Un día en el entrenamiento de la astronauta Sara García para aprender a no morir en el espacio
La científica española ha iniciado su implacable instrucción para convertirse en un ser extraterrestre. EL PAÍS la acompaña durante una jornada en su nueva vida
La oferta de trabajo era salvaje. El empleo requería encerrarse durante meses en un recinto claustrofóbico sin posibilidad de escapar, con orina purificada de otras personas como única bebida y con la obligación de hacer de cobaya humana en experimentos invasivos. El riesgo de morir era alto. Uno de cada 35 trabajadores fallecieron antes en el intento. Pese a todo, se presentaron casi 23.000 aspirantes con currículums asombrosos, de los que solo 17 superaron las inflexibles pruebas para ser astronauta de la Agencia Espacial Europea y unirse a “la mayor aventura de la humanidad”: un viaje a la Estación Espacial Internacional con la vista puesta en futuras misiones tripuladas a la Luna. La española Sara García, nacida en León hace 35 años, es una de los elegidos. El 28 de octubre comenzó su entrenamiento con un objetivo básico: aprender a no morir.
Son las siete de la mañana y García recibe con energía a dos periodistas de EL PAÍS en su vivienda provisional, situada cerca de la imponente catedral de Colonia (Alemania), en la que se custodian las supuestas reliquias de los Reyes Magos. En un ventanal de la casa hay multitud de ovillos de lana, con los que acaba de tejer una pequeña capibara de ganchillo. García prepara un café rápido y se dirige en un coche prestado al Centro Europeo de Astronautas, donde recibirá formación durante seis meses, repartidos hasta 2026.
El instructor francés Hervé Stevenin espera a García al pie de una de las piscinas más grandes del mundo, con 10 metros de profundidad y casi cuatro millones de litros de agua. Aquí los astronautas novatos aprenden a flotar entre réplicas de los módulos de la Estación Espacial Internacional. Stevenin recuerda la terrorífica experiencia del astronauta italiano Luca Parmitano durante una auténtica caminata espacial, el 16 de julio de 2013. A la media hora de paseo, se percató de que algo iba rematadamente mal. “Siento que hay mucha agua detrás de mi cabeza”, alertó Parmitano mientras orbitaba la Tierra a 28.000 kilómetros por hora, enganchado al exterior de la estación espacial. Una fuga de líquido empezó a llenar su casco en unos minutos, hasta cubrir sus orejas, sus ojos y hasta su nariz. Sin poder escuchar, sin apenas visión y a punto de morir asfixiado, el italiano regresó de memoria a la esclusa, con calma, justo a tiempo para sobrevivir.
“Soñamos con ir a la Luna, pero no llegaremos a Marte”
Stevenin, un legendario instructor de astronautas, subraya el objetivo del entrenamiento. “Tienes que exponerte a actividades muy difíciles, incómodas. Tienes que acostumbrarte a estar incómodo. Que la incomodidad se convierta en tu comodidad. Así, cuando te encuentres en una situación como la de Luca, otras personas entrarían en pánico, pero tú te sentirás cómodo”, afirma. “Todo el entrenamiento de un astronauta consiste en esto: empujar los límites de la zona de confort e ir siempre un paso por delante, pensando en qué harás si sucede algo”.
El entrenamiento de García será feroz. La segunda semana de diciembre, viajará a un lugar secreto de los Pirineos españoles para aprender a sobrevivir en la nieve, junto a otros cuatro astronautas novatos: la alemana Amelie Schoenenwald, el francés Arnaud Prost, el italiano Andrea Patassa y el checo Aleš Svoboda. Los cinco construirán iglús, dominarán el fuego y practicarán rescates en condiciones extremas, incluso en aguas gélidas, para estar preparados por si su nave sufre una reentrada accidentada y aterriza en un lugar remoto y hostil.
Sara García es una heroína en España desde que la Agencia Espacial Europea anunció hace dos años que la había elegido para la nueva promoción de astronautas, junto al también español Pablo Álvarez. Ambos nacieron en León con 17 días de diferencia, pero no se conocían. García cuenta que desde entonces han sentido una conexión brutal, hasta el punto de decir las mismas frases al mismo tiempo, como dos hermanos gemelos. Álvarez es uno de los cinco astronautas de carrera, así que se embarcará con total certeza durante seis meses en la Estación Espacial Internacional antes de 2030.
García, en cambio, es de los 12 astronautas de reserva. Confía en que el Ministerio de Ciencia español financie una misión privada de un par de semanas a la estación espacial, como ya han hecho Suecia y Polonia con dos de sus colegas. La empresa estadounidense Axiom Space, cuyo astronauta jefe es el madrileño Michael López-Alegría, ofrece estos viajes por unos 50 millones de euros. Si hay voluntad política, García podría volar a partir de finales de 2026.
Es martes, son las 9:30 y García entra en el gimnasio del Centro Europeo de Astronautas, bautizado Cosmos Gym. En una pared cuelgan dos fotografías de los actores Bruce Lee y Arnold Schwarzenegger sin camiseta, más un dibujo de Popeye mostrando su icónico tatuaje de un ancla en un antebrazo. En los brazos tatuados de García destacan una astronauta biónica y un átomo. La española hace deporte intenso cinco días a la semana, más una sexta jornada “tranquila”, en la que puede limitarse a caminar 20 kilómetros. A diario corre en la cinta, levanta peso muerto, practica el salto vertical, se ejercita con pesas rusas, hace sentadillas, lanza el balón medicinal, hace boxeo.
Sergi Vaquer, jefe médico de la Agencia Espacial Europea, controla el estado de García. “Los astronautas tienen que estar en una buena forma física para poder realizar sus tareas en el espacio. Y deben estar libres de enfermedades. Buscamos tener un astronauta que tenga salud de forma global, un estado de bienestar en todos estos dominios, incluida la salud mental”, apunta Vaquer, nacido en Barcelona hace 42 años.
El proceso de selección de los 17 astronautas fue despiadado. De las 23.000 candidaturas, la agencia europea hizo una primera criba, invitando a solo 1.400 aspirantes a una jornada de 11 horas de estresantes ejercicios de memoria e inteligencia, como intentar recordar una serie de 30 números y recitarlos al revés. Apenas 400 personas llegaron a la tercera fase, con duras pruebas psicológicas en las que se intentaba que perdiesen los nervios. Un centenar de candidatos alcanzó los exigentes exámenes médicos finales, en los que había que pasar cinco días en un hospital y cualquier mínimo problema de salud implicaba la expulsión. Solo 50 llegaron a las entrevistas con los directivos de la agencia y, de ellos, 25 fueron interrogados en persona por el propio director general, el austriaco Josef Aschbacher. Tras 18 meses de pruebas, sobrevivieron 17, incluidos los dos treintañeros de León.
Hoy a García le toca reconocimiento con Vaquer. El jefe médico de la agencia espacial recalca que los astronautas también deben aprender nociones básicas de medicina para poder salvar la vida de sus compañeros en la Estación Espacial Internacional, una especie de casa de seis habitaciones que da vueltas a la Tierra, a unos 400 kilómetros de altura. “Una de las situaciones más críticas que nos podríamos encontrar en el espacio es una parada cardiorrespiratoria. Nunca la hemos tenido y espero que no suceda nunca, pero debemos estar preparados”, advierte Vaquer.
“Es divertido, porque en el espacio las maniobras de reanimación cardiopulmonar no funcionan igual que en la Tierra. Si uno aprieta el pecho de alguien, se va flotando hacia atrás”, señala el médico. Sara García y sus colegas tendrán que aprender a reanimar el corazón de un compañero poniendo los pies en el techo, en aviones que hacen vuelos parabólicos para recrear el estado de ingravidez. También aprenderán a sacarse sangre, a poner sondas en la uretra, a hacerse ecografías. Incluso visitarán hospitales para contemplar heridas horripilantes. “La primera vez que ves un hueso roto no debería ser en el espacio. Si llega a pasar, deberías haberlo visto antes, para que no te impacte tanto. Algunas veces hemos ido a cirugías a corazón abierto, sencillamente para ver cómo es un cuerpo con una herida grave”, detalla el médico.
Sara García estudió Biotecnología en la Universidad de León y trabaja en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, en Madrid, buscando terapias contra el cáncer de pulmón y el de páncreas. En octubre pidió una excedencia de dos meses para poder comenzar su entrenamiento, así que es una heroína nacional, pero actualmente no gana un euro. La Agencia Espacial Europea paga más de 6.000 euros mensuales a los novatos astronautas de carrera, pero no a los reservas. Pablo Álvarez, que terminó su entrenamiento en abril y ahora está completando su formación en la NASA en Houston (Estados Unidos), le ha dejado a su amiga leonesa las llaves de su casa y de su coche en Colonia, para facilitarle la vida.
Una estatua del cosmonauta soviético Yuri Gagarin —que pasó a la historia en 1961 por un único viaje al espacio de 108 minutos, el primero de todos— preside la entrada al Centro Europeo de Astronautas. En el vestíbulo se expone una roca recogida por la tripulación de la misión Apolo 16, en 1972, en las Tierras Altas de Descartes, un altiplano de la Luna. García camina con soltura por este laberíntico complejo, hasta llegar a una réplica a escala real del módulo Columbus, el laboratorio científico europeo conectado a la Estación Espacial Internacional. Le acaban de entregar su traje de vuelo y lo estrena para la sesión de fotos. Ya sentada en el interior de la maqueta, García deja volar su imaginación.
“Durante el proceso de selección de astronautas estaba con mi marido en un concierto de rock, empezó a anochecer y salió la Luna. Recuerdo estar viendo esa imagen y decir: ¿Te imaginas que en algún momento yo pudiera estar ahí viendo este concierto desde la otra perspectiva?”, rememora. Allí, en el concierto de la cantante californiana Phoebe Bridgers en el festival madrileño Mad Cool, sintió escalofríos. “Poco después me seleccionaron y esa posibilidad, que era completamente loca y descabellada, empezó a materializarse como real. Me fascina pensar que eso puede ocurrir. Soy una privilegiada por tener esa oportunidad, que puede que nunca ocurra, pero ahora está sobre la mesa”, explica.
El 16 de noviembre de 2022, una semana antes de que la Agencia Espacial Europea presentara a sus 17 nuevos astronautas, la humanidad dio el primer paso para regresar a la superficie de la Luna, tras medio siglo de ausencia. La misión Artemis I, sin tripulantes y liderada por la NASA, despegó desde el Centro Espacial Kennedy para ensayar la expedición en la que la agencia estadounidense pretende que una astronauta pise el polo sur lunar en septiembre de 2026. El objetivo ahora es ir a la Luna para quedarse, con la construcción a partir de 2028 de la estación espacial Gateway, que orbitará el satélite y hará de trampolín para misiones tripuladas a la superficie lunar. Esta experiencia servirá para plantear una expedición humana a Marte a partir de 2040.
Sara García tiene una aplicación en el teléfono móvil que le dice dónde está la Estación Espacial Internacional en cada momento. Cuando el cielo está despejado, alza la mirada y la busca en el firmamento. García ha leído el Diario de una aprendiz de astronauta, escrito por su colega italiana Samantha Cristoforetti, que se sintió “una estrella fugaz” cuando su cápsula se convirtió en una bola de fuego en su reentrada a la Tierra hace una década, tras 200 días en el espacio. “Imaginarte volviendo de una misión espacial, atravesando la atmósfera y poniéndose la nave completamente incandescente contigo dentro, pero sobreviviendo gracias a la tecnología y amerizando de nuevo en tu planeta, después de haber hecho investigación, de haber cumplido con sueños, con objetivos, me parece fascinante”, reflexiona García. “Si eso es lo que representa esa estrella fugaz, sin duda yo también sueño con ser una”.
Fuente: elpais.com