Tiene 800 años, pero este cadáver pudo haber sido utilizado como un arma biológica
La guerra bacteriológica ha existido desde siempre, no solo con los medios modernos, solo que antes era mucho más directa
La Historia es una de las disciplinas fundamentales del ser humano, pero no podría alcanzar unas cuotas de rigurosidad básicas si no se apoyara en una ciencia que estudia los registros del pasado – aunque de una manera diferente -, es decir, la Arqueología. Ahora, ambas han mostrado que unidas son capaces de llegar a áreas de nuestra historia que sería imposible sin que se apoyaran la una a la otra y además nos ha dejado un hallazgo interesantísimo en el camino: una utilización inesperada de guerra biológica en el siglo XII.
Un hallazgo que confirma a una vieja historia
En un reciente estudio publicado en iScience, científicos combinaron análisis de ADN antiguo y fuentes históricas para investigar la identidad del “Hombre del Pozo”, un esqueleto humano encontrado en un pozo dentro de las ruinas del castillo de Sverresborg, en Noruega.
Este hallazgo tiene un vínculo con las historias narradas en la saga nórdica de Sverre, que describe un ataque ocurrido en 1197, cuando unos soldados invadieron el castillo y lanzaron un cadáver al pozo del lugar, como una posible forma de guerra biológica para hacer el agua no apta para el consumo. Esta conexión entre hallazgos arqueológicos y registros históricos da a los investigadores una oportunidad única de estudiar un evento ocurrido hace más de 800 años.
El castillo de Sverresborg, ubicado en Trondheim, fue una fortificación clave en la historia medieval noruega, construida por el rey Sverre Sigurdsson, quien lideró una facción conocida como los “Birkebeiner”. En la época, el país vivía un periodo de inestabilidad, con enfrentamientos entre facciones políticas y la Iglesia católica, que apoyaba al bando contrario. Según la saga, los Bagler, originarios del sur de Noruega, atacaron el castillo mientras el rey Sverre se encontraba en otra región.
Esta saga histórica es uno de los pocos registros escritos sobre esa época. Como es bien sabido, tratar con fuentes escritas no siempre es fiable, ya que siempre pueden ser tendenciosos u ocultar la verdad de una forma inesperada. De esta manera, utilizar la arqueología y la muestra de ADN ha permitido saber mucho mejor hasta que punto nos podemos fiar de la saga y puede ayudar a complementar el conocimiento que tenemos sobre estos temas.
La saga menciona que un cadáver fue arrojado al pozo durante la invasión. En excavaciones realizadas en el año 2016 se descubrió un esqueleto humano parcialmente aplastado por piedras en el fondo del pozo, lo que nos lleva a pensar que el cuerpo pudo haber sido lanzado y posteriormente cubierto intencionalmente. Este cuerpo, apodado como el “Hombre del pozo”, fue sometido a análisis genéticos para estudiar sus orígenes y características físicas. Los análisis de ADN mostraron que se trataba de un hombre de entre 30 y 40 años, con probable origen en el sur de Noruega. Esto lleva a pensar que pertenecía a los Bagler, es decir, al bando enfrentando al rey.
Además del origen geográfico, el análisis genético permitió descubrir o suponer nuevos rasgos físicos del “Hombre del pozo”. Se identificó que probablemente tenía ojos azules, piel clara y cabello rubio o castaño claro. Estos datos fueron obtenidos mediante modelos predictivos basados en la presencia de ciertos marcadores genéticos asociados a los rasgos físicos en el genoma humano. Los investigadores también intentaron detectar posibles enfermedades en el ADN, pero no hallaron evidencia de patógenos específicos.
Uno de los descubrimientos importantes de este estudio fue la existencia de una diferenciación genética en Noruega que ya era evidente hace 800 años, especialmente entre el norte y el sur del país. La región de Agder en el sur muestra una particularidad genética que ha persistido hasta la actualidad, lo cual implica que esta área pudo haber estado más o menos aislada en términos de mezcla genética con otras regiones durante siglos.
Este estudio refleja cómo el ADN antiguo puede complementar y, en algunos casos, confirmar relatos históricos. La alianza entre la arqueología y la historia sigue siendo fundamental para el desarrollo científico de ambas áreas. Una sin la otra quedarían demasiado cojas para ser funcionales. Los testimonios escritos presentan problemas importantes en su fiabilidad, pero llegan exactamente dónde la arqueología no puede al centrarse exclusivamente en las culturas materiales.
Fuente: lavanguardia.com