El semen de los muertos que puede crear vida
Un hombre espera la llegada del médico y el tiempo se le agota.
Atardece. Hace más de una hora que el doctor descolgó el teléfono distraídamente. “¿Nos puede ayudar?”, había dicho al otro lado la voz temblorosa de una mujer.
Ahora, mientras se prepara para la intervención, el médico está muy despierto. Se mueve rápido. Se frota las manos y los brazos con jabón y se pone los guantes. Su asistente hace tintinear el instrumental esterilizado y los envases llenos de fluidos en una mesa de acero inoxidable. Las paredes de hormigón son de un amarillo pálido. El ambiente es fresco y huele a desinfectante.
Preparado para la cirugía, el médico se sienta junto al paciente. Se detiene un momento para fijar una imagen en su mente y luego hace una incisión en la piel hasta que aparecen las capas exteriores del órgano. Brilla, lechoso y lleno de venas. El médico corta un trozo esponjoso y lo deja caer en un vial. Su ayudante lo hace desaparecer.
Tras comprobar que la intervención ha ido bien, el médico sutura con cuidado al paciente, que permanece inmóvil. La sala está en calma. No hay monitores ni goteos intravenosos. Nadie comprueba las constantes vitales del paciente. Nadie le ha administrado nada para el dolor.
El paciente está muerto.
De hecho, según su gráfica lleva muerto más de 30 horas, aunque hay algo de él que sobrevive. Lo que el médico le ha extraído es un líquido que puede crear vida. Una sustancia increíble, ni persona ni propiedad, tan abundante y a la vez tan valiosa que aún no sabemos bien cómo tratarla. Es el esperma del hombre muerto.
Un banco de semen
Ana y Michael Clark llevaban sólo un año casados cuando Mike tuvo que embarcarse para sus quintas maniobras. A sus 25 años, Mike era sargento en los marines de los Estados Unidos. Se había alistado a los 18 y en siete años había recibido varias condecoraciones, entre ellas el Corazón Púrpura. La pareja había decidido hacer un viaje antes de que Mike embarcase: un viaje en moto por la autopista de California.
Sería los último juntos. De vuelta a la autopista después de comer, Mike perdió el control de la moto y cayeron por un acantilado. Ana sobrevivió al accidente. Mike no.
Lo que el médico le ha extraído es un líquido que puede crear vida. Una sustancia increíble, ni persona ni propiedad, tan abundante y a la vez tan valiosa que aún no sabemos bien cómo tratarla. Es el esperma del hombre muerto
Mientras se recuperaba de las fracturas en la columna y el hombro en el hospital, Ana lloraba no sólo a su marido sino también a sus futuros hijos. “Lo habíamos hablado quizá una semana o dos antes de que falleciera, porque se iba a las maniobras, y me dijo, ‘Sí, qué pena que no podamos ir a un banco de semen ahora para congelarlo… Estoy demasiado ocupado con el trabajo.’”
Al ver a Ana tan desconsolada ante la imposibilidad de tener hijos con su marido, un amigo le sugirió recuperar el esperma de Mike. Ya sabes, le dijo el amigo, que el esperma vive mucho más de lo que creemos. Así que Ana lo buscó en Google. “Lo miré en internet y llamé a un banco de semen”, dice. Necesitó varias llamadas antes de encontrar un médico dispuesto a extraer esperma de un paciente muerto. “Y luego tuve que alquilar un coche fúnebre…”
El coche recorrió con el cuerpo de Mike los 150 kilómetros desde el hospital en Riverside hasta San Diego para la intervención. Después, lo trajo de vuelta.
Por teléfono Ana parece una mujer independiente, con la cabeza sobre los hombros. Los artículos en la prensa insinúan a veces que las mujeres interesadas en crear lo que se conoce como un niño concebido póstumamente están un poco locas, colgadas aún de la persona amada que ya no volverá, desconectadas de la realidad. Pero Ana Clark parece una mujer con los pies en la tierra.
“Me llenaba de esperanza pensar que él no fuera a perderse para siempre, que yo pudiera ser capaz de tener algo suyo que todavía viviera. Algo sólo para mí. Mi trocito de Mike”. Es más, Ana quería que
Mike dejara un legado. “Él era un hombre muy, muy bueno. Era un marine excelente, y saber que podía dejar algún legado, alguien que iba a continuar el camino heroico que él había emprendido… Creo que eso es lo que más me motivaba”.
La primera extracción
A finales de los 70, Cappy Rothman, un urólogo de Los Ángeles, hizo la primera extracción de esperma post mortem.
Ya antes Rothman había extraído esperma de hombres con problemas de infertilidad, un trabajo que le permitió conocer en detalle la anatomía reproductora masculina, le dio experiencia en la extracción y conservación del esperma y le ayudó a hacerse una agenda de contactos que conocían su interés en ayudar a hombres con problemas de reproducción. En poco tiempo se hizo un nombre en Los Ángeles.
“No llevaba ni seis semanas trabajando cuando ya tenía todo ocupado para los siguientes seis meses”, recuerda. Entonces, cuando el hijo de un importante político quedó clínicamente muerto tras un accidente de coche “recibí una llamada del jefe de residentes del departamento de neurocirugía en UCLA, que me dijo, ‘tengo una petición un poco rara. [Este político] quiere preservar el esperma de su hijo. ¿Podría hacerse?’”.
A Rothman se le ocurrían tres opciones: administrar un fármaco que provocara una convulsión en todo el cuerpo, y con suerte produjera una eyaculación; extirpar los órganos reproductores del hombre y buscar el esperma; o (ya que un hombre en estado de muerte cerebral todavía mantiene algunas funciones vitales), practicar la estimulación manual. “Recuerdo que hubo un silencio al otro lado de la línea… y entonces me dice el neurocirujano, ‘oiga, doctor, me han pedido que haga muchas cosas como jefe de residentes de neurocirugía, pero si cree que voy a masturbar a un hombre muerto es que está usted loco.’”
Se inclinaron por la segunda opción. “Me sentía un poco como Miguel Ángel”, dice Rothman, “allí solo, en una sala de operaciones con la anatomía masculina. Era toda una formación”. Publicó un artículo sobre este primer caso en 1980.
Hasta 1999 no tuvo lugar el primer nacimiento a partir de una extracción post mortem. Gaby Vernoff dio a luz a Brandalynn con el esperma que Rothman extrajo 30 horas después de la muerte de su marido. Según Gaby, el embarazo se produjo con el último vial de esperma. En el caso, muy mediático, de 2009, Vernoff contra Astrue, Gaby reclamó en los tribunales los beneficios de la seguridad social para su hija concebida póstumamente. El tribunal falló que Brandalynn no tenía derecho a esos beneficios porque no dependía de su padre en el momento de su muerte, como exige la ley de California.
En Arizona, sin embargo, los tribunales habían decidido en 2004 que los niños concebidos tras la muerte del padre tenían derecho a esos mismos beneficios. Allí, al contrario que en California, el parentesco biológico es suficiente para el parentesco legal.
Rothman es hoy cofundador y director médico de Cryobank, en California, el mayor banco de semen de los Estados Unidos. Calcula que hasta el momento se han practicado casi 200 extracciones post mortem. La mayoría son recientes, realizadas a medida que la intervención se hacía más común. Según sus registros, hay sólo tres extracciones en los años 80 y quince en los 90. Pero entre 2000 y 2014, realizaron 130: una media de casi nueve al año.
Y la clínica de Rothman no es, ni mucho menos, la única que ofrece este servicio. Hay pocas estadísticas recientes, pero dos estudios realizados en centros de fertilidad de Estados Unidos, en 1997 y 2002, muestran un creciente número de solicitudes para la recuperación de esperma post mortem. Según Jason Hans, profesor en el Departamento de Ciencias de la Familia de la Universidad de Kentucky, “la proliferación de protocolos hospitalarios y clínicos, de casos legales y de artículos científicos y de divulgación sugiere también un número mayor de solicitudes para esta intervención, aunque es cierto que podría indicar un conocimiento superior del tema antes que un aumento de las solicitudes”.
Más allá de los detalles, la recuperación de esperma post mortem es una realidad innegable.
¿Muere el esperma?
Parece ser que nuestros cuerpos no mueren de una vez sino por partes. La antigua literatura científica aconseja que los médicos extraigan y congelen una muestra de esperma en las primeras 24-36 horas después de la muerte, pero diversos estudios muestran que, en las condiciones adecuadas, el esperma puede sobrevivir mucho después de la fecha límite. Rothman habla de un hombre que murió haciendo kayak en aguas frías, y cuyo esperma estaba en perfecto estado dos días después. Y en abril de 2015, médicos de Australia anunciaron el nacimiento de un “bebé feliz y sano” a partir del esperma extraído de su padre 48 horas después de la muerte.
No hace falta que los espermatozoides estén llenos de energía y en perfecto estado, basta con que estén vivos. Aunque los espermatozoides que se deslizan se congelan y descongelan mucho mejor, también los perezosos pueden provocar un embarazo. Sólo es necesario inyectar un espermatozoide en un óvulo.
Pero antes alguien debe recuperar el esperma. Para entender el procedimiento, viene bien saber algo del aparato reproductor masculino. Sea cual sea el nombre que se les da –pelotas, huevos, bolas, cataplines, cojones- los testículos son los órganos esféricos que cuelgan bajo el pene. Rodeando cada uno de los testículos y conectado a ellos está el epidídimo, el conducto donde los espermatozoides maduran y por el que son trasladados desde los testículos hasta el conducto deferente. El conducto deferente lleva el esperma maduro hasta la uretra, que atraviesa el pene hasta desembocar en el mundo exterior.
Hay diferentes modos de recoger el esperma, entre ellos la extracción mediante una aguja. Como el nombre indica, este método supone la inserción de una aguja en los testículos para extraer un poco de esperma. A menudo se usa con pacientes vivos, pero como con un muerto no es tan importante minimizar la invasividad, los médicos suelen utilizar otros métodos post mortem.
Uno de ellos consiste en extraer mediante cirugía los testículos o el epidídimo. Dado que el epidídimo es el lugar donde madura el esperma, este tejido es uno de los objetivos más comunes. El médico extrae el epidídimo y, ordeñándolo o de algún otro modo, separa el esperma del tejido. Si no, se puede congelar el epidídimo o un trozo de tejido testicular.
Como los espermatozoides en el conducto deferente están ya maduros, también pueden extraerse de allí. El cirujano hace una incisión en este conducto largo y flexible y saca el fluido con una aguja (aspiración) o lo vacía con una solución (irrigación). Los espermatozoides maduros pueden moverse mejor, encontrar un óvulo y penetrar en él hasta fertilizarlo.
Una cuarta opción es la eyaculación por sonda rectal, también conocida como electroeyaculación. El médico inserta una sonda conductora en el ano del hombre y la hace llegar hasta las inmediaciones de la próstata. Una descarga de electricidad provoca una contracción muscular que estimula la eyaculación a través de los conductos habituales.
Es interesante constatar que esta técnica se desarrolló (y se usa mucho) para la reproducción de animales (toros, hurones, leopardos, elefantes e hipopótamos entre otros). Dado que no requiere de reflejos intactos, se utiliza también en hombres con lesiones en la columna.
Pero el mero hecho de que sepamos extraer los espermatozoides tras la muerte no es garantía de que alguien, si lo solicita, tenga acceso a esta intervención. Martin Bastuba, fundador y director médico de Male Fertility & Sexual Medicine Specialists en San Diego, es el médico que recuperó los espermatozoides de Mike Clark tras su accidente de moto. “No hay reglas concretas”, dice Bastuba. “La mayoría de las normas que encuentras fueron escritas antes de que estas técnicas existieran”.
La postura legal de EE UU es una maraña de regulaciones confusas y a veces contradictorias. Las leyes que rigen la donación de órganos y tejidos son federales (el Uniform Anatomical Gift Act y el National Organ Transplant Act), pero no tienen por qué ser válidas para el esperma, clasificado como tejido renovable. Arthur Caplan, responsable de bioética en el Centro Médico Langone de la Universidad de Nueva York, dice que la ley federal “debería enmendarse para incluir el esperma, los óvulos, el útero, los ovarios y los testículos”. Mientras tanto, la reproducción artificial la regulan los estados.
Si un hombre no ha tomado determinadas medidas, como por ejemplo inscribirse como donante de órganos, el pariente más cercano puede decidir cuándo dejar de mantenerlo con vida, si donar o no sus órganos, qué uso se hará de su cuerpo tras la muerte y cuáles serán los trámites funerarios. Pero sus espermatozoides reciben a menudo un tratamiento distinto.
Los espermatozoides, se dice, son especiales. Diversas resoluciones judiciales recientes han conferido al esperma un estatus legal más prominente que el de la sangre, la médula ósea o los órganos. Mientras esas sustancias y partes del cuerpo pueden usarse para salvar vidas, los espermatozoides –como los óvulos- destacan por su potencial para crear vida. Esta es, por ejemplo, la opinión de la Sociedad Americana para la Medicina Reproductiva, que en 2013 sostenía que “a falta de una directiva escrita, lo razonable es concluir que los médicos no están obligados a cumplir con cada solicitud [para la extracción de espermatozoides o la utilización de espermatozoides extraídos] presentada por una esposa o una pareja”.
Pero hay otras opiniones y resoluciones legales. En 2006, en su interpretación de la política de donación de órganos, un juez dictaminó que los órganos, incluido el esperma, pueden ser cedidos por los padres de un hombre a su muerte, siempre y cuando el hombre no se hubiera negado previamente a esa donación.
Dado que aún no podemos decidir qué es y qué no es el esperma, las políticas sobre la extracción post mortem de espermatozoides varían según el hospital, y son desiguales e inconsistentes. Muchos hospitales no tienen política alguna. En una recensión publicada en 2013 en Fertility and Sterility, algunos especialistas en ética biomédica se pusieron en contacto con 20 hospitales de ESTADOS UNIDOS para preguntarles sobre sus protocolos de recogida de semen post mortem. Sólo seis presentaron protocolos completos, y veinticuatro (el 60 por ciento) informaron de que o no tenían ningún protocolo o no lo conocían. La falta de unos principios claros puede deberse a que las peticiones de semen post mortem no son muy frecuentes. Por desgracia, cuando hay alguna solicitud, la cuenta atrás ya está en marcha y el hospital debe poder decidir rápidamente.
Esta diversidad significa que dos hospitales, uno a cada lado de la calle, podrían tomar decisiones opuestas. La recensión de Fertility and Sterility de 2013 concluye: “Muchas instituciones aún no tienen protocolos listos, y los que los tienen difieren en aspectos importantes, entre ellos la evidencia o no del consentimiento, el tiempo de espera exigido antes de usar los espermatozoides, los métodos de recuperación del semen, la logística para su almacenamiento y el pago de la intervención”.
Los doctores que busquen orientación pueden encontrarla en algunas de las directrices publicadas, una especie de “código pirata” de la urología. Las directrices del departamento de urología de la Universidad de Cornell han sido adoptadas por el Hospital de Nueva York y por otros de un modo más o menos formal a lo largo de los Estados Unidos. Algunas directrices son que la solicitante debe ser la esposa del fallecido, que la pareja debe haberse comprometido a tener hijos, y que la viuda debe esperar al menos un año antes de tener acceso al esperma extraído.
La posición de la Sociedad Americana para la Medicina Reproductiva es que las solicitudes de semen post mortem deben aprobarse sólo en casos de esposas sobrevivientes y compañeras permanentes, y que debe haber un período de duelo antes de que pueda usarse el esperma. De manera significativa, señala que los centros médicos “no están obligados a participar en esas actividades pero que, en cualquier caso, deben tener una normativa escrita al respecto”.
Algunas directrices son que la solicitante debe ser la esposa del fallecido, que la pareja debe haberse comprometido a tener hijos, y que la viuda debe esperar al menos un año antes de tener acceso al esperma extraído
Si un médico o un hospital no se sienten cómodos llevando a cabo esta intervención, a menudo pueden ceder el cuerpo. Bastuba ha extraído semen en la unidad de cuidados intensivos de un hospital, en una morgue, en la oficina de una examinador médico e incluso en una funeraria. Pero debe hacerse con el tiempo suficiente, de modo que el semen sea todavía aprovechable. Cada decisión tomada debe ajustarse a la política particular del hospital o estar de acuerdo con la decisión de su junta ética médica.
Caos legislativo
¿Qué pasa en otros países? Algunos tienen regulaciones. Otros no. Algunos son permisivos. Otros no. Es un caos.
Francia, Alemania, Suecia y Canadá se encuentran entre los países que prohíben la recuperación póstuma de semen. En España, la ley prevé la posibilidad de tener un hijo por técnicas de reproducción asistida tras la muerte de la pareja. En el Reino Unido no está permitido a menos que el hombre haya dado su consentimiento previo por escrito. A mediados de los 90, el caso de Diane Blood puso el foco en este asunto. Diane y su marido Stephen estaban ya tratando de fundar una familia cuando Stephen murió repentinamente de meningitis. En un principio los tribunales rechazaron la solicitud de Diane de usar el esperma de Stephen para tener descendencia, con el argumento de que ya su recogida había sido ilegal. Pero después de un recurso, obtuvo el derecho a enviar el semen fuera del Reino Unido para poder someterse a la inseminación en un país más permisivo.
Diane finalmente dio a luz dos niños con el semen de su marido. Pero el gobierno británico se negó a reconocer a Stephen como padre, dejándoles huérfanos ante la ley. Gracias a la lucha de Diane, en 2003 el gobierno reconoció que había negado a la familia Blood derechos humanos fundamentales al impedir que Diane hiciera figurar el nombre de Stephen en los certificados de nacimiento de los chicos. Diane publicó más tarde un libro sobre su experiencia y hoy trabaja en los medios. Dice en un email: “El tiempo pasa. La gente ahora ni siquiera comprende por qué se arma tanto jaleo con todo esto”.
Las mujeres siguen presionando contras las prohibiciones en el Reino Unido. Beth Warren ganó hace poco una batalla legal para impedir que el semen de su marido se destruyera tras su muerte. Él había guardado esperma en un banco antes de empezar un tratamiento contra el cáncer, y más tarde murió de un tumor cerebral. Existían regulaciones que estipulaban que el semen no podía almacenarse durante más de diez años sin un consentimiento renovado.
Extraer semen sin el consentimiento por escrito previo del donante está prohibido en Holanda, por mucho que los apoderados tengan permiso para tomar decisiones en torno a asuntos como la donación de órganos y la recogida de tejidos. Está claro que los médicos no saben qué hacer con estas restricciones. En el caso de un hombre al que se la iba a retirar el soporte vital, un equipo de doctores finalmente rechazó una solicitud para extraer semen, respetando la regulación existente. En un artículo posterior reconocen, casi con tristeza, que podían haberlo enviado a la vecina Bélgica antes de la retirada del soporte vital, ya que allí la extracción de semen no está prohibida.
No hay mucha literatura acerca de las actitudes en Asia, pero la disponible sugiere políticas restrictivas. Según el Asian Bioethics Review y diversos informes periodísticos, en 2005 la prometida de un oficial taiwanés solicitó su esperma cuando él murió maniobrando un tanque. El Departamento de Salud de Taiwán le denegó la extracción de semen antes de ceder por la presión de la opinión pública (aunque finalmente la mujer nunca tuvo acceso a él). Más adelante, el gobierno aprobó una legislación que impide incluso a las parejas casadas que intentan someterse a inseminación artificial seguir haciéndolo tras la muerte del marido.
En Queensland, Australia, a una mujer se le denegó el derecho a recolectar y congelar el esperma de su marido tras su repentina muerte, aunque estaban planeando empezar una familia. Más tarde ella se enteró de que su marido podría haber donado esperma cuando era estudiante. Un artículo sobre este caso escrito por un experto en ética explica por qué, en principio, a la mujer se le debería haber dado la opción de comprar el semen si aún estaba disponible y era útil.
Los médicos que trabajan en fertilidad en Australia Occidental describen la situación allí en un artículo de 2014 para Human Reproduction. “Hay una contradicción en las leyes, puesto que un acta del parlamento dice que podemos recoger esperma mientras que otra dice que no podemos almacenarlo”, escriben, y añaden que no extraen esperma póstumamente sin una orden del Tribunal Supremo. “Confiamos en que este caos legal se solucione”, añaden.
El mero hecho de que sepamos extraer los espermatozoides tras la muerte no es garantía de que alguien, si lo solicita, tenga acceso a esta intervención
En Israel, es suficiente con un consentimiento implícito: no es necesario que el fallecido haya dejado un documento escrito; basta con que la viuda diga que cree que hubiera dado su consentimiento si estuviera vivo. El gobierno puede incluso dar una ayuda económica: el seguro de salud público costeará tantos ciclos de fecundación in vitro como sean necesarios para engendrar dos bebés. En cuanto a los derechos de los niños engendrados póstumamente, después de una batalla legal en 2007, hoy cualquier niño engendrado es el legítimo heredero del fallecido.
Algunas clínicas de fertilidad en ESTADOS UNIDOS y en otros lugares se niegan a practicar la extracción post mortem si quien la solicita no es la esposa o la pareja de hecho, a no ser que el hombre hubiera dejado otras indicaciones por escrito. Estas políticas reflejan tanto la postura de la Sociedad Americana para la Medicina Reproductiva como las directrices de Cornell, que señalan que “es la esposa quien debe dar el consentimiento, no la familia del fallecido, ya que es con ella con quien el fallecido pretendía procrear”.
Las políticas relativamente permisivas de Israel han creado una situación bastante delicada. The Times de Israel informó en 2015 de que los padres de un reservista muerto durante unos ejercicios obtuvieron el derecho a tener a su nieto. Pero el asunto no era tan sencillo. Se les concedió el derecho al esperma pese a que la esposa del hombre había rechazado tener el niño tras su muerte y se opone a la pretensión de sus suegros de hacer uso del esperma.
Vale la pena recordar que por cada caso que aparece en los medios –y aparecen muchos- hay muchos otros anónimos, en los que el permiso se concede o no.
El papel de la ética médica
¿Cómo sopesan los médicos y los comités las decisiones sobre la extracción de esperma post mortem? “Como ocurre casi siempre con la ética reproductiva o con la medicina en general, el mayor problema está en respetar los deseos y el consentimiento del paciente”, dice Elizabeth Yuko, experta en bioética. “En este caso, como el paciente está muerto, el asunto se complica, aunque sigas queriendo respetar el bienestar del futuro hijo… En muchos casos tienes que dar por supuesta la voluntad del fallecido”.
Hay también otras consideraciones, como el respeto a la integridad del cuerpo del fallecido, su derecho a no procrear, los derechos de los familiares a tener hijos o nietos y la intención de paliar el sufrimiento de los que han quedado aquí.
Cuando un hombre ha dejado clara su voluntad, los derechos del muerto casi siempre cuentan más que los derechos de los vivos. ¿Por qué? El profesor de derecho Glenn Cohen dice que este asunto es casi tan viejo como la propia filosofía. Hay dos bandos fundamentalmente. “Uno sostiene… si no sientes nada… ¿cómo se puede decir tan rotundamente que se te está dañando?”, dice. “El otro bando dice, no, tu vida puede ser mejor o peor como consecuencia de lo que ocurra contigo tras tu muerte”. Para los de este bando, dice, lo lógico es pensar que debe prohibirse la extracción póstuma para evitar ningún daño al muerto.
En la extracción de esperma post mortem, cuando nos preguntamos “¿qué es el esperma?” también nos estamos preguntando, “¿qué es la vida?” y “¿qué es la muerte?”.
Un lugar donde los varones vivos deben responder sobre el destino de su esperma a su muerte es en un banco de semen. En 2012, un grupo de científicos estudió toda esta información. De los cerca de 360 hombres con diagnóstico de cáncer o infertilidad que habían dejado su esperma en un banco de semen en Texas, casi el 85 por ciento había dado su consentimiento para su uso post mortem.
Aaron Sheffield, un joven pastor de Tallahassee, Florida, fue a un banco de semen antes de recibir tratamiento para un cáncer de testículos. Dice que si su mujer hubiera querido usar su esperma para tener un hijo tras su muerte, debería haber podido hacerlo. “Es una cuestión de votos matrimoniales”, dice. “Tiene tanto derecho a utilizarlo como yo si hubiera sido mi voluntad… No creo que haya nada malo desde el punto de vista ético o moral en su uso”. Hoy la pareja tiene dos hijos, concebidos de forma natural. Han hecho eliminar el semen almacenado de Aaron y él se ha sometido a una vasectomía.
En un sondeo telefónico realizado en 2014 en los Estados Unidos, los investigadores preguntaron a los encuestados si querrían o no que sus cónyuges pudieran usar su esperma (o sus óvulos) tras su muerte para concebir un niño. El 70 por ciento de los hombres entre 18 y 44 años dijo que sí. Se llegó a la conclusión de que la presunción del consentimiento hacía tres veces más probable acertar con los deseos del fallecido que si se seguían patrones más conservadores.
Como ocurre casi siempre con la ética reproductiva o con la medicina en general, el mayor problema está en respetar los deseos y el consentimiento del paciente… que en este caso está muerto
La gente parece mostrarse más abierta en los últimos tiempos con la extracción post mortem. En 2008, una encuesta en un estado del sur de los Estados Unidos reveló que “las actitudes generales y las creencias eran en su mayoría favorables a la extracción póstuma”. Y en 2015, en Australia, algunos expertos en ética publicaron un texto en apoyo de la presunción de consentimiento por parte de un hombre muerto. Sostienen que hay numerosos beneficios tanto para el fallecido como para su pareja, y que el bienestar de la viuda y del futuro hijo deberían ser lo principal.
Pero ¿qué pasa con los niños? Algunos piensan que la donación póstuma de semen debería prohibirse en parte porque deja en una situación de desventaja a niños que nunca conocerán a su padre biológico. Pero hay muchos niños que no llegan a conocer nunca a sus padres biológicos, aunque estén vivos. “Lo incomprensible”, dice Diane Blood, “era que yo podía recibir el semen de un donante anónimo, incluso uno muerto, pero no el de mi propio marido”.
Julianne Zweifel, psicóloga clínica y miembro del comité de ética en la Escuela de Medicina y Salud Pública en la Universidad de Wisconsin, discrepa. “Los adultos toman la decisión de traer un niño al mundo con un padre fallecido por satisfacer necesidades propias, y no se piensa demasiado en el impacto que pueda tener en el niño”.
Según Zweifel, los estudios demuestran que a la gente no se le da demasiado bien el preocuparse por el bienestar de los que aún no conocemos. Sólo cuando el niño es una realidad podemos de verdad considerar su bienestar. “No creo que los adultos que buscan esto tengan la perspectiva psicológica necesaria para visualizar realmente los problemas para el niño”.
De los cerca de 360 hombres con diagnóstico de cáncer o infertilidad que habían dejado su esperma en un banco de semen en Texas, casi el 85 por ciento había dado su consentimiento para su uso post mortem
A Zweifel le preocupan las cargas que tiene que soportar un niño engendrado a partir de una pérdida. “Ese niño podría acabar siendo lo que algunos llamarían una llama prendida en recuerdo de la persona fallecida… Ese niño puede sentir que la gente busca rasgos del padre fallecido en él, y a su vez la gente puede verse obligada a encontrarlos”.
También está la imposibilidad (ya no sólo la improbabilidad) de llegar a conocer a tu propio padre. “Cuando vienes al mundo con un padre muerto, no va a estar nunca ahí para ti”, dice Zweifel. En su trabajo con madres solteras que utilizan bancos de semen, dice que muchas buscan donantes con perfiles públicos, de modo que el niño pueda ponerse en contacto con el donante más adelante.
Dicho esto, en algunos países la donación de esperma totalmente anónimo puede darse y se da. Y la extracción de esperma post mortem no implica que el niño no vaya a tener un padre: simplemente no será un padre con la relación genética habitual. Se conocen casos en los que niños con enfermedades o anomalías genéticas buscan –pero no pueden encontrar- información sobre el donante de esperma que pueda ser útil en caso de un tratamiento o un problema futuro. Un niño concebido póstumamente podría al menos tener un historial familiar sobre el que volver.
En cuanto a las pruebas, hay muy pocos estudios sobre los posibles efectos psicológicos en la salud de un niño concebido mediante esperma extraído póstumamente. En 2015, un estudio muy modesto concluyó que cuatro niños nacidos a partir de esperma póstumo “muestran una salud y unos patrones de comportamiento normales”.
Un «acto de compasión»
Después de todo –la enfermedad o el trauma que provoca la muerte de un hombre, las decisiones sobre si se debe o no extraer el esperma, los procesos y los procedimientos que implica intentarlo- lo sorprendente es que la mayoría de los familiares nunca usan el semen.
Rothman y Bastuba ven la extracción de esperma post mortem más que nada como un acto de compasión para los que lloran una muerte. De las casi 200 intervenciones practicadas, dice Rothman, el esperma extraído se ha utilizado únicamente en dos ocasiones. “Nos encontramos con que la mayoría de las veces se realiza para aliviar el dolor que una familia padece inmediatamente después de una pérdida”.
Bastuba coincide: ”Como ocurre con tantas cosas en la vida, no es el hecho en sí. Es la percepción. El afán por intentar mantener una parte de alguien que era tan importante. Ese es, para mí, el valor auténtico”. Hasta donde recuerda, el esperma de sus donantes post mortem no ha producido un solo niño. En Israel, probablemente uno de los países más permisivos en cuanto a la reproducción póstuma, un artículo aparecido en 2011 en Fertility and Sterility revelaba que “ninguna de las muestras de tejido post mortem congeladas en nuestro banco nacional de semen se requirieron para su fertilización en los últimos 8 años”.
Incluso aquellos empeñados en la reproducción póstuma podrían acabar por dejar el tema aparcado. Una madre tejana, Missy Evans, se hizo popular en 2009 por sus intentos de utilizar el esperma de Nikola, su hijo fallecido, para engendrar un niño. “Me obcequé, dice Missy, “para cumplir los deseos de mi hijo”. Obtuvo el permiso para extraer el esperma de Nikola y buscó y encontró madres de alquiler voluntarias en diversos países.
Pero el proceso ha sido muy penoso. Ya se han utilizado la mitad de los viales de semen y ninguno de los embriones ha prosperado. “Es tan caro y exige tanto tiempo y es tan descorazonador”, dice Missy.
No sabe si continuará.
Mientras tanto, su otro hijo ha hecho abuela a Missy. “Paso tanto tiempo volviendo loca a mi familia que estos últimos años los he pasado disfrutando de la nieta que tengo”, dice. “A mi hijo le preocupaba mucho que yo concentrara todos mis esfuerzos en tener un bebé de mi otro hijo y no fuera capaz de disfrutar de la alegría que teníamos, así que decidí escucharle”. Aun así no se arrepiente de su decisión.
¿Qué se puede hacer entonces para asegurarse de que lo que sucede tras tu muerte es lo que deseas? Una cosa práctica es incluir tus futuros deseos reproductivos en tu testamento. Especialmente en países como ESTADOS UNIDOS, donde la situación legal puede ser muy confusa, es necesario aclarar estas cosas y dejar por escrito lo que se desea.
Los adultos toman la decisión de traer un niño al mundo con un padre fallecido por satisfacer necesidades propias, y no se piensa demasiado en el impacto que pueda tener en el niño
Por desgracia, aún estamos lejos de eso. Quizá no sea raro que Israel vaya abriendo camino. Un abogado emprendedor de allí anuncia un servicio especial para este tipo de necesidades denominado el testamento biológico. Según su empresa, el testamento, que permite concebir hijos tras la muerte incluso de ambos padres, significa que “el derecho a la continuidad genética puede ser independiente hasta de la propia vida”. Su fundador se muestra rotundo cuando dice: “Denegar el derecho a la procreación es una condena no muy distinta en su naturaleza a la esterilización involuntaria o la pena de muerte”.
En cuanto a Ana Clark, hace ya casi dos años que Bastuba extrajo esperma de su marido muerto. ¿Quiere aún tener un hijo de Mike? “Por supuesto”, dice. “No contemplo la posibilidad de no tenerlo”. Quiere esperar un par de años, darse tiempo para terminar su maestría y disponer de los medios para criar a su hijo del mejor modo. “Sea quien sea la persona con la que decido estar, tendrá que aceptar que esto es algo que voy a hacer, y nadie puede disuadirme”.
Tiene, dice, el apoyo de su familia. Se hace raro pensar que la decisión de Ana no sería tan polémica si comprara el esperma de un donante anónimo. Pero ya encontró al hombre que quiere que sea el padre de sus hijos. “No quiero hijos con nadie más”, dice. “Los quiero sólo con mi marido”.
Fuente: elpais.com
Palabras clave: Semen, muerte, fertilidad, esperma, funeral, urólogo, esperma post mortem