de la función”, por ejemplo, los científicos manipulan genéticamente los virus para comprobar su evolución, a veces de formas que aumentan la virulencia o la transmisibilidad.
Este tipo de investigación puede crear objetivos para distintos medicamentos y vacunas para las enfermedades virales, incluida la COVID-19, y se utilizó en el Instituto de Virología de Wuhan en estudios que demostraron que ciertos coronavirus de murciélagos estaban a solo unas pocas mutaciones de unirse al ACE2 humano. El artículo de 2015 publicado en Nature Medicine señala que “el potencial para prepararse y mitigar los futuros brotes debe sopesarse frente al riesgo de crear patógenos más peligrosos”.
Relman sugiere que entre aquellos que intentan suprimir la hipótesis de la creación del virus en un laboratorio, podría haber existido “demasiada autoprotección y también de los compañeros antes de permitir que una cuestión realmente importante recibiera tanta atención”. Y los científicos que colaboran con los investigadores en China “podrían estar preocupados por su relación profesional si afirman algo diferente a ‘Esta amenaza proviene de la naturaleza'”.
Otros científicos creen que la oposición a la hipótesis de la fuga del virus de un laboratorio se basó más en la incredulidad generalizada de que el SARS-CoV-2 podría haber sido diseñado deliberadamente. “Esto es lo que se politizó”, opina Perlman y considera que la idea de que el virus pudo escapar después de evolucionar naturalmente es algo “más difícil de descartar o de aceptar”.
En un correo electrónico de hace unas semanas, Relman añadió que probablemente esa cuestión nunca se resolvería por completo: “Desde el punto de vista del origen natural, se necesitaría un contacto confirmado entre una especie de huésped infectado naturalmente (por ejemplo, un murciélago) y un ser humano o varios que se podría demostrar con detalles fiables y confirmados del momento y el lugar en los que se han infectado como resultado de ese encuentro, antes que cualquier otro caso humano conocido, y luego se tendría que demostrar que de ahí se transmitió la infección a otros”.
En cuanto a la hipótesis de la fuga de un laboratorio, se necesitaría una “evidencia confirmada de posesión del virus antes de los primeros casos, y un posible mecanismo de escape hacia los humanos”, todo lo cual se vuelve menos probable con el paso del tiempo. “Encontrar a los posibles padres inmediatos del SARS-CoV-2 ayudaría a comprender la reciente historia genómica / evolutiva del virus, pero no necesariamente cómo y dónde ocurrió esa historia” añade.
En la situación actual, la preparación para una nueva pandemia tendrá dos frentes simultáneos. Por un lado, el mundo ha experimentado numerosos brotes de pandemias y epidemias en los últimos 20 años, incluidos el SARS, el chikungunya, el H1N1, el síndrome respiratorio de Oriente Medio, varios brotes del ébola, tres brotes de norovirus, el Zika y ahora el SARS-CoV-2.
En cuanto los coronavirus, el epidemiólogo de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill (EE. UU.) Ralph Baric resalta que es “difícil imaginar que no haya variantes” en murciélagos con tasas de mortalidad cercanas al 30 % del MERS, que también tienen “una transmisibilidad que es mucho más eficiente” y añade: “Eso es aterrador”. Cree rotundamente que la investigación genética con virus es esencial para anticiparse a la amenaza.
Sin embargo, según el biólogo molecular de la Universidad de Rutgers (EE. UU.) Richard Ebright, también aumenta los peligros de la posibilidad de fugas de laboratorios. El riesgo crece en proporción con la cantidad de laboratorios que manejan armas biológicas y los posibles patógenos pandémicos (más de 1.500 a nivel mundial en 2010), muchos de ellos, como el laboratorio de Wuhan, se encuentran en áreas urbanas cercanas a aeropuertos internacionales, señala Ebright.
En un correo electrónico enviado a Undark, afirmó: “La expansión más dramática ha ocurrido en China durante los últimos cuatro años, impulsada como una reacción al estilo de la carrera armamentista a la expansión de la biodefensa en EE. UU., Europa y Japón. En los últimos cuatro años, China abrió dos nuevas instalaciones de nivel BSL-4, en Wuhan y en Harbin (China) y ha anunciado planes para establecer una red de centenares de nuevos laboratorios BSL-3 y BSL-4”.
Mientras tanto, sigue el debate sobre el origen del SARS-CoV-2 y alguno bastante acalorado. En un reciente intercambio de mensajes en Twitter, se comparó a Chan con los partidarios de QAnon y con los insurrectos. Unos meses antes, Chan había tuiteado sobre cuestiones de integridad de la investigación y había declarado que, si las acciones de los científicos y de los editores de revistas ocultaban el origen del virus, esas personas serían cómplices de la muerte de millones de personas. (Más tarde, Chan eliminó ese tuit, que confiesa que lamenta haber publicado).
“Las tensiones crecen”, reconoce Nielsen, lo que dificulta que los científicos calificados tengan algún tipo de debate serio.
En Australia, Petrovksy intenta mantenerse por encima de la polémica y admite que le advirtieron que evitara hablar públicamente sobre sus hallazgos. Recuerda: “Mucha gente nos aconsejó: ‘Ni siquiera si se trata de un buen trabajo científico, lo mejor es no hablar de eso. Tendrá un impacto negativo en el desarrollo de su vacuna. Recibirá ataques; intentarán desacreditarlo'”. Pero al final, eso no ocurrió, asegura.
El año pasado, en medio del debate sobre el origen del virus, su equipo se convirtió en el primero en el hemisferio sur en empezar los ensayos clínicos en humanos de una vacuna contra la COVID-19. Y concluye: “Si estamos en el punto en el que toda la ciencia está politizada y nadie se preocupa por la verdad sino solo en ser políticamente correcto, entonces deberíamos rendirnos, cerrar y dejar de hacer ciencia”.
Fuente: technologyreview.es